AMOR SIN BARRERAS
Un fanfiction de Slam Dunk, por Haruko Sakuragi
CAPÍTULO 15: "Los primeros meses"
Otra vez en el taxi...
Su economía resentiría mucho esos continuos viajes en taxi, pero gastar unos yenes más en el viaje seguro era mejor que llevar a Kasumi en autobús o en tren. Además, a él no le hubiera gustado que a una hija suya la expusieran a viajar de noche en el transporte público.
Kasumi lucía tan adorable durmiendo, que a él cada vez le gustaba más mirarla.
Llevaban saliendo casi dos meses, y él ya se había acostumbrado a que el movimiento del vehículo la arrullara, y ella terminara por quedarse dormida entre su abrazo.
Kaede ya se había aprendido el camino hasta la casa de ella.
Notó que faltaba poco para llegar, y que la chica aún no despertaba.
El conductor miró a la pareja a través del retrovisor.
—¿Podría dar la vuelta? —escuchó que decía el muchacho.
—¿Decía? —el hombre escuchó, pero no comprendió.
—Que si podría volver al lugar en el que lo abordamos, e iniciar el camino nuevamente.
El hombre, de verdad, no comprendió. Pero, cuando lo vio mirarla, entendió el afán del muchacho por alargar el viaje en la mayor medida posible.
Kasumi sólo se revolvió bajo el abrazo de Kaede.
—¿Y cómo va todo? —preguntó el hombre, tras dar un trago al contenido de la taza que tenía entre las manos.
Era Daisuke Tadano, en la cafetería del aeropuerto en Seúl, Corea. Descansaban, esperando a que el vuelo fuera anunciado. Esa misma noche, Otomi llegaría a casa y estaría con Hanamichi durante cuatro días completos.
—¿Te refieres a "eso", Daisuke? —Otomi ya se había hecho a la idea.
Se enteró del embarazo de Haruka sólo dos semanas después de que ella y Hanamichi visitaran al ginecólogo. Rukawa había estado presente, como apoyo moral para el pelirrojo.
Al principio, se había sentido descolocada por completo. Y no era para menos, si su hijo a penas tenía diecisiete años y su novia dieciocho.
Sin embargo, un bebé siempre era bien recibido. Y, si Hanamichi y Haruka no tenían inconveniente con su nacimiento, ella, como abuela, era la menos indicada para aguar la fiesta.
—Disculpa si te molesto, Otomi —dijo el hombre al fin, sintiéndose de repente muy avergonzado e imprudente.
Iba a marcharse, pero la voz de la señora Sakuragi lo llamó otra vez:
—Discúlpame tú a mí, Daisuke —ella bajó la cabeza y suspiró pesadamente—. Aún no me acostumbro al hecho de que seré abuela antes de los cuarenta.
Le regaló una cálida sonrisa.
—Pronto se cumplirán tres meses. Haruka sigue trabajando, y ha anunciado con mucho gusto que tendrá un bebé con mi hijo —sus ojos parecieron irradiar orgullo—. Mañana nos reuniremos e iremos de compras mientras Hanamichi no está en casa.
—Me alegra —sonrió él. Luego, un ligero rubor pobló sus mejillas—. ¿Te imaginas que tú y yo nos casáramos antes de que el bebé naciera? Así también yo sería su abuelo.
Otomi le sonrió y movió la cabeza de un lado a otro: Daisuke nunca perdería las esperanzas.
La primavera despuntaba en el Oriente.
El equinoccio del veintiuno de marzo llegaría en un par de días, lo que indicaba que la época de frío terminaba y todos los árboles volverían a florear y a tener hojas.
En la terraza del enorme departamento de Haruka, bajo un cerezo con a penas pequeños botones de flores rosas y pequeñas, ella y Hanamichi descansaban sobre el césped.
Era viernes, y ambos contemplaban el ocaso.
—Ya deberías dejar de faltar a tus entrenamientos, monito —comentó ella—. Te costó mucho trabajo restaurar tu promedio y librarte del Consejo Deportivo.
Hanamichi la miró y le sonrió.
—Tú eres mejor que el entrenamiento, Haruka. Además, el Gorila dijo que el gimnasio estaría listo hasta la semana siguiente. Debo aprovechar todo el tiempo que pueda, si es que quiero estar contigo y con el bebé.
Haruka se alegró. Sospechaba que Hanamichi sería un excelente padre cuando su bebé naciera.
El pelirrojo miró el vientre de su novia, que estaba cubierto por la delicada tela de la blusa holgada. Aún no se le notaba el embarazo, pero ella había dejado de usar la ropa ajustada por recomendación del doctor Yakishirou.
—Tendrá tus ojos —declaró Hanamichi, sin apartar la vista del vientre, como si de verdad estuviera contemplando al hijo de ambos—. Será perfecto porque tendrá tus ojos verdes.
La mujer se enterneció.
—Y será niña —concluyó Hanamichi, como estando convencido de verdad.
Haruka miró su propio vientre, que aún no parecía abultar, y creyó de verdad ver a una niña con los ojos verdes, pero pelirroja.
—Y tendrá tu cabello, monito —sonrió, y besó con mucha dulzura los labios del muchacho.
Él saboreó el dulce beso, y se sintió flotando entre algodón.
—¿Cómo estás tan seguro de que será niña, Hanamichi?
—Porque yo soy un talentoso que lo sabe todo. Y será una linda niña que se llamará Otomi.
Haruka asintió.
La madre de Hanamichi había sido tan maravillosa con ambos, que ni siquiera le había pesado aceptar que se llamara así. Es más: se sentía honrada de tener como madre política a una mujer tan excepcional como Otomi Sakuragi.
Estaba muy cansada por el viaje.
Hanamichi casi no la había dejado dormir, contándole los avances del bebé y todo lo que Haruka le decía que sentía.
Sin embargo, se había comprometido a salir de compras con su hija política. Y, como siempre había afirmado "un compromiso está ante todo". No le pesaría preparar lo necesario para el nacimiento de su primer nieto.
—Buenos días, señora Sakuragi —Haruka hizo una reverencia y le sonrió con la mayor calidez que le fue posible expresar.
—Hola, Haruka —le respondió con una sonrisa casi igual—. Pero ya te he dicho que no me llames "señora". Seremos como madre e hija.
A la actriz se le llenaron los ojos de lágrimas: ni siquiera su madre biológica la había tratado tan bien cuando era niña.
—Hanamichi no sabe que compraremos las cosas juntas.
—Lo sé, señora Otomi. Él está entrenando con Rukawa.
—¿Rukawa? —la mujer mayor trató de hacer memoria— ¡Oh, sí! Ese chico tan simpático que conocí en Navidad. Es muy agradable, y creo que se ha hecho muy cercano a Hanamichi.
Otomi le ofreció a la futura madre agua, fruta, dulces y todo lo que se le ocurrió. Haruka rehusó todo, excepto el agua.
Cuando la señora Sakuragi estuvo lista, tomó su bolso e invitó a la actriz a salir de la casa.
—Disculpa que no pueda llevarte en auto, Haruka, pero nunca hemos tenido uno. Utilizamos siempre el transporte público. Podemos ir en taxi si te sientes más cómoda.
—No se preocupe, señora Otomi. Mis guardaespaldas se empeñan en acompañarme, por órdenes del doctor Yakishirou. Ellos me obligan a viajar en el auto.
Ambas mujeres miraron a los guardaespaldas de la actriz, quienes les hicieron una reverencia.
—Sólo diga a dónde quiere que nos dirijamos y ellos nos llevarán.
Otomi no se acostumbraría nunca a esa vida de estrella de cine. Pero era mucho mejor que exponer a Haruka al transporte público.
—Conozco una tienda que ofrece marcas de muy buena calidad —comentó Otomi en cuanto estuvieron dentro del auto—. No puedo ofrecerte mucho dinero, hija, pero te prometo hacer lo posible por comprarles lo mejor que encuentre.
—Señora Otomi, el dinero no es problema. Yo no permitiría que ustedes gastaran más allá de su presupuesto, y Hanamichi lo sabe. Además, he asignado un porcentaje de mis ahorros para comprar lo necesario para el bebé.
La mujer mayor sonrió. Haruka de verdad amaba a ese bebé.
Pasaron toda la mañana recorriendo tiendas en un exclusivo centro comercial.
La señora Sakuragi pudo reconocer a Midori Okawa, Seishiro Yuko, Komo Kirameki y a varios actores y actrices más. Incluso pudo distinguir a Misaki Hiro, una primera actriz que siempre admiró, y quien le regaló una sonrisa maternal y un muy cordial saludo en una tienda de ropa de maternidad.
Según le dijo Haruka, la señora sería abuela por tercera vez.
En una tienda de accesorios, Otomi creyó encontrar la cuna adecuada. Haruka y ella entraron y la compraron.
—Parece que alguien tiene el mismo gusto que yo —una voz varonil habló a un costado de Otomi.
—¡Amano! —se alegró Haruka, y corrió a abrazarlo. Otomi miró al hombre con desconfianza, pero luego lo reconoció: era la pareja de Haruka en todas las películas que había protagonizado. Según Hanamichi le había dicho alguna vez, Amano y Haruka eran los mejores amigos, y, si Hanamichi no desconfiaba de él, Otomi no lo haría tampoco.
—Yo había elegido esta cuna desde hace un par de días, y pensaba enviarla a tu casa para sorprenderte.
—¿De verdad?
—Sí. Pero ahora tendré que buscar otra cosa para regalarte.
—Amano, quiero presentarte a la señora Otomi Sakuragi. Ella es la madre de Hanamichi.
El actor miró a la mujer que aún lucía atractiva. Le besó la mano con caballerosidad.
—Es un placer, señora Sakuragi. Haruka me ha dicho que usted es como una madre para ella. Seguro que ese bebé tendrá a la abuela más hermosa y amable.
Otomi se ruborizó ante tanta galantería.
Youhei miró su reloj de mano por enésima vez.
Desde que Hanamichi y Rukawa se hicieron amigos, y de que Haruka se embarazara, Hanamichi ya no disponía de tanto tiempo para estar con él y con el ejército.
Esa tarde, después del partido de práctica que sostenía con Kaede, Youhei los acompañaría a la casa de Haruka, para que ellos mismos la felicitaran por el acontecimiento del primer trimestre en perfectas condiciones.
Sin embargo, el partido se estaba alargando más de lo planeado, y el muchacho estaba empezando a impacientarse.
—¡Ya son treinta minutos, Hanamichi! —les gritó.
El pelirrojo, como si no lo hubiera considerado, respingó y cayó en cuenta de que eran ya las cuatro treinta. Había quedado de ver a Haruka en su casa a las cuatro, porque quería pasar tiempo con su madre antes de que partiera otra vez, el martes por la tarde.
—¡Es cierto! Youhei, Rukawa, vámonos ya —ordenó.
Los dos chicos lo siguieron.
Ninguno había ido nunca a la casa de la actriz, y Youhei era el más emocionado por hacerlo. Después de todo, él y los otros chicos seguían siendo admiradores, aunque estuviera por ser madre.
—¿Cuánto haremos en llegar, Hanamichi?
—En auto haríamos veinte minutos, Youhei. Pero viajaremos en tren. Llegaremos como en treinta y cinco minutos.
—Eres un torpe, Hanamichi —declaró Rukawa.
Si no hubieran perdido la noción del tiempo, los dos habrían tenido tiempo de bañarse para no llegar oliendo a sudor mezclado con loción para hombre.
—Se me hace extraño. Hanamichi no gusta de ser impuntual —señaló la señora Otomi, dejando el vaso con agua sobre la mesita de centro.
Amano se había ofrecido a acompañarlas, siguiéndolas en su propio auto, y ahora era él quien preparaba agua de fruta y bocadillos para que comieran mientras esperaban a Hanamichi.
—Debe haberse distraído con algo —lo disculpó Haruka.
En ese momento el timbre sonó.
—Cinco quince... Sólo una hora y cuarto tarde —dijo Amano, dirigiéndose a la entrada del departamento.
El actor abrió la puerta, y lo primero que vio fue el rostro sonriente de Hanamichi, y su cabello rojo bastante desordenado. Detrás de él, Kaede Rukawa, sin saber qué sucedía y por qué él estaba ahí.
—¡Hola, Amano! —saludó, y entró sin esperar invitación. Youhei lo siguió, y Kaede lo miró unos instantes más, para luego entrar como si nada.
—Hanamichi, nos has hecho esperar —dijo la señora Sakuragi, levantándose de su lugar y sonriéndole a su hijo.
—¡Mamá! —sonrió emocionado Hanamichi— ¿Qué haces aquí?
—Tu mamá y yo fuimos a comprar varias cosas para el bebé.
Así se pasó la tarde.
Todos estuvieron muy felices.
Youhei obtuvo muchos buenos momentos al lado de su mujer ideal, y se sintió feliz por Hanamichi, puesto que sabía que serían muy felices juntos.
Amano, por su parte, tuvo que contenerse. Aún deseaba estar con Rukawa, pero su orgullo no se lo permitía.
Kaede, en cambio, estaba empezando a enamorarse de la dulce Kasumi. De verdad empezaba a quererla. Y eso fue suficiente para olvidar todo lo que alguna vez sintió por Amano.
