CAPÍTULO 18: "Después de tres años..."

—¿Para cuándo los esperamos? —preguntó la mujer con entusiasmo.

—Llegamos el viernes por la noche —le contestó alguien del otro lado de la línea—. Sólo estaremos con ustedes el fin de semana.

—Es una pena... —se lamentó de verdad— Nos hubiera gustado que pasaran al menos una semana con nosotros.

—Créeme que nos gustaría, hija, pero Daisuke no dispone de mucho tiempo. Ni siquiera son vacaciones. Aceptó que Kasumi y yo los visitáramos porque hace mucho que no vemos a la pequeña Otomi.

Haruka no dudó de la sinceridad de su suegra.

Tres años habían pasado desde que Haruka alumbrara a su pequeña hija Otomi Sakuragi Takami.

La madre de Hanamichi se casó con Daisuke sólo un par de meses después, y, antes de que Otomi cumpliera su primer año, Daisuke obtuvo un trabajo bastante prometedor en la compañía aérea, pero en la central, que estaba en Hong Kong. Y, desde entonces, tanto Otomi como Kasumi vivían con él muy lejos de Hanamichi.

El pelirrojo, por su parte, estudiaba el primer año de Comunicaciones en la universidad.

Atraído por todo el mundo que rodeaba a su mujer, optó por trabajar en el medio.

Era bueno. No había dejado el básquetbol, puesto que seguía siendo una de las mejores cosas de su vida. Pero comprendía que el experto y futuro miembro de la NBA, era Rukawa.

—Las esperaremos en el aeropuerto, suegra —concluyó Haruka.

Tras una brevísima despedida, Haruka depositó el aparato telefónico sobre su base, y se percató de que Hanamichi entraba a la cocina, con Otomi en brazos.

—Así es, hija: tu padre es el mejor del mundo. Por eso tú eres igual a mí. Sí, tienes los ojitos verdes de tu mamá, pero no resaltarían tanto si no hubieras heredado mi cabello rojo... —el pelirrojo reconsideró su discurso mientras contemplaba el rosto y la cabellera roja de la niña— Mmmm... Tienes razón: mi cabello se ve mejor sobre tu cabeza —le sonrió. La niña pareció comprender, y le sonrió también.

Tal como ellos lo supusieron desde el principio, Otomi había heredado el cabello de fuego de su papá y el par de esmeraldas de su mamá.

—¡Mamá! —gritó en cuanto vio a su madre que los observaba sin disimulo.

—Ven, mi amor —Haruka extendió los brazos para recibir a su niña—. Tu mamá llamó, Hanamichi.

—¿Mi mamá?

—Sí. Ella y Kasumi vienen a pasar el fin de semana con nosotros.

—¿Sólo ellas? —preguntó el pelirrojo, sacando una jarra llena de agua del refrigerador— ¿No viene Daisuke?

—No. Tiene trabajo. Pasarán el fin de semana aquí —Haruka se anticipó—. Traté de convencer a tu mamá para que aplazaran la visita y estuvieran aquí una semana por lo menos, pero no accedió.

—Bueno... En el verano, nosotros podríamos viajar a Hong Kong.

La mujer asintió. No se negaría. Después de todo, hacía casi dos años que no tomaba vacaciones.

Tras el alumbramiento de Otomi, tardó sólo dos meses en recuperar la figura, y de inmediato fue contratada para una película. Para sorpresa de medio mundo, su regreso a la pantalla grande no fue al lado de Amano, sino de un veterano del cine japonés que fungía como su padre. Ella había sido una religiosa enamorada de un tipo que nunca se visualizó, y el hecho enloqueció a sus admiradores.

Posteriormente, poco más de medio año después, fue contratada para una telenovela que se volvía la sensación para el público. Era como la adaptación a la pantalla chica de "Amor sin barreras", lo que le produjo recuerdos, nostalgia y mucha emoción. La serie llevaba al aire poco más de un año, y eso le dejaba un trabajo estable en tanto los escritores no le dijeran lo contrario.

—De acuerdo, Hanamichi —dijo—. Escucha: tengo que ir al estudio. Te quedas con Otomi.

—¿Qué? —se espectó el otro— Un momento: tengo clases hasta las cuatro.

—¿Entonces quién la cuidará?

Treinta minutos después, Youhei, Okusu, Noma y Takamiya estaban en la casa de Haruka y Hanamichi, encargados del cuidado de Otomi hasta las cuatro treinta de la tarde.

Llego justo a las siete de la noche.

Las clases en la Universidad eran extenuantes, sobre todo, porque al fin vivía solo.

Si bien en Japón no tenía una casa precisamente hogareña, se dividía el trabajo con su hermano, y, a veces, con su cuñada, lo que le facilitaba el orden del departamento que compartían.

Pero, al recibir la beca para Estados Unidos, cuando supo que le asignaban dormitorio en el campus y todo eso, cayó en cuenta de que tendría que organizar mejor su vida.

Justo esa noche era la que, desde hacía poco más de dos meses, Kasumi le había dicho que llamaría.

Tenían una relación a larga distancia, él en California, y ella en Hong Kong.

Kaede había aprendido a querer y a respetar a Kasumi, y ella nunca había dejado de amarlo.

Hablaban por teléfono una vez cada dos meses, y él se empeñaba en la escuela.

Viajaba a Japón en cada oportunidad que tenía, y Kasumi trataba de que las visitas de Otomi a Hanamichi coincidieran con las fechas en que Kaede estaba ahí.

Rukawa evocó, sin explicación, la imagen de la pequeña Otomi la última vez que la vio: tenía dos años recién cumplidos, los ojos verdes de Haruka y el cabello de fuego de Hanamichi. Jugaba con una caja de cartón en la que le habían obsequiado una costosa muñeca muy novedosa, pero ella parecía estar más interesada en la envoltura que en el contenido.

La niña quería mucho a Kaede, y nadie la culparía, si desde siempre él había estado pendiente y gustoso de pasar tiempo con ella... Casi como si hubiera sido suya también.

El teléfono sonó y lo hizo regresar al presente.

—¿Kasumi?

—¡Kaede! Me alegra que hablemos. Te he extrañado en estos dos meses. No sabes lo lento que se me pasa el tiempo... Y pensar que falta medio año para que podamos volver a vernos... Megumi te envía saludos...

Así eran las llamadas telefónicas entre los dos: Kasumi hablaba y Kaede escuchaba y asentía cuando lo consideraba apropiado.

—¿Sabes? Otomi y yo iremos a Kanagawa el fin de semana. Ya sabes como quiere a la bebé. Como hace más de un año que no la vemos, los visitaremos dos días.

El muchacho se exaltó.

—Me preguntaba si crees que sería posible encontrarnos.

Rukawa lo pensó... ¡Por supuesto!... No, un momento... Un partido importante se aproximaba... No podría faltar a los entrenamientos si quería que ganaran y que los críticos siguieran teniéndolo en la mira para futuro jugador de la NBA.

—Tengo partido el martes, Kasumi —respondió con pesar.

Le dolía de verdad, no sólo por Kasumi, sino también por la pequeña Otomi... Y, obvio, por Hanamichi... Hacía mucho que no visitaba Japón. Extrañaba al pelirrojo, aunque nunca lo aceptaría frente a él, pero una cosa eran sus sentimientos, y otra, muy importante, sus responsabilidades con el equipo de la universidad.

—Comprendo... Entonces volveremos a hablar dentro de dos meses...

¡Era viernes! Por fin era viernes...

Sólo treinta minutos más, y sería libre para estar con Otomi. Más tarde, como a las seis de la tarde, se dirigirían ambos al aeropuerto, para recibir a su madre y a Kasumi. Haruka trabajaría hasta pasadas las ocho, y los alcanzaría en la casa.

El tiempo pasaba rápido en esos días de primavera.

Él, Hanamichi Sakuragi, recién había cumplido veinte años. Otomi cumpliría cuatro el quince de septiembre, y Haruka a penas llegaría a los veintidós.

Ambos parecían tener un futuro prometedor, con la madre de Hanamichi felizmente casada con un hombre que la quería, con una niña preciosa que los amaba y que ellos amaban, y con amigos que se interesaban en ellos y los querían.

No podía pedir nada más a la vida.

—Eso es todo —la voz del profesor lo hizo salir de sus cavilaciones.

Sólo un minuto después, la campana le anunció el final de las clases: ahora sí iría a ver a su hija, que estaba con Haruka aún.

Pasaría cuatro horas a solas con su hija, y eso le fascinaba: Otomi parecía sentir una conexión cómplice e indefinible con él.

—Voy hacia allá —anunció por el teléfono celular.

—Bien. Tengo exactamente una hora y media para estar en el estudio.

—Llegaré a casa en treinta minutos.

Hizo sólo veinticinco.

Y es que, cuando se trataba de Otomi, no había nada más importante que su hijita.

Le preparó la comida a la niña, que ya tenía todos sus dientes y se mostraba más inteligente que las niñas promedio. Sería inscrita en el jardín de niños al año siguiente, y eso sería el principio de su formación.

El pelirrojo y la actriz se sentían verdaderamente orgullosos de la niña, puesto que parecía aprender todo muy rápido, demostraba su cariño a quien quería y no parecía que el amor que sentía por sus padres, en especial por Hanamichi, pudiera terminarse jamás.

—Y ahora... Un poco de jugo de naranja —anunció el pelirrojo, y llenó la taza entrenadora con el líquido recién obtenido de la fruta.

Otomi lo recibió encantada y empezó a beberlo, en tanto su padre la llevaba a la sala. Hanamichi había alquilado un par de películas infantiles, que verían en el tiempo justo antes de partir al aeropuerto.

—¿Cómo estuvo el viaje? —preguntó Hanamichi. Su madre se veía bastante bien, supuso que por la costumbre que adquirió durante tantos años como sobrecargo. Sin embargo, Kasumi lucía pálida y a punto de perder los estribos.

—Fue muy tranquilo, Hanamichi —respondió la señora Sakuragi, mientras sostenía a su nieta entre los brazos. Si bien Otomi ya caminaba, aún disfrutaba al ser cargada. Y su abuela parecía comprenderlo a la perfección, pues siempre que la veía le ahorraba la molestia de caminar—. Ya había olvidado lo relajante que siempre me resultó viajar en avión.

La señora sonrió, pero Kasumi dejó muy en claro con su expresión que no estaba de acuerdo con su nueva madre.

—¿Cómo está Daisuke? —preguntó Hanamichi, aún viendo con desconfianza el semblante impropio en Kasumi. Nunca se veía tan mal, excepto cuando viajaba en avión.

—Él está bien, y les envía saludos a los tres. En especial a esta preciosa —dijo mirando a Otomi y levantándola por encima de su cabeza. La niña parecía divertidísima.

Caminaron hasta el auto. No llevaban mucho equipaje, salvo un par de maletas pequeñas que no tuvieron que registrar y pudieron llevar con ellas, puesto que estarían en Kanagawa sólo la noche del viernes, todo el sábado, y volverían a Hong Kong el domingo antes de anochecer.

Hanamichi condujo a 60 km/h. Pero de todos modos hicieron sólo cuarenta minutos hasta la casa.

Haruka aún no estaba ahí, lo que les sorprendió bastante porque llegaron después de las nueve.

—¿One mamá? —preguntó Otomi, que esperaba ver a su mamá aguardándolos con una sonrisa en los labios y encantada de recibirlos.

—Parece que no ha llegado, hija —respondió Hanamichi, cargándola. Otomi hizo un puchero, pero Kasumi le ofreció una paleta de caramelo y eso la distrajo por unos momentos.

—¿En dónde está Haruka, hijo? Le he traído regalos y quisiera dárselos antes de quedarme dormida.

Hanamichi sonrió. Tranquilizó a su madre con un "Tenía trabajo y tal vez llegue tarde", pero ni él mismo se lo creyó. Haruka nunca trabajaba después de las ocho de la noche, y menos en fin de semana. Si la escena de la telenovela la requería durante la noche, nunca grababa sin antes avisarle a Hanamichi. Y lo que más le preocupaba era que esa noche habían planeado pasarla en familia, disfrutando de la visita que acababan de recibir.

—Será mejor que vayamos a dormir —pidió Hanamichi, al ver que su hija estaba dormida en el sillón, su madre cabeceaba junto a ella y Kasumi descansaba los ojos sobre la barra de la cocina.

Ninguna de las tres mujeres objetó; las habitaciones fueron asignadas y todas fueron a dormir.

Excepto Hanamichi, que se quedó dormido sin querer en un sofá.

El resplandor del sol que se coló por la ventana cayó directo sobre sus ojos, hecho que logró despertarlo casi por completo.

Tardó algunos segundos en recordar que estaba en la sala de su casa, que su madre y su hermanastra descansaban en una habitación y su hija en otra, y que él permaneció toda la noche ahí porque no quiso ir a dormir solo en una cama enorme que desde más de cuatro años atrás compartía con la mujer que amaba.

Pensó que Haruka había llegado tarde y, al verlo ahí, descansando, no quiso despertarlo. Tal vez ella estaría dormida aún, puesto que los sábados no se levantaban sino hasta las ocho o nueve de la mañana. Su reloj de pulsera marcaba las siete diez.

Se dirigió a su habitación y la puerta estaba cerrada, tal como él la había dejado la noche anterior. No quería entrar por temor a no encontrarla. Sería desesperante no saber su paradero. Y, sin embargo, tenía que abrir la puerta y saber si ella estaba ahí.

Tocó con precaución. No quería despertar a nadie en la casa.

Pero nadie abrió.

Giró la perilla con suavidad y empujó la puerta levemente. La alcoba ya estaba iluminada por la luz matutina. Y la cama estaba perfectamente arreglada: ni sábanas destendidas, ni almohadas mal acomodadas, ni vestigios de que alguien hubiera pasado la noche ahí.

—No llegó —susurró Hanamichi. Si la habitación no hubiera estado en silencio total, ni él mismo hubiera podido notar la tristeza de su voz.

Lo que siguió fueron lamentos que acabaron por despertar a Kasumi, Otomi abuela y Otomi hija. Una cantidad indefinible de llamadas telefónicas a conocidos y amigos para dar con el paradero de Haruka. La televisión y el radio encendidos por si alguien notificaba algo... Y la irredimible tristeza de Hanamichi Sakuragi.

CONTINUARÁ...

Notas de la autora:

Hola a todos aquellos que aún siguen la historia.

Como verán, esto llega casi a su final. Es importante que sepan que este es de los últimos capítulos. A lo más, llegarán al número veinte. Pronto se enterarán de cómo reacciona el pelirrojo, y de lo que sucederá cuando Kaede se entere.

Todo esto pinta trágico, pero el final será grato para ls amantes del Yaoi... Y no les digo más, porque sería revelarles el final.

Gracias por los reviews que han dejado a lo largo de estos dieciocho apítulos.