CAPÍTULO 20: "Nueva oportunidad"

Lo vio sentado en un sofá solitario. Le sorprendió que dentro del departamento sólo estuvieran Hanamichi, su madre, Kasumi, Daisuke y Otomi. Algo retirados de Hanamichi, estaban Okusu, Noma, Takamiya y Youhei, verdaderamente tristes. La niña dormía en el regazo de su abuela, seguramente extenuada y fatigada por la velada fúnebre.

En el centro de la sala había un ataúd blanco. Cuatro cirios lo rodeaban y el pelirrojo, aunque tenía la cabeza casi entre las rodillas, mantenía una mano sobre la madera.

De verdad le dolió verlo así. Comprendía perfectamente su dolor, puesto que él había sufrido la pérdida de su padre a los catorce años. Además, también sabía lo que era ser abandonado por el ser más amado. Pero no podía tolerar que Hanamichi sufriera así.

—Hanamichi... —susurró apenas. No deseaba perturbarlo.

—Kaede... —le respondió el pelirrojo. Aunque lo escuchó pronunciar su nombre, pareció no reconocerlo de inmediato.

Sakuragi se levantó y Kaede se aproximó un poco más a él. En cuanto Hanamichi estuvo cerca, sin esperar nada más, se echó a sus brazos, como buscando un consuelo que sabía que necesitaba. Rukawa se sorprendió, pero oportunidad como aquella no la tendría muy seguido: Hanamichi totalmente indefenso entre sus brazos.

—Lo... siento... —se atrevió a pronunciar.

Hanamichi pareció reaccionar a esas palabras y se aferró más al abrazo. Lo reconfortaba mucho. Kaede era muy importante para él. Además, Kasumi le había dicho que no viajaría a Japón para verla porque tenía partidos importantes... Y, a pesar de eso, estaba ahí, abrazándolo y brindándole un consuelo...

—Gracias por estar aquí —susurró inaudible. Sólo Kaede pudo escucharlo.

—Perdonen... —una voz masculina interrumpió el maravilloso momento.

Era, nada más y nada menos, que Amano Kamiya, impecable como siempre, tal como Rukawa lo recordaba.

—Amano... —dijo Hanamichi. Después, se dirigió a Kaede— Él es Amano Kamiya. Era su mejor amigo...

—Rukawa y yo ya nos conocíamos, Hanamichi.

El actor pareció notar que el semblante del pelirrojo pareció cambiar cuando mencionó a Haruka, y se aproximó a él, quedando muy cerca de Kaede también. Abrazó a Sakuragi.

—Tranquilízate, Hanamichi. Sabes que a Haruka no le gustaba verte triste.

A Kaede le hirvió la sangre. ¿Quién demonios se creía ése para abrazar a Hanamichi con tanta confianza?

—Sí, Hanamichi —continuó Kaede—. Yo sé que él era muy cercano a Haruka. ¿Cómo está Otomi?

—Ella está bien. Se quedó dormida. De verdad estaba cansada.

A la par que hablaba, el pelirrojo caminaba conduciendo a Kaede hacia otra habitación, alejándose ambos de Amano.

—Ella... Extrañará mucho a su mamá, Kaede...

Hanamichi dejó brotar una lágrima.

Se había prometido no llorar más, pero, simplemente, era inevitable.

La ausencia de Haruka se sentía en cada lugar, con cada persona, en la sonrisa de Otomi... en cada respiración.

No iba a superarlo así de fácil.

—¿Y tú, Hanamichi? ¿Cómo estás?

Kaede lo miró a los ojos. El pelirrojo lucía ojeroso y cansado. La última vez que se vieron, no sólo estaba alegre, sino que sonreía ampliamente porque estaban reunidos Ayako, Mitsui, Kogure, Ryouta, Akagi... Le mencionó algo de Haruko. La chica se había casado y estaba por ser madre, y, al parecer, ya los había olvidado.

Eso alegró a Kaede, porque así estaba garantizado que no los volvería a molestar.

Otomi era una niña feliz, con una madre que la amaba. Y ahora, nada. Haruka ya no estaría.

—Yo... No sabré estar sin ella, zorro...

Hanamichi volvió a llorar.

Y Rukawa se reprendió por ser el responsable de ese llanto lleno de melancolía y desesperación.

Lentamente, se acercó a él. El pelirrojo sintió cómo, poco a poco, los brazos fuertes empezaron a rodearlo. Sintió el calor protector invadiéndolo con lentitud, y se sintió tan bien, que correspondió al abrazo instintivamente. Rukawa cerró los ojos sin pensarlo. A pesar del olor a incienso, a parafina de los cirios; a pesar del cuerpo de Haruka Takami siendo velado en la sala; a pesar de todas las personas que estaban fuera de esa habitación... Kaede se sentía embargado por una extraña felicidad que lo hizo sentirse culpable.

—Ayako aseguró que iba a superarlo —susurró Hanamichi al oído del pelinegro.

—Tiene razón —apoyó Kaede. Claramente pudo sentir fuertes calosfríos al contacto del aliento a hierbabuena con su propio oído.

—¿Tú crees que Otomi la extrañará? —preguntó Hanamichi, cerrando los ojos y dejándose llevar por aquél abrazo que lo hacía sentir extrañamente tranquilo.

—Ella es pequeña aún —respondió Kaede—. No será lo mismo, pero ella aún te tiene a ti, Hanamichi.

Y esas palabras parecieron surtir un extraño efecto pacificador para el espíritu del pelirrojo.

Él debía mantenerse entero, puesto que Otomi ahora sólo lo tendría a él. Ni a su abuela o a Kasumi, sino a él solamente. Debería hacerse cargo de su pequeña hija de tres años, darle un buen ejemplo, procurarla... No sería tarea fácil, pero por ella lo haría.

—Gracias, zorro —se atrevió a pronunciar. Y de quién sabe qué lugar un impulso lo envolvió completo. Sintió estar viviendo un deja vu, mirando los mismos ojos azules, la misma profundidad en la mirada, el mismo rostro como de mármol... Tenía miedo de hacer lo que su corazón le estaba gritando que hiciera, pero, por alguna razón que no lograba comprender, también sentía que el curso de su vida dependería de lo que hiciera en los próximos segundos.

—Hanamichi... —fue lo único que Kaede pudo articular.

—Rukawa, yo...

El pelirrojo lo miró a los ojos una vez más. Ahí encontró la solución y la determinación que necesitaba: iba a besarlo. Necesitaba besar a Rukawa. No entendía por qué, pero tenía que besarlo. De una extraña forma que no sabía explicar, besar a Kaede Rukawa era lo único que necesitaba hacer en ese momento.

—Quiero besarte —le dijo. Rukawa no respondió, pero sus ojos se abrieron más allá de su capacidad natural.

No iba a negarse, eso estaba claro, así que entrecerró los ojos esperando que Hanamichi llegara hasta él. Pero...

—¿Puedo pasar? —la voz del otro lado de la puerta los interrumpió. Ambos muchachos se separaron súbitamente y muy ruborizados.

—Adelante —titubeó Hanamichi.

—Muchachos —era Ayako, seguida muy de cerca por Miyagi—. Perdón por interrumpirlos.

—Ayako y yo tenemos que retirarnos, Hanamichi —dijo Ryouta.

La antigua entrenadora se acercó al pelirrojo.

—No te preocupes, Hanamichi —le dijo, abrazándolo—. Tú eres fuerte, y tienes una preciosa hija poro quien luchar.

El muchacho asintió.

—Nos vemos —se dirigió a Rukawa. Luego, abrazándolo, le susurró—. Dale tiempo.

Rukawa se sorprendió.

La perspicacia de Ayako era conocida por todo el mundo, pero él no sabía que llegaba hasta ese grado.

—Lo haré —le respondió igual de bajito.

—Estaremos en contacto, ¿si Hanamichi?

—Claro, Ryouta. Cuídense.

Sakuragi aún no se acostumbraba al reciente matrimonio entre Ayako y Miyagi. Pero igual creía que hacían una pareja de ensueño.

Salieron de la habitación, dejando a Hanamichi y Kaede solos otra vez. Sin embargo, sabían que el momento había pasado.

Estaba en la terraza del departamento.

La luna estaba en cuarto creciente, rodeada por cientos de estrellas refulgentes, como enmarcado un cuento de hadas.

Kaede Rukawa suspiró y exhaló una bocanada de humo que se disolvió en un instante.

En la luna, tan lejos de él, tan etérea, estaban todas las respuestas.

Estaba la respuesta que solucionaría aquél amor en silencio de los últimos cuatro años. Estaba la respuesta a su loco enamoramiento sin sentido. Estaba la respuesta a cualquier sufrimiento... Lástima que él no sabía leer lo que la luna le decía.

—Pensé que tenías partido importante...

Eso era lo que Rukawa había estado tratando de evitar desde que llegó.

No quería voltear y encontrarse con la mirada triste de Kasumi, puesto que ella lo quería de verdad y lo único que deseaba era pasar tiempo con él. En cambio, Kaede se había negado a visitarla argumentando que tenía un partido importante y no podía faltar a los entrenamientos.

—Kasumi...

—No. No me digas nada, Kaede.

Kasumi no intentaba reprocharle nada. Creía comprender por qué estaba ahí.

—Yo entiendo que la muerte de Haruka es una razón muy poderosa. Hanamichi te lo agradecerá.

Kasumi hablaba. Kaede la oía. Sin embargo, ambos sabían que había algo más.

—Lo siento, Kasumi.

—Ya te dije que no te disculpes, Kaede —sonrió ella con tristeza. Sospechaba algo. Siempre había sido así, pero no quería dejar de creer que era sólo una sospecha.

—Pero quiero decírtelo —el pelinegro no deseaba engañarla más.

—Kaede, no lo hagas... Yo sé que tu corazón está ocupado. Siempre ha sido así.

El muchacho se sorprendió. No sabía que su novia fuera tan perspicaz.

—No quiero que me digas que mi hermanastro me ha ganado tu amor. Siempre supe que era así, pero, por un momento al menos, pude ser muy feliz a tu lado.

Él la miró con tristeza. No podía evitarlo. A pesar de saber que estaba enamorado de otro hombre, ella había intentado ganar su corazón.

—¿Sabes una cosa? —preguntó ella, pero no esperó a que él le contestara— No me arrepiento de nada de lo que hice contigo. Y no me arrepiento de haber vivido con todo esto. Y tampoco me arrepiento de amarte como te amo, Kaede.

La chica se le acercó y lo abrazó, recargando su cabeza sobre el fuerte pecho masculino. Deseaba despedirse.

Kaede no pudo hacer nada más que corresponder ese abrazo. Tenía un gran cariño por Kasumi. Nadie, ninguna chica, había sido como ella. No hubiera deseado que terminara así, pero ella misma lo había descubierto.

—No importa lo que puedas pensar, Kasumi. Yo también te amo, de una manera especial. Tal vez no como tú quisieras, pero así es.

La aludida dejó escapar una lágrima solitaria que fue arrastrada por el viento y se perdió en el cielo oscuro. Sólo unos minutos después, se separó y se despidió de Kaede, decidida a no volver a verlo nunca más.

Rukawa la miró entrar al departamento nuevamente y no pudo reprimir una sensación de nostalgia que lo embargó por completo.

El cigarrillo que fumaba cuando Kasumi lo encontró ya se había consumido.

Sacó la cajetilla de la bolsa trasera del pantalón, y se dispuso a fumar otro, pero una voz masculina lo interrumpió.

—No sabía que fumaras.

Instintivamente, Kaede devolvió el cigarro a la cajetilla, y la cajetilla a su bolsa.

—Sólo lo hago cuando estoy nervioso —respondió aprehensivo.

¿Cuánto tiempo había estado ahí el pelirrojo? ¿Y si había escuchado su conversación con Kasumi? De ser así, cuatro años de indiferencia y de sentimientos camuflageados se habían ido a la basura.

—¿Hace cuánto estás ahí escondido, Do'aho?

El pelirrojo no le contestó, y cerró la puerta tras de sí. Se recargó en la barandilla de la terraza, y contempló la hermosa luna que los iluminaba.

—Tú... ¿escuchaste...?

—¿Volverás a ver a Kasumi, Kaede?

¿Qué demonios le estaba preguntando? Obvio que no pensaba volver a verla, pero no entendía el impulsor de aquella pregunta.

—No —le respondió. Y era la verdad.

Hanamichi se le acercó. Aún suspiraba por el llanto. Se abrazó a Kaede buscando recobrar esa tranquilidad que su cercanía le otorgaba.

Soy tu mejor amigo,

tu pañuelo de lágrimas, de amores perdidos.

Te recargas en mi hombro,

tu llanto no cesa, yo sólo te acaricio.

—Voy a extrañarla, Rukawa.

—Lo sé, Hanamichi.

Kaede lo abrazó más fuerte y lo atrajo hacia sí mismo. Acarició su cabello con cariño.

Y me dices por qué

la vida es tan cruel con tus sentimientos;

yo sólo te abrazo y te consuelo.

Me pides mil consejos

para protegerte de tu próximo encuentro.

Sabes que te cuido.

—Gracias por venir, Kaede. Kasumi me dijo que tenías partidos importantes.

—No importa. Nada es más importante que esto.

Kaede se había dejado llevar por aquella atmósfera de tranquilidad que los rodeaba. No tenía planeado declararse, pero todo era tan propicio que no pudo resistirse.

Hanamichi no se inmutó. Al contrario, se pegó más al hombre que lo consolaba.

—Voy a extrañarla.

—Lo sé. Pero habrán más chicas locas por ti, torpe.

—No quiero más chicas, Kaede —el pelirrojo lo abrazó con fuerza. Kaede se ruborizó y creyó que estaba escuchando mal.

Lo que no sabes es que yo quisiera ser

ese por quien te desvelas y te desesperas.

Yo quisiera ser tu llanto,

ese que viene de tus sentimientos.

Yo quisiera ser ese por quien te despiertas ilusionado.

Yo quisiera que vivieras de mi siempre enamorado.

—No necesito más chicas.

—Y yo no necesito nada más que esto...

Tú te me quedas viendo

y me preguntas qué es lo que está pasando,

y yo no sé qué hacer.

—¿Qué te pasa? —preguntó el pelirrojo. Kaede de pronto se había quedado inmóvil, sin acariciarle el cabello ni hacer un movimiento.

Hanamichi se separó un poco y lo miró al rostro. El pelinegro tenía la cabeza baja y se resistía a encararlo.

Si tú supieras que me estoy muriendo.

Quisiera decirte lo que yo siento.

Pero tengo miedo de que me rechaces

y que sólo en mi mente vivas para siempre...

Kaede se vio sin salida. Estaba a punto de llorar. No soportaba más guardar todo ese amor en su pecho. Necesitaba confesarlo ya, y tenía miedo de perder al pelirrojo.

Quería decirle todo. Hablarle de las noches en vela que pasó pensando en él. De las miles de veces que estuvo a punto de besarlo. De lo tentado que estuvo siempre de hacerlo suyo. De todo lo que pasó para aceptar que él no era suyo, y que no debía hacerse falsas ilusiones.

—Hanamichi, yo...

El pelirrojo lo miró. Pero lo miró como entendiendo todo sin palabras; como correspondiendo a todos esos pensamientos que en ese instante invadían su cabeza.

—Gracias por amarme, Kaede —susurró Hanamichi. Y, en un acto sin precedentes, sujetó al pelinegro por las mejillas y depositó sobre sus labios un suave beso cargado de ternura y tranquilidad. Un beso que ninguno de los dos olvidaría en el resto de sus vidas. Un beso que nunca en la vida los dejaría ser los mismos, porque, en ese instante, todo el mundo había cambiado.

Yo quisiera ser tu llanto, tu vida...

Yo quisiera ser tu llanto, tu vida...

Notas de la autora:

Para todas las personas que esperaron con paciencia y buena voluntad que esta historia llegara a su fin, he aquí el último capítulo de Amor sin barreras. Ya me urgí terminarlo para poder finalizar también Revivir el pasado, y continuar con un fic yuri que está avanzando progresivamente.

También he de mencionar que este final dejará muchos cabos sueltos para los y las lectoras. Pero, como solución, viene un epílogo en poco tiempo. Ahí quedará terminado todo asunto que aquí hubiera podido parecer inconcluso.

Si bien detesto la música POP, la canción que incluyo en el capítulo se titula "Yo quisiera", y la canta un grupo recién lanzado llamado Reik. No es que ame este tipo de música, pero me imaginé a Kaede Rukawa pensando todo eso de su querido amigo Hanamichi, y se me hizo que encajaba con la historia, y con el momento en particular.