EPÍLOGO

—¡OTOMI SAKURAGI! ¡VUELVE AQUÍ INMEDIATAMENTE!

Ese es papá. Él cree que voy regresar para escucharlo darme un sermón de una hora entera acerca de las primeras citas y de lo peligrosos que son los muchachos a mi edad.

Pero papá no entiende que, a pesar de tener sólo quince años, soy una chica inteligente, responsable y previsora.

No lo justifico, pero... Podría tener razón al preocuparse.

Y es que hoy tengo mi primera cita.

Es con un chico de la escuela. Él es un par de años mayor que yo, por eso mi papá está tan preocupado. Dice que los muchachos, a mi edad, no son malos. Pero las hormonas y, a veces, los sentimientos, los hacen actuar de manera impulsiva, y esto puede traer consecuencias impropias para el momento y la edad, sobre todo para mí como mujer, y bla bla bla bla bla...

Me sé de memoria el discurso.

No es que me burle de papá o que no valore sus consejos; a fin de cuentas, él quiere lo mejor para mí. Pero creo tener idea de lo que me conviene y lo que no.

—¡OTOMI!

Ahí está de nuevo.

Yo estoy en mi habitación, y creo escuchar sus pasos subiendo la escalera.

Sí. Ahora está llamando a mi puerta.

—¿Puedo pasar? —lo escucho decir con un tono de voz moderado.

—Adelante, papá —le respondo. Él se introduce en la habitación y mira de reojo mi decorado. Debe estar sorprendido, puesto que esta mañana todo el cuarto parecía zona de desastre.

—¿Limpiaste tu habitación, hija?

—Sí. No quería darte motivos para castigarme.

Él sonríe. Papá tiene una manera extraña de sonreír.

—Otomi... Quiero hablar contigo acerca de...

—¿De Kevin?

Kevin es el muchacho con quien pretendo salir. Es hijo de un matrimonio americano que vive al otro extremo de la ciudad. Estudia ya el último año en Shohoku, y hace varios meses que me pretende.

Kevin me parece un chico lindo, y siempre ha sido amable y respetuoso conmigo.

Pero papá no deja de lado sus preocupaciones de padre sobreprotector.

—Él es ya un chico mayor, hija —empieza, sentándose en la esquina de mi cama y adoptando un tono paternal que sólo le escucho cuando habla de mamá.

—Sólo dos años —le respondo sorprendida y levantándome de la cama. Me acerco a la ventana y miro hacia la calle. Él nunca me había hablado con ese tono cuando de Kevin se trataba.

—Sí. Pero tú tienes quince, y quieres cosas distintas a las que quiere él. Te lo aseguro.

—Papá, yo no entiendo cuál es tu preocupación —le digo, volteando para mirarlo a los ojos—. Kevin siempre se ha mostrado respetuoso conmigo. Tú lo conoces.

—Sí, pero... Hija, todos cometemos errores. Y tal vez resultan ser errores que nos hacen felices, pero que al principio son difíciles.

No entiendo adónde quiere llegar, pero lo escucho.

—Hija, las cosas para tu madre y para mi fueron difíciles al principio...

—Ya me has hablado de que ustedes se conocieron jóvenes, y que fue difícil adaptarse uno al otro, papá.

—Otomi, voy a contarte toda la verdad acerca de tu madre y de mí.

No entiendo a qué se refiere. Su versión siempre ha sido que mamá era una mujer maravillosa que murió joven y me dejó huérfana.

—Tu mamá era una actriz muy famosa. La conocí en una convivencia a donde Youhei y los muchachos me llevaron. Nos enamoramos. Nos hicimos novios. Tuvimos relaciones una Navidad y ella se embarazó. Nueve meses después, naciste tú.

Esa información me ha dejado sorprendida. No sabía que mis padres me habían concebido antes del matrimonio.

—Para nosotros —continúa él sin dar tiempo a que me recupere— no fue difícil cuidarte y procurarte porque Haruka era famosa y tenía mucho dinero. Pero lo difícil fue hacernos a la idea de que seríamos padres tan jóvenes y deberíamos adaptarnos uno al otro. Yo a penas tenía dieciséis años, y tu mamá dieciocho.

¿Así que mi madre había sido actriz...? Y yo me entero doce años después de su muerte.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —le pregunto ya un poco molesta, puesto que se hace tarde para mi cita y acabo de ver por la ventana que Kaede Rukawa llega a buscar a mi papá.

—Otomi, yo sólo quiero protegerte.

—Lo sé.

Tal vez papá se ha dado cuenta de mi impaciencia porque parece concluir su monólogo:

—Sólo prométeme que te cuidarás, y no harás nada que no quieras hacer.

—Está bien, papá.

Y, dicho esto, papá sale de mi habitación tras darme un beso en la frente.

Sólo un par de minutos después, escucho su voz en la sala hablando con Kaede Rukawa.

Papá no sabe que ese hombre no me agrada mucho. Desde que tengo memoria, ha sido cercano a nosotros. Incluso a los cinco años yo lo llamaba tío. Pero, cuando yo tenía seis o siete años, una noche lo sorprendí besando a mi papá. Desde entonces no me agrada.

Pero eso papá no lo sabe, y no quiero decírselo para no ocasionar que ellos rompan su relación. Porque siempre he sospechado que llevan una relación de pareja. No lo he corroborado, pero no quiero mermar su felicidad.

En fin.

Ocupo el resto de la tarde para arreglarme. Quiero causarle una buena impresión a Kevin. No quiero parecerle una niña inmadura, así que uso una falda algo corta, una blusa escotada bajo mi suéter de cuello alto, y un poco de rimel, delineador y brillo labial.

Al mirarme en el espejo casi no me reconozco. Yo, que siempre uso pantalón, que visto manga larga y cuello alto, que no utilizo maquillaje... Pero todo sea por agradarle a Kevin. Porque él realmente me agrada.

Una vez que termino el arreglo de mi apariencia, consulto la hora en el reloj. Faltan cuarenta minutos para las siete. Iba a ver a Kevin en el centro comercial a las siete, y hacía veinte minutos hasta el lugar. Pensé en pasar a comprar pastillas de menta, por si las necesitaba, y quería caminar despacio, así que tomé una bolsa de mano que mi abuela me regaló y que nunca había usado, mis llaves y mis zapatos, y salí de mi habitación.

Bajé los escalones cuidando de no hacer ruido, y escuché murmullos que provenían de la sala:

—Estoy preocupado por ella —es la voz de papá—. Le hubiera pedido que no asistiera, pero es una chica responsable y madura.

—Eso es cierto —reconozco esa voz como la de Kaede Rukawa—. Ten un poco de fe en que todo saldrá bien, Hanamichi.

—Es en ese chico en quien no confío.

—Si te hace sentir mejor, puedo ofrecerme a llevarla hasta el centro comercial. Me aseguraré de que se encuentre con el muchacho y volveré para acompañarte mientras la esperas.

—¿Lo harías?

—Bueno, sé que no le agrado, pero haría lo que fuera por ti.

Me sorprende escucharlo hablar así. Parece querer mucho a mi papá. Pero también parece conocerme, porque tiene razón: no aceptaré que me lleve a ningún lado.

—Nos vemos, papá —salgo por el pasillo y Rukawa se levanta para intentar decirme algo—. No llegaré muy tarde —aviso, y no les doy tiempo de nada cuando ya salí de casa y dejé la puerta cerrada. Hubiera querido abrazar a papá, darle un beso y decirle que agradezco su preocupación, pero no se presenta la oportunidad.

Camino despacio hasta un expendio de golosinas cercano a casa. Compro mis pastillas de menta y emprendo el camino, muy despacio. Todo el trayecto siento la presencia de alguien cerca de mí, pero no le doy gran importancia y sigo imaginando la velada de ensueño que deberá ser mi primera cita: Kevin me llevará flores, veremos una película romántica, me tomará de la mano y me llevará a tomar un helado. Luego me acompañará a casa y nos daremos un tierno beso en los labios en el umbral de mi casa. Y saldremos nuevamente el próximo fin de semana.

Me emociona mucho todo esto.

Llego al lugar en donde nos veremos. Kevin no está y consulto mi reloj. Faltan quince minutos. No puedo esperar que sea el más puntual del mundo, ¿o si? Pero no puedo justificarlo cuando lleva ya quince minutos de retraso, porque llevo sentada aquí treinta minutos, y Kevin no ha llegado.

Pero mi coraje, mi enojo, todos mis reclamos se desvanecen cuando lo veo llegar. Se ve muy guapo. Parece arreglado para la ocasión.

Yo lo miro embelesada porque me interesa. Y ni siquiera ahora me creo que de verdad esté a punto de empezar una cita con él.

—Hola —me saluda con una sonrisa cautivadora—. Lamento haber llegado tarde.

—No te preocupes. Yo llegué demasiado temprano.

Y es ahí cuando le sonrío como toda una idiota.

—¿Quieres acompañarme a una fiesta? —me pregunta.

Yo esperaba ir a ver una película o a tomar un helado. Pero no importa lo que hagamos porque iré con él. Así que acepto sin preguntarle la dirección o algo al respecto del plan improvisado.

Me abre la portezuela de su automóvil y me invita a ocupar el lugar del copiloto. Entro y me coloco el cinturón de seguridad en tanto él ocupa el lado del conductor. Mi corazón late rápidamente. Kevin me llevará a una fiesta como su acompañante... Y eso me pone muy nerviosa.

Conduce sólo quince minutos y llegamos a un edificio en una zona que no reconozco. Salimos del auto y me conduce al tercer piso en un ascensor que huele a detergente. Llama a la única puerta que hay en el piso y una chica muy bonita nos abre. Tiene el cabello rojizo y rizado y los ojos azules. Su cabello parece teñido. Noto cómo Kevin la recorre de pies a cabeza, y sin querer me comparo con ella: papá dice que soy muy bonita, pero eso lo dice porque es mi papá. Soy pelirroja natural pero mi cabello es muy lacio. Mis ojos son verdes y me gustan, pero la sombra que decidí utilizar hoy no los deja lucir mucho. Esa chica parece mayor que yo, y, definitivamente, no es japonesa.

—Ella es Otomi —escucho decir a Kevin—. Espero que no te moleste que la haya traído, Jadmy.

—Claro que no, cariño —responde la tal Jadmy y me mira. Y no sé por qué su mirada no me agrada.

Kevin me toma de la mano y caminamos hasta donde se encuentran varios chicos, todos mayores que yo, y algunos mayores que Kevin.

Me presenta con todos, que en su mayoría son occidentales. Sólo uno llama mi atención: se llama Koiji y es el único oriental en el grupo. Él parece más o menos de mi edad.

—Kevin, qué bonita muñequita has conseguido —escucho decir a un muchacho como de veinte años, de cabello negro y de tipo atlético. Su nombre es Karl.

Su comentario no me gusta, pero al resto parece causarles mucha gracia.

—No la molesten —escucho decir a Koiji—. Es una niña.

Ese comentario tampoco me agrada, pero igual funciona porque no vuelven a molestarme.

Kevin me dice que mejor vayamos a un lugar con menos ruido, y nos dirigimos a una de las muchas habitaciones en el departamento.

—¿Tienes sed?—me pregunta Kevin, una vez que estamos dentro de la alcoba.

Asiento con un movimiento de cabeza y sale hacia la fiesta.

No me da tiempo para hacer nada sola, porque vuelve casi de inmediato con dos vasos rojos.

—Es cerveza —me dice, ofreciéndome uno—. Aquí no la he visto a menudo, pero en occidente es muy popular.

—¿Cerveza? —imagino que debe ser buena por lo que Kevin me dice, pero lo cierto es que nunca en mi vida he tomado alguna bebida alcohólica.

Sin embargo, por no parecerle una niñita inexperta, acepto beber el contenido del vaso.

Obvio que me arrepiento de inmediato: el sabor es amargo y deja un mal aliento. Le devuelvo el vaso con un gesto de asco en la cara, y él se ríe de mí.

—Te ves graciosa —me dice entre risas.

—Está muy amarga —le respondo seria.

Él de inmediato cambia su expresión, y su rostro se torna serio y con mirada profunda.

—¿Qué me ves? —le pregunto nerviosa. No me parece divertido porque sus ojos tienen la extraña propiedad de causarme nerviosismo.

—Te ves muy bien esta noche —me dice, y su comentario cobra rápido efecto porque me sonrojo—. Luces sexy.

Ese es el primer cumplido que alguien ajeno a mi familia me dice. Y no es algo como "que lindos zapatos", o "tu cabello huele bien". Me siento tan mayor que sonrío sin querer.

—Gracias, Kevin... —le respondo, y noto cómo, muy despacio, él empieza a acercarse a mí.

No me alejo porque infiero que querrá besarme. Y un beso suyo es lo que más deseo en este momento. Y siento su aliento cada vez más cerca de mi cara. Huele a la cerveza que recién tomó, pero no importa.

Por fin sus labios están sobre los míos. Juega con ellos un momento, y luego introduce su lengua en mi boca. Juega con mi lengua y saborea mi aliento.

Al principio todo aquello me gusta, pero luego Kevin intenta recostarme sobre la cama. No quiero dejarlo, pero él es más fuerte que yo. Así que termina por vencerme y me recuesta, situándose él sobre mí. Intento forcejear, pero resulta inútil. Es más alto y más corpulento, y por obvias razones me gana. Siento sus manos acariciando mi cuerpo sobre mi ropa. Mete las manos debajo del suéter y empieza a masajear mi pecho. Pero sus caricias son rudas y, lejos de excitarme, me asusta y me lastima. Lloro sin querer. Empieza a levantar mi falda y me aterro. En ese momento admito que papá tenía razón.

—No, por favor —le suplico entre lágrimas y suspiros—. Por favor...

Pero él no quiere escucharme.

—Sabías que esto pasaría. Eres igual de fácil que todas las mujeres.

Sus palabras hacen eco en mi cabeza. No quería esto. Yo quería una película y un helado. Tal vez un beso y una segunda cita. No quería esto...

Dejo que mis lágrimas broten a voluntad. Sus manos siguen invadiendo mi cuerpo. Me lastima, pero espero que termine pronto.

No ha conseguido su objetivo, cuando siento que alguien lo retira de golpe. No quiero abrir los ojos, pero oigo voces masculinas.

Estoy llorando en la cama, hecha un ovillo y sin querer mirar a nadie.

Siento que alguien me levanta en brazos, y pierdo conciencia de todo.

—¿Estás bien? —escucho una voz que me resulta muy familiar, pero que no identifico con rapidez.

Abro los ojos lentamente y me doy cuenta de que estoy dentro de un auto. El aromatizante de durazno me es familiar, y ubico frente a mí el rostro preocupado de la persona que menos espero ver...

—Sí... No... No lo sé...

Y rompo a llorar en presencia de Kaede Rukawa...

No me doy cuenta de cuándo me abraza y yo continúo llorando entre sus brazos. He mojado su camisa oscura. Huele bien.

Sin querer, le cuento todo: mis expectativas, mis impresiones, lo que sucedió dentro de la habitación.

—Yo sólo quería un beso... Papá tenía razón... Estará tan decepcionado de mí...

Y sigo llorando.

No me preocupa tanto sentirme la mayor estúpida del mundo. Me preocupa más que papá sabrá que, finalmente, no soy tan madura como yo creía.

—No volveré a salir con un chico —finalizo entre suspiros y secándome las lágrimas con un pañuelo que Rukawa me ha ofrecido.

—No digas eso, Otomi —lo escucho hablar.

Lo miro a los ojos y dejo de llorar instantáneamente. Él me limpia el rastro de las lágrimas sobre el largo de mi rostro.

—Tu papá tenía razón: ese muchacho quería algo distinto, pero tú eres una chica responsable e inteligente. Está bien querer un beso. Tú no tienes la culpa de nada.

Sus palabras empiezan a tranquilizarme.

—Y sí volverás a salir con chicos. Pero con chicos prudentes y que deseen lo mismo que tú.

Finaliza su consuelo con una sonrisa dulce que en algo me recuerda a mi papá.

Sin querer me siento más tranquila. Sé que papá dará el grito en el cielo cuando se entere de todo esto. Pero algo bueno ha salido: Kaede Rukawa será como mi padre desde ahora.

FIN

NOTA FINAL DE LA AUTORA:

Fiiiiiiiiiiiin... Todo tiene un fin, menos el fuego de tus ojos que se pieeeeeeeerdeeeeeen, oculto en el misterio de las historias que no cuenta el celestial calor del sol... Así dice una canción que justo acabo de escuchar. Se llama Fin y la canta un grupo mexicano llamado Jaguares. Y, casualmente, este es el final de Amor sin barreras.

Debo admitir que disfruté mucho escribiéndolo, y mucho más cada vez que recibía un comentario bueno acerca dela trama o los personajes originales.

¿Qué harán ahora los aludidos?

He aquí algunas opciones: Hanamichi y Kaede empiezan a vivir juntos (eso es seguro y más que evidente), y Otomi es muy feliz con ellos como familia. Haruka, como ya sabemos, murió hace doce años; desde donde está, aprueba al 100 la nueva relación del pelirrojo. Otomi abuela sigue casada con Daisuke hasta que la muerte los separa. Kasumi (por si alguien la recuerda) estudia teatro y arte dramático, y, en estos momentos, debe estar en Singapur, de gira con la compañía que la contrató; nunca se casa, pero tiene noviazgos frecuentes y desastrosos. Al final, al único que amó fue a Rukawa. Amano sigue siendo un actor, y con el paso del tiempo se vuelve más famoso; parafraseando la primera novela que escribí, se contagia de VIH y muere diez años después de contraerlo a causa de una gripa mal tratada.

Creo que son los principales...

Estaba pensando en hacer una continuación en donde hablara más de los hijos de todos, pero comprendí que ya no habría mucho de SD, así que eso lo dejo a votación.

Por último (pero no de menor importancia), quiero dar las gracias (MUCHAS, MUCHAS, MUCHAS, MUCHAS, MUCHAS GRACIAS) a todas las personas que se tomaron el tiempo de leer este fic, que fueron quienes me impulsaron a que llegara hasta este punto. Igual y no tuve la atención de agradecer particularmente a cada persona, pero les juro que todos los reviews que recibí me ayudaron a escribirlo. GRACIAS A TODOS.

Tal vez me estoy dando demasiada importancia, pero la verdad es que considero un logro personal haber terminado Amor sin barreras.

PRONTO TAMBIÉN GRAN FINAL DE REVIVIR EL PASADO.