4
Ni un maldito ki, pensó Gohan. Por más que lo intentaba, no podía percibir la presencia del asesino, del cruel y despiadado ser que le había arrebatado a su esposa. Y en qué forma lo había hecho; cuando el saiyajin vio a Videl en esa posición y con esas heridas, no pudo creer que se trataba de la misma mujer con la que había hecho el amor una noche antes. Procuraba mantener la calma, un ataque de furia no serviría de nada, ni había contra quién dirigirlo. Primero su hermano, un amigo y ahora su mujer; difícil para él olvidar los dos cuellos, el roto y el desgarrado, y la expresión de horror que tenían los tres a la hora de morir, la cual conservaron aún después de cruzar la línea existente entre este mundo y el posterior.
—Entonces ¿en dónde están?
—Sé que no están en el otro mundo —respondió Dendé—. No en el cielo. Tampoco en el infierno, lo cual sería absurdo porque eran buenas personas... Pero no sé nada más. Murieron hace muy poco. Tal vez deberíamos esperar.
—¿No podrían haberse quedado en la Tierra?
Escuchó una de las puertas eléctricas abrirse, y después ese inconfundible taconeo acercándose a él. Siguió con sus manos en la balaustrada, mirando la cercana Capital del Oeste, luz entre la oscuridad de la madrugada.
—¿En qué piensas, Gohan? —preguntó Bulma, de pie a su lado.
—¿En qué más podría pensar?
La mujer suspiró y luego le sobó la espalda para confortarlo, pero el saiyajin seguía teniendo en ojos un brillo de lágrimas contenidas y su boca se torció con amargura.
—Sufrió mucho dolor —Gohan tragó saliva—, de seguro esperaba que alguien la ayudara, que yo la ayudara.
—No te tortures así.
—Debí estar con ella, debí encontrarla primero; pobre de Pan...
—No te preocupes más por ellas —le decía Bulma, con toda tranquilidad—. El cuerpo de Videl lo hemos puesto ya en una cámara de conservación y Pan ya está mejor. Se llevó un gran susto, pero ahora está decidida: va a recuperar a su madre cueste lo que cueste.
—¿Qué dices?
—Así como lo oyes —la mujer sonrió—. ¿Acaso te has olvidado de las esferas del Dragón?
—No me digas que... —comenzó a decir el saiya, entrecerrando sus ojos, incrédulo.
—Sí. Tu hija y la mía irán a buscarlas. No irán solas, por supuesto: Uub, el recién graduado aprendiz de Goku, las acompañará.
—Me parece demasiado arriesgado, no creo que...
—Lo sé. Pero por lo visto, mantenerlas en casa no resultaría más seguro, Gohan. Además, es la única manera en la que pueden ayudarnos. Y realmente quieren hacerlo.
Gohan, resignado, aspiró hondo y soltó el aire en un suspiro.
—¿Cuándo partirán?
—Hoy mismo.
—¡Goku!. ¡Amor!. ¡La comida está lista! —gritó Milk a su marido, con una sonrisa adornando sus labios.
—¡Ya voy! —contestó Goku, desde el segundo piso.
Acto seguido, se escucharon los pasos del saiya; bajaba las escaleras rápidamente, como si hubiera acumulado sus ansias por comer durante tres días. El olor de los tallarines abofeteó su nariz con fuerza y se le hizo agua la boca.
—Ten calma, ya te sirvo—dijo Milk, risueña, al ver que el saiya irrumpía en la cocina.
—¡Tengo mucha hambre —decía Goku, ya sentado, apretándose la panza con las dos manos— y tú cocinas tan delicioso!
—Aquí tienes —Milk le dio una buena porción de tallarines en un plato hondo— Si quieres más, me dices... Creo que comeré de una vez, podrías acabarte todo antes de que yo pueda servirme un plato, y la verdad es que yo también tengo mucho apetito el día de hoy.
Al dar el primer bocado, Goku prefiere disimular el desencanto que le provoca el mal sabor de la comida, aunque es obvio que no le ha gustado, pues no come desesperadamente como es su costumbre. Él sabe lo que el tiempo provoca en los seres vivos, y su esposa no ha escapado a la ineludible ley del deterioro —aunque él no lo pone en estos términos, por supuesto—. ¿Acaso los años también se llevan consigo el buen sazón? Idiota. Se le muere el hijo, le matan a la nuera, y tú esperando que esté de humor para hacerte unos tallarines así como aquellos que te preparaba cuando se suponía que era feliz y no se pasaba el día reprochándote lo que no pudiste nunca solucionar y lo que jamás supiste cómo arreglar. Sin embargo, hace algunos días, probablemente le hubieras dado un gusto enorme a tu paladar aunque, al momento de llamarte, tu esposa no hubiera sonreído como lo hizo los primeros años o meses o días quizá. No te diste cuenta, sino hasta muy tarde, o quién sabe, con ustedes dos nunca se sabe, que la posición de los labios altera la intención de aquello que la lengua logra pronunciar.
—¿Tú no vas a comer? —le pregunta Goku a su mujer, la cual se ha sentado a la mesa con las manos vacías.
—No tengo hambre —contesta ella, bajando la mirada—... Además, la comida ha de saber horrible; estás comiendo como un humano normal.
Goku no dice nada. En silencio, se cuestiona sobre la relación que lleva con esta mujer, pues dicha relación se ha deteriorado cada vez más. Realmente no es cuestión de pleitos y rencores, sino más bien de una rutina que con los años parece haber sustituido al amor que había entre los dos: ella siempre con sus reclamos y él con su despreocupación, y una que otra vez, un momento de pasión que sólo es un recuerdo de lo que alguna vez fue y no volvió a ser. ¿Es culpa nuestra o de la edad, se pregunta el saiya.
—¿Cómo está Pan?. ¿Está bien?
—Sí, la vi en la mañana.
—Me alegro. Ayer estaba muy mal; pobre de ella, haber hallado a su mamá así... ¿Por qué dejó mi hijo que fuera a buscar las esferas? Pan debió descansar y recuperarse del espanto.
—Ella estará bien —Goku ha perdido el apetito, ya no había prueba para nada su comida— Uub y Bra la acompañan.
Callan de nuevo; a Goku esos tallarines le parecen eternos. No comprende cómo algo cuya preparación se ve tan simple puede salir con ese sabor y olor que lo hacen tan difícil de ingerir. Los remueve con los palillos y los prueba de nuevo con la única intención de evitarle un disgusto más a su mujer.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? No te entiendo, Goku. Nuestro hijo está muerto. Lo mataron y no sabemos ni quién fue.
El saiya para de comer y se queda pensativo unos momentos.
—Milk —dice con desgana, pues supone que la humana no lo entenderá—... Me duele mucho la muerte de mi hijo, pero también lo conocí muy bien. Yo sé que a él no le gustaría vernos preocupados, sino luchando por mantener la paz en este mundo. Ya tendremos la oportunidad de arreglar esto; mientras tanto sólo podemos estar alerta y esperar.
—¿Esperar?—Milk suena molesta— ¿Esperar qué?. ¿Otra muerte?
—Esperar lo que sea —Goku se pone de pie—. Tengo que irme.
—¿A dónde vas! —grita la mujer, desconcertada, siguiendo a Goku, pues ve que su marido sale de la casa de repente y sin dar ninguna explicación.
—Iré con el maestro Roshi y con Krilin —dice él, mientras camina—. Quiero ver que estén bien y que sepan lo que está ocurriendo, para que estén prevenidos. Me había olvidado de ellos por completo.
—¿Y no pudiste decirme eso desde un principio?
Goku emite un suspiro.
—Disculpa.
Cierra sus ojos y se concentra; percibe a las personas dentro de la casa en aquella pequeña isla. Contrae el anular y el meñique, junta el índice y el medio; así los lleva a su frente para desaparecer de la vista de Milk.
Lo primero que Goku vio al abrir los ojos fue el hogar del maestro Roshi. Recordó como, en el pasado, ese anciano había hecho lo posible por instruirlo; alguna veces lo hizo usar un caparazón de tortuga y en otra ocasión hasta se había disfrazado para poder retar a su alumno en el Torneo de las artes marciales. Movió su cabeza de lado a lado para sacudirse los recuerdos y se acercó a la casa.
—¡Maestro Roshi!—gritó, usando sus manos a manera de altavoz.
Le extrañó que nadie saliera de la casa para recibirlo, aunque en realidad sólo habían pasado algunos segundos.
—¡Maestro Roshi!. ¡Soy yo: Goku! —gritó de nuevo, con más fuerza, pero nada. Se acercó a la puerta y tocó — ¿Hay alguien ahí dentro!
En un gesto de desconcierto, se rascó la nuca.
—¡Qué diablos!. ¡Entraré! —exclamó y, para su sorpresa, con sólo girar la perilla pudo abrir la puerta— ¿A dónde habrán ido todos? —se preguntó a sí mismo, al no ver a nadie adentro.
Goku se dispuso a inspeccionar la residencia con rapidez: revisó la cocina, la sala, las habitaciones, los baños... hasta el último rincón. Incluso buscó en el interior de los armarios y debajo de las camas pensando que tal vez los habitantes de esa casa le estaban gastando una broma.
—No hay nadie —concluyó al fin.
Sintió gran desconcierto al no hallar a nadie, pues para tele-transportarse, se había concentrado en el ki de los habitantes de la casa. Y ahora nadie, ninguna presencia. Se encontraba de pie en la sala y volteaba a su alrededor, todavía extrañado.
—Tal vez si los espero... —dijo en voz baja.
Se acomodó en uno de los sillones a descansar; se acostó boca arriba y colocó las manos en su nuca.
—Ojalá no tarden mucho en regresar —bostezó, abriendo la boca tanto como su mandíbula se lo permitió y cerró los ojos—... tienen que saber... todo lo que ocurre...
Comenzaba a adormilarse cuando de pronto sintió como si fuera a caerse del sillón. Falsa alarma, sensación que se repetiría todas las veces que intentara dormir una siesta ahí, como una inquietud que tratara de ponerlo en estado de alerta. Al ver el reloj, marcando una hora que no iba de acuerdo con sus cálculos (de los que él mismo desconfiaba), decidió despabilarse y ponerse de pie.
—Esto es muy extraño... No creo llevar tantas horas aquí. —tal vez al aire le hizo esta observación, pues no había nadie que pudiera escucharlo.
Caminó hacia la sala de nuevo y se distrajo viendo las fotos que había sobre una mesa: vio al maestro Roshi vistiendo un caparazón de tortuga sobre su ropa normal; a Krilin cuando era niño, luego ya crecido, después con cabello y en otras dos imágenes, acompañado de C-18 y Maron; había una fotografía de él mismo, tomada el día de su boda con Milk... Quién está ahí, gritó de repente. Parálisis por unos instantes. Aquello no fue producto de su imaginación, estaba seguro. Intentaba concentrarse a pesar de lo rápido que empezó a latir su corazón. No halló ningún ki tan cercano. Pero esa luz que se dejó ver por la ventana no había salido de la nada. Algo merodeaba ahí afuera y Goku presintió que la única manera de cerciorarse era saliendo de la vivienda.
—¡Deténte!
Lo vio de nuevo por otra ventana: era un humanoide luminoso el que corría alrededor. Viene por mí, pensó el saiya, y querrá aniquilarme como lo hizo con Goten y Trunks. Se dirigió paso a paso hacia el exterior de la casa, mirando en todas direcciones; ahora la vista era la única manera de localizar al enemigo, Pero en esta ocasión las cosas serán al revés, y si no te elimino yo, quedan otros que sí lograran hacerlo, tenlo por seguro. Al salir, encontró al ente antropomorfo de pie, inmóvil, como si estuviera esperándolo.
—¿Quién eres? —le preguntó Goku.
Sin rostro, ni orejas; sin cabello, ni vestimenta; lo que tenía Goku enfrente era luz y energía puras.
—¿Quién diablos eres! —insistió al momento de tomar una postura de combate. Unas gotas de sudor resbalaban por rostro.
Pero el otro se mantenía inerte; las palabras del saiyajin parecían no intimidarlo, No sé que pretendes pero, no lo lograrás, pagarás por lo que has hecho, pensaba el saiya, No sabes tú lo que he hecho y lo que estoy por mostrarte, parecía pensar el otro, y con aquella misma tranquilidad, comenzó a levantar y a estirar su brazo, para después acumular en su mano una esfera de resplandeciente energía, misma que salió disparada hacia Goku.
—¡Tendrás que hacer más que eso para acabar conmigo! —le dijo al extraño ser, luego de haber esquivado su ataque.
Fue entonces cuando los vio. Al menos una parte de ellos, lo que la arena removida por la fuerza de la esfera lumínica dejaba ver. Un brazo aquí. Un pie allá. Una cabellera canosa y otra rubia. Una pierna. Tres brazos más. Y en medio de aquellos restos, el humanoide, de pie, casi triunfal. Mira. Míralos bien. Yo lo hice. ¿Qué harás ahora?
—¿Cómo pudiste...! —Goku expandió su ki— ¡Ya verás!
El saiya se lanzó contra su contrincante, decidido a acabarlo; el otro no se movió. Al momento de hundir su puño en aquel cuerpo, Goku perdió el conocimiento, no sin antes pensar que estaba a punto perder mucho más que eso.
