5
El ave permanecía inmóvil, pero alerta: vigilaba cuidadosamente cualquier movimiento que hicieran los tres extraños seres que ahora planeaban una emboscada contra ella. De seguro codiciaban sus huevos; querían apoderarse de ellos para luego disfrutar de un delicioso manjar y comer hasta empanzarse. Como era una buena madre, no lo permitiría. También era probable que estos bípedos pensaran que, caminando tan lentamente, pasaban inadvertidos. ¡Qué absurdo! Se movían directamente hacia ella, sin camuflaje siquiera, hablándose el uno al otro sin disimulo, según ellos hacían la voz tan baja como fuera posible para no ser escuchados. Ella, la protectora del nido, estaba lista para el ataque.
—Entonces¿cuál es el plan? —preguntó Bra.
—Yo la espanto —contestaba Uub— y ustedes corren por la esfera.
—¿No es peligroso? —inquirió Pan— Es casi de nuestro tamaño; un poco más grande...
—No importa... Uub, a tu señal.
—¡Ahora!. ¡A ella! —Uub corrió hacia el animal, gritando a todo pulmón y agitando los brazos como lo haría un náufrago cuando ve un helicóptero o una embarcación a la que considera su única oportunidad para escapar de la isla desierta.
Primero expandió su frondoso plumaje como advertencia, pero el ladrón no se detuvo, así que el ave saltó del nido violentamente, perdiendo bastantes plumas en el acto; gritaba y agitaba sus alas como guajolote enloquecido mientras lanzaba su enorme y obesa corpulencia contra el intruso, para detenerlo, aunque éste esquivaba muy bien las embestidas. De pronto volteó a ver su nido para asegurarse de que sus huevos estuvieran en su lugar; terrible fue su sorpresa y peor su enfado al descubrir que había caído en la trampa: en ese momento, las otras dos agresoras se posesionaban del huevo naranja, el más valioso de todos. No salió de su cuerpo, pero horas antes dedujo que si los huevos comunes originaban seres iguales a ella, entonces del anaranjado, el cual encontró porque el destino seguramente así lo había dispuesto, emergería un ser muy especial, treinta veces más bello que cualquiera de los polluelos que había tenido y que le faltaba por tener, razón por la cual le tomó un gran aprecio. Se regocijó pensando en la futura envidia de las demás hembras de su especie, las desafortunadas que no encontrarían jamás una esfera naranja, e imaginó lo calvas que se quedarían por el disgusto. Pero ahora, la que se quedaba sin plumas era ella, y todo por correr con tanta desesperación hacia las ladronas para intentar recuperar aquel tesoro.
—¡Toma Pan! —al ver que la gallina gigante se abalanzaba sobre ella, Bra le lanzó la esfera del dragón a la otra chica,
La bestia corría de un lado a otro, mientras los tres jóvenes jugaban a "el gato" con ella. Lo que en un principio les pareció arriesgado, ahora les resultaba todo un entretenimiento.
—Tengo que actuar rápido —se dijo Bra, quien había abandonado el juego; ahora arrojaba a la tierra una cápsula previamente activada.
Una vez desvanecida la nube de humo que la cápsula produjo, Bra pudo tomar del suelo una especie de rifle color aluminio. Lo apuntó a la gallina y le disparó tres veces.
—¡.¿Qué hiciste?.! —gritó Pan, al escuchar los tiros.
—Son dardos. Sólo la voy a dormir.
—¿Y no pudiste hacer eso desde un principio? —inquirió Pan, molesta, sosteniendo la esfera de siete estrellas.
El pobre animal comenzó a balancearse torpemente; procuraba mantener el equilibrio, pero pronto cayó; se desparramó en el suelo y perdió la conciencia. Horas más tarde lloraría su pérdida, si es que las aves pueden hacerlo, pues encontraría su nido totalmente vacío. Como era de esperarse, las serpientes de gran tamaño y otros reptiles que por ahí vivían no iban a desaprovechar una oportunidad como ésa para saciar su apetito con esos otros huevos que sí eran comestibles.
—La dejamos ahí, tirada —comentaba Pan, un poco preocupada, a bordo de la nave— Sus huevos corren peligro.
—Tienes razón —decía Bra, pensativa— pero no hay tiempo que perder. Para la próxima procuraremos hacer menos alboroto.
Pero todo iría de mal en peor.
En el sillón donde tres o más personas pudieran estar sentadas, sólo se halla el saiya. Ve las fotos de los portarretratos colocados a su lado en una mesa, lo cual es curioso, ya que a esta misma hora, aproximadamente, otro saiya hace lo mismo; otra casa, otras fotos, otra mesa y unas manecillas que no parecen indicar la hora correcta; y si se sabe algo es que en la naturaleza de los saiyajin parece predominar la fuerza y la violencia, no la nostalgia. Tal vez con la muerte rondando tan cerca las cosas eran diferentes. Incluso, horas antes, la nieta del saiya de mayor edad, hija del que aquí se encuentra, se llevó consigo un portarretrato, detalle del que Gohan no se percató.
El recién viudo saiyajin le ha dado varias vueltas al primer piso de su casa como bestia enjaulada; evita a toda costa subir a la planta alta, acercarse siquiera a la puerta de la alcoba que hace tan poco compartía con Videl. No subas, no vayas, no servirá de nada. Sabe que si entra a ese cuarto, la vería como la encontró la noche anterior, no como la conoció cuando estaba viva. La imagen terrible se aferra a su cabeza y él hace lo posible para borrarla. No pude estrecharla entre mis brazos, darle un beso, decirle adiós. No era ella, no era mi Videl; alguien se la llevó y dejó en su lugar sólo un cuerpo ensangrentado.
—¿Qué lees?
—Nada —contestó ella, cortante.
—¿Una revista para mujeres? —preguntó Gohan y se sentó más cerca de ella.
—Sí, y me gustaría mucho que me dejaras leerla —le dirigió al saiya una mirada pícara, que contradijo sus propias palabras.
El saiyajin le besó uno de los hombros que la blusa dejaba desnudos.
—¡Hazte a un lado! —gritó ella, empujando con una mano a su marido, mientras procuraba mostrarse enfadada— No trates de alegrarme —vio como su esposo soltaba la risa y ella, a su vez, luchaba por reprimir la sonrisa que se formaba en sus labios—... por que no lo lograrás.
—¿Estás leyendo consejos para tener una mejor apariencia? —decía burlón el joven.
—¡A ti qué te importa! —gritó ella y después volteó hacia otro lado.
—Sólo pienso que no los necesitas: no podrías estar más bella.
—¿Tú crees? —preguntó la mujer, más interesada, girando su cabeza para ver a Gohan.
Se miraron como bobos unos instantes.
—Vas a necesitar más que eso para que te disculpe, Gohan —dijo ella, negando con la cabeza y volviendo a su lectura— Todavía no olvido lo de anoche.
Gohan suspiró.
—No fue mi intención herirte.
—Me dejaste sola, y ni siquiera te tomaste la molestia de avisarme que no llegarías.
—¿Qué pudo suceder? —alegaba él, bromista— Si algún ladrón hubiera entrado por la ventana, habría tenido serios problemas contigo.
Videl cerró la revista y la puso sobre sus piernas
—Te esperé varias horas; nunca llegaste. Espero que no hayas visitado a otra mujer.
—Al diablo —vocifera el saiya, disgustado, mientras se sacude los recuerdos y se apresura hacia la escalera.
Se detiene ante la puerta, recordando que la habitación, la cual nadie se ha atrevido a limpiar hasta ahora, podría seguir en el mismo estado. ¿Para qué entras¿Para ver la sangre regada por todas partes¿Para verla a ella gritando de desesperación, se cuestionó; y sin más, entró.
—No puedo creerlo... —dice asombrado.
Aquello sucedió anoche, ahora es el día siguiente; el tiempo sólo sigue una ruta y no se mezcla, no se enreda. Por eso, lo que Gohan ahora ve no tiene ningún sentido. El espejo que estaba roto se halla en su lugar y en una sola pieza, los muebles ocupan su lugar habitual y las sábanas, las paredes y el suelo no podrían estar más limpios. Sólo falta ella; su presencia convencería al saiya de que nadie ha muerto en esta alcoba.
—¿No podrían haberse quedado en la Tierra?
El saiya imagina que su esposa ha puesto en orden la habitación. Casi la escucha llamándolo desde la cocina para que baje a comer y siente, por unos instantes, que las cosas son como todos los días y que su Videl todavía pertenece al mundo de los vivos. El sonido del teléfono lo trae de vuelta a la realidad.
—¿Bueno?
—¿Hijo?. ¿Estás ocupado? —pregunta su madre.
—No... claro que no. ¿Qué sucede?
—Es que tu padre no ha vuelto y no creo que lo haga hasta más tarde, o quien sabe¡tal vez lo haga hasta dentro de algunos días! —exclama sarcástica.
Gohan ríe.
—Quisiera que me acompañaras a comer, hijo.
—Está bien. Voy para allá.
—Pero no te demores, porque la comida ya está servida. De hecho, tuve que hacerla otra vez, porque me había salido con mal sabor. El pobre de tu padre se la tuvo que comer así, aunque es un desconsiderado por irse de este modo cuando le da la gana.
El saiya suelta la risa de nuevo.
—Mamá...
—¿Si?
—¿Tú lo hiciste, verdad?
Se hace una pausa.
—¿Hacer qué?
—Entré a la alcoba y... no lo podía creer. Te quedó impecable. Todavía no entiendo cómo lo lograste.
Milk guardó silencio.
—Gracias, mamá.
—Yo no... es decir, sabes que haría cualquier cosa por ti. Y ya vente, que se te enfría el plato.
Milk se despide y cuelga el teléfono. Piensa que beber unos tragos de agua fresca pueden ayudarla a tranquilizarse.
—Pero si lo único que yo hice fue ponerle llave a ese cuarto—se habla a sí misma, desconcertada— ¿Será posible que ella...?
Seguiría con sus conjeturas, pero su hijo ya toca a la puerta.
Era uno de esos días nublados en los que el peso del cuerpo y las sábanas aumenta considerablemente y uno no puede levantarse con facilidad. El cielo gris irradiaba una luz creadora de sombras difusas que se extendían por toda la habitación, por lo que habría sido complicado tratar de decir aquí es sombra y allá es luz. La chica daba vueltas y vueltas sobre la cama, quería dormirse sabiendo que en el mejor de los casos sólo tomaría una breve siesta. Se hallaba en un punto intermedio, como lo estaba el color del cielo: ni negro ni blanco, ni despierta ni navegando en las profundidades del sueño, acaso tocando con la punta de sus dedos la orilla de ese gran océano. Abría sus párpados sólo para cerrarlos de nuevo, pues él no estaba ahí; de haber sido así, a la joven se le hubieran desprendido por completo las ganas de dormir. Cerró sus ojos y en el acto apareció otra vez el joven del cabello violeta; ella lo visualizaba claramente, incluso sentía el hundimiento que provocaba el peso del joven sobre el colchón. Esos ojos azules la veían con ternura, y la mano en la mejilla de la chica sólo trataba de confortarla por todo aquello que alguna vez pudo haberla hecho empapar con lágrimas su almohada. Nunca me habías acariciado el cabello de este modo, me haces cosquillas en la oreja; perdona si sonrío como tonta, pero no puedo hacer otra cosa cuando te comportas así. Quisiera creer que estás enamorado de mí, como yo creo estarlo de ti. ¿Te imaginas? Yo a veces prefiero no hacerlo, me da vergüenza. Tú y yo, juntos, qué locura. Ya no me tratarías como si fuera para ti tu pequeña prima, me verías como un hombre ve a una mujer cuando la quiere, cuando la ama. Me darías miles de besos. Si tú supieras cómo me pongo de sólo pensar que tus labios tocan los míos. Me da risa, luego ya no. Yo también quisiera besarte, Qué cosas dices, no se puede, No veo por qué no, Tu eres un adulto, yo apenas una niña, Dicen que para el amor no hay edad, Tú eres sólo producto de mi imaginación, en la realidad eres diferente y no estarías diciéndome esto, Pero te lo digo ahora, quiero darte un beso, Si me besas, luego despertaré y caeré en la cuenta de que nada en verdad sucedió, no te imaginas lo doloroso que es eso a veces, Yo estoy soñando contigo en este momento, al igual que tú lo haces conmigo, No voy a creerte, Quiero que todo esto sea más que sólo un sueño, Pero es sólo eso, Puede llegar a ser más si tú quieres, No puedo estar segura, Claro que sí, será diferente la próxima vez que nos encontremos en persona, te lo prometo, entenderás que hemos soñado lo mismo el mismo día y a la misma hora, te daré una señal, haré algo inusual, Entonces mi señal será besarte la frente, me pararé de puntillas, Así hazlo, pero ahora bésame, Bésame tú. Le sorprendió el suave contacto de sus labios con los del joven, pero, cuando entendió que aquello con lo que había fantaseado tanto al fin se cumplía, luchó contra su timidez y se dejó llevar. Entonces, se cayó de la cama.
—¡Pan!. ¿Estás ahí? —ahora su papá toca a la puerta. Es otro día.
—Sí¿qué pasa? —pregunta ella, al momento de abrir para que Gohan entre.
—Hola, Bra —saluda el saiya a la chica de los ojos azules— ¿Cómo están tus padres y tu hermano?
—Hola, señor —dice Bra, agitando su mano, sentada en la cama de Pan— Todos están bien. Gracias.
—Me da gusto. Pan, iré a la casa de tu abuela. No tardaré mucho —dice y le besa la mejilla a su hija— Me dio gusto verte, Bra.
Una vez que Gohan se retira, Pan se sienta a un lado de su amiga y se prepara para el interrogatorio.
—Entonces, Pan, dime —dice Bra, risueña—¿te gusta o no?
—Ya te dije que no me hagas esa pregunta —contesta la otra chica, apenada, mientras pasa los dedos por su cabello lacio y oscuro—. Es guapo y es muy lindo conmigo, pero no sé porqué piensas que me gusta.
Tal vez tu amiga observa como te brillan los ojos de sólo verlo, como tratas de disimular la emoción que sientes cuando el joven te saluda y besa tu mejilla y la forma tan dulce en la que hablas de él y lo recuerdas a cada momento. Incluso, hace algunos días, tuviste un sueño de lo más peculiar con el saiya, tal vez el más vívido de todos los que con anterioridad has tenido. Por soñar con un beso del hermano de tu amiga y por ser tan poco precavida, es hora de rendir cuentas.
—¡Sí que te gusta! —exclama Bra, un poco molesta— No puedes engañarme.
—De todas maneras. Aunque me gustara, de nada serviría, no habría ninguna diferencia.
—¡.¿Por qué no?.! —grita la otra, emocionada, poniéndose de pie— ¡Sería perfecto! Tú y mi hermano Trunks.
—No se puede. Él está muy grande.
—¡No importa!. ¡Mírate! Con otro vestuario y un poco de maquillaje, puedes aparentar más edad y él también podría enamorarse de ti y entonces...
—¡Ya basta! —la interrumpe Pan, poniéndose de pie— Eso no va a pasar.
—¡Por favor! Si mi hermano llegara en este momento y te abrazara, te besara y te dijera que te ama, te olvidarías de todo este asunto de la edad.
Ella tiene razón. Esta vez, sueñas despierta, vives la escena en tu cabeza. Estas de pie, en medio de un bosque irreal y lleno de luz, rodeada de árboles de hojas rosadas que bailan al son del viento, algunas desprendiéndose y volando de aquí para allàrozando tu piel, tus ropas y tu cabello. Sobre el césped violáceo camina una silueta que se dirige justamente hacia ti. Tú sabes que es él, pero quieres esperar a verlo con claridad para sonreír; Trunks hace lo mismo. Cierras los ojos cuando ya está muy cerca y esconde los dedos de su mano en tu cabello y roza con su pulgar tu mejilla, ahora tus labios, y cuando los suyos hacen contacto, te preguntas por qué todas tus fantasías terminan igual.
—Lo sé —dice y suspira—. No podría rechazarlo porque sí lo quiero.
—Eso es perfecto —la otra recobra el buen humor.
—¿Por qué lo dices?
—Porque tengo un plan.
