7

La chica está dentro de la cabaña cuando escucha a su amiga Bra lanzar un grito de horror, como si a la de ojos azules se le hubiera aparecido la muerte y estuviera a punto de rebanarle el cuello con la hoz. Todo pasó muy rápido, suelen decir aquellos que atraviesan por situaciones de extremo peligro y horror. Para Pan, es totalmente al revés. En cuanto comienza a correr, se siente inmersa en una masa invisible que le impide moverse con naturalidad. Está debajo del agua.

Había entrado a la cabaña por encargo de Bra, quien, con la ayuda de Uub, se ocuparía de encender el fuego. Pan no recordaba dónde había dejado los bombones la última vez, así que tardó algunos minutos buscándolos en la cocina, los gabinetes y los cajones. No tenía apuro: dedujo que sus amigos no se apresurarían a juntar la leña y prenderla. Todo eso dejó de importar cuando escuchó el estruendo y el alarido. Ahora, a pesar de que todo lo vive como en cámara lenta, tropieza con una de las sillas, cuando hubiera sido muy sencillo rodear la mesa en vez de correr en línea recta. Cae de bruces contra el suelo, pero sus brazos llegan primero a la madera; el golpe no resulta tan doloroso ni la detiene por mucho tiempo, aunque a ella le parece que los segundos se resisten a avanzar. Lo que encuentra al abrir la puerta no tiene relación alguna con todo aquello que ha pasado por su cabeza.

—¡Esta blusa la acababa de comprar¡Es el colmo que no puedas encender una fogata como debe ser! —grita Bra, en un tono que parece haber heredado de su padre.

—Disculpe, señorita Bra —dice Uub—. Pensé que sería más fácil hacerlo si utilizaba mis poderes.

Cuando la nube de humo se dispersa, Pan puede ver a tus compañeros con claridad. Sólo manchas de cenizas. Nada de sangre, cadáveres o seres malignos cuyo objetivo fuera eliminarla a ella y a sus seres queridos; eso vendrá después. Negando con la cabeza, regresa al interior de su hogar provisional. Ahora Bra puede gritar todo lo que quiera: ella ya no perderá la calma.

—Tendremos que usar esa otra leña —dice Bra, mientras se sacude el polvo. Señala un montón de maderos que han colocado cerca de ahí—. Pero esta vez, haremos la fogata de un modo más tradicional.

Encontrar la bolsa de bombones le toma a Pan algunos minutos más, mismos que han sido aprovechados por Uub, para prender los leños, y por Bra, para asearse y cambiar su atuendo. Ya pronto, se encuentran los tres sentados alrededor de las cálidas llamas que los salvan del frío cobijo de la noche.

—Fue una muy buena idea esto de acampar y lo de poner la cabaña —dice Bra; come su primer bombón derretido.

—Claro, "lo de poner la cabaña" fue tu idea —alega Pan, quien también pasa un bombón por la lumbre—; de hecho, tú la trajiste en una de tus cápsulas...

—Por eso digo que fue "una muy buena idea". Además, tanto lujo llega a cansar a veces¿sabes?

—Es impresionante —murmura Uub, absorto en las esferas del dragón. Las ha acomodado sobre la tierra, ordenándolas por número de estrellas—. Ya sólo nos falta una.

—¿La que tiene sólo una estrella? —pregunta Pan, cerrando su mano y levantando sólo su dedo índice. Después masticó un bombón chamuscado y empalagoso.

—Así es —contesta Uub, sentándose a un lado de las esferas y encajando una salchicha en una rama.

—Es curioso —comenta Bra—, las hemos encontrado en orden inverso, como si se tratara de una cuenta regresiva: siete estrellas, seis, cinco, cuatro, tres, dos...

—"Uno" —completa la otra chica—. Lo más extraño y mejor de todo es que las hemos conseguido con rapidez y sin mayores complicaciones.

—¡Eso lo dices porque a ti no te acosó ese pervertido! —dice Bra, cuya furia se refleja en la manera de encajar en la rama su segundo bombón.

—¿Ésta esfera? —preguntó el anciano, pasándose sus dedos por las barbas— Es muy valiosa, toda una reliquia —tomó la de cinco estrellas entre sus manos, separándola así de un montón de cachivaches que exhibía en su puesto de "maravillas invaluables"—. No puedo dársela por menos de cinco mil monedas de oro o su equivalente.

—¡.¿Qué!.? —gritaste, indignada. Ese viejo te vio cara de jugosa naranja y ahora quería exprimirte hasta la última gota— ¡Ese es un precio absurdo!

—Claro que no lo es —te aseguraba el muy canalla, con una sonrisita cínica—. Esta esfera es única —te mentía; tú ya tenías otras dos en tu poder—. Es un poderosísimo amuleto que le traerá fortuna, señorita; esas cinco mil monedas las recuperará en un parpadeo.

Sólo si fueras igual de embustera y la vendieras recuperarías tu dinero, pensaste, ya que esa esfera por sí sola no tenía ninguna clase de poder. Con las otras seis, la historia era distinta, pero aún así, tu deseo nada tendría que ver con monedas de oro. Ese mercader se estaba interponiendo en tu camino y era necesario atropellarlo.

—Por supuesto, podemos llegar a otro tipo de acuerdo —te dijo, con el más prosaico descaro. Rió maliciosamente y después posó su sucia mano arrugada sobre tu hombro—. Tu cuerpo vale más que todo el oro de Oriente, jovencita.

Y después de decir aquello, se dio el lujo de sonreír, de mostrarte esa dentadura incompleta y pestilente mientras te dirigía una mirada enferma que te hizo sentir sin ropa ante sus ojos. Lo pagó caro. Qué rabia sentiste. Tu puño le cayó como piedra justo en la nariz y le hizo perder el equilibrio; con todo y su gordura fue a caer encima de aquella inservible mercancía, destrozando por completo su puesto. Y así fue como conseguiste la esfera de cinco estrellas.

—A veces creo que todo lo quieres solucionar con la violencia, Bra —dice Pan—. No hemos conseguido una sola esfera sin robar, estafar, mentir o golpear. Lo de ese sujeto fue el colmo.

—¡Vaya puñetazo que le diste! —exclama Uub.

—Era lo menos que se merecía ese tipejo —dice más calmada, mientras se acomoda sus azules cabellos.

—¿Recuerdan cómo conseguimos la esfera de seis estrellas? —les pregunta Pan, riendo.

—¡Cómo olvidarlo!. ¡Iack!—dice Bra, con asco, cuando pasa una salchicha por el fuego— Haces que se me quite el apetito; ahora no sé si podré comerme esto...

—¿Cómo es que ese enorme reptil pudo haber pensado que la esfera era comida? —se pregunta Uub—. Menos mal que llegamos a tiempo y hasta pudimos ver cómo la tragaba.

—Sí —dice Pan, a quien los bombones no hartan—. Y me impresionó que lo hicieras vomitar con tan sólo darle un golpe en el estómago.

—¡Basta!. ¡Esto es asqueroso! —se queja Bra, aunque de algún modo también se divierte.

—Pues no sé que decirte —continúa Uub—. Sólo imaginé que eso podía servir.

—¿Crees que la hubiera digerido? —pregunta Pan, curiosa.

—No lo creo —contesta el joven—, pero de haber llegado más tarde, hubiéramos tenido que esperar a que...

—¡Suficiente! —lo interrumpe Bra, irritada— ¿No podemos hablar de otra cosa? Realmente tengo hambre, pero ustedes dos no me dejan comer a gusto.

Uub suelta la carcajada y Pan le hace segunda. Bra no puede hacer otra cosa más que seguirles el juego también, reír y comer tratando de borrar de su mente la imagen de aquel grotesco animal.

—Me divertí cuando fuimos por la esfera de cuatro estrellas.

—¿Sí? Yo me sentí muy nerviosa —dice Pan.

La fiesta dio comienzo. Los invitados pronto inundaron el lugar con una embriagadora sonoridad, producto de su escandalosa plática y risa interminable. Los bailes y la diversión no se hicieron esperar. Al ritmo del pandero, las flautas y los tambores, muchos de los presentes entonaban cantos y danzaban casi frenéticos. Dos jóvenes totalmente fuera de lugar, pero perfectamente camufladas, se abrieron paso entre la gente. Pudieron haber sido más discretas, pero, horas antes, se dejaron arrastrar por la vanidad en el zoco, escogiendo las vestimentas más caras y atrevidas que encontraron. Caras, por las telas con que fueron confeccionadas y los accesorios metálicos que las acompañaban, y atrevidas, porque dejaban al descubierto el ombligo y mostraban un tentador escote frontal. Qué divertido, qué bonito, qué costoso, pero mi mamá paga, así que nos lo llevamos. Sí, pero inadvertidas no pasaron y, supuestamente, no llamar la atención era parte del plan. Las mujeres encontraban aquella combinación de colores y estilos tan ridícula como vulgar, y no podían hacer otra cosa más que reírse de las dos muchachitas. Pero a la par, las chicas recibían miradas lascivas. Los hombres veían en ellas una piel más blanca y bella que la luna que alguna vez hubo en el planeta y muchos de ellos hubieran colmado de riquezas a las dos extranjeras —porque obviamente no vivían en la localidad— con tal de que se quitaran el velo y dejaran su rostro al descubierto. Lástima: mantener el velo en su lugar también formaba parte de lo planeado. Éste les cubría los cabellos, la nariz y la boca, y por ningún motivo debían deshacerse de él, o hubieran despertado innumerables sospechas. Siguieron caminando hacia una de las tiendas y oyeron lo que la gente decía. Así como lo escuchas, este hombre es muy afortunado, aunque parezca loco por tanto derroche; sucede que ha encontrado un objeto de valor incalculable y se ha dado el lujo de organizar este banquete, ya que desea subastar lo que encontró, Mucha gente importante está aquí esta noche, no dudo que lo logre, Si no, quedará en bancarrota y endeudado hasta el cuello, La esfera tiene poderes curativos, Entonces por qué quiere vender algo capaz de procurarle buena salud o, incluso, vida eterna, Es un amuleto de la buena suerte, Si alguien va a ser el nuevo dueño de ese tesoro, seré yo, nadie puede ofrecer tanto, Cuándo empieza la subasta, Esas damiselas, seguramente, han venido por la esfera, He oído que, aparte de ésta, hay otras seis esferas, y que, al juntarlas todas, aparece un dragón, el cual puede cumplirte tus deseos, Pero qué tontería, quién te va a creer eso, Esta gente no sabe nada de nada, Bra, No me digas, Pan.

—Pasen, pasen — las invitó un hombre maduro, de negras barbas, para que entraran al interior de la tienda en la que se exhibía el objeto de la subasta.

Sobre un pedestal, hundida en un cojincillo púrpura, se hallaba la esfera de cuatro estrellas. No entrarían más personas a verla hasta que las chicas salieran, así que estaban a solas con el hombre y dos gigantescos guardias. Uub sólo acudiría en caso de emergencia —pudo haberlas acompañado sin ningún problema, pero Bra era quisquillosa a la hora de organizar una estrategia— así que mejor para ellas que todo saliera a la perfección.

—¿No es bella? —les preguntó el hombre.

—¿Cuál será el precio inicial? —inquirió Bra, sólo por curiosidad.

—Cinco mil monedas de oro, no menos —dijo sonriente el que había encontrado la esfera.

—Nosotras podemos conseguir con esta esfera algo mucho más valioso que todas las monedas de oro del mundo —aseveró Pan.

—¿Puedo saber qué es eso?

—Recuperar a nuestra familia —contestó la chica, en el momento que dejaba caer al suelo una cápsula activada.

El gas somnífero lo facilitó todo, mas tuvieron que darse prisa. Ya caídos los tres sujetos dentro de la tienda —ellas no se durmieron gracias a las máscaras contra el gas que llevaban debajo del velo—, Bra procedió a esconderse la esfera debajo del faldón. Cuando los guardias en el exterior se enteraron del crimen, ya fue muy tarde para arrestar a las chicas.

—Ahora vuelvo —dice Bra, al momento de ponerse de pie y caminar hacia la cabaña.

Después de haber hecho uso del sanitario, y al encontrarse por segunda vez en la habitación que compartirá esa noche con su amiga, ve que la muy distraída ha dejado un objeto sobre una de las camas. Es un portarretrato metálico; al sentarse, Bra lo toma y lo mira con detenimiento.

—No podemos fallar: todos están contando con nosotros —susurra dulcemente, al ver la foto en la que Gohan, Videl y Pan posan sonrientes—. Tú también, hermano...


Si la vida seguía siendo vida, entonces había que acabar con ella. Tu sola presencia

qué es la vida si sigue siendo o nunca fue es probablemente lo mismo porque todo

hizo caer a las gaviotas, las arrojó sobre el mar y al abismo; sus cuerpos en el mar, las

acabará de igual manera qué son las aves y el mar qué es ser y qué es qué y todas

almas en el abismo. Para ti, todo ser vivo cuenta con un alma, aunque algunas tienen un

estas palabras con significado nulo que entiendes a la perfección pero no forman parte

brillo tan tenue que es como si no existieran. Aquello sucedió también con los árboles y

de ti y ni siquiera existen y si lo ponemos así existir no es real y la aves que caen al mar

los otros seres casi inertes pero con vida dentro de ellos. Tu misión no es otra sino

tampoco lo son así como tampoco el alma lo es y si lo fuera no habría diferencia alguna

acabar con todo esto; ya se ha hecho antes y se repetiràciclo que algún día terminará

qué es querer deber o tener una misión lo sabes pero no es para ti qué eres tú no hay

cuando todo lo haga y ya nada exista. Los seres de alma resplandeciente deben ser los

respuestas porque no existen y para nada hay razón o motivo o como quieras llamarle si

primeros en ir, pero Tú sabes que serán los últimos si así lo decides y si así es mejor y

es que alguna vez has querido algo porque es lo mismo y a la vez no es nada y si

preferible. Vienen hacia ti ignorantes de todo y de tu existencia: lo que ves, no lo verán;

desearas explicarlo primero tendrías que saber qué es una explicación y qué es saber

lo que escuchas, ya no lo escucharán; y así sucesivamente con todos los sentidos. Por

y qué hay por saber y explicar todo sucederá aunque nada suceda en realidad y no haya

alguna razón estás aquí y, si no es así, no dejas de existir.

tal cosa como el suceso.


—¿Mama? .¿Puedes escucharme?

Sí, te escucho, hija... —contestó Bulma, a través del teléfono— ¿Están bien?

—Así es, no te preocupes.

¿Y las esferas?. ¿Ya las tienen?

—Sí, aunque nos hace falta sólo una.

¡Vaya, es... sí... buenas noti... Bra!

—¿Hola?. ¡Rayos! —refunfuñó la chica. La comunicación se había cortado.

—¿Qué sucedió? —preguntó Pan, quien tenía en sus manos el radar de las esferas del dragón.

—Es extraño... Ya no tenemos señal. Y algo anda mal con los monitores.

Dígitos inexistentes se paseaban por las pantallas mientras las luces comenzaban a vibrar, al igual que la nave. Seguramente Bra no deseaba caer en medio del océano sobre el que volaban, mas no saber qué ocasionaba las fallas en la máquina, imaginando que alguien podría ser el responsable, fue la principal causa de su temor.

—Ustedes dos localicen la esfera, yo me encargo de esto —decía, intentando ocultar una inseguridad revelada por la fuerza con la que sostenía el volante.

—No la veo... —susurró Pan, procurando que Bra, quien ya tenía bastantes problemas, no la escuchara.

—No es posible, tiene que estar en alguna parte —dijo Uub.

—¡.¿Qué?.! —gritó Bra, molesta; había oído al joven— ¿No me digan que no saben usar el radar?

—¡Listo!

Pan pudo observar la localización exacta de la esfera en la pantalla del aparato, pero, unos instantes después, aquel minúsculo punto titilante desapareció.

—Esto es inusual —musitó Pan.

¿Cómo interpretar lo que indicaba el radar? La esfera parecía estar un momento, desaparecer otro y al siguiente aparecer de nuevo, sólo que en distinto lugar, lejano respecto al anterior. Habrían podido intentar —y sólo intentar— entender la razón del extraño comportamiento del radar —o de la esfera— si no hubiera sido por aquella repentina turbulencia que les hizo a los tres castañear la mandíbula antes de que apretaran los dientes.

—¡Se detuvo!. ¡La esfera se detuvo! —exclamó la del radar, una vez que la nave se estabilizó.

—No sé que sucede ahí atrás, pero háganme el favor de explicármelo —decía Bra,

—La esfera —comenzó a decir Uub—... Está justo enfrente de nosotros. Y se encuentra cerca.

Fue entonces cuando la descubrieron. La isla parecía haber emergido de las aguas inesperadamente, pero fueron ustedes los que, en medio de tanta agitación, no la alcanzaron a ver antes. ¿Por qué tragar saliva entonces?. ¿No estaban, acaso, las gaviotas revoloteando y volando cerca de la costa, dándoles un ameno y tranquilizador espectáculo de bienvenida?. ¿No se hallaba, ahí también, una verde y fresca vegetación que los invitaba a disfrutar de un paraíso tropical? No. No era así. Por eso, y porque forzosamente tendrían que aterrizar ahí, hicieron más que tragar saliva; respiraron hondo y se sujetaron fuertemente de sus asientos, menos Bra: ella se asía del volante. Los rayos del sol no hubieran podido atravesar esa espesa capa de nubes que flotaba sobre sus atormentadas cabecitas, por lo que la poca luz emitida por el cielo le daba a todo —el agua, las rocas, su piel— una tonalidad grisácea, mortecina.

—Aterrizaremos en esa parte plana, en la cima del acantilado —les dijo Bra a sus compañeros, cuando se hallaron lo suficientemente cerca del peñasco.

El peor aterrizaje de tu vida, jovencita. A pesar de todo, no te preocupaba demasiado la posibilidad de que la nave hubiera quedado completamente inservible al estrellarse contra el suelo de roca tan estrepitosamente como lo hizo. Para eso estaba Uub¿no, para sacarlas de cualquier aprieto en el que se hallaran metidas tú y tu adorable amiga. A la vista, la máquina presentaba algunos daños, y no supiste con certeza si saldrías de allí como esperabas o sujetada por uno de los brazos del joven. ¿Por qué, durante esos cortos instantes, estuviste segura de que ibas a salir con vida? Hubieras hecho como Pan: la chica, desde el momento en que pisó tierra, no dejó de observar a su alrededor, e inmediatamente notó lo que tú no viste desde el principio. Los pocos árboles en la isla se hallaban completamente secos, chamuscados, casi parecían estarse retorciendo del sufrimiento; tal y como si hubiera llovido fuego. Ningún par de alas surcando el cielo, ni un solo ruido; únicamente el tenue rumor de las aguas marinas encontrándose con las rocas.

—¡.¿Quién es él?.! —gritó Pan, con horror, al ver a ese sujeto que parecía haber aparecido de la nada. No se atrevió a señalarlo con el dedo.

—Quédense aquí —ordenó Uub— Yo me encargo.

Otra vez el viento gimió. La muerte. La muerte está cerca. Claro que sí y claro que no. La muerte, en esta situación, se habría cortado el cuello a sí misma de haber sido posible. No se presentaría a ese lugar voluntariamente. No era tan estúpida como el muchacho que ahora caminaba hacia aquel individuo con aspecto de monje. El hombre misterioso tenía la cabeza y el rostro ocultos debajo de la blanquísima vestimenta que llevaba puesta. Sólo se le veían las manos... Y en una de ellas, sostenía la última esfera.