10
Sus ojos habían tenido ya más de una hora para acostumbrarse a la oscuridad, por eso, cuando aquella figura humana entró a su habitación, Gohan pudo distinguir su movimiento entre las sombras. Si tuvo los ojos abiertos hasta el momento, a pesar de estar metido en la cama —demasiado grande para él sólo, eso le parecía— y ser ya hora de dormir, fue por el reincidente insomnio que venía sufriendo desde hace días. Ese enemigo, ese maldito cobarde que, en lugar de hacer gala descarada de sus poderes como lo habían hecho bastantes engendros del mal en el pasado, se escondía y sólo aparecía para llevarse a alguien más con él, le quitaba el sueño y el poco que le permitía se lo atrofiaba con escalofriantes pesadillas que imitaban lo ya ocurrido o intentaban predecir el futuro de la manera más pesimista. Llegó a pensar que lo mejor era permanecer despierto, pues en sus sueños sólo vería un desfile de cadáveres, siempre encabezado por el cuerpo sin vida de su hija y dirigido por ese humanoide luminoso al que nunca había visto y el cual, seguramente, seguiría teniendo el cinismo de aparecérsele durante las dos o tres horas de sueño que lograra conciliar.
—¿Qué ocurre, Pan?
—No puedo dormir —decía la chica, mientras se subía a la cama y gateaba sobre el colchón— ¿Puedo quedarme aquí contigo?
—Claro que sí, ven —dijo él, que ya abrazaba a la joven que se había agazapado junto a él—. Yo tampoco podía dormirme.
—Extraño a mi mamá... Nos dejó hace muy poco, pero siento que no la veré nunca más.
—No digas eso —dijo él, estrechándola con más fuerza—. Cuando todo esto termine, llamaremos a Shen Long y tendremos a tu madre de vuelta, aquí con nosotros.
—Tengo un mal presentimiento, papá.
"Todo estará bien" hubiera querido decirle, mas no pudo hacerlo. Él también tenía esa sensación. El enemigo no sólo había extirpado del cuerpo de Videl hasta la última gota de vida, también parecía haber succionado su alma, la cual, hasta ese momento, no descansaba plácidamente en los jardines del cielo. Acaso deambulaba por el mundo terrenal tratando de manifestarse y anunciar su existencia. Si así fue, no habría podido lograrlo ni siquiera restaurando como por arte de magia aquella habitación —en la que su marido, ahora viudo, y su única hija intentaban consolarse el uno al otro y descansar—. Aquí estoy, dijo, pero no la oyeron. Tendría que hacer algo más porque su tiempo se agotaba.
—Yo estoy contigo, Pan. No dejaré que nada malo te pase.
—Te quiero mucho, papá. Sé que casi nunca te lo digo, y menos últimamente. Pero quiero que lo sepas. Te quiero. Ojalá se lo hubiera podido decir a mi mamá más a menudo.
—Ella volverá. Ya verás —sonrió—. Y yo también te quiero a ti.
¿Durmieron aquella noche? No realmente, pero ya no dijeron nada más. Permanecieron acostados, en un abrazo cálido que les dio una sensación de protección y compañía. Todo saldrá bien, se decían mutuamente, sin palabras.
El plazo había terminado y, mientras cruzaba la puerta que la llevaría al balcón, Bulma tuvo la certeza de que ya no podría modificar el desenlace de los futuros acontecimientos; ya no estaba en sus manos determinar qué le ocurría a la esfera con una sola estrella. Había pasado las últimas veinticuatro horas tratando de revelar ese misterio que se ocultaba, se resistía y hasta parecía burlarse de ella y de todos los métodos utilizados para analizar la esfera. Bulma no hubiera podido decir por cuántos aparatos y laboratorios había pasado hasta el momento ni cuantas horas de sueño fueron las que omitió, pues en aquellos espacios de la corporación, iluminados sólo artificialmente, y bajo la fuerte presión que sobre ella ejercía el factor tiempo, la mujer no quiso enterarse de horas ni de calendarios hasta aquel momento, cuando le avisaron que un nameku llamado Piccolo la esperaba. ¿Obtuvo algún resultado después de todos aquellos extenuantes análisis y experimentos, muchos de los cuales, cuando no los supervisó, había efectuado ella misma? No, por supuesto. Ninguno. Si el enemigo le había hecho algo a la esfera, Bulma dedujo que no era ella quien podría determinar en qué consistía ese algo.
—Me rindo —dijo al fin, al mismo tiempo que le entregaba la esfera a Piccolo.
El nameku observó el objeto unos instantes, sin decir una sola palabra. Habría querido entrar al edificio e irrumpir en la habitación en la cual se hallaban las otras seis esferas, reunirlas con su corrompida compañera y averiguar qué sucedería entonces. Por un momento, no le importó la posibilidad de que apareciera algún otro dragón en lugar de Shen Long o que las esferas se partieran en mil pedazos; hubiera sido preferible a tener que tragarse la duda una vez más y actuar con sensatez. Pero eso fue lo que hizo, pues pasado ese momento, recuperó la cordura... y el habla.
—Seguramente has hecho todo lo que podías, Bulma. Puedo notar que te hacen falta algunas horas de sueño.
—Ahora podré descansar, no te preocupes.
Mintió. Pasaría las próximas horas, o días tal vez, lidiando con unos párpados que se negarían, con extrema terquedad, a cerrarse, como si detrás de ellos se hallaran un par de ojos ansiosos por ver todo aquello que pudieran pues las horas, los minutos y las víctimas estaban contadas.
—Piccolo¿quién ha hecho esto¿Tú lo sabes?
—No. No conozco a nuestro enemigo en persona.
—Es curioso... En cierto modo, extraño la manera en la que Freezer, Cell y Majin Boo amenazaron alguna vez la paz en este planeta —sonrió, pero sus ojos contradecían con amargura el gesto de sus labios— Una de sus características fue también su mayor error: siempre estar ahí, a la vista, dispuestos a pelear, esperando el momento de su aniquilación...
—Él puede esconderse todo lo que quiera, Bulma. Cuando menos lo espere, lo destruiremos. Por el momento —dijo el nameku, dándose la media vuelta—, tenemos que llevarle la esfera a Dendé. Agradezco tu esfuerzo.
—Aquí estaré; no duden en venir si necesitan algo.
Cuando vio que Piccolo emprendía el vuelo, la mujer se preguntó si, en verdad, llegaría el momento en el que las siete esferas reunidas hicieran aparecer a Shen Long. Seguro que así será, pensó, Lo que las máquinas no han podido explicar, no estará fuera de la comprensión del Kamisama. ¿No habría sido mejor entregarle la esfera a Dendé un día antes? Tuvo razón en considerar esta posibilidad. Veinticuatro horas es demasiado tiempo si en un solo instante todo lo que conoces puede convertirse nada y uno, igual que todo, llegar a ser nada también.
