11
El vestido se ceñía a su cuerpo, realzaba sus incipientes curvas y dejaba las rodillas y la mitad de sus muslos al descubierto. Era de un blanco apagado y sólido: ni siquiera el agua convertiría esa tela en una transparencia, por lo que se sintió afortunada, cubierta y elegante. Quizá demasiado elegante y fuera de mi estilo, pensó; aunque el vestido era sencillo (sin pliegues, pronunciado escote, mangas, botones o cualquier otra clase de adorno) no formó parte de su guardarropa sino hasta unas horas antes cuando, en la tienda más cara del centro comercial, dejó que su últimamente inseparable y desde siempre mejor amiga Bra se lo comprara usando una de esas útiles tarjetas de plástico. ¿Había usado la dorada o la que imitaba el color del platino? No importaba. Nunca podrías pagárselo, pero la ocasión se prestaba para tomarlo como un regalo pues, si lo habías aceptado, lo hiciste pensando en alguien más y no solamente en ti misma,. ¿no, pequeña?
—No estoy segura —decía Pan, dando giros frente al espejo, procurando verse desde todo ángulo posible.
—Te queda perfecto; lo digo en serio —la animaba la otra chica.
—Si tú lo dices... te creeré.
—¿Y yo?. ¿Cómo me veo?
No necesitaba contestarle, pues aquella pregunta teatral y sonrisa pícara le hicieron ver que su amiga estaba segura de verse radiante con esa minifalda de cuero negro, la escotada blusa del mismo color y el desabotonado suéter rojo que se había puesto encima.
—Y falta lo mejor —dijo la de cabellos azules, para luego mostrarle a Pan el contenido de una caja con el logotipo de la zapatería con mayor prestigio de toda la región.
—¡Están altísimos! —rió la otra, cuando sostuvo en sus manos unas zapatillas de plataforma y tacón altos que parecían un par de extrañas notas musicales por su forma y oscuro color— ¿Ya sabes caminar con ellos?
—No debe ser tan difícil.
—¡Será mejor que practiques! Podría ser peligroso.
Pan ya no necesitaba acomodarse el vestido, pero lo siguió haciendo, jalando hacia abajo esa falda que le seguía pareciendo muy corta, pues el nerviosismo la invadió así como hace meses lo hizo el enamoramiento y, días antes, la locura. Mientras tanto, su amiga caminaba sobre zancos por toda la habitación,
—Suficiente práctica; no me caeré más —mintió.
—¿Cuánto nos queda? —preguntó Pan, mientras se ponía los aretes de perla.
—Déjame ver... ¡Menos de media hora! .¡Date prisa! —dijo la otra, invitando a su amiga a romper la regla número uno para obtener el éxito en los primeros encuentros románticos: nunca estés lista a tiempo; filosofía importada de una serie televisiva.
Pan, dada la situación de apuro, se apresuró a colocar la cadena dorada alrededor de su cuello y la discreta pulsera en su muñeca izquierda al mismo tiempo que su amiga se procuraba los últimos arreglos faciales. Después vendría el desfile de fragancias.
—Creo que será... ¡ésta! —exclamó Pan, divertida, y tomó entre sus manos una botella de vidrio azul sin rociador.
Aplicó la esencia a ambos lados de su cuello y algunas gotas más en sus muñecas, pues había visto en un programa de televisión a una actriz famosa —que interpretaba el papel de la protagonista en la serie— haciendo exactamente lo mismo justo antes de presentarse a una cita amorosa muy importante. No entendía del todo la utilidad de esta acción, pero aún así la imitó. Lo que la sorprendió fue ver a Bra acercándose y poniendo sobre las yemas de sus dedos un poco de ese perfume para después tener el atrevimiento de meterle la mano por el escote del vestido y rozarle con sus dedos ahí, justo en medio de los senos.
—¿Por qué...?
—Nunca se sabe,. ¿no?
Fue entonces cuando Pan sintió una sacudida, como si la sinvergüenza de su amiga le hubiera asestado tremenda bofetada.
—¿Qué quieres decir con eso, Bra?
—Tú sabes... Tal vez ellos busquen algo más y nosotras tenemos que ponernos a la altura de las circunstancias,. ¿no es así?
—No creo que ellos tengan esas intenciones —dijo Pan, sacudiendo ligeramente la cabeza.
—Quién sabe —decía Bra, con una seriedad inusual—. Es sólo que deseo comportarme como una mujer lo haría y no terminar echándome para atrás como niña llorona.
Pan guardó silencio.
—Si mi hermano te pidiera que hicieran el amor,. ¿podrías negarte?
¿Era posible, Pan?. ¿Tu príncipe azul te llevaría con él esa noche porque su principal propósito era deleitarse con tus pechos perfumados mientras te desvirgaba? No lo sabías. Jamás en tu imaginación —o en tus sueños— lo viste de esa manera. El término de todas tus fantasías, de esas películas reproduciéndose involuntariamente en tu mente cuando menos lo esperabas, era siempre el beso en los labios. Fin. Nunca veías más allá. El miedo, la pena y la incredulidad te detuvieron siempre. ¿Y ahora?. ¿No era momento de ver el auténtico final?. ¿O vivirlo, quizá?
—Llegaré hasta donde lo crea conveniente —contestó la chica, justo antes de que su imaginación comenzara a llenarle la cabeza de imágenes que le parecieron de lo más disparatadas.
Un silencio incómodo se sentó en medio de los dos y los hizo callar durante algunos cientos de metros. Los jóvenes, queriendo decir algo pero sin saber qué, se dedicaron a contemplar las luces de la Capital del Oeste; la urbe parecía expandirse conforme pasaban los segundos.
—¿A dónde las llevaremos? —preguntó Trunks, finalmente.
El de los cabellos alborotados guardó silencio un poco más, mientras observaba a su alrededor. El cúmulo de luces enfrente de él contrastaba con la completa oscuridad de los alrededores. Ciudad y desierto. Brillante y negro. Goten miró la hora en su reloj; él y su amigo podrían llegar a su destino a la hora acordada, aunque el dilema seguía siendo el mismo que Trunks había planteado.
—No tengo la menor idea —contestó Goten—. Dejemos que ellas decidan; después de todo, fue su idea¿no?
—Sí... Tal vez eso hagamos.
Trunks procuraba mantener su atención en la carretera y en los movimientos de sus manos sobre el volante, pero lo mantenía distraído el recuerdo de Pan besándolo en la frente y él mismo actuando de igual manera. Esos dos besos sucesivos (por poco simultáneos) fueron diferentes a todos los que alguna vez pudieron haberse dado. La chica que había entrado a la oficina días antes tampoco era la misma; esa pequeña, a la que consideraba como una prima, comenzó a desvanecerse para dejar en su lugar a una joven a la que poco le faltaría para convertirse, física, mental y físicamente de nuevo, en toda una mujer. Pensamiento tentador que a Trunks en un inicio le pareció inadecuado, pero ahora su tercer ojo —ese que no se ve pero que está bien metido dentro de la cabeza— lo traicionaba, lo mantenía en constante terapia de atracción, haciéndole ver mil y una diapositivas en las que siempre aparecían él y ella, juntos, como pareja; comenzó a convencerse de que no era tan mala idea, ni tan inconveniente ni siquiera tan improbable como todo aquello parecía ser y era.
—Vienes muy pensativo, Trunks, será mejor que te concentres. Recuerda que si llegas a chocar, aunque tú y yo salgamos ilesos, esta nave no aguanta el impacto.
—¿Sabías que estas dos chicas se fueron de compras desde la mañana? —preguntó Trunks, sin hacer caso al comentario de su amigo.
—¡Ja! Según tengo entendido, tu hermanita sale mínimo una vez por semana a quemar el dinero de mami,. ¿no? —se burlaba Goten.
—Así es. Por lo general mi madre no se preocupa al respecto, pero hoy sí lo hizo. "Bra ha ido demasiado lejos esta vez", me decía, "Se fue con Pan a vaciar Fashion & Glamour, es el colmo", y luego, más al rato: "¿Sabes cuantos pares de zapatos sacaron de Golden Heels? ¡Treinta! —decía Trunks, imitando el tono molesto de Bulma— Y sólo para venir a probárselos en casa. Creo que le he dado demasiadas libertades a tu hermana".
—Entonces la niña gastó como nunca —rió el otro.
—Lo curioso es que parecen haber comprado todo eso porque saldrán con nosotros.
—¿Tú crees? —Goten se extrañó— No veo por qué lo harían; a menos, claro, que tus sospechas sean correctas —se frotó la barbilla con el índice y el pulgar—... ¿Sabes? Comienzo a pensar que no estás tan equivocado al respecto.
—¿Ves lo que te digo?
—¡Bah! De cualquier modo, creo que le das demasiada importancia a todo esto. Son Pan y Bra —rió Goten—. ¿O me vas a decir que mi sobrina te hace cosquillas?
El de los cabellos violetas respiró hondo.
—Te vas a burlar de mí y me vas a decir que estoy loco, pero la verdad, sí, Pan me hizo sentir... nervioso ayer, cuando fue a mi oficina.
—Estás más que loco, amigo —dijo, borrando la sonrisa de su rostro.
—Creo que me pasa todo esto sólo porque me he percatado de lo que ella siente, nada más, y no quiero herirla. —aclaraba el otro, apenado.
Goten sólo negaba con la cabeza, mientras intentaba asimilar aquella situación. No pudo hacerlo del todo. Una cosa era que su sobrina, una niña todavía, se enamorara del hermano de su mejor amiga y otra, muy distinta, que Trunks le correspondiera en sus sentimientos. No, inaceptable. La diferencia de edades era importante: mientras una seguramente fantaseaba con recibir su primer beso, el otro —al cual Goten conocía mejor que a nadie— desearía a una jovencita desnuda y dispuesta en su cama, para poder hacer con ella lo ya hecho con muchas otras mujeres anteriormente. ¿O acaso el Presidente de la Corporación Cápsula se abstendría esta vez por ser Pan una chica muy especial? Tenía que saberlo. Éste era el momento para cuestionar a su amigo de la infancia: no importaba que tratara de ocultar sus intenciones, pues un titubeo, por mínimo que fuera, una mirada esquiva o una voz dubitativa podrían ser el indicio que el saiya esperaba para confirmar sus sospechas o, por lo menos, no descartarlas del todo.
—Si esta noche Pan te hace sentir mucho más nervioso que ayer,. ¿qué harás, Trunks?
Éste sólo atinó a hundir su pie en el pedal del freno, tan hondo, tan rápido que, a pesar de traer los cinturones de seguridad puestos, los saiyas dieron un violento brinco fuera del asiento. Entonces, el silencio. No era como ese que los había hecho callar minutos antes, ni se hallaba sentado en medio de ellos como niño molesto: ahora estaba adentro, ahogándolos, y afuera, al asecho. Sin decirse una sola palabra, estuvieron de acuerdo: tenían que salir del auto. Así lo dejaron, con los faros encendidos y las puertas delanteras abiertas, abandonado completamente, la noche en que tomaron la decisión de ir tras esa presencia maligna que apareció de repente y lo envolvió todo, sin dejarles otra opción que ir tras ella. Aquí estoy, vengan por mí, y los muy valientes lo hicieron, olvidando prestar atención al principal instinto de supervivencia de cualquier especie animal: huir y salvar la propia vida. Después de todo, eran saiyajin.
Emprendió el vuelo. En medio de su aliada nocturna, el refulgente disfraz revelaba su presencia (la inapelable sentencia, pues sólo ésa quedaría cuando nada más hubiera). Por eso temblaba la Separadora de familias y Ruptura de amores mutuos. A la vista de tal abominación, la muy patética decidió agazaparse, procurando así quedar fuera de la visión de aquél que a través de todo veía y de quien nadie lograba escapar por siempre. Pero la Muerte tuvo suerte a pesar de no ser tan fuerte. No te apures, no es momento todavía: ahora voy tras la Vida, insinuó Él y pasó de largo. Mientras tanto ella, la desde siempre Temida y Adorada, La Inevitable, ahora iba a esconderse como toda una cobarde, esperando con ello esfumarse de aquella eterna memoria. ¿Qué podrás hacer, pequeña, se lamentaba, Más fortuna hubieras tenido de haber antes recibido mi visita; ahora que Él va por ti, estás totalmente perdida.
—¿No te lo vas a tomar?
—No, de pronto se me quitó el antojo —contestó Bra, la cual siguió removiendo el café con la cuchara.
Se hallaban en el segundo piso del Sfumato's, un café cuya reputación había mejorado gradualmente desde el momento en que los nuevos dueños del establecimiento cambiaron el modo de preparación y el nombre de las bebidas, así como también, entre otras cosas, el mobiliario y la decoración. Ahora, la construcción tenía unos amplios ventanales en la planta alta que le daban al lugar una buena iluminación en el día y una magnífica vista por la tarde. Ya era de noche, y por el vidrio entraba la luz artificial de la ciudad, la cual se fundía con la de las lámparas en el interior.
—¿Qué te sucede? —siguió preguntando Pan.
—Nada. Es sólo que... me es difícil estar tranquila.
—Yo también me siento igual, pero tenemos que confiar en nuestros padres, en mi abuelito y también en Piccoro; ellos se harán cargo de ese monstruo.
—Lo sé —sonrió con brevedad—. Y Dendé, seguramente, pronto descubrirá qué es lo que ocurre con la esfera de una estrella.
—Sin duda lo hará: por algo es el Kamisama .
—Y pensar que tú y yo pudimos ser guerreras también —dijo Bra, cambiando de tema, mostrándose un poco más animada.
—Sí —suspiró la de cabellos oscuros— Podríamos ayudarle a los demás a luchar contra el enemigo.
—En realidad a mí nunca me atrajo la idea, pero tú... ¿Por qué dejaste de entrenar?
—No lo sé. Cuando mi abuelito tomó a Uub como su aprendiz, yo... simplemente dejé de hacerlo.
—Tu papá te pudo haber entrenado, él sí tenía esa disposición, de seguro. No es como el mío...
—Sí, en un principio mi papá quiso ser mi maestro, y por algún tiempo funcionó, aunque finalmente terminamos por vivir una vida normal. Pero¿sabes? —decía Pan, soltando una risita traviesa— Nunca dejé de volar. Todavía lo hago, pero sin que nadie se entere. Es fantástico, y me da la impresión de que, a pesar de todo, el poder que hay en mí sigue esperando el momento de despertar.
—Vaya, lo tenías muy bien guardado, aunque no entiendo por qué —suspiró ella también—. Cuando todo esto termine, le pediré a Goten que me enseñe a volar, comienzo a pensar que sería increíble poder hacerlo. Tú podrías alegar demencia y pedirle lo mismo a mi hermano ¿qué tal?
—Me parece perfecto.
—Bien, así lo haremos... Pan,. ¿me acompañas al baño?
Minutos después, las dos chicas se hallaron frente al espejo del baño de damas. A Pan la experiencia le resultó contrastante comparada con la que había vivido hace pocos días; a pesar del optimismo mostrado durante la conversación, la imagen en el reflejo no era igual a la de antes. ¿Qué le faltaba?. ¿La ilusión en los ojos?. ¿La sonrisa y las ansias en los labios?. ¿El parloteo del corazón?. ¿La gota de perfume en medio de los senos?. ¿Una esperanza, acaso?
—Siento que he cambiado en estos días; me veo muy distinta —decía la chica, pasando los tímidos dedos por sus cabellos, como si quisiera arreglar así su imagen cansina.
El polvo podía cubrir las ojeras, pero nada qué hacer con aquellos ojos de negro opaco a los que se les había escapado abruptamente el brillo antes producido por el enamoramiento.
—No digas tonterías —la regañaba Bra—. Es obvio que no podemos estar alegres como hace días, no con todo lo que ha pasado. Pero cuando tengamos a los demás de vuelta con nosotros, pronto volveremos a vivir nuestras vidas como antes.
—He estado pensando en eso, Bra, y... no creo que todo vuelva a la normalidad.
La de los cabellos azules bajó la mirada y trató de comprender el significado de esas palabras.
—Yo quiero que todos vivan de nuevo —seguía diciendo Pan—, pero si Trunks y Goten llegan a hacerlo... ya no será igual; aunque cualquier cosa es preferible a que permanezcan sin vida.
—¿Por qué dices eso?. ¿Piensas que no podremos retomar nuestros planes? Pan —decía la joven, mirando a su amiga directo a los ojos—, no te des por vencida. Si de verdad quieres a mi hermano, entonces no tienes por qué pensar de este modo.
—Pienso así porque es la verdad. Trunks no se enamorará de mí jamás, y tengo que aceptarlo.
—Di lo que quieras —Bra prefirió rendirse a seguir discutiendo inútilmente—. Estoy segura de que, cuando lo veas de nuevo, todo esto que estás diciendo se te olvidará por completo.
—No lo creo... ¿Qué sucede? —preguntó Pan, mientras volteaba a ver el techo.
Las luces en el baño de damas habían empezado a fallar y la chica evocó los momentos previos al descubrimiento del cadáver de su madre: sombras bailando en la cocina como ahora lo hacían en el baño y una escalera cuyos últimos escalones quedaron sumidos en las tinieblas. Así quedó también el Sfumato's, pues no sólo perdió su iluminación propia, sino que también el alumbrado público se había visto afectado por aquella alteración aplastante que reventó algunas luces en el exterior e hizo que los clientes decidieran salir del lugar.
—¿En donde estás? —dijo Bra, palpando la nada en la oscuridad.
—Aquí estoy... Salgamos.
Pan tentaba, con la yema de sus dedos, las paredes del pasillo; después del final de éste encontrarían la primera de varias mesas, uno de tantos obstáculos por esquivar para llegar a las escaleras. Bra sujetaba a su amiga por los hombros, para que esta le indicara el camino hacia la planta baja, lugar de donde provenían las escasas voces que aún se escuchaban. Una falla eléctrica, pensaba Pan, lo suficientemente grave como para pedirles a los clientes que desalojen el lugar, eso ha sido y nada más. Inusual, además, eso es lo que no sabía, porque incluso las linternas de mano se resistían a funcionar.
—¡Pan! Aquí están las escaleras,. ¿a dónde vas?
—¿Hay alguien allá arriba? —pregunta hecha por uno de los meseros.
—¡Sí!. ¡Ya bajamos! Pan, vamos...
—Olvidé mi bolso; no saldré de aquí sin él.
Esa respuesta congeló a Bra unos momentos en el primer escalón mientras tú te abriste paso por las sillas y mesas que ahora podías percibir en medio de la oscuridad como fragmentos sombríos perfectamente delineados y separados del suelo. ¿Era tu bolso tan importante? Claro que no. Éste y todo lo que adentro había era prescindible. Lo que te llevó hasta aquella mesa fue el deseo de demostrarte a ti misma —y al Hombre de Blanco, si es que te estaba viendo en esos momentos, pues lo consideraste omnipresente después de verlo en persona y a través de tus sueños— que unas cuantas luces fundidas no iban a quebrantarte la valentía. La sangre de Saiyajin, pequeña, era ésa la que ahora se revelaba, porque la humana dentro de ti temblaba, corría escaleras abajo sin dudarlo un momento más. No fue sino hasta que tuviste el bolso en tus manos y pudiste verlo con gran claridad, que te extrañaste por la cantidad de luz en la planta alta. Era muy poca, pero suficiente como para ver a tu amiga desde donde estabas. Pasos antes, habías dejado de adivinar el mobiliario y dejaste de andar como ciega para caminar con toda normalidad. ¿De dónde venía esa luz, entonces? El amplio ventanal, por ahí entraba.
—¡Pan! —gritó Bra, casi desgarrándose la garganta.
El vidrio fue el primero en ceder. Se partió con tanta violencia que aquello parecía una demolición. El metal que le daba forma a las ventanas se retorció en cuestión de segundos, mismos que Pan desperdició quedándose inmóvil mientras los fragmentos de vidrio se lanzaban en todas direcciones. Uno de ellos se le incrustó en el antebrazo cuando se protegió el rostro con él. Sintió el corte en los músculos y el roce del filo en el hueso. Dolor preciso rodeado de entumecimiento. Bra, quien rodó escaleras abajo y se halló así a salvo de la lluvia cortante, se sintió horrorizada cuando vio al Ave momentos antes de caer gracias al susto que el estruendo le provocó, y supuso lo que a continuación ocurriría con su amiga de toda la vida. Pero su poder de premonición fue siempre limitado, y así como jamás pudo saber, sino hasta el último momento, cuándo y cómo llegaría su propia muerte, tampoco habría podido imaginar lo que aquella águila hecha de luz haría con Pan. Cuando bajó el brazo, la chica de los cabellos oscuros pareció, por unos momentos, aceptar su destino. Sólo abrió los ojos lo más que pudo. No se movió. Ni siquiera intentó esquivar aquellas filosísimas garras que fueron a clavársele por debajo de la lengua y la barbilla, con una fuerza cuya intención parecía ser arrancarle el mentón. El inútil forcejeo de la chica dio comienzo mientras El Ave agitaba sus alas al mismo tiempo que pugnaba por escarbarle el hocico a su víctima. Crac crac crac, los primeros dientes abandonaron la encía y la chica gritaba como si estuviera amarrada a un asiento y su dentista se divirtiera extirpándole cada una de las piezas dentales usando un cuchillo de cocina. Pan intentó, con frenética desesperación, golpear al inmundo animal con sus puños, arrancarse esas tenazas que comenzaban a dejarla sin dentadura y que ya habían partido su lengua y sus mejillas en dos, pero sólo sintió un pico violento enterrándosele en las manos. Una vez que la víctima estuvo teñida de rojo hasta los pies, el Ave decidió terminar con su labor. Aleteó con fuerza y, de un solo tirón, se desprendió de la chica, la cual pudo comprobar con sus propias manos que le faltaba la mandíbula, antes de desplomarse como si toda su fuerza le hubiera sido robada en el acto. Se estrelló contra una mesa, y cuando aquella luminosidad perversa hubo desaparecido, lo único que se escuchó en el Sfumato's fue el sonido cada vez más vibrante de un plato dando sus últimos giros antes de quedarse quieto y terminar de caer en el suelo, justo ahí, muy cerca de la chica que tenía los ojos casi afuera de sus cuencas.
