12
Milk salió de su casa cuando creyó que ya no podrían brotarle más lágrimas de los ojos. Al abrir la puerta, una fuerte luz le lastimó las pupilas; tardaron éstas unos minutos en acostumbrarse, en dejar de doler. En cuanto dio unos pasos lejos del umbral, el viento, que parecía estarla esperando, comenzó a soplar, arrancando algunas hojas secas de los árboles cercanos y arrastrándolas por la hierba. La mujer pensó que aquel paisaje era bello, pero ni siquiera ese cielo cuyas tonalidades comenzaban a cambiar al compás de la tarde la hizo sentir más tranquila. Todo le parecía una escenografía montada para ocultar la verdad. Cuando vio ese par de ardillas corriendo una detrás de otra hasta desaparecer en el árbol que se hallaba frente a ella, estuvo segura de que esos animales no se comportaban de la manera habitual, No están jugando, no están viviendo siquiera; sé que huyen, como si buscaran un refugio urgentemente, pero, por qué, se preguntó.
"Todo se acaba,
—Creo que necesito sentarme. —se dijo a sí misma, sin entender por qué ahora le daba por hablar sola
Caminó hacia un tronco de buen diámetro y se sentó sobre él, no sin antes pensar que la presencia del mismo no tenía ningún sentido. ¿Quién lo había cortado y dejado justo ahí, donde sólo le podía servir a ella como asiento? De pronto, Milk se sintió dentro de un sueño en el que cualquier cosa que deseara podría materializarse al instante.
—Quiero ver a mi nieta otra vez—dijo, esperando que Pan apareciera de repente.
Volteó a su alrededor, como si en realidad fuera a ver a la chica corriendo hacia ella por aquellas colinas, pero sabía perfectamente que eso no iba a suceder. Se frotó los ojos con los dedos, llevándose entre éstos algunas cuantas lágrimas que aún no recorrían sus mejillas, mientras recordaba al Goku con el que se había encontrado esa mañana en la sala de su casa. Estaba sentado en el sillón más grande, con su cabeza gacha y sus manos cubriéndole el rostro. No lloraba, al menos no físicamente, y Milk comprendió que el llanto de aquel saiya, y su furia cada vez mayor, eran algo que él mantenía debajo de la piel, pues incluso el día anterior se había mostrado optimista, a pesar de haber perdido ya a muchos de sus seres queridos, entre ellos a uno de sus hijos. Desde el exterior entraba una luz difusa y azulosa, que no definía sombras en el interior y la cual hubiera obligado a cualquiera a encender las luces, pero no a Goku.
—Milk... —dijo el saiya, descubriéndose y dirigiendo hacia ella una mirada que, a pesar de la penumbra, pudo transmitirle algo de esa enorme pesadumbre e impotencia que albergaba en su interior.
—¿Pasa algo, Goku?
Ahora, mientras admiraba la danza de hojas secas que la naturaleza le había preparado esa tarde, le venía el deseo de no haber hecho jamás esa pregunta, como si hubiera podido otorgarle a su nieta unas horas más de vida mientras se mantuviera ignorante de su muerte. Pero era claro que en algún momento se enteraría del terrible suceso. Cuando lo hizo, se vio obligada a rodear a su esposo con los brazos para no caer al suelo, pues la noticia comenzó a inutilizarle las piernas. Entonces lloró y maldijo hasta que se recluyó en su habitación, sin que Gohan o Goku pudieran hacer algo para consolarla.
(¿No fue entonces cuando te olvidaste de su dolor —que el saiya hacía el favor de ocultar— para dar rienda suelta a tu escandaloso llanto? Sí, por supuesto. Él no estuvo ahí para compartir una pena contigo, sino para ayudar a sobrellevar la tuya, pues de pronto se volvió tan inmensa que fue demasiado pesada para ti sola, sólo para variar. Tú, la víctima por excelencia en ese matrimonio abruptamente disuelto —no olvidemos que éste era el último de tus días—, fuiste la razón por la que Goku decidió enterrar sus más profundos sentimientos. Por eso se hallaba a solas (a oscuras, en silencio) en la sala de tu casa por la mañana. Así como querías prolongar la vida de tu nieta, aunque fuera sólo en tu mente, él seguramente deseaba retrasar la terrible escena de tu ruidoso derrame de lágrimas. Cuando tu hijo y tu marido te dijeron que no irías a ver el cadáver, el arrebato que a continuación protagonizaste —producto de repentina cólera y muestra de inigualables habilidades histriónicas— estuvo fuera de tiempo y lugar, pues tus más allegados sólo querían evitarte la pena de ver aquella lengua oscurecida por el color de la sangre posada sobre el cuello de tu nieta, ya que no había una mandíbula que se lo impidiera. No repararías en todo esto sino hasta que de tus ojos dejaran de brotar las lágrimas.)
—¿Qué es lo que miras, Milk? —le preguntó Goku, extrañado, al momento de sentarse sobre el tronco.
—Algo está pasando —decía ella, sin haberse inmutado por la presencia de su marido; levantó el mentón para señalarle todo lo que había enfrente de ellos—. He vivido aquí muchos años, y siento que en este momento nada es igual... Incluso, hace algunas semanas, los pájaros cantaban como siempre lo han hecho. Pero desde hace días, cuando lo hacen... parecen querer decir algo pero no sé qué es.
Nada es eterno;
Goku no podía creer que ésa era la misma Milk de algunas horas atrás, a la cual no supo contener cuando sufrió el ataque de aflicción más rabioso de toda su vida. Ahora manifestaba una calma dolorosa en el rostro. Miraba vagamente todo aquello que la rodeaba, menos a él. En cualquier otra situación, Goku habría pensado que las palabras de su esposa no tenían la coherencia suficiente como para considerarla a ella una persona cuerda, mas con todo lo acontecido hasta el momento, el hecho de que el canto de las aves hubiera cambiado de modo inexplicable cobraba un nuevo sentido. ¿En realidad tratarían de dar algún tipo de advertencia?
—No me gusta verte así —se lo decía mirándola directamente, esperando de algún modo que ella hiciera lo mismo—. Tienes que confiar en nosotros, en que las cosas saldrán bien... Confía en mí —esto último lo dijo al ver que Milk movía su cabeza ligeramente de lado a lado, negando.
Y se detuvo. Guardó silencio, pensando unos momentos antes de contestar.
—Sí lo hago, Goku. Confío en ti porque darías la vida por cualquiera de nosotros, incluso por mí.
Milk habló rápido, como si hubiera querido pronunciar el mayor número de palabras antes de que el llanto la obligara a callar. Cuando Goku intentó confortarla con un abrazo, ella no se lo permitió. Negaba con su cabeza, movía las palmas abiertas y luchaba por recuperar la calma.
—Ya debes estar cansado de esto —sonrió amargamente, por breves instantes— Siempre soportando mis berrinches y mis desplantes.
—Pero,. ¿qué dices? —él abrió sus ojos, en claro gesto de desconcierto.
—Que yo no te merezco, Goku; así de simple.
El saiyajin calló unos momentos. La mirada que Milk ahora tenía no era la de una mujer que espera escuchar un no digas eso,sino más bien la de alguien que ha confesado el peor de sus crímenes, su verdad más terrible, y sólo lo hiciera por tener que decirlo alguna vez en su vida para liberarse de la asfixia moral, pues de ningún modo habría remedio, perdón o marcha atrás.
—Y me reconforta poder decírtelo ahora, antes de que sea demasiado tarde... Tú te merecías a alguien mejor—decía la mujer, con una resignación que a cualquiera hubiera preocupado más que una de sus rabietas.
—No hables así, Milk, no seas tonta...
El saiya posó una de sus manos con delicadeza sobre el rostro de Milk. La hizo cerrar los ojos al acariciarle la mejilla con el pulgar.
—Lo mejor que puede haber para un saiyajin como yo, es estar junto a la mujer que ama y que ésta se convierta en la madre de sus hijos —decía, lento, procurando controlar sus emociones para poder hablar con claridad—. No hay nadie mejor para mí que tú, Milk —entrecerró los párpados y una lágrima resbaló por su mejilla.
La mujer tomó la mano que el saiya tenía libre y entrelazó sus dedos con los de él, sintiendo en el acto un apretón por respuesta y un estremecimiento cálido empezarle en la mano y recorrerle todo el cuerpo, concentrándose sobre todo en su pecho.
—Te amo, Goku. No podría amar a nadie más.
—Y yo te amo a ti. Nunca lo dudes —dijo, acercándose, rozando los labios de ella con los suyos para después fundir ambos en un melancólico beso.
Mediante las tiernas caricias que se prodigaban con sus manos y sus labios, Goku y Milk parecían querer sanar las heridas que se habían provocado mutuamente a través de tantos años y gracias a una infinidad de amargos tragos. El beso les refrescó la memoria, trajo a flote los buenos momentos que habían pasado juntos: la cercanía reconfortante de sus cuerpos mientras admiraban un atardecer, la primera vez que se vieron completamente desnudos, las veces que desnudaron sus almas y la escena había terminado en un beso, un abrazo y un acto de amor reparador, y todos aquellos incidentes domésticos que sólo marido y mujer son capaces de compartir y recordar con una sonrisa. Para ellos, lo mejor de todo era el producto de aquella unión: una familia como sólo había pocas.
Una vez terminado el beso, Goku abrió los ojos y vio en la mirada de Milk un brillo que ya echaba de menos. Por unos momentos, la vio joven, como cuando eran apenas unos recién casados. La ilusión pronto comenzó a desvanecerse, y en el rostro de la mujer se dejaron ver algunas arrugas, muchas de ellas resultado de un constante enfado, y esos labios carnosos se hundían, se secaban. Pero, para el saiya, aquella belleza no se había visto reducida; al contrario, ahora se proyectaba con mayor esplendor, todo gracias a la sonrisa con la que Milk expresaba el gran amor que le tenía.
—Creo que hemos perdido tiempo muy valioso —decía la mujer, sin soltar la mano de su marido—. Y el poco que hemos tenido juntos, yo no lo he hecho más llevadero para los dos.
—Y yo debí aprovechar más los momentos que pude pasar contigo, y con mis hijos... —dijo Goku, recordando el hecho de que, varias veces, se había ausentado en contra de su propia voluntad.
—Estamos hablando como un par de ancianos —rió Milk, más ligera que minutos antes—. Como si sólo nos quedaran unas cuantas horas de vida.
—No lo creo —decía él, sonriendo—. Creo que cuando este mal momento termine, tú y yo podremos recuperar el tiempo perdido.
Milk se acercó a Goku y apoyó la cabeza sobre uno de sus hombros, para después envolver al saiya con los brazos. Sintió su aliento sobre la oreja y el cuello, el palpitar de otro corazón estando tan cerca.
—Eso espero, Goku. Si tenemos esa oportunidad, créeme que no la desaprovecharé.
—Yo tampoco.
Permanecieron abrazados algunos minutos, sin decir una sola palabra; en aquellos momentos, habría estado de más.
—Mira —le decía él, moviéndola suavemente con el brazo— El sol está a punto de ponerse.
Milk levanto la vista y apreció el panorama con toda claridad.
—Es hermoso. Realmente hermoso.
La luz naranja que pintaba los árboles, el cielo y su propia piel borró en la mente de Milk, por unos instantes, la impresión de que detrás de todo aquel espectáculo se ocultaba algo espantoso. Aunque se le ocurrió que tal vez esa puesta de sol era la última que vería en compañía de su amado.
—¡Papá!
—¿Qué sucede? —preguntó Milk en un sobresalto, al escuchar los gritos de Gohan.
de la Hecatombe,
Goku y Milk deshicieron el abrazo inconscientemente al ponerse de pie y ver a Gohan corriendo hacia ellos.
—¿Qué sucede, hijo? —preguntó Goku.
—¿No lo oyes?. ¡Es Piccolo! —explicaba Gohan, una vez que estuvo frente a sus padres— Me dijo que está cerca de la Capital del Oeste,. ¡tenemos que ayudarlo!. ¡Vamos, papá!
Gohan sólo dirigió a su madre una mirada que pretendía sustituir cualquier sentimental despedida y, olvidando la capacidad de su padre para tele-transportarse, se fue volando a toda velocidad, pues no había tiempo que perder: la cabeza de Piccolo estaba en juego, literalmente.
—Volveré, Milk —dijo, sosteniendo las manos de su amada entre las suyas.
—Sé que lo harás. Yo te esperaré aquí... como siempre lo he hecho.
Goku le dio un último beso en la frente a su mujer, y soltando sus manos, viéndola como si fuera la última vez y sintiendo la cada vez más débil presencia de Piccolo, puso sus dedos índice y medio sobre su frente, desapareciendo en el acto.
ya es el momento..."
