13

"Esta vez no escaparás" pensó Piccolo, cuando caminaba hacia el enemigo. Horas atrás el sol se había ocultado detrás del horizonte —lo comenzaba a hacer en ese mismo momento en el lugar donde una pareja sentada en un tronco observaría el último de sus atardeceres— y la oscuridad predominaba a pesar de la cercana Capital del Oeste; modificaba los colores y las formas, menos la del humanoide. Ahí, de pie, inmóvil, El Lumínico era la pieza que no encajaba con el resto del rompecabezas. Parecía estar superpuesto sobre todo lo demás, como si no debiera estar ahí. El nameku detuvo sus pasos. Llamó su atención que el ente estuviera vuelto hacia él, cuando momentos antes parecía darle la espalda. Torció los labios en una media sonrisa, No importa, de seguro notó mi presencia antes de que llegara aquí; además, no soy yo el que está jugando al escondite.

—¿Puedes escucharme? —preguntó el nameku.

Piccolo interpretó el silencio de el otro como un "sí, te escucho mejor de lo que tú crees", aunque no supo la razón. Sintió al viento ondear su capa mientras éste arrastraba un polvo que parecía humo salido de la tierra —y en su silbido pregonaba la muerte, aunque La Divina Clemencia ya no hallaba bajo qué piedra esconderse—. Caminó de nuevo algunos pasos más hasta que estuvo lo suficientemente cerca para ver a su oponente con nitidez. Notó que éste no poseía rasgos faciales, sólo una nariz sin fosas, unos labios difusos que no se abrirían, eso dedujo, y luz, como la del resto de ese cuerpo, en lugar ojos.

—No sé que clase de aberración seas, pero acabaré contigo—dijo Piccolo, mientras una esfera de energía se formaba sobre la palma de su mano—. No creas que he olvidado los destrozos que has hecho y mucho menos la manera cómo asesinaste a Goten y a Trunks... ¡Ha!—gritó, lanzando su ataque.

La esfera luminosa se abrió paso entre las nubes de polvo, dispersándolas hacia los lados y creando un túnel momentáneo que el viento no tardó en deshacer. El nameku quedó sorprendido al ver lo que sucedía: su contrincante recibió el energy ha de lleno, sin realizar un solo movimiento para esquivarlo, y después se estrelló contra el suelo, dejando un surco a su paso.

—Demasiado fácil... ¿A quién quieres engañar? —lo retó Piccolo, sabiendo de antemano que no recibiría una respuesta.

Vio que su adversario no tenía la intención de levantarse y trató de entender la razón, mas sus intentos no fueron del todo fructíferos, o no lo llevaron a una conclusión acertada. Decidió acercarse como lo había hecho momentos antes y, a cada paso, sentía que se adentraba más y más en la trampa tendida por su enemigo. Tuvo la convicción, en contra de su habitual sensatez, de que eso esperaba el humanoide y por lo tanto así habría de hacerlo para que el combate pudiera continuar.

—Levántate.

Lo tenía ya a unos cuantos metros de distancia y habría podido acabarlo sin dificultad, mas pudo predecir con claridad al ente luminoso emergiendo de la nube de polvo ocasionada por el impacto de su ataque y realizando un rápido contraataque, así que no lo hizo; se quedó ahí, desafiándolo con la mirada, pensando que la figura que ahora yacía boca arriba lo podía ver, tuviera o no tuviera un par de ojos con los cuales hacerlo. El viento, cuyas últimas apariciones parecían estar motivadas por una incomprensible necesidad de infundirle dramatismo a cualquier situación que se prestara para ello, sopló de nuevo en ese susurro que a Piccolo comenzaba a crisparle los nervios, pues ya lo había escuchado antes cuando el olor predominante era el de la espantosa muerte.

—¿Qué te propones? —preguntó el nameku, al ver de reojo el lugar que los rodeaba.

¿No era este el mismo sitio donde había encontrado los cadáveres de Goten y Trunks? Sí que lo era, no le quedó ninguna duda. La ubicación exacta, el escenario de su última y definitiva derrota. Ya que no había pasado mucho tiempo desde entonces, a Piccolo se le ocurrió la innecesaria idea de que tal vez el viento no se había llevado consigo o enterrado bajo tierra todos los restos de la sangre y carne que habían perdido los jóvenes saiyas en su fallido intento por salvar al mundo de lo que se avecinaba, aunque ellos no hubieran estado concientes de esto. El nameku sabía que la concentración era clave para derrotar al enemigo, así que trató de sacudirse estos pensamientos, mas lo que notó a continuación marcó el inicio de su abatimiento.

—No lo creo.

Si momentos antes se había mostrado incrédulo al ver que el humanoide era incapaz de esquivar un ataque tan sencillo como el energy ha, ahora no sabía como reaccionar ante su más reciente descubrimiento: El Lumínico no se hallaba completamente boca arriba, por así decirlo, sólo su cabeza dirigía su parte delantera hacia Piccolo, pues el cuerpo le daba la espalda y el cuello, el bendito cuello, se torcía en una media vuelta que a cualquier persona, o saiyajin, hubiera dejado sin vida, mas no a un maquiavélico ente hecho de energía luminosa, como ahora se daba el caso de éste que, adoptando la misma postura en la que el joven saiyajin llamado Goten había pasado de víctima a cadáver, hubiera podido levantarse en ese momento sin dificultad alguna. No lo hizo: deseaba, o al menos así parecía, permanecer en esa posición el tiempo suficiente para provocarle al nameku una furia que le revolviera el estómago, le quemara la garganta y lo privara de todo buen y certero juicio.

—¡Pelea de una vez! —gritó Piccolo, al momento de lanzar varios energy ha a su contrincante.

Vio como una nube de polvo se alzaba y, recordando su anterior predicción, esperó que el humanoide emergiera de ella intentando realizar un contraataque sorpresivo, mas lo último que vio fue un destello y luego nada, o más bien, una serie de imágenes separadas por varios lapsos de intermitente inconciencia y ceguera en las que aparecía el ente luminoso atacando con sus puños, casi frenético; así lo recordaría el nameku tan sólo unos minutos después cuando se pusiera de pie nuevamente. Por el momento, no sintió los golpes ni supo cómo es que había evitado algunos a pesar de su breve e involuntaria torpeza. Una vez que se recuperó de aquel trance, tuvo la oportunidad de observar sus ropas desgarradas y los numerosos impactos que tenía sobre su cuerpo; parecía que su enemigo estaba hecho de metal ardiendo, pues en las zonas donde recibió los puños la tela se evaporó dejando unos bordes chamuscados, y peor se encontraba la piel, en los lugares donde aún permanecía en su lugar porque hubo otros tantos sitios donde ésta ya no estaba y los músculos del nameku quedaban al descubierto, en el sentido literal de la frase. El humanoide, quien ya no tenía el cuello torcido, guardaba ahora una prudente distancia mientras veía correr por los brazos y piernas de Piccolo ríos de líquido azuloso que llegaban hasta el suelo como si intentaran nutrir, con la vida existente en ellos, aquel paraje casi desértico que en realidad no prosperaría por más sangre que vertieran en él, cosa que, dicho sea de paso, nunca se supo si El Lumínico comprendió alguna vez, pues de las aberraciones aparecidas en los últimos días, era precisamente él quien hasta el momento se había mostrado más interesado en el derrame de sangre ajena sobre suelos infértiles.

—¡Ah! Diablos... —dijo Piccolo, al momento de resentir los impactos sobre su cuerpo, como si le pusieran hierro al rojo vivo y él pudiera ver el humillo brotar, escuchar el siseo de la piel y músculos convirtiéndose en materia inútil.

Era, sin embargo, una quemadura que no cauterizaba; de haber sido así, no habría perdido la sangre que estaba perdiendo ahora. El más mínimo movimiento intensificaba un dolor paralizante que no había sentido en mucho tiempo aunque, siendo él un nameku, no había razón para preocuparse, eso pensó, deducción claramente equívoca si se toma en cuenta que cualquier sujeto que enfrenta a El Lumínico tiene la excusa perfecta para angustiarse el resto de su vida, lo cual se reduce a minutos en todos los casos, salvo en extraordinarias ocasiones como ya se ha visto, sin importar la increíble capacidad que posea el valiente contrincante para regenerar los propios tejidos y miembros lastimados o perdidos, misma que Piccolo usaba en aquellos momentos, invirtiendo un poco de su energía restante para conseguir a cambio un cuerpo que se moviera con más soltura.

—Mis puños no servirán —decía en voz alta—, pero no son la única arma que tengo... ¡Makanko Sappo!

Un rayo de energía envuelto en un perfecto resorte de la misma naturaleza salió disparado de la mano de Piccolo, como si se tratara de un taladro infinito que no deja de aumentar su longitud hasta que ha alcanzado su objetivo y, aún así, sigue avanzando una vez que lo ha perforado. Podría ser también que dicho objetivo diera un paso hacia la izquierda o derecha, mas nunca hacia delante o atrás por obvias razones, o bien que saltara muy alto evitando ser taladrado. Ni una ni otra cosa ocurrió. No consideró el nameku una tercera y ya muy acontecida situación: dos ataques de energía continua impactándose el uno con el otro de manera tan increíblemente precisa, que no desvían su trayectoria y hasta parecieran consumirse mutuamente.

—¡Muere de una vez!—gritó Piccolo, aumentando la intensidad del Makanko Sappo.

Pero sucedió que el ente luminoso puso más empeño en su ataque de igual modo y los pocos metros que el nameku lograba aventajar los perdía al siguiente instante. Ambos combatientes estaban unidos por un tenso cordón en cuya mitad explotaba una considerable cantidad de energía indecisa que al parecer no sabía en cuál de los dos extremos efectuar su estallido final.

—¡No me vencerás! —gritó Piccolo, tan alto como si procurara ser escuchado por el ente a pesar del fuerte rumor causado por el continuo choque de dos energías incompatibles.

Jamás estuvo menos convencido de lo que decía. Mientras veía girar los círculos inconclusos del Makanko Sappo, de los cuales no se podía decir aquí comienza uno y allá termina el otro, pues en realidad no había ninguno, y que ya empezaban a ejercer sobre él un efecto hipnótico por ser tanta su simetría y repetición, Piccolo pensaba que su muerte podía estar cerca, terrible posibilidad, antes remota, ahora tan palpable como minutos antes lo habían sido sus músculos heridos; se hubiera concentrado en el enemigo de haber podido verlo, obvio es que era incapaz, la explosión ocultaba a uno de sus creadores detrás de aquel fulgor también suyo.

—Oh, no... ¡.¿Qué diablos estás haciendo?.!

El pánico, que no dejó a Piccolo otra opción más que lanzar aquel grito, le había entrado por los ojos, antes por ese séptimo sentido que poseen los guerreros bien entrenados o nacidos con esta capacidad: la percepción, aquella que les permite conocer la localización exacta de su enemigo y cuán peligroso es éste, y no el sexto: el raciocinio, el poder de la mente, y no se sabe, no se sabrá nunca y a nadie le importaría ya si éste es un sentido en realidad, si ambos eran uno sólo o si en ese orden estaban dichos sentidos en el universo donde El Lumínico enfrentaba a un nameku, el más destacado de todos, si no el más destacable, un ejemplo de auténtica conversión, poder e inteligencia, al menos algunas veces sin duda lo fue; lástima que no se pueda decir lo mismo de aquel que decía ser Kamisama, a quien fue entregada una esfera maldita con la que nunca supo qué hacer el muy incompetente, presa del pánico igual que Piccolo, el cual ahora no entendía la naturaleza de lo que acontecía en el combate: era como si, en lugar de destruirse y disiparse, el poder de los ataques se hubiera concentrado íntegro dentro de la explosión luminosa que causaban, misma que ahora se dirigía hacia el nameku a gran velocidad, imparable, ominosa, es decir, abominable, aparentemente destructiva y letal, el tipo de cosa con la que nadie quisiera estrellarse, por eso, ominosa en éste sentido, terminó por desatar toda su fuerza contra Piccolo. No quedó éste tan devastado, ni fue tan grande el impacto, pero de nuevo le faltaban retazos de piel, de su capa ya no quedaba rastro y halló su cuerpo entorpecido por el dolor una vez que se hubo puesto de pie.

—Maldición... —dijo, esperando que Gohan pudiera escuchar su llamado a tiempo.