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Aunque el vuelo que realizó desde Ciudad Satán hasta La Capital del Oeste, en el cual pasó del atardecer a la media noche, duró sólo unos segundos —mismos que su madre y su padre aprovecharon para despedirse—, Gohan pudo darse cuenta de que algo inusual sucedía allá arriba, en el cielo. Vio algunos resplandores, mas no fue una luz vibrante la que aparecía, producto de un relámpago, sino una más sólida y silenciosa, como si un dragón luminoso por ahí anduviera volando y no se lo pudiera ver claramente debido a la nubosidad. Dichos resplandores desaparecieron una vez que el saiya llegó al lugar donde estaba por decidirse el combate entre El Lumínico y aquel que había sido su maestro, piedra angular en su formación como guerrero saiyajin: el nameku llamado Piccolo.

—¡No!. ¡Detente!

Cuando Gohan gritó, se hallaba el nameku en deplorable estado, pero además de rodillas frente al humanoide, y sólo se mantenía erguido gracias a que éste lo sujetaba del cuello con una mano. Gohan recordaría muy bien la escena por el resto de su vida, no se sabe cuánto tiempo será, si morirá ahí mismo o en otro tiempo y lugar, pero en su mente vería a Piccolo en este último predicamento, una especie de vapor escapando de aquel cuello y también esa última mirada que su maestro le dirigió, Debí llamarte antes, yo sólo no pude hacer nada, le decía, o así lo imaginó, Acábenlo ustedes o todos los demás morirán, y todo esto antes del momento en el que la otra mano, sólo hecha de luz, energía y maldad igualmente, se abrió por completo, dirigiendo su palma hacia la cara del nameku, y acto seguido, tan rápido que nadie alcanzó a impedirlo, una ráfaga explotó, un cuerpo sin cabeza al suelo cayó, y, después de lanzar un energy ha que alejaría al ente luminoso, el cual decidió no contraatacar por el momento, como si hubiera querido atestiguar desde una prudente distancia lo que iba a ocurrir después, Gohan estuvo de pie frente a un cuerpo que parecía sentir el dolor de su cuello chorreante, que movía sus brazos espasmódicamente y cuyas manos enterraban las uñas en lo primero que encontraran, ya fuera el suelo o una de las piernas del saiya, Mi cabeza, mi cabeza, estoy perdido sin ella, exclamaba el cuerpo, de seguro, pues como bien se sabe, el cerebro es el único órgano que, una vez destruido, los namekus no pueden regenerar, por ser éste el único capaz de dar la orden a todos los demás de volver a ser lo que momentos antes eran.

—¡Piccolo...!. ¡Papá!. ¡Lo asesinó! —gritó el hijo ante la repentina aparición del padre.

—No... No es cierto... —dijo el padre al ver el cadáver que señalaba el hijo.

Ninguno de los dos tomó entre sus brazos el ahora inerte cuerpo del nameku, sólo Gohan se acuclilló ante éste y nada más; dos buenas razones hubo para ello: la primera es que un cadáver sin cabeza jamás causará tanta pena como uno que sí la tenga, eso se comprobará más adelante, y la segunda, que a pocos metros de ahí se hallaba el responsable de aquello, por lo que no hubiera sido sensato ponerse a lamentar la pérdida en ese preciso momento, exponiéndose así a terminar de la misma manera; padre e hijo sabían muy bien que pelear era lo único por hacer a continuación.

—Tenemos que encargarnos de ese maldito...—decía Goku; vio que los ojos de Gohan se humedecían con lágrimas que sólo la furia puede causar.

Un recuento puede ilustrar a cualquiera que no entienda la mezcla de sensaciones que el joven saiya experimentaba: primero su hermano, el joven Goten, un cuello torcido, dentadura intacta, no se supo cómo; luego su mujer, su compañera elegida, asesinada, a la que se le extirparon algunos dientes durante el altercado; después su hija, la joven Pan, producto de la unión que el amor provocó, a quien le fue arrancada la mandíbula, cuántos dientes habrá perdido en el proceso; y por último Piccolo, su maestro, el cual le enseñó gran parte de lo que sabía ahora, a quien le acababan de volar la cabeza, de la cual no quedó rastro, si acaso algunos viscosos despojos sanguinolentos y nada más, en dónde quedaron los dientes, ni El Lumínico lo supo. Toda esta cuestión dental a Gohan no le interesaba, a él le dolió la pérdida total, de cuerpo, presencia y posibles vivencias, que conlleva la muerte de un ser querido, pero se menciona dichi pormenor para demostrar que el asesino cada vez fue por más. Cómo será la próxima muerte, pudo haberse preguntado tanto el padre como el hijo, qué perderá el siguiente desafortunado aparte o en lugar de su dentadura, pues era obvio que ésta ya no bastaría para saciar a quien causara todas las anteriores pérdidas, aunque ninguno de los dos pensaba en este detalle.

—¡Pagarás por esto! —gritó Gohan, lanzándose contra el humanoide.

—¡Gohan, espera!

El intercambio de golpes no le favoreció, eso si se piensa que gana más aquel que menos golpes recibe, pues los únicos que no dañaron al joven saiya fueron los esquivados, pues los recibidos y los dados lo hicieron en todos los casos, tanto que Gohan pensó, como Piccolo lo había hecho minutos antes, que aquello era golpear y ser golpeado por hierro al rojo vivo, aunque éste fuera totalmente blanco. El saiya sangraba, parte de sus dedos ahora se hallaba descarnada, cualquiera, su padre, le hubiera podido preguntar¿Es ése tu hueso, pero la situación no era de las que se pueden tomar a la ligera.

—¡Es inútil, Gohan! —decía, Goku, mientras se acercaba a su hijo— Mira...

Goku le mostró la cicatriz de su puño, al mismo tiempo que Gohan deducía que ésta había sido provocada bajo las mismas circunstancias, la vez, sólo días antes, que su padre se enfrentó al humanoide frente a la Kame House y había vivido para contarlo,

—Necesitamos pensar en otra cosa —insistió Goku— ¡Aquí viene!

Al paso de El Lumínico, los saiyas salieron volando como aves que están a punto de ser atropelladas. Desde el aire, y sin que les quedara claro si el ente poseía también la habilidad para volar, lo bombardearon con energy ha, cuyo número exacto no es de importancia, se entiende que fueron los suficientes para levantar una columna de polvo capaz de ocultar a aquel que en medio de la noche saltaba a la vista por su involuntario resplandor.

—¿Dónde está? —preguntó Gohan, quien, al igual que el padre, buscaba con su mirada al enemigo.

Fue entonces cuando recordó, pues ya lo había notado con anterioridad, que el antropomorfo no poseía una presencia perceptible, un ki, que permitiera a los saiyas el uso de todos sus sentidos, sobre todo del séptimo, con el objeto de ubicarlo. Tendrían que aguzar el oído y la vista, pues de ellos iban a depender en este combate, inconveniente situación, pues dada su raza, procedencia e historia personal, el padre y el hijo tenían la percepción como uno de sus más desarrollados sentidos, incluso más que el común, el cual nunca entra en la numeración oficial, acaso se llevará siempre el cero.

—¿Te encuentras bien, Gohan?

—Sí... Sólo siento las manos entumecidas.

Las abría y cerraba para comprobar así la movilidad que aún tenían, y notó que no era el dolor tan extremo como pudiera haber sido; dedujo que su cerebro se había encargado de desatar un torrente químico a través de su cuerpo, mitigando la sensación hasta que fuera necesario.

—¡Ahí está! —gritó Gohan.

Cuando vieron al humanoide emerger de la nube polvorosa, enterándose en el acto de que su contrincante también podía despegar los pies del suelo el tiempo deseado, supieron los saiyas que era hora de llevar el combate al siguiente nivel, y sin haberlo planeado, ambos se transformaron al mismo tiempo. Ojos pasando del negro al azul, cabellos siendo cubiertos de un fulgor rubio y un aura incrementando su potencia, eso fue lo que se vio en aquel desierto cercano a la Capital del Oeste, en la noche decisiva, si es que las más importantes determinaciones no se habían tomado de antemano. Ahora eran tres, y no uno, los que en medio de la oscuridad brillaban con luz propia.

—¡Gohan!. ¡Cuidado!

Se lanzó contra Gohan el humanoide, quien seguramente deseaba intercambiar puños y añadirle patadas al asunto esta vez, pues le fue bien en la anterior transacción; pero ahora el saiya, o mejor dicho, super saiya, se defendía mejor, gracias a su aura expandida, velocidad mayor y un torrente de adrenalina corriéndole por la sangre. El contacto de su cuerpo con el otro era mucho más breve: podía dar un buen golpe y retirar la mano justo a tiempo, antes de que comenzara a sentir sobre su piel los efectos del calor emanado por el enemigo.

—¡Apártate! —le gritó Goku al ente, al mismo tiempo que lo alejaba de una patada.

El ente no tardó mucho tiempo en recuperar su equilibrio aéreo y acercarse de nuevo mientras esquivaba o, inexplicablemente, recibía, sin inmutarse demasiado, los energy ha que sus contrincantes hacían el favor de lanzarle; no se piense que lo anterior se dice con ironía o sarcasmo, pues bien se sabe ahora que con cada impacto recibido se acercaba El Lumínico al cumplimiento de su, eso sí, incomprensible misión. Cuando estuvo más cerca, atacó igualmente con esferas de energía, separó al padre del hijo y se lanzó contra éste último. Primero has de cortar las ramas, podría haberse estado diciendo los últimos días, después el tronco y luego ya las raíces, así no quedará nada del árbol, por más fuerte que éste sea.

Aunque la transformación de super saiya ponía a Gohan en una situación más favorable que la anterior, no era suficiente para tener una significativa ventaja sobre su oponente; los golpes parecían no dañar al ente, y aquellos ataques que, por lo menos, lo alejaban unos segundos, requerían un contacto más prolongado con aquel cuerpo incandescente y si se toma en cuenta que él también usaba sus extremidades como armas, entonces se verá claramente como el super saiyajin tenía razones de más para tener la frente rociada de sudor, aunque es obvio que éste salía por sus poros y no le caía de fuera, más porque a pesar de los esfuerzos del padre por repartirse al humanoide entre los dos, siempre terminaba él, el hijo, recibiendo todos los puños.

—¡Kame Hame... Ha! —gritó Gohan, invocando la técnica que su hermano Goten utilizó como último recurso cuando combatía contra este mismo enemigo.

El Lumínico no se quedó esperando que la ráfaga lo fulminara. Parecía haber aprendido la lección minutos antes cuando probó lo que era recibir un energy ha directamente; de seguro con el Kame Hame Ha no deseaba experimentar, lo cual es un decir, antes lo hizo y salió bien librado, esta vez lo contestó con otro ataque igual de potente, el mismo que ya había utilizado antes, ése que se traga la energía enemiga y la combina con la propia para después hacerlas explotar en el momento más conveniente: cuando lejos de el ente se encuentren, claro está. De nuevo también ocurrió el choque, casi increíble que con tal potencia no salieran estas ráfagas disparadas en aleatorias direcciones, pero como una engullía a la otra, se excusa este detalle.

Goku vio entonces la oportunidad para encargarse del esquivo humanoide. Voló hacia él con rapidez, no quería darle tiempo de reaccionar, aunque terminó por verse en la necesidad de esquivar las esferas de energía, y no energy ha, que estos si venían del mundo y de las esferas no se supo nunca ni el nombre, mucho menos el verdadero origen, esferas que el ente luminoso comenzó a lanzar con una de sus manos, mientras con la otra mantenía a Gohan en jaque. No cometió el padre la insensatez de lanzar el mismo ataque que el hijo, pues ya se habrían visto los dos en la misma situación, sino que le lanzó al oponente numerosos energy ha, en una frecuencia que al otro no le fue posible contrarrestar. Explotó la energía, cayó El Lumínico, y si no lo siguió Goku para rematarlo, fue porque se distrajo al ver a su hijo jadeando, ojos entrecerrados, ropas desgarradas, como si nada más eso supieran hacer dichas ropas, desgarrarse, y los hilos de sangre corriendo por su cuerpo, más notorios los de la frente, los brazos y el que resbalaba por el labio; la tierra ahora se nutría de nueva sangre con cada gota que caía a ella.

—¿Estás bien?

—Eso creo —contestaba él; su respiración agitada no se calmaba—. Es muy fuerte y no le hemos causado ningún daño; sólo míralo...

Allá abajo, el ente ya se hallaba de pie y caminaba hacia los super saiyas; no se detuvo hasta encontrarse justo debajo de ellos.

—¿Qué planea ahora? —preguntó el hijo, como si el padre pudiera darle la respuesta, al momento de ver al humanoide levantar sus brazos y dirigir las palmas de sus manos hacia el cielo.

—No lo sé —contestó Goku, percibiendo el repentino temblor y rumor de la tierra—... Pero no dejemos que lo haga¡Ha!

El energy ha no llegó a su destinatario, el cual alcanzó a esquivarlo, sino que se estrelló contra el suelo y justo ahí, en el punto de impacto, fue donde la tierra comenzó a resquebrajarse.

—¡.¿Qué es eso?.! —se preguntó Gohan.

Cada hendidura emitía un resplandor muy parecido al de quien seguramente las estaba provocando todas, sólo que más potente; parecía que el planeta estuviera hecho de luz blanca y sólo cubierto por una capa terrestre de algunos centímetros de espesor. Por eso temblaba esa minúscula zona de la corteza que sería la válvula de escape para toda esa energía, lo cual no beneficiaba en lo absoluto a los dos super saiyas que justo arriba de esto levitaban. Muévete, le dijo el padre al hijo, pero ya era demasiado tarde, la luz los envolvía, incontables ráfagas los golpeaban, y si éstas tenían preferencias, entonces gustaban más de hacer daño a los saiyas adultos que a los veteranos; eso explicaría por qué después de la inusual y provocada erupción quedó el hijo más maltrecho que el padre, tanto que el primero ahora era saiya común y el otro pudo conservar el rubio de sus cabellos. Una vez que se halló a sí mismo en el suelo, Gohan supo que ahí no debería quedarse más tiempo, aunque a pesar de sus esfuerzos fue demasiado lento: no alcanzaba a despegar la segunda rodilla de la tierra cuando el aborrecible ente ya le propinaba una golpiza. Ese metal ardiente que no perdía su dureza comenzó a ser difícil de esquivar, al ras del suelo Gohan peleaba contra él con los remanentes de sus fuerzas, piernas y brazos, sin escatimar ni poner atención a la cantidad de piel que estaba perdiendo y a otros síntomas del mal que terminó por acabar a Piccolo, como los músculos al descubierto, cada vez más inútiles, cada vez más muertos, y la sangre ansiosa de alimentar una tierra que no conoció nunca la saciedad.

Al padre, que cerca permaneció, se le podría perdonar su nula intromisión, pues del último enfrentamiento entre su hijo y El Lumínico sólo pudo ver el desenlace: un pecho siendo atravesado por el brazo incandescente a la altura del corazón, órgano vital que sin duda estalló. A esto ni siquiera un saiya podría sobrevivir, a menos que siete esferas se reunieran y entre ellas ninguna maldita estuviera, entonces sólo sería cuestión de pedir un deseo al Dragón recién aparecido y asunto resuelto. Cabe mencionar que a la mente de Gohan no acudió pensamiento similar, nadie piensa que será resucitado gracias a las esferas cuando un brazo ardiente le perfora el pecho, la mano de dicho brazo le emerge por la espalda y uno es capaz de percibir el olor nauseabundo de su propia carne achicharrándose. Y menos al momento de retirarse el brazo, terminando de hacer el daño que pudo haber omitido antes, y el esqueleto pierde su firmeza, traicionan las fuerzas, el alma se impacienta y comienza a abandonar el cuerpo. Caso peculiar el de el saiyajin llamado Gohan que, antes de caer al suelo por última vez, con las pocas energías que aún le restaban, miró hacia arriba y estiró el brazo, tendió la mano, como si alguien del cielo hubiera bajado e hiciera lo mismo, mirada hacia abajo, alas extendidas, dejando al enemigo, al padre y a la muerte en segundo plano, Toma mi mano, que yo te sacaré de aquí volando.