17
Cuando las luces comenzaron a fallar, la de los cabellos azules presintió que algo no andaba bien, y no pensó en corrientes eléctricas, sino en aquella ocasión cuando se encontraba frente al espejo del baño en compañía de su ahora difunta amiga Pan, cuya mandíbula no se encontró en ninguna parte, por más que aquellos hombres buscaron debajo de las mesas y en el piso del café. Bra no fue testigo en el momento pero lo supo: se la había llevado El Ave, y ahora sólo podía imaginar qué había hecho con ella después; ya podía ver al águila dejando caer el hueso con algunos molares todavía implantados y al hombre vestido de blanco extendiendo la mano, sonriendo debajo del manto que cubría su rostro.
A pesar de las advertencias de su madre, y de los códigos restringiendo la entrada, Bra se las había arreglado para visitar la morgue en una ocasión. Fue cuando se enteró de la mandíbula ausente y la lengua colgante de Pan, los dientes que en la boca de Videl ya no estaban, la piel arrancada de Trunks, el cuello de Goten aun torcido hacia un lado, y la mortuoria desnudez de todos ellos. Lloró, no se entrará en la detallada descripción de la lágrimas, simplemente se sintió más vulnerable que nunca, capaz de terminar sumergida dentro de un cilindro lleno de líquido azul hasta el día de las resurrecciones, si tal evento se presentaba, acaso podría conservarse entera con un poco de suerte, por así decirlo, pues aquellos cadáveres entre los que se encontraba obviamente no la habían tenido, del cuerpo de Uub sólo quedó un charco de sangre y, aunque ella no lo supo nunca, para ese entonces Piccolo ya había perdido la cabeza y Gohan el corazón, de qué privilegios gozaba ella para que el enemigo tuviera la increíble consideración de conservarla intacta, mejor ni pensarlo, todo puede ser un engaño, y el día menos pensado las luces del techo parpadean de nuevo, se rinden, todo queda a oscuras y se desploma tu ilógica certeza de que permanecerás con vida un día más.
¿Qué hacías después de la media noche caminando por los pasillos de la corporación? No era una de tus costumbres, pequeña, lo que sucedía era que tu problema de insomnio iba de mal en peor. Primero fueron las pesadillas, las cuales aparecieron desde el día en que no volviste a ver a Goten y empeoraron desde la desaparición de Uub, cuando en tus sueños ya veías esa marea de gaviotas putrefactas flotando sobre el mar; luego, una vez muerta tu amiga, fue el terror que te causaba la idea de dormir en tu habitación: la ventana por la que Pan se había asomado alguna vez esperando que los chicos llegaran en su coche para llevarlas a jamás se supo dónde y quién sabe con qué intenciones, era la misma por la que El Ave podría irrumpir mientras dormías, entonces no sería una pesadilla la que te iba a despertar en medio de la noche, sino la terrible noticia de que ya no te quedaba ningún diente.
Fue un miedo muy parecido el que la hizo correr al laboratorio de armas, que enseguida estaba y a pesar de la oscuridad, porque estuvo segura de que la falla en las luces sólo podía deberse a una abominable presencia, Sea quien sea, viene por mí, pensó, esperable deducción, pues hasta el momento, las dos apariciones que había tenido oportunidad de presenciar comenzaron igual, con una irregularidad en la energía eléctrica, y en ninguna ocasión alguno de los entes se había manifestado en vano, siempre hubo cadáveres, o al menos un indicio de ellos, y Bra no tenía ningún motivo para pensar que su caso sería la excepción. Se sintió patética cuando entre sus manos tomó una pistola cuyo alto calibre y gran potencia en cada una de sus balas podría no servirle para nada si el aparecido era el aquel monje blanco que con sólo desearlo había hecho a Uub esfumarse.
Salió al pasillo de nuevo, con el arma ya cargada, y al voltear a ambos lados, no tuvo que pensar mucho para decidir en qué dirección correr, a la derecha, por supuesto, hacia dónde está la puerta que divide la sección, puesto que por la izquierda venía acercándose un resplandor y la chica no tenía interés en averiguar qué lo estaba causando. Pero no pudo abrir el acceso por más que forcejeó, así de inconveniente había sido el diseño de las puertas, que en el apagón unas podían abrirse manualmente y otras, las que habrían permitido a muchos prolongar su existencia, como pareció ser en el caso de Bra, se hallaban herméticas, y sin corriente se rehusarían a permitir el paso de cualquier persona, no importaba que fuera ésta la hermana del difunto Presidente de la Corporación Cápsula, ni tampoco se interesarían por el valor en efectivo de las tarjetas de plástico que ella hubiera acumulado, ignorarían toda su lindura y no iban a escuchar sus lamentos. Cerradas estaban y punto, gran obstáculo para la chica que ahora dependía de la suerte y el arma que no estaba segura cómo utilizar, por ser ésta diferente a un simple rifle de dardos somníferos. Fue entonces cuando apareció, en un vuelo que pronto se volvió violento, aquella bestia alada que tenía por costumbre atacar a sus víctimas justo ahí, de donde provenían los alaridos. Pan, esto va por ti, tuvo tiempo de pensar la chica, y jaló el gatillo. El arma saltó de sus dedos y cayó al suelo, al igual que ella, aturdida por el repentino impacto retumbante y el temor de perder el maxilar inferior si fallaba su puntería o en caso de que ésta última no sirviera de nada a fin de cuentas. Para su gran sorpresa, se hallaba El Ave completamente abatida, y aunque ni una sola pluma había perdido, cualquiera habría pensado que del piso ya no se levantaría; ya sólo aleteaba en un estertor, preludio de su muerte, si era posible tal situación. Pero los nervios de Bra de nuevo le hicieron sentir una descarga, pues el cuerpo del águila comenzaba a emanar una especie de fluido luminoso, cuyo estado no era propio de un líquido ni de un gas, era tal vez un punto intermedio y seguramente un estado físico de altas temperaturas ya que el aire se contagiaba del calor, a la chica le sudaba la frente por eso y debido al esfuerzo que hizo al intentar abrir esa puerta que seguía negándose a pesar de las apremiantes circunstancias. El fluido no se detuvo, serpenteaban sus ramas por el suelo y el aire, cada vez más cerca; Bra dedujo que aquello sería peor que morir en la hoguera, devorada por las llamas. Así fue, y aunque conservó su dentadura, la hizo rechinar hasta el último momento.
Sólo quedó la luz de las estrellas que las nubes dejaban al descubierto: incluso los automóviles dejaron de funcionar de un momento a otro y se apagaron sus faros; el derrape de llantas y los choques vinieron entonces como consecuencia, milagrosamente ningún incendio, pero se oyeron los gritos y las carreras de aquellos que se percataron del peligro que por unos segundos significó estar parado en una banqueta, ya que ni los más eficaces frenos son capaces de evitar un choque si están en manos de un conductor estupefacto, menos en aquellos autos que ni siquiera tocaban el suelo y ahora contra éste terminaban estrellándose. No faltaron tampoco los que buscaron algún provecho en medio de la conmoción a oscuras: cristalazos y saqueos comenzaron a ser otra amenaza para los honestos ciudadanos, inocentes todos ellos; por lo menos, en cada catástrofe que alguna vez hubo, así se presumieron. Los saiyas, que antes habían llamado la atención de todos los que vieron cómo caían en medio del pavimento, ahora eran ignorados por completo.
—Kakarotto...
El otro no contestaba, seguía acuclillado y tal parecía que regresar a su nivel normal tan rápido lo había aturdido.
—Diablos, dime que no has enloquecido igual que toda esta gente.
—Estoy bien —decía, levantándose—... ¿pero qué sucede?
—¿Y yo cómo voy a saberlo?
—Mira eso... Ahí.
No señaló nada, ni le importó ya su aura perdida; en vez de eso se dispuso a volar seguido por su compañero, sólo que a una menor velocidad que la anterior, como si en esta ocasión ambos pretendieran llegar a su objetivo con el mayor sigilo posible. Allá en lo alto, entre las nubes y la Capital, y sobre el centro de ésta, se hallaba aquel brillo que parecía la luz de un faro a distancia apuntando directamente al observador. Conforme estuvieron más cerca, el resplandor perdía intensidad, la figura detrás se iba revelando y La Muerte, que uñas no tenía, caso contrario se las habría arrancado a mordidas, sin duda, era cada vez presa de una mayor mortificación, Qué podrán hacer ustedes por mi causa, se lamentaba, si yo no podré hacer nada por sus almas, y prefirió desviar la mirada, y aunque La Auténtica Puerta del Cielo y el Infierno ojos no poseía, siempre que la Vida estuviera a punto de perder un hijo, allí estaría ella presente, en espera de que cuerpo y alma dejaran de ser uno sólo, para desechar el primero y conducir a la segunda a su destino final, en las ocasiones en que el espíritu existía; pero ahora, incapaz de llevar a cabo su deber, volteaba hacia otro lado, como si eso fuera suficiente para no enterarse de lo que sucedería; hubiera querido estar en otro mundo, uno sin invasores, como ella los llamaba, donde fuera por siempre La Más Temida, el paso decisivo entre lo que uno es y lo que por siempre será.
Una vez que los saiyas estuvieron a pocos metros de distancia, la luminosidad de aquel individuo había desparecido, sólo su blanco manto resplandecía ahora como si sobre éste cayera la luz del mediodía y se ondeaba al son de un viento calmo que allá arriba era un aliento helado. Durante algunos momentos que parecieron prolongarse más de lo debido, nadie pronunció una sola palabra; Él se halló sumergido en su acostumbrado mutismo, hombre de pocas palabras al fin y al cabo, y los saiyas, intrigados por la presencia del misterioso monje al que nunca antes habían visto.
—¿Quién eres? —preguntó Vegeta, frunciendo el ceño.
El individuo calló unos segundos más, como si no hubiera escuchado al saiya, el cual, al igual que su compañero, notó que los latidos de su corazón de pronto se aceleraban, tal vez la causa era la impaciencia por escuchar la respuesta.
—Yo soy... Nada será —sentenció El Hombre de Blanco.
Ya había pasado la medianoche y Bulma seguía sin preocuparse por la hora marcada en el reloj ni por el sueño reparador que le hacía tanta falta. Aunque la esfera de una sola estrella ya no estaba en la corporación y no podían hacérsele más estudios, los datos recopilados durante esas veinticuatro horas, en las que prácticamente la mujer no había pegado las pestañas por más de dos segundos, ofrecían información suficiente para poder trabajar con ellos todavía. Y después de presionar mil veces las mismas teclas, Bulma había llegado a una insólita conclusión, sin estar segura de que fuera producto de un acertado raciocinio o un disparate provocado por la cafeína acumulada en su cabeza: el enemigo no había alterado la esfera de ninguna manera. Tal vez ya era momento de irse a la cama, pero mañana mismo, a primera hora, se pondría en contacto con Piccolo, o con quien fuera para compartirle sus sospechas; tal vez iría ella misma con las seis esferas al Templo Sagrado para convencer a Dendé de que podrían unir las siete sin ningún problema, llamar a Shen Long y pedirle que desapareciera a esos seres aborrecibles de este mundo, y que al diablo se fuera el orgullo de Vegeta, quien como siempre, estaba seguro de poder derrotar al enemigo con sus propias manos. De pronto, sintió una opresión en el pecho, un mal presentimiento y no un síntoma de enfermedad, de seguro, e impulsada por el temor de que algo terrible ocurriera, decidió que era absurdo esperar hasta el día siguiente para realizar un acto que podría evitar la muerte de alguien más durante las horas en las que ella tardara en despertar. Antes de que pudiera levantarse para comenzar a poner en marcha su improvisado plan, sonó su teléfono celular y, como si cualquier simple llamada tuviera prioridad sobre el destino de aquel mundo, contestó:
—¿Hola?
—¿Dra. Brief?
—Sí, ella habla.
—La llamo desde la sección B-3. Normalmente no la interrumpiría, pero sé que esto es importante para usted.
—¿Qué sucede?
—Doctora... algo le ocurrió a las esferas del dragón y nadie sabe cómo pasó. Nos preguntábamos si sería un cambio normal, usted sabe, por su naturaleza que al parecer es tan "especial". Pero, aún así, es demasiado extraño para que... ¿Doctora?. ¿Sigue usted ahí?
Por supuesto que no. Al escuchar la palabra "esferas" Bulma había soltado el teléfono por acción de sus reflejos y, habiendo aventado los zapatos de tacón, ahora corría descalza por los pasillos y escaleras abajo como si aún pudiera evitar la transformación sufrida por aquellos objetos en los que había puesto todas sus esperanzas. Se reprochó a si misma, en medio de aquella carrera, no haber tenido la osadía de invocar a Shen Long ella misma cuando tuvo la oportunidad y supuso que su último mal presentimiento se debió a que ya sería demasiado tarde para hacerlo. Qué pasó, preguntaba, A un lado, gritó, cuando no le contestaron, y entró a la cámara donde estaban las esferas, a pesar de traer anudada la garganta de sólo pensar con lo que ahí podría encontrarse. No, dijo varias veces, momentos antes del apagón. Después, sólo se iba a escuchar el llanto de una mujer a la que sólo le quedaría esperar un milagro.
Entre sus dos manos casi juntas apareció el intenso resplandor. ¿Cómo evitaste las decenas de esferas luminosas que de ahí brotaron? Ni tu mismo lo supiste, Goku. Una de ellas si alcanzó a golpearte y acá abajo en el suelo te encuentras tratando de levantarte lo más rápido posible a pesar de que tus músculos no responden como debieran; sólo esperas no tener un agujero en el abdomen, ahí donde pones tus manos. Entran a tus oídos los gritos de aquellos que concientes están del desastre ocasionado por el ataque del Hombre de Blanco, pero te dedicas a correr al estar muy aturdido para volar, porque al voltear hacia arriba y a pesar de la oscuridad, ves que este edificio aquí cerca se derrumba y no es momento éste para que todas esas toneladas te caigan encima, por más resistente que seas. Pronto sientes debajo de tus pies el temblor del pavimento. Lo esquivaste justo a tiempo. Sabes que otros no tuvieron tanta suerte y ahora aplastado tienen el cráneo. Más gritos. Continúas corriendo y en el camino a quién sabe dónde tropiezas y derribas a alguien que te insulta. No importa, supones que no es momento para disculpas y sigues adelante, o más bien, hacia arriba, pues ya estás volando, saliste del trance que te lo impedía, tu abdomen se haya intacto y sólo la piel ha sido herida pero no sangra. Inútil sería seguir allá abajo cuando es aquí arriba dónde se encuentra suspendido en el aire el monje vestido de blanco. Te concentras y expandes tu ki. Ahora eres un super saiyajin que posee luz propia y notas que tu compañero lo es de igual manera, Big Bang Attack, escuchas que grita y ves que la energía lanzada es devuelta cuando el enemigo extiende su brazo hacia ella y abre la mano. No te quedas mirando mientras Vegeta esquiva el ataque que él mismo había arrojado: te abalanzas contra el monje y piensas abatirlo con tus puños. Te estrellas contra una pared que tan impenetrable es como invisible al momento de lanzar el primer golpe y te cercioras de su presencia cuando ni siquiera tus piernas son capaces de pasar a través de ella. Se ilumina la palma de tu adversario y después del resplandor todo se vuelve oscuro para ti. Caes de nuevo pero te elevas a medio camino para evitar el suelo. Tu respiración se agita cuando te percatas de que ahora tu ceguera es doble porque no puedes percibir por ningún medio al enemigo y sólo escuchas que Vegeta intenta lo mismo que tú hace unos momentos. Piensas que no ha tenido éxito ya que profiere algunas maldiciones que te resultan muy familiares pero que sólo logran inquietarte más. Tal vez es momento de perder las cejas y que tu cabello llegue hasta los tobillos pues no hay necesidad de esperar a que la situación se ponga peor para luchar al máximo: presientes que es ésta una oportunidad única para vencer a quien parece dirigir la catástrofe y la serie de asesinatos en los últimos días. Para tu sorpresa y alivio, tus ojos vuelven a ver una vez que alcanzas el tercer nivel de super saiya. Te lanzas de nuevo contra tu adversario pero éste se desvanece de repente una vez que llegas a él sólo para aparecer de nuevo detrás de ti. Muy tarde te enteras de esto y una ráfaga de energía y luz te quema y estrella contra la pared de un edificio en la que te hundes y de la cual te desprendes para caer al suelo inevitablemente y antes piensas que escuchar una maldición de la boca de Vegeta sería un respiro más que un fastidio entre tanto inconveniente pero de él ya no sabes ni oyes nada. El pavimento es más duro de lo que recuerdas mas incorporarte de nuevo no te cuesta tanto trabajo como antes, acaso el aura que ahora te envuelve te protege de algún modo que no entiendes a pesar de no ser igual de refulgente que la que acompañaba a tus ojos antes dorados, ahora azules como el cielo del otro hemisferio, detalle sin relevancia: lo importante es que ven y son capaces de ubicar a Vegeta y al hombre una vez que despegas los pies del suelo. Le arrojas energy ha al sujeto que con sólo pensarlo los desvía o te los regresa. El sudor en tu frente bien podría deberse a tu sangre hirviendo cuando piensas en la cantidad de personas que sufren las consecuencias de un enfrentamiento en el que difícilmente podrían influir de alguna manera, ya que ninguno de ellos dejaría de huir para levantar los dos brazos y así ayudar a eliminar al enemigo aunque de esto dependiera evitar su aniquilación propia. Vegeta ha fallado otra vez en su intento por enterrarle un puño en el rostro a ése sujeto y ahora el misterioso individuo junta sus manos de nuevo y es como si la esfera luminosa aparecida ahí en medio pugnara por absorberlos a ustedes dos, que ahora luchan por alejarse sin poder hacerlo; se mantienen con gran esfuerzo en el mismo lugar mientras el aire no opone resistencia alguna ya que se introduce en medio de aquellas manos así como agita tus cabellos y el manto del hombre. Pero como todo lo que a presión se somete en algún momento ha de estallar, así lo está haciendo todo aquello que entre las manos del monje blanco ha sido atrapado y una explosión de luz y viento es la que ahora te lanza con fuerza contra una construcción que has de atravesar de lado a lado para de nuevo terminar en medio de una calle a la cual ahora sí le dejarás marcado un surco. Aprisa te levantas aunque te resulte tan complicado como si la gravedad hubiera aumentado considerablemente. Esa sensación de que pronto algo terrible pasará es la que infunde las energías necesarias para seguir combatiendo, para volar de nuevo, no importa que se repita lo mismo y abajo termines otra vez, no te rendirás en tu empeño porque ese maldito monje no puede ser invulnerable, eso piensas cuando ya lo ves, cada vez más cerca y ahí viene Vegeta igual o más fastidiado que tú, y el hombre, impasible, ni sus pesadas ropas han de hacerlo sudar, ni ha efectuado movimientos que lo hagan jadear como tú, Kame Hame Ha, gritas sin que te importen las consecuencias ni ese campo de fuerza que cubre al Hombre de Blanco, Final Flash, te secundan e inexplicablemente ambos rayos de energía se entrelazan y ahora son uno sólo que es detenido por la mano que abre su palma como si eso fuera suficiente para inutilizar la ráfaga por ustedes dos incrementada a medida que se esfuerzan, vacían sus pulmones de aire al gritar, tensan sus músculos y ponen toda su concentración en esas dos líneas luminosas que se juntan en una sola y desaparecen en aquella mano. Te sientes desfallecer, el rubio de tus cabellos amenaza con oscurecerse, pero tomas aire y continúas. Esto nunca lo habías sentido, un calor en tus manos que pareces tenerlas al fuego y cada vez más cerca, pero aunque sólo te queden muñones al final de tus brazos, no desistirás. Tu amigo, que hasta el final pretenderá ser solamente tu aliado rival, tampoco se rendirá. Por increíble que parezca, justo cuando tus esperanzas empezaban a tambalear, el enemigo claudica, se hace a un lado para evitar la ráfaga y aprieta su mano con la otra, parece sentir un dolor parecido o mayor al que tú mismo experimentas en tus manos, pero ya no lo manifiesta, fue cuestión de un instante. Miras la expresión en el rostro de Vegeta, una satisfacción en sus ojos se refleja mientras su boca emite jadeos de fatiga, y Él, uno de los aborrecibles, ahora observa la palma de su mano. Está herido. Ves brotar una sangre resplandeciente y no podrías decir si es líquida o es un gas.
