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Si he de perder la vida, será peleando, pensó Vegeta, momentos antes de llegar a aquella isla, cercana a una bahía, donde se localizaba un ki que no podía pertenecer a alguien más que a uno de los aberrantes entes aparecidos en los últimos días. Cuando aterrizó, observó la desolación a su alrededor, pues ni aves ni plantas ni nada vivía ya en ese gran montículo de tierra, arena y rocas; sólo quedaban cenizas y algunos restos carbonizados, humeantes todavía, como si las llamas hubieran envuelto todo el lugar minutos antes, y el mar, dicho sea de paso, se comportaba de manera inusual, pues de repente sus aguas se adentraban en la isla mucho más allá de la costa, acaso la constante agitación de la tierra era la causa. Allá arriba, en el cielo, se paseaban serpenteantes luces que no se podían ver claramente gracias a las nubes, y abajo, se percibía un aroma pútrido que comenzaba a marear a Vegeta. Al ver con más detenimiento los escombros que pisaba, dedujo que aquella isla también había sido habitada por humanos, y que se hallaba en medio de lo que antes era una aldea. Esqueletos retorcidos, dentaduras apretadas, carne chamuscada. Trató de no pensar en ello y seguir adelante conservando la indiferencia, pero la sola idea de que del mismo modo hubieran terminado Bulma y Bra era suficiente para acelerarle el pulso e irritarle los ojos. Encontró al Lumínico en medio de todo aquello, y le sorprendió verlo con una rodilla y ambas manos en el suelo, agachado, claro gesto de agotamiento acentuado por la manera en que se ponía de pie, como si la debilidad o el dolor le impidieran hacerlo con soltura.

—¿Dónde está ese sujeto?

Vegeta no recibió respuesta.

—Tengo que acabar contigo antes de encontrarme con él¿no es así?

Vio al Lumínico asentir, solemne, una vez que estuvo erguido.

—Entonces... si así lo quiere, que así sea. —dijo el saiya, sin imaginar cómo dichas palabras serían interpretadas por el destino.

Se lanzó contra el humanoide, no sin convertirse en super saiyajin antes de despegar del suelo, y la historia se repitió, pues después de dos o tres lances, en los que el enemigo hizo grandes esfuerzos por dejar su fatiga de lado, consiguiéndolo sólo parcialmente, el saiya se dio cuenta de que pelear usando los puños sería inútil y doloroso, esto último lo supo al ver sus nudillos descarnados y las ampollas que comenzaban a brotar en la piel que quedaba en el dorso de sus manos, aunque a Vegeta el dolor físico ya no le importaba y por éste no se detendría, más era el que traía en el alma, pero, como la respuesta del ente se lo había hecho suponer, tendría que ganar este combate o no estaría de nuevo ante El Hombre de Blanco, que era el verdadero asesino, autor intelectual y físico del crimen cometido contra su familia.

Decidió comenzar a usar los ataques de energía, Big Bang Attack, y esa esfera impactó directamente en el cuerpo del humanoide, apartándolo algunos metros; al saiya le dio la impresión que su contrincante había recibido el ataque a propósito, pues no vio que hiciera algo para esquivarlo o contraatacar, incluso, creyó adivinar en su actitud la firmeza que sólo logra aquel que se sacrifica en el cumplimiento de su deber, como si una de sus órdenes fuera precisamente ésa, recibir de lleno aquel ataque.

Tardó más esta vez en incorporarse el enemigo, temblaba su cuerpo, apenas lo sostenían las piernas y era como si ya no esperara otra cosa más que levantarse cada vez que fuera derribado.

—Eres patético... Pero te destruiré; aún no olvido lo que le hiciste a mi hijo —dijo, mientras extendía sus brazos hacia los lados— Y después de acabar contigo, arreglaré mis asuntos pendientes con ese patán vestido de blanco.

Vegeta dudó por unos momentos lo que estaba haciendo, pues vio al otro enderezar la espalda y sacar el pecho, preparado a recibir el ataque, pero no teniendo otra cosa que perder más que la propia vida, se dispuso a terminar con el combate.

—¡Final Flash!

El torrente de energía salió disparado cuando Vegeta juntó sus manos hacia el frente, directo al enemigo, el cual, al ser golpeado por la ráfaga, no cayó ni fue lanzado lejos esta vez, sino que se mantuvo de pie, poniendo todo su empeño, resbalando sus pies en la tierra, absorbiendo toda esa energía dentro de su cuerpo.

—¡.¿Qué es lo que pretendes, insecto?.!— espetó el saiya, separando sus manos de nuevo.

El Lumínico se acuclilló, trémulo todo su cuerpo, parecía costarle gran esfuerzo hacer cada movimiento; verlo causaba la impresión de que aquellos eran sus últimos instantes y que desaparecer, ser destruido, era lo había deseado desde el principio. Apretó sus puños, víctima de un estremecimiento que lo recorría de pies a cabeza. Entonces, aquel resplandor lo envolvió, y sin que Vegeta pudiera hacer nada ya, tal vez sólo abrir los párpados de par en par, una explosión de luz hundió en el mar lo que quedaba de aquella isla.


Respiras por la boca, tu agitación te lo exige, pero aún lo haces, y eso es lo importante. Así permaneces algunos minutos, llenando y vaciando tu pecho, pues antes que nada quieres cerciorarte de que sigues vivo. Sin recordar bien lo sucedido, ahora te preguntas que será de tu cuerpo y de tu alma, pues ahora que estás aquí, sin saber dónde, y compruebas la inmovilidad de tus extremidades, sientes que el final está más cerca de lo que esperabas. Es momento de abrir los ojos, los sabes, pero presientes que al hacerlo ya no habrá vuelta atrás, sea cual sea la realidad tendrás que aceptarla así como venga; y si ya no tienes brazos ni piernas y la muerte te encuentra desmembrado, o si no ves nada al abrir los párpados pues ojos ya no tienes, o si ves y ahí mismo, de pie junto a ti, se encuentra El Hombre de Blanco, serán cosas que tendrás que enfrentar con la valentía que la situación amerita, que tu final no sea menos honorable que el del ente luminoso o el de Kakarotto, el muy cobarde que aún conserva su vida.

Ya ves, con una visión nublada que tardará un poco más en aclararse. Te hayas boca arriba, lo primero que observas son las nubes y las luces que detrás de ellas se desplazan como enormes serpientes voladoras. Intentas moverte pero no puedes, aunque las sensaciones vuelven, y ahora el cuerpo lo sientes hundido en una especie de lodo áspero, y cuando el agua fría te envuelve, esperas que te no cubra hasta la boca y te ahogue; es claro ahora que en una costa te encuentras, como ballena varada, incapaz de salir de tan penosa situación sin ayuda. La sal de los mares comienza a recordarte las heridas sobre tu cuerpo, haciéndolas arder. Te quejas. Esperas. Nada ocurre.

No lo sabes, pero viene caminando hacia ti un hombre que no deja huellas sobre la arena y cuyas ropas el agua ni siquiera moja. Su mano chorrea sangre luminosa. Da un paso y después otro sin ninguna prisa; para Él, el tiempo pareciera transcurrir de un modo distinto al que lo hace para ti, y no muestra urgencia por comenzar el encuentro. El Lumínico, al asentir de aquella manera, te había confirmado que primero tendrías que vencerlo para estar ante El Hombre de Blanco otra vez, y ahora se cumple la promesa, pues en tu campo visual aparece ese manto resplandeciente y esa mano sangrando luz. El hombre detiene sus pies cerca de tu cabeza, e inclina la suya para mirarte directamente y seguir guardando silencio. Ves como evita que las gotas de su sangre caigan al suelo interponiendo la palma de su otra mano.

—Algún día —dices, tremendo el esfuerzo que te cuesta—... pagarás todo lo que has hecho.

—Nunca. Más allá de mi voluntad, nada existe. —te dice esa voz inmaterial, que pareciera provenir del aire y que entra por igual a tus dos oídos.

Intentas salir de esa parálisis que más inoportuna no podría haber sido, pero es inútil.

—Entonces... ser quien eres... ése es tu castigo.

—No. Yo soy la mismísima Sentencia.

Una ola te cubre de nuevo; enciende tus heridas, pero fallará en su intento por arrastrarte al mar.

—Me importa un bledo.

—Mientes... Verás mi Rostro—te dice, mientras inclina su mano con la intención de vaciar su contenido sobre ti—... Te mostraré la Verdad.

Aprietas los párpados. No quieres saber qué pasará cuando esas gotas ardientes caigan sobre tus ojos.