20
Recobró la conciencia, y a pesar de sentir el cuerpo entumecido y torpe, lo primero que hizo después de levantarse fue echarse a andar, sin saber por qué, igual que otros individuos que no tuvieron una buena razón para muchos de sus actos durante los días de la Hecatombe. Caminó sin rumbo, mientras a su memoria regresaba todo lo ocurrido y visto en la revelación que acababa de tener, si es que aquel mosaico de rostros rondando en su cabeza tenía en sí algún significado y él era capaz de descifrarlo.
No dio más de diez pasos cuando lo notó: la presencia de sus seres queridos se había desvanecido por completo, y así como las estrellas desaparecen ante el imponente amanecer, eran engullidas las vidas que aún quedaban sobre ése y los demás planetas y pronto no quedaría ninguna. Milk, perdóname, porque yo te dije que volvería, y tú prometiste esperarme; ahora ya es demasiado tarde para encontrarnos, dijo el saiya, en su mente y con el corazón, mientras apretaba los párpados, queriendo contener las lágrimas.
Qué fue todo eso, se cuestionaba, y por qué he sido yo quien lo ha visto, seguía pensando, como lo haría cualquiera que en un repentino estado de inconciencia hubiera sido testigo de lo que el saiya: una sucesión de imágenes en la que se veía repetirse, una y otra vez hasta el cansancio, la misma historia. Nunca se dejaba ver el villano, la causa de toda la catástrofe, pero en cada ocasión, los protagonistas del drama eran distintos: unas guerreras cuya intensa amistad y pobre uso de la magia, por lo que se podía apreciar, no despertó la piedad de la luz maldita; guerreros de armadura, distintos unos de otros por el metal de la misma, diferencia no hubo a la hora de morir cada uno, humanos todos al fin y al cabo, como aquellos en otro lugar que suficiente valentía e ingenio tuvieron para montarse en robots de avanzada tecnología y combatir contra la gran abominación, muertos todos ellos, destruido su mundo, igual que los mencionados con anterioridad; y entre tantas visiones, la última que recordaba era la de esa niña, reflejo de arrojo e inocencia, cuya baraja mágica no sirvió de nada a la hora de las tragedias, pues no pudo evitar ninguna de éstas. Muchas teorías acudían al saiya, y él no sabía por cuál decidirse; una profecía, su imaginación, una visión del pasado, de lo que ya ocurrió, o tal vez de lo que en otros mundos sucedía en ese momento, o podría ser que, en todo eso que vio, había una lección a manera de enigma por descifrar. De cualquier modo, nada podía hacer el saiya más que intrigarse, pues aún tenía la impresión de haber olvidado parte de su sueño al momento de despertar hacía unos minutos, y le era imposible recordar de qué se trataba, pero era algo de suma relevancia, sin duda, tanto como si alguien le hubiera dicho, Y esto que estoy a punto de revelarte has de mantenerlo fijo en tu memoria, pues de ello depende tu vida y el destino de los mundos que aún no han pasado por todo esto que has visto, y entonces la voz calla, la imagen se enturbia, Goku se queda en la misma situación, sólo que ahora está conciente de que ignora algo y gran diferencia podría marcar eso en la sucesión de los acontecimientos. Y se puede decir, con toda certeza, que a quien gracia le dé el dilema que entonces el saiya enfrentaba, seguramente nunca ha estado a punto de perder la vida y el alma, así como tampoco habrá perdido a sus hijos y a su mujer ni la esperanza de salvarlos gracias a esa memoria traicionera que al último momento ha decidido deshacerse de palabras tan valiosas.
Goku se detuvo al borde de un acantilado, minúsculo montón de tierra comparado con otros en la Tierra. Se mantuvo así, de pie y sin moverse, ninguna palabra dicha, por algunos momentos, hasta que la certeza de lo que ahora creía fue tan grande, que se vio en la necesidad de decirlo en voz alta:
—Ya es hora.
"No puedo asimilar esto, ni siquiera porque lo estoy viendo... Ocurrió todo tan rápido...
Estas lágrimas no me las causa el miedo. Aunque lo tengo, no permitiré que me paralice; lloro porque nunca más los volveré a ver, y porque sé que, tal vez, ninguno de ustedes descansa en paz ahora. Sólo ese maldito sabe qué fue de sus almas. Lloro porque estoy solo, y así me quedaré sin importar lo que haga.
Lo que daría por volver el tiempo atrás. Mi vida, si fuera necesario, para ser el único muerto y que todos ustedes siguieran viviendo, pero más todavía por compartir esos momentos a su lado... Nada queda por hacer, pero les prometo que, mientras mi corazón siga latiendo, aquí los tendré.
Ahora es mi turno de enfrentarme a Él. No sé qué pasará, pero a pesar de todos mis temores, estoy seguro de algo: dondequiera que se encuentren ahora, sé que estarán conmigo hasta el final."
¿Mostrará su verdadera forma¿Emergerá de las nubes la terrible entidad que el fin de este mundo ha adelantado? Goku no lo sabe, sólo atina a mirar a su alrededor, mientras la tierra bajo sus pies continúa estremeciéndose, cada vez más fuerte, como si la fuente de tal vibración fuera acercándose lentamente. A donde quiera que ve, el horizonte, que antes era una franja oscura, azul y no negra como el resto del cielo, indicaba así que del otro lado del mundo se hallaba el sol, ahora es brillante, blanca como todas las luces que azotan a la Tierra, acaso son miles de ellas las que se desplazan por cielo, mar y tierra hacia el único ser vivo que queda en éste y todos los planetas y aparentan ser un aro colosal que rodea al saiya y separa el firmamento del suelo.
Goku cierra los ojos. No quiere ver la tierra resquebrajándose y siendo devorada por las ráfagas luminosas, algunas distantes, otras más próximas, ni las nubes que detrás de ellas ocultan un secreto lleno de luz, aunque fuera éste la auténtica apariencia del omnipotente asesino, y aunque el saiya no piensa lo anterior en estos términos, conciente está de que Ave, Lumínico y Hombre son los tres el mismo ser presentado de distinta manera, que todo lo visto hasta ahora es mero disfraz y apariencia que no desaparecerá hasta que el Hombre de Blanco revele el rostro debajo del manto; entonces se sabrá la más terrible de las verdades, y si aquello ocurre, el saiya no está seguro de querer presenciarlo, por eso mantiene sellados sus párpados.
Eso sólo intensifica las demás sensaciones: el temblor de la tierra del que se contagia su cuerpo, el aire helado que le eriza los vellos, la ausencia de toda presencia, el rumor de las rocas partiéndose, siendo expulsadas por aquellas ráfagas y chocando de nuevo contra el suelo. Pero sigue sin ver, aunque a través de sus párpados puede percibir que la luminosidad a su alrededor aumenta. Imagina las nubes abriéndose, dejando pasar entre ellas a un gigantesco ser hecho de luz, un dragón, un ángel, una ráfaga, lo que sea, bajando cada vez más, acercándose a él con la intención de terminar con la última existencia en este mundo, mientras el anillo luminoso se cierra y las rocas más cercanas son destruidas. Ya casi llega el momento final, sólo queda ser engullido por la luz y esperar lo peor, algo superior a cualquier comprensión.
Entonces, una lágrima amarga rueda por la mejilla mientras en los labios se dibuja una sonrisa. Unos instantes de duda. Un trago de saliva. El índice y el medio entre las cejas. Después, luz y nada más.
