CAPÍTULO 1
Privet Drive, 29 de julio.
El verano estaba en pleno apogeo, este año parecía especialmente caluroso.
Un joven muchacho de pelo azabache y ojos color verde intenso transitaba por las calles de lo que otros llamaban "el mejor lugar" para pasar el verano.
Alejado de sus amigos y de su verdadero mundo, Harry se sentía solo. No podía dejar de pensar en la maldita tarde en que sucedió... aquello. Sí, todavía no se le había ido de la cabeza y, verdaderamente, tardaría.
El estúpido de Snape con su maldita arrogancia y sarcasmo... Si sólo hubiera avisado a la Orden un poco antes... quizás ahora estaría en otro lugar con una persona que verdaderamente se preocupaba por él.
La tarde llegaba a su fin y los farolillos de las casas comenzaban a iluminarse. Decidió regresar a casa de sus tíos, no quería más reproches.
Al entrar en "su casa" lo primero que vio fue a su tío parado enfrente de la puerta.
-¡Te tengo dicho que no quiero recibir correo en esta casa de tu asqueroso mundo!
Hasta ese instante no se había percatado en dos lechuzas posadas en la barandilla de la escalera con sendas cartas a su nombre. Una parecía de Hogwarts. ¿Serían las notas de los TIMOS? Los había esperado desde hacía tiempo.
Harry no contestó al reproche, cogió las cartas y subió indiferente al dormitorio, escuchando de fondo las blasfemias de Tío Vernon sobre el mundo mágico.
Ya en la habitación se tumbó en la cama, abrió una de las cartas y quedó agradecido al ver el remitente: Hermione y Ron le escribían. Era la primera que recibía en todo el verano, pero sabía que a ellos no les podía reprochar nada, ya le habrían mandado toda la información posible si hubiesen podido.
Hola Harry:
Esperamos que el verano no se te esté dando demasiado mal, nos hemos enterado de algunas cosas. Ahora estamos todavía en la mansión Black, pero la Orden va a cambiar la residencia. No sabemos a donde todavía. De momento el que tú ya sabes sigue sin hacer movimientos.
BesosRon y Hermione.
Harry dejó la carta a un lado, la verdad es que tampoco le importaba lo que hacía Dumbledore con su querida Orden del Fénix.
Se dispuso a leer la otra carta que, efectivamente, eran los TIMOS de su 5º año:
-Transformaciones: Supera Expectativas-Encantamientos: Supera expectativas
-Herbología:Notable-D. C. A. O.: Nota Máxima (Patronus)
-Historia de la Magia: Bien-Cuidado de Criaturas Mágicas: Notable
-Pociones: Notable-Adivinación: Pobre
-Astronomía: Bien
La verdad, pensaba que las notas iban a estar bastante peor. Había esperado no sacar buena nota en pociones, por no mencionar el cero de Historia.
Pensó en Ron y Hermione: ¿También les habrían mandado a ellos los resultados?
Cogió una segunda hoja del sobre, ponía lo que iba a necesitar para el siguiente curso. "Lo de siempre" Pensó. Ni siquiera se molestó en leerlo.
Dejó las cartas a un lado y se dispuso a dormir, estaba demasiado cansado y no tenía ganas de cenar.
Estaba en un lugar oscuro, parecía un pasadizo subterráneo. Las paredes estaban demasiado altas y él parecía ir a nivel del suelo. Era una serpiente. El suelo era irregular.
Parecía que una luz se filtraba por el final, ya quedaba poco. Salió hacia el exterior y un gran castillo se impuso ante él. ¡Era Hogwarts! La serpiente, Harry, siguió reptando en dirección a la entrada principal.
El reloj automático de su mesilla marcaba las 3:45, hacía apenas un minuto se había levantado sobresaltado a causa del sueño.
Una serpiente iba por el pasadizo que iba de la Casa de los Gritos hasta Hogwarts, sabía perfectamente por donde iba.
Era la serpiente de Voldemort, es decir, Voldemort, pues había poseído a la serpiente, la que entraba al castillo.
Se levantó de la cama y se dispuso a escribir una carta de aviso. Sí, pero ¿A quién?
¿Dumbledore? Seguro que le decía que estuviera tranquilo y no le contaría nada.
¿Ron y Hermione? Se pondrían demasiado nerviosos. Aunque... Sí, ellos podrían ayudarle. Al fin y al cabo, harían todo lo que pudiesen. Sí, y a lo mejor le pedía ayuda a Lupin, porque, a decir verdad, que espiaran Hogwarts no era cosa buena. Alguien tenía que enterarse.
Se sentó rápidamente en el escritorio y, después de buscar durante un rato la pluma y la tinta, las tenía escondidas al fondo de uno de los cajones, se puso a escribir lo más rápido que pudo:
Ron, Hermione: He visto en un sueño, y estoy completamente seguro de que ha sido verdadero, que la estúpida serpiente de Voldemort estaba por Hogwarts. Tengo miedo de que ataque, avisad a alguien, haced algo.
Harry P.
Se levantó tan rápido que tropezó y, cuando intentaba atarle el mensaje a Hedwing sin que las manos le temblaran, comprendió que estaba cada vez más nervioso. A cada segundo que recordaba más y más el sueño, más cuenta se daba del peligro.
Lo que menos quería era pedir ayuda a la Orden del Fénix, pero... No, no había nada que explicar. No podía quedarse parado sabiendo lo de la serpiente y no hacer nada. Simplemente eso.
-Vamos, Hedwing, confío en ti.- Le susurró a su lechuza.- Date toda la prisa que puedas.
La lechuza emprendió el vuelo y atravesó la ventana en cuestión de segundos, se tomaba muy en serio su trabajo. Harry la vio volar en medio de la noche, veloz, silenciosa, hermosa,... Dentro de poco atravesaría la calle y...
-¡HEDWING!- Exclamó Harry espantado cuando dos rayos plateados cruzaron el aire en dirección a la lechuza, quien no pudo retirarse a tiempo y un rayo la dio en el costado.
Sin pensarlo siquiera, Harry bajó las escaleras de la casa sin importarle lo más mínimo despertar a sus tíos, sólo pensaba en Hedwing y en esos rayos... La habían herido, dos mortífagos, seguro. Pero si tenían pensado atacarle otra vez e irse corriendo, lo tenían mal. Estaba harto, se había cansado del juego hacía tiempo. Ahora atacaría él, y si venía el Ministerio, menos gente para vengarse, le importaba poco. O Nada.
Hedwing había caído a unos 300 metros de la casa, y Harry ya estaba a medio camino cuando un rayo rojo le hizo parar e seco. Sin mediar palabra alguna con el hombre encapuchado que vio detrás de un árbol y sin cambiar el rostro lo más mínimo, repasó en dos segundos los conjuros que sabía. Y las maldiciones.
-¡Desmaius!- Un rayo rojo brillante se hundió sin miramientos en el pecho del hombre haciéndolo caer.
Aunque no se produjeron los efectos esperados, el hombre cayó a unos dos metros en voladas y su cabeza fue a parar contra una piedra, Harry continuó corriendo satisfecho, al fin y al cabo, el hombre estaba desmayado.
No había dado ni cinco pasos cuando se encontró frente con dos mortífagos y, antes de levantar la varita, o más bien por eso, un Mortífago se la quitó con un Expelliarmus demasiado bien hecho, pues Harry comenzó a ver la situación un poco negra.
-Desmaius.- Exclamó una de las figuras y Harry vio, a cámara lenta, como un rayo extremadamente rojo se acercaba a él peligrosamente. Ya estaba cerrando los ojos, cuando una explosión plateada se interpuso entre el rayo y él.
Se sorprendió bastante, más que por la explosión, había visto bastantes cosas extrañas en su vida, sino por la cara enfurecida y no temerosa o contenta que las máscaras permitían asomar de los rostros de los mortífagos.
-Potter, Potter.- Se volvió confundido hacia la Sra Figg, que salía del jardín de su casa.- ¡Corre hacia la casa, antes de que vengan más! ¡Rápido!
Harry la miraba entre molesto, sorprendido y asustado. ¿Qué había hecho la Sra Figg? ¿No se suponía que era squib? ¿O también aquello era mentira? Pensó Harry al tiempo que se acercaba a él, justo en el preciso momento en el que otra maldición explotaba, literalmente, a un metro escaso suyo.
-¡Date prisa, muchacho!- Resopló la Sra Figg.- No tengo ni idea de cuanto puede durar el artefacto de Dumbledore, ¡corre! En tu casa estarás a salvo.- Imploró estremeciéndose cuando otra maldición explotaba cerca.
-¿Dumbledore? Pero... ¿qué...?- Harry se paró ante la Sra Figg con mirada decidida.- No pienso esconderme, señora.- Anunció mientras explotaban más hechizos.
-¡No! No puedes. Dumbledore ha dicho que no debes...
Harry se volvió sin escucharle siquiera, le importaba poco lo que su director dijese, ahora no estaba ahí, pero los mortífagos sí. Se plantó a un metro de la última maldición que explotaba. Se fijó en unas piedrecillas que había a sus pies; seguro que aquello era el "artefacto" de Dumbledore.
Se preguntó cuánto aguantaría, y si los mortífagos podrían atravesarla a cuerpo. Se alegró de que no pudiesen o no lo hubiesen pensado. Todas estas dudas quedaron a un segundo plano cuando, a su pesar, aparecieron dos mortífagos. Eso completaba cuatro contra uno.
Uno de los hombres hizo un gesto con la mano y todos prepararon las varitas. Harry comenzó a sentirse mal. ¿Podrían atravesar la barrera los cuatro a la vez? Se quedó inmóvil, esperando la respuesta, pero no atacaban. Poco después entendió el porqué.
Todo transcurrió en un segundo: una delgada línea de vapor ascendió desde las piedras, casi invisible. CASI.
Como si lo estuvieran mirando a él, en vez de a Harry, los mortífagos maldijeron, todos a una, cuando el encapuchado bajó la mano. Harry esquivó un rayo negro, que rozó su brazo y sintió cómo caía sangre mientras corría. Se volvió con curiosidad para descubrir qué hacían sus atacantes, y paró en seco cuando observó cómo tres de ellos atacaban a la Sra Figg y uno iba hacia él.
Con el deseo prácticamente incontrolable de salir corriendo, se quedó parado, impotente, observando cómo torturaban a la anciana.
De pronto sintió que la necesitaba, quería tenerla, y como si fuese cosa natural, cogió al vuelo la varita que salió del bolsillo de su adversario.
-¡Incendio! ¡Reducto! ¡Petríficus Totalus!- Exclamó fuera de sí a medida que apuntaba a los Mortífagos y se acordaba de los hechizos.
En un momento quedaron reducidos; la Sra Figg estaba en la puerta de su casa, Harry se acercó corriendo hacia allí, pero vio a lo lejos que otras nuevas sombras se acercaban. A su pesar, la dejó ahí y bajó Magnolia Crescent.
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La noche estaba oscura; las luces, apagadas. Caminaba sin rumbo entre las sombras. Sabía que no debía haber dejado la casa de sus tíos, pero ya no podía volver atrás. Había estado huyendo de un gran número de mortífagos durante una hora, Tal vez más, y no le quedaba otra que seguir escondiéndose.
Oyó un ruido en un contenedor cercano. Se paró en seco, se acercó y, ante su asombro, vio aparecer el cuerpo de un joven.
-¡Hola!- Dijo el muchacho.
-¿Qué?- Soltó Harry.
-¿Hola?
-¿Qué hace ahí dentro?
-Bueno, mejor que no lo sepas, en un momento no te acordarás de nada.
El hombre sacó la varita de debajo de su túnica, y se dispuso a lanzar "obliviate", pero antes de poder lanzar el hechizo alguien le había desarmado. Miró en dirección al chico, ¡había sido él! ¡Era mago!
-¿¡Eres mago?- Exclamó sorprendido.
-Sí.- Contestó secamente.
-Me llamo Paul Wilcox, trabajo en el Ministerio, en el departamento de investigación muggle.- Harry le miraba extrañado.
-¿Y qué hacía dentro de un contenedor?
-Estaba investigando los nuevos avances de reciclaje muggle. ¿Y tú cómo te llamas?
-Harry Potter.- Contestó rudamente. Aquel chico parecía una versión joven del señor Weasley, y no le apetecía demasiado entablar una conversación estúpida con él.
-¿Y qué haces aquí a estas horas?- El joven estaba más sorprendido que Harry, y asustado.
El frío se extendió por toda la zona, una masa de humo gris se acercaba a ellos.
-¿Qué ocurre? Yo...- El extraño chico miraba asustado hacia los lados.- No sé qué pasa.
-Son dementores.- Murmuró Harry empezando a sentir náuseas.
El chico le miró atemorizado, y Harry no pudo más que mirarle con gesto tranquilizador. ¡Ahora resultaba que iba a convertirse en un experto en dementores, lo que faltaba!
-Tranquilo, no pasa...- Intentó Harry.
-¿Tranquilo, ¿quién, ¿yo?- Harry vio cómo le salía vapor de la boca, empezaba a hacer verdadero frío.- Hay dementores y...- Entonces pareció reparar por primera vez en él.- ¡Y tú no puedes, no debes estar aquí! Nos van a coger los dementores, lo que significa que los mortífagos...-En ese momento se apagaron las pocas luces que todavía quedaban encendidas.- Oh, por las barbas de Merlín,...- Susurró Wilcox tragando saliva, antes de conjurar luz mágica en su varita.
Harry copió el gesto mientras miraba atento a una esquina, estaba seguro de que ahí estaban, al menos los dementores.
-Muy bien, déjame pensar algo.- Dijo Paul.- Pero antes dime qué haces a las cuatro de la madrugada. Por lo que sé, deberías estar escondido, ¿no?
-¿Yo?- Preguntó Harry con una leve nota de ira.
-Eh... sí, eso me han contado.- Continuó preocupado.- Tenemos que aparecernos en el Ministerio, ahí te ayudarán y podré avisar a Dumbledore, o a Moody. ¿Sabes desaparecerte?
-No.- Respondió deseando poder hacerlo.- Hasta el año que viene no podemos aprender.
-¿Qué? Oh, eso complica las cosas.
Se calló de repente al aparecer por la esquina un grupo de tres dementores.
-De acuerdo, cambio de planes. Soy el peor en Patronus, pero tú líate a hacer magia por esa varita, que soy rápido de ideas.
-¡Expectro Patronus!- Exclamó Harry con toda la confianza que pudo encontrar antes de que el chico terminase.
-Con un poco de suerte, los controladores del Ministerio se dignan a venir.- Oyó murmurar a Paul a su espalda.
Pero en esos momentos estaba muy ocupado; De la punta de su varita surgió una luz plateada que, mientras poco a poco tomaba forma de ciervo, consumía su fuerza.
El patronus abatió sin dificultad a esos tres dementores, pero otros tantos aparecieron por las demás calles; y todavía más confuso que toda la noche, no comprendía por qué se le hacía cada vez más difícil mantener el hechizo. Comenzaba a verlo todo borroso, lo que era una tontería, había luchado contra cientos de dementores hacía tres años escasos; pero, aún consumiendo todas sus fuerzas, el ciervo se iba desvaneciendo. No podría vencer a los otros dementores, no podría. No...
Cayó de rodillas al suelo, entreviendo formas que se acercaban cada vez más. Entonces escuchó unos gritos que hacía años no escuchaba. Gritos de terror, de... sus... padres...
-¡Eolus!- Un grito potente se escuchó a su espalda, y al segundo siguiente una ráfaga de viento lo hizo caerse de bruces.
-Vamos, vamos.- Unas fuertes manos le levantaron sin miramientos.
-¿Qué, qué pasa?- Preguntó atropelladamente al ver que los dementores avanzaban muy despacio, entre un torbellino de hojas y algunos objetos.- ¿Qué has hecho?
-Sobrevivir.- Contestó el chico muy serio.- Pero sólo unos segundos, no creo que dure mucho. Vamos hacia el contenedor.
Harry observó mudo cómo el chico se metía en el contenedor y desaparecía, a la vez que gritaba: ¡Es un túnel!
Harry miró hacia los dementores, que ya caminaban hacia él más rápidamente, al tiempo que se dejaba caer al fondo del contenedor, sólo que o había fondo. Y caía, y caía... Y de lejos el grito del chico:
-Nos hemos salvado... ¡No me lo puedo creer! Ahora a casa.- Añadió Paul.
FIN DEL CAPÍTULO
