Ante la sombra del recuerdo
Quebré el duro silencio al que la estancia se sumía al abrir la puerta. Crujió, haciendo sentir que el sigilo con el cual me había adentrado había sido en vano. Esperaba que de un momento las luces de la sala se encendiera y Jet, Edo y Ein salieran de detrás del sofá, y empezaran a llamarme vieja, empeñándose en hacerme recordar el peso de los años. Sin embargo, no fue así. Habrían salido, a comprar abono para los estúpidos bonsáis, o se habrían ido a dormir hace tiempo, al fin y al cabo ya hacía horas que la aguja del reloj pasaba de media noche.
Me dejé caer en el sofá y encendí el que sería el primer y último cigarro de aquella noche larga que acaba de empezar. Miré sin ver a la distancia, envuelta por una fría oscuridad, sola, como tantas veces antes y volviéndome a sentir una maldita desgraciada. Acaricié el cigarro con los labios y lo adentré finalmente en mi boca, pensando en porque demonios había tenido que sufrir aquel accidente. Si no me hubieran tenido que congelar, ahora probablemente ya estaría desde hace siglos bajo tierra, pero habría muerto como una mujer feliz. Una mujer a la cual la vida le habría sonreído, que se hubiera vivido su primer fracaso amoroso en una remota adolescencia, pero que más tarde hubiera encontrado lo que sería su eterno amor. Yo misma me asusté al escuchar en mí aquellos pensamientos, pues por más que trate de parecer dura, soy una romántica empedernida que aún busca desesperada un príncipe azul. Ese príncipe azul que murió por culpa de la maldita bruja. Aunque no tenga claro quien son los personajes. Talvez yo me considero la princesa cuando no fui más que un sapo que se cruzó en el camino de la que era la protagonista, de la que era el epicentro de toda la historia. Si yo hubiera vivido todo lo que tenía que vivir en mi época, quizás si que hubiera sido desgraciada pero al menos siempre habría alguien a mi lado. Ahora, no podía hacer más que sentirme sola, que sentirme perdida, en un mundo que no me correspondí y en el cual yo no deseaba ni vivir, ni morir. Ahora me encuentro frente a una desconocida, por que Faye Valentina fue alguna vez una chica orgullosa y decidida, pero ahora sin embargo es sólo una frágil mujer desdichada, que se está volviendo loca por encontrar a un hombre que no existe y que intenta vivir a través de sus ya imperceptibles recuerdos. Compadeciéndome más que nunca, no de mí, si no de esa débil Faye, y pensando en lo feliz que hubiera sido si aquella noche no hubiera salido de casa, las agujas de reloj colgado en la pared gris, fueron girando en el sentido del ritmo al que pasaba la noche. Ya era de madruga cuando entreabrí los ojos, y me di cuenta de que el cigarro que sostenía entre mis dedos ya se había consumido y de que mis lágrimas volvían a resbalar sobre mis mejillas una vez más en mi patética vida, que me la paso llorando y sufriendo, haciendo siempre una montaña de un grano de arena, y que cuando intento hacerlo a la inversa, intentar ver esa montaña como solo un apequeña partícula, llueve en mi triste vida más problemas de lo que puede cargar mi estrecha espalada. Me levanté del sofá siendo consciente de que ya no te añoro, que tan sólo te olvidé, y que lo que persigo incansable es tu recuerdo. Peor no sé a quien veré si es que te encuentro. No me quiero imaginar lo que has cambiado, y aún menos quiero pensar sobre a quien pertenece tu corazón.
Dispuesta a irme ya a dormir, me intrigaron unos murmullos que escuché en la habitación de Jet. A mi nuca me había gustado ser fiel a los consejos que mucha gente daba: escuchar conversas ajenas es de mala educación. Si los demás no quieren que yo escuche conversas ajenas, que no hablen en un lugar donde cualquiera les podría escuchar. A veces, escuchar cosas que no debías, podía salvarte la piel.
A medida que avanzaba por el angosto pasillo, los murmullos dejaban de ser inteligibles para convertirse en un diálogo que cada vez adquiría más consistencia. Las palabras que trababan los dos individuos de aquella habitación cada vez se hacían más significativos para mis oídos. Caminando tan sigilosa como había entrado, convencida de que esta vez ninguna puerta delataría mi permanencia allí, llegué hasta la puerta que yacía firmemente cerrada. Las palabras callaron y mis ojos se cerraron en busca de una concentración que quedaba lejana para mí. Un sonido sonó. Demasiado parecido a un disparo como para que pasara desapercibido para mí.
Abrí la puerta y mis reflejos, más agudos que nunca, me hicieron retroceder hacia atrás para evitar que un cuerpo inerte cayera sobre mí. El cuerpo inerte de Jet, que había muerto atravesado por el ardiente acero de la bala, la cual había sido disparada por una pistola. Una pistola que Giulia sostenía entre sus manos, apretando aún con fuerza el gatillo y sonriendo de la misma forma enigmática como cuado me dijo que Spike aún seguía con vida. Me miró y sin inmutarse caminó lentamente, con sus pasos sonoros a consecuencia de los tacones de aguja que sostenían el cuerpo de aquella maldita zorra. Se agachó no sin antes decirme con una impasible y melódica voz:
No me mires así – Volvió a sonreír – Sabes cuanto vale su cabeza?
Esa misma cabeza que ella cortó en un ávido golpe de espada. Rápido, limpio. La hoja de metal cruzó el cuello de Jet como si de aire se tratara. Y Giulia, cogiendo a Jet por los pocos pelos que quedaban en su cabeza medio biónica, acabó de separar esa parte que ella misma había cortado y, al tiempo que se ponía de pie, alzó la cabeza de Jet con aire de triunfo y la misma asquerosa expresión de siempre en su cara de ángel del infierno.
Deseé matara. Más que nunca, ahora que la tenía ante mí, asiendo la cabeza de aquel hombre que tanto apreciaba. Esa puta se burlaba de mí, ante mis narices. La rabia que tan a flor de piel había estado siempre me consumía ahora. El odio corría mis venas y supongo que la expresión que tenía en mis ojos en aquel momento lo dejaba todo demasiado claro. Me abalancé hacia ella, gritando histérica, desesperada, emitiendo sonidos roncos que resonaban sordamente en mi garganta, llorando del desea no saciado de matarla. Ella estaba ante mí, sin moverse, ese cuerpo que cautivó a Spike estaba ante mí sin oponer resistencia a que yo lo hiriera. Le clavé mis largas uñas, pintadas siempre con esmalte barato, en el cuello. Ella seguía sin moverse, mientras cálidas gotas de sangre brotaban bajo mis uñas ya manchadas de escarlata. Ni una sola mueca de dolor se dibujó en rostro. Eso impulsó a que yo quisiera hacerle más daño aún, quería que gritara, que agonizara, que sollozara y que gritara de dolor ante mí, quería que me suplicase de rodillas que dejara de herirla de aquella manera. Pero sin embargo seguía quieta, y tan sólo me dirigía una azul mirada penetrante. Ascendí hasta su frente y le crucé su cara, arañando con ambas manos ejerciendo más presión de la que podría haber hecho normalmente. Pero no chilló, no me pidió piedad. Tan sólo seguía impasible, haciéndome sentir como la maldita miserable que era en aquellos momentos.
De repente, mi mente en blanco, caí inconsciente sin saber por que.
Lo último que llegué a vislumbrar, la imagen de Giulia tan impasible como siempre, mientras el individuo que me había dejado inconsciente atinándome un golpe en la cabeza, lamía la sangre que descendía lentamente de cada uno de sus heridas, provocadas por mí. Como se besaban apasionadamente frente a mis ojos ya prácticamente cerrados.
