I knew that you would come
I know you
Welcome to my kingdom
Some days are cold like ice in here
Capítulo 14: Quédate conmigo
Varias personas le preguntaron si no estaba perdido. Dar varias vueltas por casi las mismas calles lo hacía ver como un auténtico extranjero. Y lo era. Pero además también era un necio desmoralizado que buscaba desesperadamente a quien le era lo más valioso porque no tuvo la previsión necesaria para ir tras él.
"Te he fallado, Takao", pensó Kai. "Estos juegos estúpidos sólo terminan en confusiones. Te hice mío sólo para lastimarte otra vez..."
Maldijo varias veces a causa de la gente que pasaba y lo veía con extrañeza, pues el ruso no era de las personas que les gusta llamar la atención, pero como lo estaba haciendo, ni modo.
El tiempo pasó demasiado rápido y los lugares eran cada vez menos reconocibles debido a que la oscuridad de la noche estaba en proceso de devora de la ciudad de Nueva York. La gente parecía ser más hostil con el paso de las horas y el bicolor estaba cada vez más nervioso. Entonces se preguntó algo que le hizo detenerse en seco: ¿Takao sería capaz de regresarse a Rusia? Tenía el dinero –el mismo Kai se lo había dado– pero, ¿lo haría?
Inconscientemente el ruso miró al cielo, al ver un avión cruzar las nubes sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
"¿Pero qué estoy pensando?", se reprimió. "Takao no puede... no lo hará".
"Aaah, claro que puede", respondió una vocecilla al fondo de su cabeza. "Tú mismo lo corriste, así que es tu culpa".
Caminando y sin ningún lugar a donde ir, Kai olvidó su orgullo pues el amor que sentía por el japonés lo estaba carcomiendo lentamente.
-Maldición, Takao, ¿dónde estás? -preguntó en voz alta-. ¿Dónde te pudiste haber metido?
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
-¿Y?
-¿"Y" qué?
-¿Te vas a ir o no?
-Yo...
Tala quería quedarse con Adam, pero sabía que estaba desobedeciendo una orden de Vissari y no podía prolongarlo. ¿Qué tal si llamaba al hotel y nadie le respondía? Porque de seguro Kai no estaba, Takao menos y aunque lo estuvieran, no le harían a favor de cubrirlo.
-Tengo muchas cosas que hacer, Adam, en serio- insistió el pelirrojo-. No me hagas repetirlo.
El joven checo pareció darse por vencido.
-Está bien, está bien, ya no te molesto. Pero gracias por venir, fue una excelente beybatalla- sonrió.
Tala ahora estaba indeciso. ¿Y qué si se quedaba un poco más? Cinco minutos no le harían daño. Definitivamente Adam le gustaba demasiado, de otra manera el ruso no habría luchado contra sí mismo por ir contra lo que debía hacer.
-Bueno, mira, me puedo quedar cinco minutos...- qué sacrificio-. Pero sólo cinco.
-Como sea- dijo Adam. Empezó a ordenar algunos de los papeles de su escritorio (no podía hace ningún experimento porque Judy lo tenía prohibido), y Tala lo miraba de reojo. El pelirrojo no hacía más que darle vueltas al asunto, pero trató de hablar para no quedar como idiota.
-¿Qué dices que le pasó a Judy?- preguntó.
-Anda enojada. Molesta, más bien, pero me gustaría saber qué es lo que la puso así. Normalmente está de buen humor.
-Voltaire es diferente- explicó Tala-. Su estado normal es tener una sonrisa maquiavélica porque algo va bien. Nunca lo he visto molesto, pero quienes sí dicen que es mejor no hablarle. Es bastante voluble.
-Me pregunto qué pasará ahora que Judy y Voltaire tendrán que trabajar juntos con los genios que tienen. Será como una obra de teatro: acto uno, Judy y Voltaire están felices de trabajar juntos; acto dos, los mismos enojándose y tirándose de las greñas; acto tres, los mismos reconciliándose- Adam se rió-. Va a ser divertido verlos.
Tala asintió. Realmente Adam tenía buen humor. De repente, el chico castaño dejó lo que estaba haciendo.
-Sabes, Tala- ahora que estás aquí, me gustaría... – no terminó la frase. Se puso de pie y caminó decididamente hacia donde estaba el pelirrojo.
-¿Qué?- preguntó Tala aún más nervioso.
-Yo he sufrido mucho, sabes. Una persona me lastimó mucho y no quisiera pasar por eso otra vez- Tala se quedó extrañado. ¿Por qué Adam le hablaba de eso?-. Pero desde que te conocí eso me vino valiendo un demonio. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
El ruso negó con la cabeza. No podía hablar. Apretó su beyblade (que no había guardado) con fuerza y Adam se acercó al oído del pelirrojo.
-No sé qué piensas de mí, de mi trabajo y todo esto - explicó el checo. Tala no sabía qué hacer-, pero necesitaba decirte que...- el ruso tragó con dificultad- estoy obscenamente enamorado de ti.
Tala aún sostenía a Wolborg con fuerza cuando Adam lo besó. Lentamente fue disminuyendo la presión de sus manos y dejó caer su beyblade para rodear por la cintura al castaño. Gradualmente fue correspondiendo al beso del checo hasta que ambos eran los protagonistas de un beso largo y asfixiante que fue tan delicioso desde el momento en que comenzó. Cada uno sentía la respiración del otro tan cerca, que sentían como si fuera un castigo separarse. Pero los buenos momentos no están hechos para durar.
-Oye, Adam, tengo que...- justo en ese maravilloso momento alguien tenía que aparecerse, arruinándolo con una indeseada llegada que hizo que el castaño se separara de Tala de golpe-. Ah, veo estás ocupado...- era nada más y nada menos que Max. Tan inoportuno como una lluvia en una fiesta al aire libre, el americano se quedó en la puerta, observándolos. Su voz tenía un dejo de burla y parecía que verlos a los dos le causaba gracia y lástima a la vez.
Adam pasó una mano por su cabello, tratando de calmar el enorme disgusto de la aparición de Max.
-¿Qué demonios quieres aquí?- preguntó lentamente.
-Ya nada, mejor te dejo aspirarlo con calma- dijo mientras hacía un gesto en dirección a Tala.
-¿Qué te imp...?- el pelirrojo estaba a punto de decirle hasta de lo que se iba a morir, pero fue interrumpido por Adam.
-Pudiste haber tocado, imbécil. ¿No te han enseñado o qué?
-No- respondió Max sarcásticamente-. Es una de las cosas que no me enseñaste a hacer.
Tala miró a Adam como si quisiera hacerle una pregunta. Éste lo miró de regreso y con eso el ruso supo quién había sido la pareja anterior de Adam.
"Maldito Max", pensó Tala enfurecido. "Miserable malnacido"
-Qué lástima me das, Adam, y pensar que tú eres de los favoritos de mi madre. Además, él no debería estar aquí- señaló desdeñosamente a Tala.
-Eso no te incumbe- sentenció el ruso-. Es mi vida y si quiero es mi problema, no el tuyo.
-Tenías que hacer algo, ¿no, Max? Hazlo y vete- ordenó Adam.
-Bueno, es ese caso, venía a avisarte que mi madre ha reanudado las operaciones y que ya puedes ponerte a trabajar...
-Qué bien, gracias por el aviso- dijo el castaño con fingido agrado-. Ahora lárgate.
-...pero me encantaría decirte por qué estaba tan enojada- continuó Max como si no hubiera oído a su compañero de trabajo-. Resulta que Voltaire, Vissari, los inútiles de sus trabajadores y por lo tanto Tala también, nos han visto la cara.
Hubo un breve silencio en el que Adam parecía procesar la información porque todo eso no le cuadraba en los más mínimo.
-¿Por qué lo dices?- preguntó recelosamente.
-Porque el encargo que llegó hoy en la mañana es todo menos acero. Habían dicho que no nos iban a engañar, y que todo iba a ser tan claro como el agua. Pues no. Me enteré qué es una vil mezcla de metales de pésima calidad que no valen lo suficiente como para hacer la manija de una puerta.
-Estas mintiendo, Max- dijo Adam, aunque no sonaba muy convencido.
-Claro que no. ¿Tu crees que si estuviera diciendo cosas que no son habría venido hasta acá para avisarte sólo a ti, el investigador favorito de mi madre? Eres el único que sabe. Si estuviera mintiéndote no tendría una prueba aquí, en este momento- Max sacó de uno de sus bolsillos una muestra del "acero" que mandó Vissari esa mañana. Se la aventó a Adam y éste la examinó durante algunos segundos.
-¿Lo sabías?- le preguntó a Tala sin quitar la vista de la muestra que tenía en la mano derecha.
-Yo... Adam, no tengo ni idea de lo que está hablando.
-Pero tú trabajas para Voltaire- dijo Adam con una nota de decepción-. Así que esto no pudo haberte pasado por alto.
-Vissari no nos dice muchas cosas, y menos Voltaire- se defendió el ruso-. Tienes que creerme.
-Sí, Adam, créele- sugirió Max con sarcasmo-. Y lo próxima vez que lo veas tendrá micrófonos en la ropa.
-No puede ser, Tala- dijo el castaño decepcionado-. Esto es un engaño de Voltaire contra Judy, y también va contra mí. Me cuesta creer que me hayas escondido cosas como ésta, que te incumben a ti y a ése estafador...
-Así no son las cosas, Adam, lo juro...
-¡Confié en ti!
-Ya, Tala, ya- dijo Max harto, antes de que Tala dijera cualquier cosa-. Ya vete antes de que te encuentres con alguien de aquí y te quiera matar a golpes. Es un consejo que sería bueno que tomaras.
-¿Adam?- suplicó el ruso-. Yo no tengo nada que ver en esto, tienes que creerme.
-Ya lo hice, Tala. Por eso pasó lo que pasó hace un minuto- se refería al beso-. Ahora te pido que te vayas.
-Yo...
-Es la última vez que te lo digo, Tala. Vete.
El pelirrojo caminó a la salida del laboratorio y antes de irse volteó la vista. Adam estaba mirando al suelo, y el rubio tenía una maliciosa y desagradable sonrisa.
-Cuídate, Ivanov- le dijo Max al ruso cuando salía-. No sabes lo que puede pasar después de esto.
Tala salió del recinto y corrió a la salida. No se encontró nadie, lo que fue un alivio inconsciente, pues tal vez el americano tenía razón. Tal vez lo matarían si lo vieran. Adam estuvo a punto de hacerlo...
-Aquí no muere- dijo Tala en voz alta-. Ya verás, Max, ya verás lo que te pasa por meterte con nosotros...
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
Takao se detuvo frente a la entrada del aeropuerto de Nueva York. Había pedido un taxi hasta allí y ahora se encontraba solo, con el aire nocturno calándole los huesos, con el dinero en un bolsillo y las ganas de seguir en el otro.
Las personas que salín y entraban de allí lo hacían con mucha prisa y todas cargadas con maletas. Llegaban o se iban, pero todas lo hacían porque así lo querían. Una muchacha salió y un chico la recibió calurosamente.
Takao los miró durante un rato, mitad nostálgico, mitad celoso, pues Kai nunca haría eso por él. O quién sabe, pero en esos momentos Takao se encontraba solo, sin nadie que lo llevara o recibiera.
Volteó hacia atrás con la esperanza de que el ruso bicolor llegara a detenerlo y pedirle que hiceran las pases. Pero eso nunca pasó. El japonés dio un largo y triste suspiro.
-¿Kai?- preguntó a la nada?-. ¿Por qué no estás aquí?- dos lágrimas furtivas escaparon de sus ojos-. ¿Por qué no has venido a despedirme ahora que me voy a ir? ¿Por qué?
Miró la luminosa entrada al aeropuerto y entró.
