1.-

.- ¿A qué me has llamado?.- preguntó una voz profunda de mujer con marcado acento japonés.

Leonardo abrió los ojos de par en par, irguiéndose levemente. Así que ella ya estaba ahí.

.- Las actividades del Pie¿por qué las haz reiniciado? pensé que se habían trasladado al Japón.- Karai sonrió.

.- Nunca nos vamos del todo, la ciudad es nuestra aún.

.- ¿Y dejaron el negocio a cargo de los Dragones Púrpuras? por favor...

.- Te han dado trabajo, después de todo.

.- Tanto como una piedra en el zapato, no más que eso.

.- Tampoco menos...

Ambos guardaron silencio, sin dejar de darse la espalda. Era su pequeño ritual, el no mirarse a la cara era lo único que les recordaba de qué lado estaba cada uno, porque, de otra forma, el respeto que sentían el uno por el otro podría ser confundido fácilmente con amistad.

.- Sólo quiero saber si el Pie ha vuelto al ruedo...- habló nuevamente Leo, rompiendo la tensión entre ambos..- No intentaré detenerte ahora, sólo quiero saber a qué me enfrento: las pandillas en las calles se están armando, alguien les está vendiendo armas, de las buenas... ¿acaso el Pie quiere que se eliminen unas a otras para sacarlas del negocio?

.- ¡El Pie no le vende armas a un puñado de rufianes de callejón¿qué te hace pensar que te diría tras de qué andamos?.

.- Porque peleas limpio... por más que te pese.

Karai guardó silencio.

.- El Pie no tiene nada que ver con la guerrilla de pandillas.- Dijo finalmente.- Tu mejor que nadie sabes que el Pie sólo trabaja a gran escala.

.- Lo sé.

.- Es todo lo que te diré.

.- Es suficiente. Gracias.

Eso había dado por terminada la reunión. Leo guardó silencio, sin moverse o volverse, esperando a que ella desapareciera primero, sólo por cortesía.

Sin embargo... tras unos minutos, ella seguía ahí, todavía podía sentirla. Parecía dudar... finalmente habló.

.- Algo te está molestando.- dijo.- Puedo sentirlo, y no tiene nada que ver ni conmigo ni con las pandillas... no estás tranquilo.- Ella hizo una pausa, pero Leo no respondió, sólo permaneció en silencio. Al cabo de unos segundos, Karai volvió a hablar.- Si yo puedo verlo, otros lo harán también... estás en desventaja.

Después de un rato, Leo supo que ya estaba sólo otra vez. Sonrió levemente.

Jamás había visto a Karai tan mortalmente preocupada por él. Debía ser muy evidente que algo le estaba pasando.

Claro que sabía que algo le pasaba, era sólo que no tenía una respuesta para ello.

Bajó la cabeza, deseando que el viento frío se llevara sus preocupaciones con él.

.-

Muffy respiró profundamente, dejándose caer sobre el sofá.

Una nube de polvo se alzó al caer su cuerpo sobre él, incluso con la luz apagada podía verlo.

Había polvo asentado por todas partes. Era de esperarse: casi no había parado ahí en los últimos meses.

Hasta entonces, jamás se había preguntado por qué de repente tenía tanto "trabajo". Hasta ahora.

Debió habérselo imaginado desde hacía mucho antes, ingenuamente había esperado no tener más problemas de esos, más problemas con los fragmentos.

Pero en realidad, desde un principio, había sabido que lo peor estaba por venir. Como ahora.

Se quedó en la oscuridad, repasando mentalmente sus posibilidades. Tenía que contactar a unos viejos amigos, debía empezar por ahí.

Debía contactar a las tortugas nuevamente.

De pronto sintió un vacío en el estomago. Sólo faltaba que ellos la rechazaran al igual que lo habían hecho los demás...

De pronto se sintió muy sola.

Abandonada.

Sacudió la cabeza con energía. Detestaba tener tiempo libre, siempre terminaba ocupándolo con esos pensamientos.

Prefería el caos, porqué así no tenía que pensar en sus propios problemas.

Suspiró.

Bueno, si lo que quería era un poco de caos con el que mantenerse ocupada, lo iba atener y en grandes cantidades: todo estaba alterado últimamente y no era sólo lo que salía en el noticiero (las guerrillas entre pandillas, violencia, la normal y la dura, etc), también estaba pensando en todas esas cosas que pasaban sin que nadie se percatara, de esas cosas en las que siempre andaba metida mientras todos los demás dormían tranquilos en sus casas.

Lo usual: demonios, vampiros, fantasmas, niños poseídos...

Cuando descubrió lo que en realidad pasaba, creyó que el arcángel le ayudaría. Pero en vez de eso, no sólo la había mandado a freír churros, si no que le advirtió que se saliera del camino.

"Inaceptable", había dicho ella, "Bien, como quieras. Luego no te quejes.", habían dicho ellos.

Ahora estaba segura de que el arcángel no volvería a visitarla nunca más...

.- Ya no tengo su bendición.- se dijo con una sonrisa triste.

.-

Tostadoras. Así las llamaban en las calles.

Aparentemente, casi cualquiera podía tenerlas, porque, de hecho, todas las pandillas en las calles iban armadas con esas cosas.

Suficientemente livianas para ser disparadas en movimiento y lo suficientemente poderosas para destruir un vehículo de un par de tiros.

Esas armas ya llevaban un par de semanas en las calles y la morgue había excedido con creces su capacidad, sin hablar de los hospitales.

Parecía el fin del mundo.

Aún así, casi nadie les prestaba mucha atención, la guerra entre las pandillas pequeñas apenas si tenía un lugar en los noticiarios: muchos pensaban que era preferible y conveniente que los chicos malos se mataran entre sí¿y que pasaba con los inocentes que morían, los niños que eran alcanzados por los tiros perdidos y todo eso? bueno, en todas las guerras habían pérdidas lamentables...

Al principio pensó que era el Pie quien estaba tras de todo, luego de que él y sus hermanos casi murieran una noche mientras entrenaban corriendo por las azoteas y el edificio en el que estaban se vino abajo porque un grupo de imbéciles se estaba matando entre sí en el interior.

Así fue como descubrieron que estaban armados con algo menos que lanza mísiles y ahora que el Pie había sido descartado como responsable, se había quedado sin pistas. Sólo podía significar que otro jugador más había entrado al juego.

Respiró profundo y se sentó en una cornisa. Hacía un par de horas que había dejado a Karai, pero aún no lograba llegar a casa.

Y quedaba tanto trabajo por hacer aún...

De pronto se sintió muy cansado.

Y triste, inexplicablemente triste.

"¿Deprimido?" se dijo a sí mismo con una sonrisa. Realmente no tenía tiempo para eso...

.- Sé fuerte ahora.- murmuró para si, poniéndose de pie.

Vagamente recordó lo que había dicho Splinter una vez, sobre quien pretende cargar el peso del mundo sobre sus hombros y resulta aplastado por él al final.

Ahora creía que Splinter estaba equivocado: el peso del mundo terminaría aplastándolo de todos modos, hiciere lo que hiciere, era sólo cuestión de tiempo... al final, acabaría aplastándolo...

Después de un rato de mirar el vacío, se puso de pie y se dirigió a casa.

.-

Cuando estaba a sólo unos pasos de la guarida, se detuvo, tomando un respiro. Se dio unos segundos para relajarse y encontrar la mejor cara posible para mostrar a sus hermanos.

Luego entró.

Al pasar el patio de ejercicios, en dirección a la sala, tres pares de ojos se voltearon a verlo. Sorpresa, ansiedad, algo de angustia, bastante de preocupación, incluso ira... algo de todo eso había en esos ojos.

Suspiró, bajando la mirada. Hubiera deseado que fuera distinto... pero no podía ser de otro modo, las vidas de todos estaban marcadas por sobresaltos, violencia, y por toda clase de eventos inesperados. Habían pocos momentos de tranquilidad. Era de esperarse, siendo lo que eran.

Sacudió la cabeza e intentó sonreír.

.- ¿Y?.- preguntó secamente Raphael. Por toda respuesta, Leo negó con la cabeza.- Y supongo que tu le creíste...- continuó Raphael.

.- Karai es muchas cosas menos mentirosa...- respondió Leo en el acto, sorprendido de encontrarse a sí mismo defendiendo a su enemiga frente a su hermano, y sorprendido de sentirse algo aliviado, casi feliz, de que Karai no tuviera nada que ver en al asunto... – Además,.- continuó.- si lo piensas bien, así no opera el Pie.

Evitando la mirada de Raphael, se dirigió al sofá y se dejó caer sobre él. Una bolsa de papas fritas apareció al instante bajo sus narices.

.- ¿Gustas?.- dijo inocentemente Miguel. Leo no pudo menos que sonreír y luego negó con la cabeza.

.- ¿Qué tal les fue a ustedes?.- preguntó cansadamente. Un igualmente cansado Donatello se volvió a verlo.

.- Golpeamos, pateamos, amenazamos a muchos, pero nadie quiso darnos el nombre del vendedor... te lo juro, quien quiera que sea, en las calles le tienen más miedo a él que a nosotros.- Raphael dejó escapar un gruñido.- Sin embargo, - continuó Don.- ya soltamos el rumor, si la montaña no viene a ti...

.- No se lo tragarán, sabrán que es una trampa...- interrumpió Raphael de mal humor.

.- Esperemos que no.- dijo simplemente Leo.

.- Además, .- continuó Miguel.- les han vendido armas a casi la mitad de la ciudad, a bandas rivales, a pequeños malhechorcitos... creo que es obvio que nos les interesa a quien le vendan, mientras vendan¿no creen?. Si unos tipos, o sea nosotros, andan por ahí tratando de comprar, tarde o temprano aparecerá alguien con la mercancía...

Todos guardaron silencio por unos instantes.

.- ¿La mercancía?.- exclamó de repente Don.- tienes todo esto muy claro¿verdad?.

.- Ey, he estado viendo películas, para documentarme... sé como es esto.

.- Siii, claro...

Leo se puso de pie, aprovechando la distracción de los demás... En momentos así, realmente agradecía a Miguel el estar ahí y alivianar un poco las cosas.

Fue hasta su habitación. Sin encender la luz, se sentó en el rincón más apartado, cruzando las piernas y cerrando los ojos.

Meditar.

Realmente necesitaba meditar.

Por la mañana parecía todo tan claro, pero al llegar la noche...

Las cosas siempre se confundían en su cabeza al llegar la noche.

Cerró los ojos. Habían tantas cosas qué considerar.

Los inocentes, siempre los había, siempre los habría. No se puede proteger a todos todo el tiempo.

Los estúpidos jóvenes que habían decidido desperdiciar sus vidas en las pandillas y en el crimen.

Los pobres chicos que no tenían a donde ir y nadie que los echara en falta, nadie que los estuviera buscando, que se quedaban en las calles porque era la única esperanza, porque era eso o morir...

Sus hermanos, que trataban de vivir tranquilos... no pedían mucho más que eso. Pero todo a su alrededor parecía ser una constante batalla, una posible amenaza, todo era un peligro inminente, Shredder, el Pie, esos locos con sus armas, el tipo que las vendía... todo eran amenazas para sus hermanos.

Paranoico.

Así lo habían llamado sus propios hermanos, pero sabía que tenía razón, mientras antes detuvieran toda esa locura, antes evitarían cualquier desastre.

Sólo buscaba sacarles todas las preocupaciones y problemas de encima, haría cualquier cosa por ello... si tan sólo tuviera la fuerza suficiente para cargarlas todas de una vez...

Pero no podía, por más que trataba, simplemente no podía...

Y un día no podría con nada y fallaría... y todos se irían al demonio.

Abrió los ojos de golpe, aterrado.

.- No por favor... Dios, no dejes que eso pase... no dejes que eso pase, por favor...

En la oscuridad de su habitación, esas palabras hicieron eco en su cabeza, sin estar seguro de si las había pensado o las había dicho en voz alta.

Se cubrió la boca con la mano, deseando que nadie le hubiese escuchado.

Después de unos segundos, enterró la cara entre sus manos.

Le estaba ganando.

Se daba cuenta.

La misma vieja tristeza de siempre...

Cada vez se hacía más difícil pelear contra ella.

Y siempre quedaba tanto por hacer...

.-

.- ¿Señora?

No hubo respuesta. El insignificante hombrecito comenzó a ponerse muy nervioso.

.- S-señora... realmente lamento molestarla, pero me pidió que le avisara cuando...

.- Si, lo sé.- contestó finalmente una voz, el hombrecito pegó un salto.- Arregla un encuentro, haz lo que sea necesario.

.- Si, señora.

.- Retírate.

Haciendo una profunda reverencia, el hombrecito dio media vuelta y, algo aliviado, se marchó.

.-

Fin del cap.