Capítulo 3

-Baja la voz, niña, o creerán que estás hablando sola- se oyó la voz del viejo Bilbo.

-¿Y no lo estoy haciendo?-susurró Alondra mientras miraba a todos lados.

-Y ya deja de dar vueltas la cabeza, quieres.

-¿Dónde está? Mire, señor Bilbo, realmente me da gusto hablar con usted al fin, pero si alguien lo ve escondido entre los árboles hablando con una jovencita sola, va a pensar muy mal, ¿me comprende?

-Nadie va a verme, te lo puedo asegurar-replicó el viejo hobbit con una risita áspera- es un truco que vengo usando hace ya muchos años, y te aseguro que siempre con buenas intenciones. No sabes la de favores que este… artificio me ha permitido hacer.

-¿Qué quiere decir que "nadie" puede verlo? ¿Acaso…?

-Bueno, ya, que no hay tiempo para esos detalles. Vine porque Gandalf, ya sabes, mi viejo amigo, me dijo que te diera un mensaje. Y también dijo que tú lo conoces a él. Bueno, yo no sé cómo es posible, pero si él lo dice, lo creo. Mi viejo amigo Gandalf no es solamente el que sabe hacer gloriosos fuegos artificiales y figuras con el humo de su pipa, no vayas a creer.

-Yo… lo supongo, lo sé, señor.

-Ya déjate de llamarme "señor", que me haces sentir viejo- de nuevo, en el crepúsculo, se oyó la risa cascada del hobbit- Bah, a decir verdad, sí lo estoy. Un poco. Un poco viejo, sí. Y cansado. Sabes, he viajado mucho, he visto muchas cosas, y algunas las he puesto por escrito, pero me falta escribir tantas cosas, y aquí no puedo, no tengo paz. Gandalf tiene razón, creo. Hay algunas cosas que tengo que…dejar atrás, y… tal vez, así consiga…

-Señor Bolsón, el mensaje…- dijo tímidamente ella.

-¿Qué mensaje? ¡Ah, sí! El de Gandalf. Dijo que te pidiera que tengas paciencia. Y fe. Y fuerzas para esperar. Y que seas valiente, o algo así. Que cuando llegue el momento estés lista para volar; ¿Tú lo entiendes? Yo no. Pero mi misión está cumplida, y tú vete a casa antes de que te reprendan.

-Ya no soy una niña pequeña, señor Bolsón. Y quisiera preguntarle tantas cosas…-dijo Alondra, tratando de no mostrar la decepción que el "mensaje" le causara. Y lo de "volar" le hizo recordar las bromas de su hermano cuando ella era una niñita. –Además nunca tengo ocasión de hablar con usted ni con… su sobrino…Bueno, usted sabe, en mi casa no tienen muy buena opinión de usted- agregó, cándida.

-¡Ja!- rió de buena gana Bilbo- Lo cual no les impide venir a atiborrarse a mis fiestas. No, no te sientas mal, todos piensan igual y hacen lo mismo. No sé cómo no vi antes que tú eres tan especial, es que estás siempre tan escondida, en fin…-hizo una intencionada pausa- ya alguien lo notará, espero, salvo que salga tan despistado como su tío…Bien, bien, no faltará ocasión, ya me presentaré cuando pueda, antes de… irme, si es que lo hago.

-¿Irse?

-No, no lo sé, ya veremos, no hagas caso. Ahora vete y me alegra haberte conocido, niña Rioblanco. ¿Cómo es el nombre?

-Alondra.

-Lindo. ¡Vete ya!

-Adiós- y la jovencita hizo el trayecto a casa casi corriendo.

Esa noche, con los ojos abiertos en la oscuridad, Alondra no dejaba de pensar en estos nuevos enigmas. Las horas pasaban y sus emociones no le daban tregua. Finalmente, se durmió. Y estaba caminando por un sendero conocido, a fuerza de recorrerlo en tantos sueños. Era una tierra perfumada con altos árboles y en la clara noche se veían luces en lo alto de las ramas, confundiéndose con las estrellas enormes como farolas.

Esta vez nadie salió a recibirla como siempre. Se sintió desolada y pensó en seguir avanzando pero no lo hizo. Se sentó en la verde grama iluminada por la luna, como despierta lo hubiera hecho en el maizal de la Comarca. Pero ella sabía que ese lugar era real, y que distaba mucho de su casa, y también sintió que la observaban, y que la habían dejado sola con un propósito. Entonces se sintió mejor. Reconfortada, abrazó sus rodillas y sólo descansó, aspirando el perfume dulce de la brisa, apoyando la rizada cabeza en la falda, dejando que sus pies cubiertos por un suave vello dorado recibieran la fuerza que emanaba de la tierra húmeda. Quedó así mucho tiempo, mientras por primera vez en casi toda su vida se aliviaba de la enorme carga de sentirse partida en dos.

Al despertar, sintió que se preparaban tiempos difíciles y que ese breve descanso tenía un único fin: prepararla para soportar lo que vendría, fuera lo que fuese. Y empezó las tareas de la mañana.