Así sigue la historia... perdonen algunas apresuradas pinceladas, pero tengo que saber qué le pasó a Alondra, y si no sigo escribiendo, nunca lo voy a saber...

Alondra puso sus manos etéreas sobre la frente de Frodo, concentrándose en transmitirle el amor que sentía por él, cada vez más grande, al punto que iba llenando toda su vida.

Frodo, inconsciente, apenas respondía a sus angustiosos llamados.

Alondra se dejó llevar hacia fuera, y habló en los jardines con la Dama de Ocre, la bella Arwen.

. —Hola de nuevo, pequeña-dijo la gloriosa Dama con una tierna sonrisa-vuelves a mi rincón favorito.

. —Dama de Ocre, ayúdeme, no sé qué hacer, Frodo no se repone… he fallado…

. —No, no es así. Tu amigo se pondrá mejor. Fue traído a tiempo junto a mi padre, Elrond.

. —Mejor, dice usted. No dijo que se pondrá bien.

. —No, no lo dije. Eso sólo lo dirá el tiempo.

Mientras Frodo se recuperaba en Rivendel junto a Gandalf, (librado ya de las garras del traidor Saruman), supo que su tío Bilbo estaba allí, escribiendo en paz, viviendo su vejez en armonía, ya libre de la mayor parte del peso del Anillo. Volando pasaron los días en Rivendel. Los cuatro hobbits hubieran deseado quedarse en ese paraíso de belleza, y no eran los únicos. El montaraz Trancos les dio a conocer por fin su identidad y así supieron que era Aragorn, hijo de Arathorn, heredero del legendario Isildur, el que tuvo por primera vez el Anillo en sus manos, y en lugar de destruirlo lo echó a rodar por el mundo. Aragorn mantuvo apartadas conversaciones con la Dama Arwen, y nadie supo de qué hablaron…

Elrond llamó a un Concilio al que asistieron elfos, Enanos, hobbits y Hombres. Y allí se decidió el destino de Frodo: llevaría el Anillo del Mal a las malditas tierras de Mordor, donde se hallaba el único lugar en el cual el Anillo podía destruirse; las Grietas del Destino. Se formó la así llamada Comunidad del Anillo, integrada por Frodo, y sus tres amigos, Gandalf, Aragorn, el valeroso enano Gimli, el elfo Legolas, y Boromir, hombre del Sur. La partida fue decidida, y con pesar, y temor, Frodo empezó la segunda parte de su jornada. Pero estaba decidido. Sabía lo que debía hacer, si bien aun no sabía cómo.

Mientras marchaban en cansadoras jornadas hacia las Montañas Nubladas, el pensamiento de Frodo le traía retazos de recuerdos: un rostro de mirada intensa y dulce, una voz que le ofrecía paz y reposo, un halo de luz… estaba seguro de haber estado delirando, y en su delirio provocado por la herida, haber creado una imagen ideal para soportar tanto horror. A nadie dijo nada de esto. Supuso que ese tipo de pensamientos lo debilitaban para su difícil misión, y trató de no llamarlos a su mente. Pero, cuando menos lo esperaba, ellos volvían…

Días difíciles y dolorosos se sucedieron. En medio del cansancio, el frío, el miedo.

En las minas de Moria los horrores empezaron pronto: desde que a las mismas puertas de la mina un repulsivo ser acuático casi arrastra con él a Frodo a las negras profundidades, no pararon de aparecer a ritmo de pesadilla. El anterior poseedor del Anillo, una maligna criatura llamada Gollum, se deslizaba tras ellos furtivamente esperando recobrar "su tesoro" al menor descuido. Inmundas bestias los atacaban desde la oscuridad, orcos de distintas razas, cada una más repugnante y cruel. Pero el golpe más duro fue ver caer a Gandalf el Mago al abismo junto al Balrog de fuego. Frodo y los otros salieron justo a tiempo de las minas, desolados, especialmente Frodo, quebrado de dolor.

En medio de las lágrimas, se negó a seguir avanzando. Se dejó caer sobre una roca y sus ojos anegados no le permitían ver más que un reflejo borroso del cielo gris, de los picos nevados, y allá abajo las rocas, blancas, negras y los pastos verdes. Alondra, a lo lejos, sintió su dolor, y acudió a las altas montañas, invisible, para saber qué había pasado y confortarle; pero él creyó que su debilidad le jugaba otra pasada. Violentamente sacudió la cabeza para obligarse a volver a la cruel realidad. Le tendieron una mano; se levantó con esfuerzo.

Alondra, sola en los sembradíos, no conseguía detener el llanto.