Frodo y sus siete compañeros estaban frente a la Dama, quien los miró largamente, uno por uno, hasta hacerlos sentir que los conocía íntimamente y desde siempre. Galadriel escuchó en silencio las tristes noticias sobre Gandalf, y los invitó a hacer un alto en el camino en sus mágicos dominios.

. En Lórien los viajeros reposaron de sus fatigas… pero también hubo duras pruebas. Para todos las hubo. Incluso para Galadriel, sabia como pocos. Pero con su clara fuerza, superó la tentación de poseer el Anillo Único de Poder; y aceptó el destino de su pueblo y el propio. A la Dama nada se le escapaba, ni el más mínimo destello en los ojos de sus huéspedes. Al partir, a todos obsequió según lo necesitarían: cuerdas, provisiones, grises capas hechas por élficas manos, y a cada uno un presente singular. A Frodo le dio el frasco que guardaba la luz de la Estrella de Eärendil, para que le iluminara donde toda otra luz se hubiera extinguido. Y su mirada lo siguió por mucho tiempo, mientras la pequeña embarcación que transportaba a la fracturada Comunidad se alejaba lentamente río abajo.

Ocho días de viaje por el Anduin, y mientras el invierno terminaba, desembarcaron en la costa, oscura y amenazante, acechados por las negras flechas de los orcos, vigilados por enormes sombras aladas que les congelaban los corazones. Boromir, incapaz de soportar la furiosa atracción que sentía por el Anillo, insistía en llevarlo a su ciudad, que ya no se hallaba lejos de allí. Era mucha, demasiada presión para Frodo. Estaba agobiado. El Anillo ocupaba cada vez más lugar en su mente, como una rueda de fuego que inexorablemente lo estuviera llamando…

Se alejó de los otros tratando de evitar su compañía, incluso la de Sam. Antes de caminar unos pasos, la sintió. Como una fresca brisa, el sutil perfume del cabello de Alondra se mezclaba en el aire. Frodo respiró hondo, y sin saber por qué, se sintió un poco mejor. Hasta hubiera jurado que una suave y pequeña mano le hubiera acariciado la frente y las mejillas, pero posiblemente fuese su imaginación.

Pero los hechos se precipitaron, y antes de darse cuenta, se encontró frente a frente con el recio Boromir. El perfume se desvaneció y el aire se tornó pesado y gris. Sin saber bien cómo había sucedido, confusamente, Boromir perdió la cabeza; intentó por la fuerza arrancarle a Frodo el Anillo del cuello, y cuando reaccionó, desesperado, arrepentido, ya era tarde.

Frodo, con el maligno anillo que lo hacía invisible puesto, corrió hasta las embarcaciones, tomó una y también su equipaje, y trató de huir. Pero su fiel Sam logró acudir a tiempo para irse con él.

Y allá se fueron los dos, sin más apoyo que sus propias fuerzas, a intentar hacer lo que no hubiera podido un ejército de los más valientes y capaces de ninguna de las razas conocidas: destruir el Anillo en las malditas tierras de Mordor, dominios de Sauron, el forjador del Anillo del Mal.

Alondra se preguntaba, mientras tanto: ¿habrá sentido mi presencia? ¿Quien era ese Hombre que lo perturbó tanto? ¿Adónde irá ahora?...y… ¿por qué sentí su esencia tan diferente cuando se puso ese anillo en el dedo?...y…nuevamente… ¿habrá sentido que estuve con él?