--Ahora estamos solos, Sam-dijo Frodo, mirando a lo lejos con los ojos entornados. Vamos a tener que destruir solos este anillo. Y vamos a hacerlo¿verdad?

--Claro que vamos a hacerlo, señor; cómo, no lo sé, pero en cuanto a estar solos…creo que nunca lo estamos.

Sam bien podría haberse estado refiriendo a la criatura Gollum, que seguramente los seguiría de cerca como una fría lagartija, o a los orcos que no dejarían de acechar, a los jinetes negros de a caballo o por el aire… o a ella…que débilmente y armada sólo con su amor, las técnicas enseñadas por Gandalf, los consejos de Arwen y la blanca piedrita de Galadriel, estaba siempre cerca…

Frodo no preguntó.

Ninguno de ellos sabía la suerte de Merry y Pippin, capturados por los orcos. Tampoco que Boromir, desesperado por su acción contra Frodo, los había defendido infructuosamente, y había encontrado la muerte bajo las flechas orcas. No sospechaban que Gandalf, ahora blanco, había reaparecido con la ayuda de las águilas, en especial su fiel Gwaihir, señor de los vientos.

Sólo sabían que iban a una misión sin retorno y que el viaje era largo, difícil y frustrante.

Frodo sentía cada vez más el peso del Anillo, casi superior a su propio peso, cada vez más caliente y pesado. Cada vez llamándolo con más fuerza, invitándolo a usarlo, invitándolo a entregarse al Gran Ojo de Fuego.

Hicieron un breve alto en la caminata. Hacia bastante que caminaban por intrincados senderos rocosos, dejando la barca en la costa del Anduin. Estaban casi sin provisiones, agotados, frustrados, dando vueltas en círculos sin poder hallar un camino claro entre las piedras. Se sentaron a descansar.

Mientras Sam trataba de montar guardia, exhausto, Frodo durmió. Y Alondra aprovechó ese breve momento para hacerlo soñar con ella. Lo llevó de la mano, y logró hacer que el frío panorama que lo rodeaba se transformara en un fresco jardín, donde caminaron en silencio. Haciendo un supremo esfuerzo, Frodo se detuvo. Alondra lo miró con ojos interrogantes y una sonrisa. Le alegraba que Frodo no la hubiera rechazado, pero más aun que no se dejara llevar pasivamente, que saliera de su sopor, que hablara con ella. Frodo pensó "¿es esto un sueño¿Puede uno soñar siempre con la misma persona?" Alondra dijo: "¿qué importa, Frodo, si esto es o no un sueño¿No te alegra verme de nuevo?" Frodo, sobresaltado, abrió más los ojos. "¿Escuchaste lo que pensé?" Alondra rió con una risa clara y fresca. "Frodo, hace mucho que sueñas conmigo. ¿Es posible que no recuerdes que yo oigo tus pensamientos y tú los míos?" "Bueno, más o menos"-replicó él, algo sombrío-"mis pensamientos cada vez más se llenan de oscuridad y poco recuerdo sueños, ni cosas parecidas". Alondra se alarmó. "Pues haz un esfuerzo, te lo pido. Recuérdame, recuérdame, querido Frodo, recuérdame cuando todo sea feo, oscuro, desolador. Tal vez mi presencia no te conforte como a mí la tuya, pero recuerda que yo no dejaré de estar contigo, nunca, nunca. ¿Lo entiendes?", dijo acercándose y tomándolo de ambas manos. Frodo la miraba intrigado. Aun en su cuerpo soñado se veían los estragos que la aventura estaba dejando en su cuerpo real. Trató de tocar la bella cara de Alondra, y no pudo sentirla, pero sí percibió una dulce y sutil sensación en su mano, como si la hubiera sumergido en agua clara. Alondra sintió un profundo estremecimiento. Pensó en la piedra de Galadriel, que le permitiría, aunque sea por un instante, besarlo, tocarlo de verdad. Con un enorme esfuerzo se sobrepuso a la tentación. Pero lo miró profundamente, hasta el fondo de los ojos, y le dijo, casi sin voz: "Mi vida daría por ti, Frodo. Te amo. No te pido lo mismo. Sólo recuérdame, recuérdame…" y se desvaneció en el aire mientras Frodo despertaba, confuso, tratando con todas sus fuerzas de recordar qué había soñado.