Bueno, Hada querida, me pediste un capítulo más largo... Te agradezco tanto tus palabras respecto de la ficción. Estoy de acuerdo y por eso tomé fuerzas para seguir. Y en cuanto a los hombres, con dolor acepto lo de "las hormonas por delante, el cerebro por detras"... por lo menos varios de ellos... lo acepto con mucho dolor...
Aquí te dejo a ti y a los que tengan ganas de leer mi fantasía, el capítulo 16. Quiero aclararles que no usé ni usa sola de las palabras del libro, excepto las que están en élfico. Todo lo describí usando mis propias palabras en base a lo que recordaba. Además les cuento una intimidad: sufro de una horrible fobia a ofidios, insectos, gusanos, etc. Así que escribir esto me ha costado no saben cuánto... No saben...
Telarañas. Eso parecían. Aunque si ésos eran los hilos… Cada uno parecía una gruesa cuerda. La hoja de Sam nada pudo hacer. Frodo intentó con la Dardo, la pequeña daga élfica. Las cuerdas cedieron y saltaron en todas direcciones.
-No puedo, Sam. No puedo más…-a Frodo se le doblaron las piernas, como si el Anillo lo anclase a ese suelo pringoso y lleno de inmundicias.
-Señor Frodo…-dudó Sam- ¿no quiere que yo…?
Frodo levantó la vista con fiera sospecha.
-Lo siento, señor. Es que ya no sé cómo ayudarle…-dijo Sam, desanimado.
Frodo se enderezó.
-Mira, Sam, lo entiendo, pero lo mejor va a ser que yo continúe solo. Tú lo has hecho bien, hasta ahora, y no mereces que yo piense de ti lo que estoy pensando. Pero no puedo evitarlo. No quiero que a cada momento me asalte la duda de que me vas a sacar el anillo.
Sam no podía creerlo.
-Es ese Gollum¿verdad? Él le metió esas ideas en la cabeza… No es posible que usted piense…
-Basta, Sam.
-Además, yo prometí no dejarlo a usted nunca, y si no lo hice hasta ahora, con las que pasamos, menos lo haré aquí, en el peor lugar, en el peor momento.
-Sam, no temas, el anillo será destruido, y yo volveré y te buscaré¿de acuerdo? Sólo quiero estar solo.
-Frodo, no…
-Ni una palabra más.
Frodo se dio media vuelta, como con nuevas fuerzas, guardó el frasco bajo la capa, se ajustó la daga al cinturón, y echó a andar resuelto.
Sam quedó petrificado en su sitio, pero luego, al oír voces y risas de orcos, se metió en una rendija en la piedra. Cuando no los oyó más, salió y empezó a andar con cuidado. Tenía el corazón pesado y le ardía la garganta. De pronto sintió unas manos frías y pegajosas en el cuello y oyó junto a su oreja un siseo demasiado conocido. Se trabó en desesperada lucha con Gollum, mientras Frodo, adelante, seguía solo.
Frodo avanzaba como en estado de inconciencia, siempre adelante, como tironeado por el anillo, que en lugar de anclarlo ahora lo hacía casi correr, sin mirar, sin cuidarse. Unas inmensas patas empezaron a andar en silencio tras él. Unas gotas gelatinosas cayeron al suelo, y dos gigantescos ojos multifacéticos reprodujeron su imagen hasta el infinito, acicateando el deseo furioso de Ella-Laraña por esa tierna carne que se le ofrecía con tanta facilidad.
Alondra sintiendo una mortal angustia en el corazón, envió su imagen mental a buscar a Frodo. Se quedó helada de horror cuando vio una araña monstruosa, de pinzas más grandes que brazos de Hombre; altísima, gordísima, llena de patas, destilando babas: lo más repulsivo que se pudiera imaginar. Quiso gritar… fue inútil. Lo vio intentar una débil defensa contra ella. Alondra tomó la piedra de Galadriel fuertemente en su mano. ¿Qué hacer¿Qué ayuda podría ella aportar con unos instantes de corporeidad? Dudando, asqueada, aterrorizada, no se atrevió.
Sam se desprendió violentamente de Gollum. Hubiera querido matarlo, una y mil veces, por todas y cada una de las que había hecho. La criatura era escurridiza y taimada, y estaba llena de odio. En un momento Sam hubiera podido hundir la hoja en ese cuello fino y verdoso, pero tuvo un mínimo instante de duda. Gandalf había dicho que hasta Gollum merecía vivir, y que nunca se sabía qué papel le podía tocar en todo esto. Maldita sea, pensó, maldito insecto, cuando Gollum aprovechó su duda para escabullirse y escapar. Primero pensó en seguirlo, pero de pronto el recuerdo de Frodo lo golpeó como un cachetazo. Salió corriendo hacia donde su amo y mejor amigo había ido.
La inmensa cosa había retrocedido unos pasos ante el frasco luminoso que Frodo portaba, pero pronto se recuperó. Tenía demasiada hambre, demasiado odio dentro. Sam llegó cuando el aguijón, más grueso que su puño, se clavaba en la nuca de Frodo, y él caía sin sentido entre sus patas delanteras, que lo tomaron hábilmente y lo ataron a gran velocidad con sus gruesos hilos.
Alondra, con los ojos desorbitados, un grito muerto en la garganta, permanecía allí clavada, con la piedra blanca en la mano. Sabía que de nada habría servido tomar cuerpo por unos segundos, pero se odió a sí misma como jamás había odiado a nadie.
Un grito de guerra sacudió la caverna. Ni un guerrero gigante hubiera gritado así. La enorme cosa llamada Ella-Laraña se volvió a mirar.
Sam, enloquecido de furia, había recogido el frasco de Galadriel y la espada de Frodo. Fastidiada, la araña decidió sacarse de encima a este pequeño y molesto enemigo. No sabía que jamás se había enfrentado a alguien así. El amor de Sam era profundo, porque su amistad era sincera y total. Cuando dijo que daría su vida por su amigo, lo decía en serio. Y allá fue el diminuto hobbit a desafiar al monstruo que había hecho daño a su amo. Sin saber lo que hacía, se lanzó hacia delante y cortó la punta de una de las patas delanteras, y antes de que el bicho pudiera reaccionar, le clavó el puñal en uno de sus ojos. La araña avanzó enloquecida, y Sam quedó debajo de su enorme vientre. Con todo su peso, le cayó encima. Sam, asqueado y casi ahogado, levantó instintivamente la daga élfica. Torrentes de líquido pútrido y gelatinoso cayeron sobre él. Cuanto más trataba Ella de aplastarlo, más profundamente se clavaba la pequeña y portentosa Dardo. Pero eso no bastaba para matarla. La bestia retrocedió y Sam, tratando de no desmayarse por el asco, la miró, herida, goteando por el ojo, la pata mutilada. El frasco, pensó. Y sin saber bien por qué lo hacía, levantó la botella luminosa y dijo suavemente "Galadriel". Un torrente de palabras le vino a la boca, y claramente, sintiéndose fuerte y seguro, alzó aún más el frasco de luz y dijo: -A Elbereth Gilthoniel, o menel palan-díriel, le nallon sí di´nguruthos! A tiro nin, Fanuilos!
El frasco brilló con una intensidad cegadora. A la araña le penetró la luz por todas las heridas y silbó desesperada de dolor. Empezó a retroceder y escapó lentamente, mientras Sam le tiraba una última puñalada a las patas traseras.
Sin perder tiempo, se volvió a Frodo y cortó las cuerdas. Pero Frodo estaba blanco y frío. Alondra parecía haber olvidado cómo se respiraba. Su cuerpo invisible se acercó al de Frodo. Había decidido usar la piedra, aunque sea para darle su primer y último beso a ese hobbit que jamás había llegado a quererla como ella a él. Dudó. Después de no haber podido usar la piedra para salvarlo o morir con él¿merecía usarla para esto?
Sam lloraba y gritaba junto al cuerpo frío de Frodo. Alondra apoyó una mano en su hombro, pero sabía que Sam no la sentiría. Trató de tranquilizarse y concentrarse, para ser útil aunque fuera de ese modo. Pero cuando se concentró y relajó, percibió con profunda sorpresa los pensamientos lejanos y confusos de Frodo. Con inmenso alivio, supo que estaba vivo.
