Llegó la hora, queridos lectores míos. Hada, estas palabras son para ti: quiero que sepas que casi te quedas sin leer el final porque me pasaron cosas muy difíciles y estuve a punto de abandonar todo. Pero no pude porque sentí que te lo debo, tus palabras de aliento fueron clave para mí en momentos de duda. Ademas, encontré cosas tuyas por ahi y mi admiracion creció y mi compromiso tambien. Para todos este capitulo decisivo, pero no último. (Y sí...aguanten...si aguanto yo... ¿por que no ustedes?) Los quiero a todos. Sofía de Otlana

.--Frodo… soy yo… no desistas…

. — ¿Quién es? No sé quien eres… No puedo ver nada…

. —Oye mi voz, Frodo, soy Alondra… recuérdame…

. —Recuérdame, dijiste…esas palabras… eres… la niña de pelo rizado… aquí en este hueco asqueroso… Ahora te veo…bella… qué lástima tanta belleza en esta pocilga…

. —No estoy físicamente aquí, Frodo. No te preocupes por mí. He venido a darte fuerzas a ti, si puedo...

. —Es que se lo llevaron… no sé qué hacer… se llevaron mi tesoro…

Alondra sintió como un bofetón al oír a Frodo referirse al Anillo maldito como "tesoro", pero nada dijo. Pasó sus manos de luz por la frente del pobre hobbit al que tanto quería.

Sam buscó incansablemente a Frodo por la ciudad negra de Mordor. Ahora que llevaba el Anillo se daba cuenta de cómo presionaba, tiraba, pesaba… cómo tentaba… Pero Sam era demasiado simple y demasiado íntegro. Incluso cuando se lo puso para evitar que lo vieran no dudó en quitárselo apenas pudo. Envalentonado por lo del "elfo gigante" estaba dispuesto a todo. Con una frialdad desconocida golpeó a un orco, mató a otro y dejó inconciente a un tercero, para llegar a donde su amigo.

Encontró a Frodo en un altillo mugriento; desnudo, golpeado y aturdido.

. —Vamos, Señor Frodo, hay que sacarlo de aquí antes de que vengan otros.

.--¿Cómo otros? . ¿Y los que estaban aquí? –Frodo aun se protegía la cabeza con las manos esperando un golpe.

Sam sonrió levemente.

.--¿Te deshiciste de ellos? .¿Tú solo?

. —Ahora eso no importa, vámonos de aquí. Todavía tenemos cosas que hacer, estamos más cerca que nunca.

. —Ay, Sam, eso ya no podrá ser. Se lo llevaron, me lo quitaron…

Sam, dubitativo, le mostró la cadena.

Frodo abrió enormes los ojos. Los entrecerró con codicia.

.--¡Dámelo! .¡Dámelo ahora! .¿Por qué lo tenías tú?.¡Querías quedártelo!

Sam, lentamente, con los ojos enrojecidos, se lo dio. Frodo se lo arrebató de la mano.

. —Perdona, Sam querido-dijo al ver los ojos empañados de su fiel amigo-ya no puedo más. Esta cosa puede más que yo. No trates de entenderlo. Debería agradecerte por no dejar que los orcos se lo llevaran, y mira cómo te pago…

. —Está bien, Frodo, ya no hable, ahora vamos a buscar algo para ponerle encima y salgamos de aquí. Tenemos que llegar a las Grietas del Destino¿recuerda?

. —Como para no recordarlo, Sam.

El último tramo se hacía insoportable. Vestidos con ropas malolientes que habían quitado a dos orcos a los que tuvieron que enfrentar, sin agua, apenas con unas pocas galletas élficas por todo alimento. El escaso peso de sus equipajes se les hacía imposible de llevar. Frodo apenas daba unos pasos y se sentía agotado. En su frente le quemaba una enorme rueda de fuego. Sam no podía sacarse a Gollum de la cabeza, deseando que hubiera muerto, y temiendo que tuviera aun alguna jugarreta para ellos.

Pasaron días y días recorriendo el accidentado camino hacia el Monte del Destino. Avanzaban a un ritmo espantosamente lento. La sed los torturaba. Aunque no quería aceptar que el retorno nunca se haría, Sam se deshizo en una honda grieta de todo lo que llevaban, excepto los obsequios de Galadriel y la espada élfica. Trató de no pensar en su padre, en la Comarca, en Rosita Coto, al oír caer sus enseres al fondo de la hondonada. Ese ruido le decía que nunca, nunca volvería a verlos.

Frodo ya no podía ni siquiera arrastrarse. Mientras pudo, Sam cargó con él haciendo un esfuerzo increíble. Pero ya no fue capaz de seguir. Ya casi estaban. Y no podían más. Descansaron otra vez.

Consumidos y agotados, se miraron. Las manos de Frodo empezaron a acercarse a la cadena que sujetaba el anillo.

. —Deténme la mano, Sam, te lo pido… yo ya no puedo hacerlo.

Sam aferró las manos de Frodo impidiéndole ponerse el Anillo.

. —Hay que hacerlo, Sam, hay que terminar con esto de una vez. Vamos allá a destruirlo.

Un chillido respondió a esas palabras y un Gollum desesperado, furioso, saltó sobre Sam, que aún tenía las manos de Frodo entre las suyas. Sam gritó:

.--¡Adelántese, Frodo, vaya ahora!

. —Sí-dijo Frodo, levantándose-voy a acabar con esto. Allá voy.

Y empezó a subir hacia la Grieta del Destino, mientras Sam seguía trabado en la lucha. Pero Gollum estaba agotado. Pronto Sam lo dominó.

. —Por fin-jadeó cuando Dardo estuvo contra el cuello de Gollum-ahora arreglaré mis cuentas contigo.

Gollum empezó a llorar, y era lo más repulsivo que se pudiera ver. Sam se compadeció de esa criatura condenada años y años por culpa del anillo maldito; condenada a seguirlo, a desearlo, a convertirse en esa fea cosa sufriente, esclava de la oscuridad.

. — Mira: vete de aquí; y no quiero ver tu horrible cara nunca más ¿entiendes?

Gollum ya había escapado.

Llegó exhausto a las Grietas, donde a pocos metros se abría un terrible abismo. Allí, en el fondo, hervían las eternas lavas donde el Anillo del Mal había sido forjado, único lugar donde podía ser destruido. Buscó a Frodo con la mirada. Al principio no lo vio. Gritó su nombre. Y nada. Pero a la luz del fuego, cerca del precipicio, de pronto vio a Frodo de pie, quieto como una estatua. Con temor, volvió a llamarlo. Frodo se volvió lentamente y lo miró.

Alondra estaba allí. No decía nada. Esperaba. Su corazón parecía no latir.

Frodo habló, lento y calmado.

. —Sabes, Sam. Ya estoy aquí, pero he decidido no hacerlo. No lo voy a destruir. Al fin y al cabo, es mío.

Sam gritó roncamente:

. —No… ¡No, señor Frodo! .¡Destrúyalo! Destrúyalo ahora...-suplicó.

Frodo entrecerró los ojos y lo miró con fiera ironía. Entonces desprendió el anillo de la cadena.

Se lo puso. Desapareció en el acto.

Sam al principio no supo si el alarido era el que salía de su propia garganta. Pero él no había sido. Porque Gollum se había abalanzado sobre la figura invisible, como salido de la nada.

Lucharon y forcejearon. Era peor que una pesadilla, ver a Gollum pelear con el aire, sin saber qué sucedía. De pronto, se oyó un terrible grito y Frodo apareció, aferrando su mano que sangraba. Gollum reía y bailaba triunfante con el anillo en la mano, luego de tirar el dedo mutilado de Frodo.

Alondra tenía la piedra blanca fuertemente aferrada en su mano derecha, tan fuerte, que dolía. Y supo que había llegado la hora.

.--¡Galadriel!-gritó mientras corría hacia delante. Su figura tomó cuerpo. Su cuerpo tomó fuerza.

Y, con toda la fuerza que tenía, empujó a Gollum al abismo.