Aparecerse en el Ministerio. ¿Qué locura los había llevado a eso? Capaz porque si aparecían en sus casas, los mandarían derechito de nuevo a Hogwarts. En cambio, si se preparaban antes, crearían los suficientes argumentos como para saber de primera mano toda la información, cómo y por qué secuestraron a su padre, cuándo y dónde, y cómo planeaban rescatarlo.
Con un saludo amistoso y simpático los recibió Christinne Marx. Era un muchacho de no más de veintiocho años, con unos ojos claros como el cielo raso, brillantes naturalmente, no sólo por el efecto que las luces provocaban en él. Su cabello, lacio, decentemente corto y totalmente domesticable, asemejaba a las noches claras de verano, con algunos reflejos pardos. Bastante alto y moderadamente delgado. Vestía una túnica color escarlata oscuro y debajo de ésta se notaba un suéter negruzco encima de una camisa puramente blanca.
Si bien su apariencia mostraba formalidad y respeto, cuando lo conocías profundamente, era un camarada para travesuras y su cabeza siempre pensando en riesgosas aventuras. James sabía de buenas fuentes que estaba haciendo unos cuantos cursos para llegar a convertirse en auror, pues ser jefe del Departamento de Transporte no era muy excitante…
Al punto importante: Dan lo recordó, pues cuando eran infantes solían pasear por el Ministerio cuando sus padres estaban en reuniones importantes y no poseían un establecimiento donde dejarlos. Bien, los dejaron a cargo de Marx. De ellos habían aprendido muchísimos secretos y ya sabían que podían confiar en su palabra. Así que se apresuraron, el día anterior, a consultarle si estaría disponible para hacerles un favor… Inmediatamente recibieron la respuesta. Afirmativa.
- ¿Listos, chicos? ¿Tuvieron un buen viaje? – Preguntó Marx. Poseía una voz ligeramente grave y jovial. Sus ojos resplandecían sobrenaturalmente, sonriéndoles.
- Estupendo. ¿Dónde están nuestros padres ahora, Christinne? – Preguntó Dan interesado. El rostro de Marx se ensombreció profundamente.
- Están tratando de detener un ataque de mortífagos al centro de Londres muggle. – Murmuró con voz entrecortada, el nerviosismo era notado a causa del juego que hacía con sus dedos. – En realidad, me matarán si se enteran que les ayudé a fugarse de Hogwarts en medio de un ataque…
- No te preocupes. – Aseguró James con seguridad. – Solamente llévanos hasta allí.
- ¿Cómo?- Preguntó Marx sin entender la indicación de James. - ¡No puedo! ¡Sería un irresponsable si les expusiera a tal peligro!
- Me importa una nimiedad el peligro que pudriésemos exponernos, Marx. No te preocupes, solamente dinos el edificio más cercano o nos las ingeniaremos para llegar, en caso que no estés de acuerdo. – Dijo James tercamente. Había trazado un plan, éste debería llegar hasta el final.
- Tranquilo, James, entiendo que el asunto de tu padre…
- No, definitivamente no me entiendes. – Le interrumpió James, profundizando su mirada. – No sabes lo que es tener a tu padre en manos de la muerte misma. Me siento inútil sin hacer nada por él. Los mortífagos burlándose de la Orden, del Ministerio, en nuestras caras… No sé cuan importante es mi padre en todo el tema y ahora me importa poco, porque, ¿sabes que? Tengo un pensamiento muy egoísta… Me importa minucia si se están muriendo Muggles, mi padre está siendo torturado… - Ya en ese momento, los puños de James estaban apretados y una furia incontenible rondaba por sus ojos. No pudo continuar, pues su garganta se había secado de lo rápido y fuerte que había hablado.
- Llévanos por favor, Marx. – Pidió Lilian en un tono muchísimo más pasivo que el de James. – Lo necesitamos, queremos ayudar en algo…
- Aunque sólo traigamos problemas… - Agregó Daniel sonriendo débilmente.
- Está bien, chicos, pero… Rolan Just nos acompañará. Nos apareceremos, pues todos los edificios de la zona fueron sacados de la red Flu. Solamente… Tranquilícense. ¡Ey, Rolan! ¿Me acompañas? – Preguntó Marx por encima del hombro de Jo, quien se había quedado callada desde la llegada al ministerio.
- Por supuesto, Marx. – Contestó un hombre al cual el rostro no era demasiado visible a causa de la capa que llevaba puesta. James frunció el entrecejo.
- Jo y Dan, vayan con Rolan. James y Lilian, conmigo. ¿Entendieron las indicaciones? Perfecto. ¡A Londres, muchachos!
***
Tomó velozmente un gran bocado de aire, que le hacía falta a sus cansados y fatigados pulmones. Respiraba de forma cansada, frágilmente, manteniendo milagrosamente el conocimiento. Hubiera deseado desmayarse, así no sentiría cada cruciatus con aquella tremenda intensidad. Los mortífagos le habían aplicado un encantamiento que sentía cada cruciatus con el triple de la intensidad correspondiente y cada vez sus pulmones resistían menos. Su cuerpo estaba totalmente paralizado, bajo el tiempo que llevaba bajo las torturas que parecían terriblemente interminables. Necesitaba ayuda, que pararan de una vez… ¿Acaso no tenían otra cosa más que hacer que divertirse con él?
Estás pagando por los treinta y pico de años de tortura al Dark Lord, Harry.
Cierto. Pero ya estaba delirando. Seguramente, de fiebre. Varias y serias heridas se extendían por todo su cuerpo, desde raspones simplemente visibles en su rostro hasta heridas profundas en su pierna derecha. Tendría más de una costilla destrozada, por eso su tos combinada con sangre. Sangre increíblemente rojiza…
La bebida ideal y favorita del Dark Lord, en sus tiempos de vida. Recordaba aquellas pesadillas donde él tomaba elegantemente, de una copa de vidrio, sangre, sangre de alguna de sus víctimas mortales… Deliciosa, exquisita.
Definitivamente estaba delirando.
Prodigiosamente, percibió como el mortífago dejaba de señalarlo con la varilla y se giraba para retirarse de la habitación. Era el último de la tanda de novatos, ya habían pasado todos a escuchar sus gritos. De dolor, pues. No existirían más gritos de súplica. Elevó furiosamente sus ojos hasta los grisáceos de Lucius Malfoy. Éste observaba su deteriorada imagen poderosa y orgullosamente. Argh. Sentía su cuerpo magullado, como si seis mil elefantes le hubieran pasado por encima. Dolor, dolor, dolor, dolor…
- ¿Sigues en la misma postura, Potter? – La voz inconfundible de Malfoy. Tosió sangre y miró al mortífago despreciadamente. Miradas de desafío. Eso significaba afirmación.
- Solamente necesitamos minúscula información. – Gruñó Malfoy entre dientes, furioso por la fuerza de voluntad de su prisionero. - ¡No te cuesta nada!
- Solamente la vida. – Completó Harry elevando una ceja interesadamente. Aunque su estado no le permitió mantener la postura engreída. Una patada al aire de Lucius (que terminó dándole en el estómago) y una salida rencorosa de éste de la habitación. Por fin estaba "a salvo." En paz, aunque sea.
***
Si alguna vez pudiste haberte imaginado una locura total en el centro de Londres, pues, más o menos estarás ubicado en el caos que aquella tarde, casi concluida y dándole paso a la noche oscura, estaba aconteciendo. Los aurores, la minoría de la gente que estaba en el radio del ataque, no les daban las manos ni los reflejos para detener a los mortífagos, que parecían auto recuperarse como si nada en cinco minutos. Los Muggles, miles, estaban aterrorizados, algunos desmayados del miedo en las calles. Los Mortífagos parecían atacar sin piedad, como si estuvieran cobrando a los aurores y miembros del Ministerio todos los años de ocultamiento y fuga que habían sucedido en aquel siglo.
Un grito intenso y aturdidor, muy cercano a él, le hizo voltearse en un segundo y lanzar hechizos atronadores al mortífago que estaba torturando con la maldición imperdonable, cruciatus, a un niño de no más de seis años de edad. Obviamente, el mago oscuro esquivó sus ataques, pero dejó de torturar al niño para dirigirse hacia él y empezar un duelo.
Qué acabó en cuestión de minutos. Hermione, que no había estado muy lejos de allí, se había acercado rápidamente por la espalda del mortífago y le lanzó una serie de maleficios que perfectamente vengaban la tortura al infante, concluyendo finalmente con un decidido e imparable desmaius. Ron observó a Mione durante un instante, analizando la situación de ella, como ésta estaba analizando la de él. No estaba muy grave, ninguno de los dos, pero bien no estaban intactos.
La señora Potter se inclinó para averiguar el aspecto del niño atormentado. Elevó la varita y de ellas surgieron una serie de chispas abundantes de un color rojizo. Se quedó junto al niño hasta que un Medimago se hizo camino desde la muchedumbre y tomó al niño en brazos para trasladarlo instantáneamente a un hospital.
Hermione se puso de pie con un nuevo suspiro y buscó con la mirada al más cercano mortífago. No eran muy difíciles de distinguir, pero todavía no se había acostumbrado al nuevo disfraz que poseían. Habían cambiado de líder. Era una afirmación. Estaba consternada y tremendamente preocupada por su marido. ¿Quién lo estaría torturando en ese momento? ¿Quién estaba detrás de todos los mortífagos?
Confiaba en Draco. Confiaba en Draco. Quiso auto convencerse. Pero una inmensa desesperación se profundizaba en su pecho.
- ¡Hermione! – Chilló Lilian no muy lejos de donde se encontraba parada analizando la situación. Mione hizo caso al llamado y se volteó lo más rápido posible, para sentir como un encantamiento de magia negra le pesaba peligrosamente cerca. Miró sobre su hombro y encontró al causante del encantamiento.
- ¿Acaso no tienes nada mejor que hacer más que atacarme por la espalda, ignominioso mortífago? – Le preguntó con furia. La nueva mascara sólo le permitía divisar leve y confusamente el color de los ojos del rival. Ojos indiferentemente celestes. Estaba segura que el brujo oscuro estaba sonriendo malévolamente.
- Hermione Potter. – Saludó el mortífago como si se tratara de una junta del Ministerio de la Magia. Frunció el entrecejo. Su intuición femenina no le fallaba. Ese hombre había visto a Harry y estaba convencida que era uno de los que más lo había torturado. – Crucio.- Gritó al mismo tiempo que una voz detrás de ella contradecía el ataque.
- Desmaius extremus. - ¿Por qué le sonaba tanto aquella voz? Un cosquilleo de nerviosismo y ansiedad le invadió el estómago. ¿A caso Draco ya había…?
El mortífago esquivó el ataque expertamente, pero quedando algo aturdido, dándole el tiempo suficiente a Hermione de girarse, al mismo tiempo que Lilian, a ver quien había interferido en el cruciatus.
James y Elizabeth Potter, Joanne Weasley y Daniel Malfoy les sonrieron triunfadamente, los cuatro con las varitas en sus manos.
***
Hacia ya mucho tiempo que se había ofrecido a la Orden para aquello. Nunca se lo permitieron, sobre todo por las firmes negaciones de Harry que los mortífagos estaban al corriente de su unión a la Orden y no le creerían una palabra. Pero al enterarse del secuestro de su amigo, no iba a permitir que le mataran. Obviamente que no. Pero no tenía que revelar su identidad, le había sugerido Dumbledore. Sino, estaría amenazado de muerte… Y él era uno de los aurores más eficientes de la Orden.
Una inmensa capa de un color tenebrosamente oscuro le cubría el cuerpo y el rostro por completo. La máscara la habían conseguido mediante unos cuantos contactos, pero bien, no gratis. Y con la solicitud que les fuera devuelta intacta. Algo que ahora estaba dudando. Sus ojos grisáceos se deslizaban sutilmente por todo el campo de visión que le permitía la máscara. Menos mal que sus ojos no eran llamativos ni distintivos como los de Harry.
Por poco no le agarra un ataque histérico de risa aguda al observar quien era el guardián de la cabaña, que a propósito se encontraba en la cima de una montaña en el sur de Londres. Goyle. Su compañero de Slytherin, tanto tiempo sin verlo…
Agradecería a Harry por otorgarle semejante oportunidad.
Sacando la varita perfectamente oculta debajo de sus ropas, miró a Goyle fijamente en los ojos, hasta llegar al punto de sobresaltarlo y que no resistiera su penetrante y profunda mirada. Frialdad en sus facciones.
Algo andaba mal. La reciente sonrisa cruel e indescifrablemente astuta de su oponente le inquietó. El guardián soltó una risa frívola seguida de la mirada confusa que le dirigió Draco.
- Draco, te estábamos esperando. – Dijo Goyle con una voz grave. Los ojos le brillaban. Argh. Ellos habían esperado ese movimiento de parte de la Orden… - ¿Te creías capaz de engañarnos con una simple capa y una mascara alquilada? Podemos ser tontos, Malfoy, pero no idiotas.
- De eso no estoy tan seguro, querido Goyle. – Respondió secamente Draco. Él tenía la ventaja: ya tenía la varita preparada, Goyle no se había dado cuenta y simplemente estaba hablando para entretenerle. – Desmaius.
Uh. Acababa de hacer desfallecer al pobre mortífago. Mm. La puerta de la cabaña desprotegida. Era hora de avanzar, con la varita en alto, por si las dudas. Nunca sabías con lo que podrías llegarte a encontrar detrás de la puerta.
Dicho y hecho. Al entrar al recibidor de la pequeña cabaña en la cima de la montaña, un mortífago le dio la calurosa bienvenida, sorprendiéndole inmediatamente con un hermoso y pacífico cruciatus. Contuvo el grito. Era un miembro honorable de la Orden. Dependían de él. Harry dependía de él…
- Bienvenido al recinto de los magos oscuros, señor Draco Malfoy, miembro de la Orden del Fénix, en uno de los rangos más importantes. – Sonrió el mortífago que estaba sin máscara y con una sencilla túnica negra. Le reconoció instantáneamente, consumiéndole en el odio.
- ¿Cómo andas, Lucius Malfoy? ¿Todo bien por aquí? – Sonrió Draco astutamente, tomando su varita fuertemente, preparado por si existía la posibilidad de un duelo mágico.
- Eso no te interesa, Draco. – Respondió Lucius sutilmente. Draco elevó las cejas inocentemente y sonrió ampliamente.
- ¿No? Está bien, tienes razón… Desmaius extremus. – Lucius le esquivó sin mucho esfuerzo. Pero Draco estaba preparado para todo. Ron le había enseñado años atrás que en esas situaciones desesperadas, había métodos de solución desesperados.
Para lo sorpresa de Malfoy, Draco se escabulló por detrás de él, llegando a un mueble donde había diferentes elementos decorativos de magia negra. Draco sonrió infantilmente y tomó uno de ellos. Un recipiente de vidrio. Le observó absortadamente por unos instantes y luego se volteó hacia Lucius, que estaba atónito. Le lanzó el recipiente inesperadamente. El receptor solamente llegó a levantar la varita para defenderse, pero fue insuficiente. La varita del mortífago salió volando y el recipiente calló al suelo ruidosamente, haciéndose añicos.
Alcanzó un jarrón de mármol, muy colorido para una sala tan oscura, y se acercó amenazadoramente a su padre, sosteniendo en la mano izquierda el jarrón y en la derecha la varita.
- Expelliarmus. – El golpe le dio de lleno a Lucius, quien salió disparado hacia la pared contraria, a pocos metros de Draco. Éste sonrió divertidamente y arrojó el jarrón a la cabeza de su padre, quien inmediatamente cayó desmayado. – Siempre quise hacer esto… - Murmuró animado.
Bien, solamente quedaba una puerta por atravesar y podría irse tranquilamente de allí. Era hora de terminar con todo el asunto. Caminó rápidamente hacia la puerta, cerrada mágicamente con llave. Pero bien, como auror conocía un encantamiento muy efectivo que habría todas las puertas. Ya. Ingresó y se aterrorizó terriblemente al ver la escena.
Corrió hacia el cuerpo que descansaba en el suelo. Por un momento, pensó que inerte, sin vida. Y eso fue lo que le causó un inmensurable dolor en el pecho. Pero se tranquilizó levemente al sentir la sutil, pero existente, respiración de Harry. Pero bien, pensó, debería haberle maltratado más a su padre. Potter estaba en un estado lamentable.
Heridas graves se extendían por todo el cuerpo de Potter. Un limitado charco de sangre le rodeaba en el suelo. Su cabello estaba totalmente despeinado y en indecente estado. Sus labios, ligeramente abiertos, estaban cubiertos por sangre, indudablemente de él. Pero tanta sustancia rojiza dañó los ojos de Draco. Apretó los puños con furia. Tocó la frente de Harry para comprobar si poseía fiebre. Deliraba en ella y eso también era visible por la expresión dolorosa de su rostro, pesadillas invadiendo probablemente su mente.
Aplicó un encantamiento de levitación al cuerpo de Harry y seguidamente se dirigió a la chimenea de la habitación contigua, no sin antes lanzarle una mirada de profundo odio y recelo a su padre, quien continuaba sin sentido, tendido en el suelo.
***
- ¡Irresponsables!
- ¡Insensatos! ¡Tenían que salir tan cabezas huecas como sus padres!
- ¿A caso no piensan que peligro está circulando ahora mismo aquí?
- ¡Les pedí que no hicieran locuras y que se mantuvieran discretos y civilizados! ¡Así me recompensan!
- Mamá… - Tartamudeó James en intento de calmar a Hermione, que estaba al borde de la histeria. Estaban discutiendo, regañándoles y gritándoles en medio del ataque a Londres, que parecía no alterarse tras la aparición de cuatro adolescentes que no deberían estar allí.
- ¡Ahora mismo vuelven a Hogwarts! ¡Ahora! – Exclamó furiosa Hermione. Sus ojos pardos parecían estar dando vueltas por una dimensión desconocida.
- Tranquilízate, Herm, esto no te hará bien… Has estado algo mal de salud esta semana y… - Comenzó Ron con un tono de voz tranquilizador, pero sin eficacia sobre Hermione.
- ¡Qué vuelvan ahora mismo a Hogwarts! – Sollozó desesperada. Señaló el centro de batalla, a metros escasos de allí. - ¡No quiero heridos! Ya suficiente tengo con Harry… - La voz de Mione se quebró e hizo sentir profundamente culpables al cuarteto fugado de Hogwarts. Lilian Weasley suspiró, cansada y angustiada, y miró algo enojada al cuarteto.
- Hágannos el favor de alejarse de aquí. Aunque sea, vayan a la casa de Padfoot. Arabella debería estar allí…
- No. – Dijo James con decisión, ganándose la mirada sorprendida de la mayoría de los presentes. Mione le miró fijamente, suspiró hondamente y tranquilizó su tono de voz lo mayor posible.
- James, lo mejor que puedes hacer por tu padre es ir ahora mismo con Arabella…
No terminó de decir la frase, que su hijo se abalanzaba sobre ella, abrazándola cariñosa y cálidamente. Ron y Lilian intercambiaron dulces sonrisas mientras que Dan y Jo se dedicaban a hacer lo mismo. Elizabeth, en cambio, se unió al abrazo de James y su madre. Estuvieron unos minutos así hasta que un rayo de luz rojiza pasó alarmantemente cerca del grupo. Cinco mortífagos se dirigían hacia allí.
***
Despertó alteradamente de un penetrante sueño maléfico que había invadido su mente. Hacia tanto que no tenía esa clase de pesadillas, que había asegurado que ya las había superado. Nuevamente, se había equivocado. Pero no se puso a pensar en ello en cuanto vio que no se encontraba encerrado en la habitación de los mortífagos, como había previsto.
No, ni mucho menos. La habitación, con todos sus contenidos de colores claros y puramente blancos, le distorsionó por completo sus predicciones. Más se preocupó cuando divisó a su lado a un Draco Malfoy, terriblemente preocupado. Se le notaba en la mirada, en sus ojos grisáceos inconfundibles, en sus cejas ligeramente fruncidas.
Éste se dio cuenta instantes después que se había despertado, cuando Harry intentó incorporarse de su cama, inmediatamente detenido por Draco.
- Quédate donde estás, Harry. Estás gravemente herido. – Dijo. Su rostro sereno y grave.
- No me quedaré aquí mientras que mi esposa está en medio de un ataque a Londres.
- ¿Cómo te enteraste? – Preguntó sorprendido Malfoy.
- Los mortífagos también practican la tortura mental y espiritual, a parte de la física, Draco. – Sonrió frágilmente Harry. Angustia y preocupación reflejadas en su mirada verdosa. – Draco, por favor… Mis heridas no son nada comparado con lo que los Muggles y Mione pueden estar sufriendo…
- Harry, toda la Orden, sobre todo Dumbledore, me ha dicho que bajo ningún concepto te deje ir al ataque…
- ¡Qué no sigo siendo un estudiante de Hogwarts para que continúen decidiendo por mí que hacer!
- Harry…
- Draco. ¿Te acuerdas aquella vez que estábamos persiguiendo a mortífagos en el bosque Pamet? ¿Qué me pediste que…?
- Está bien, Harry. Has ganado. Pero no me hago cargo de tus locuras, como bien dijiste.
***
Cinco mortífagos. Derecha, izquierda, adelante, atrás y… ¿arriba? El grupo se vio obligado a dividirse y a volver a elevar sus varitas, todos convocando diferentes clases de encantamientos protectores y, a su vez, ofensivos. Pero los mortífagos contraatacaban de forma vil e inmoral, atacando dos a la vez a uno, ejemplificando. Las maldiciones imperdonables eran abundantes entre los disímiles hechizos emitidos.
Pero un acontecimiento que no esperaban sucedió increíblemente. Capaz para bien, capaz para mal. Pero una voz extrañamente conocida y familiar se escuchó no muy lejos de ellos, de la zona de combate intensa. Una voz que convocaba un encantamiento ofensivo, una magia blanca muy desarrollada para que un simple auror la supiera. ¿Entonces, quién…?
Los mortífagos cayeron al suelo, desmayados o paralizados, sin ninguna posibilidad de continuar defendiéndose. Inmediatamente, se convocaron esposas mágicas y seguras y unos agentes del ministerio que rondaban por la zona buscando mortífagos, se encargó de transportarlos a un lugar determinado. Pero el grupo de aurores y de adolescentes se volteó a distinguir la identidad del protector.
Harry James Potter les sonrió con sencillez, con algo de cansancio en sus facciones. Detrás de él se encontraba Draco Malfoy con una sonrisa nerviosa y con rastros de culpabilidad inevitable.
James se quedó de piedra, observando a su padre como si fuera un fantasma. Elizabeth permaneció unos instantes observando a su padre, anonada, al igual que el resto de los adultos. Salvo descontando a Hermione, quien a ver a Harry, se lanzó sobre él y le abrazó fuertemente, llorando de la alegría.
- ¡Harry! ¡Harry! – Chilló acariciando su mejilla para comprobar si era sólido y real. Éste soltó una risita burlona y le sonrió dulcemente a Mione.
- ¿Crees que no volvería? – A pesar de saber que eran uno de los focos de mayor atención en ese momento por los mortífagos, no les importó en absoluto y se besaron apasionadamente. Draco carraspeó sonoramente, pero ni se inmutaron.
- Yo entiendo que… ehhhh… sea muy emotivo el reencuentro, pero… Herm, Harry… estamos en medio de un ataque y… ehhh… digamos que los mortífagos ya se dieron cuenta de la huida y… Ejem… No todos los días uno se encuentra recibiendo demasiadas amenazas de muerte con una simple mirada… Y pues, ese mortífago de ahí está levantando la varita y parece que su cara de odio le está distorsionando el rostro… ¿O ya lo estaba? Bueno, no importa… Pues… Y ahora Albus me mira con cara de castigo… - Dijo Draco y continuó, pero nadie le prestó la más mínima atención luego de aquello, ya que Ronald y Lilian estaban suficientemente ocupados con unos mortífagos. Herm y Harry se separaron y empezaron de nuevo a luchar, como si nada hubiera pasado.
- Uh. ¿Acaban de ver a Snape? – Preguntó Dan a sus tres amigos, justamente cuando estaban esquivando unos ataques de los brujos oscuros.
- ¿Ese de ahí, qué nos está mirando con cara de… venganza? – Preguntó Joanne buscándolo por la multitud de mortífagos y aurores.
- El de túnica verde que no le combina con su piel terriblemente pálida. Sí, ese James. – Asintió Daniel. – Estamos en problemas…
- ¿Cuándo no lo hemos estado? – Preguntó Elizabeth, transformando un farol cercano en una jaula repleta de Doxys. James se encargó de abrirlo con un simple alohomora y las criaturas muy parecidas a hadas, pero cubiertas de tupido pelaje negro, se dirigieron hacia los mortífagos que quedaban en la zona. La mayoría de ellos ya se había retirado, sin embargo, otros permanecían y enfrentaban a los aurores.
- ¿Y si transfiguramos Mantícoras? – Sugirió Daniel con una sonrisa malvada en su rostro.
- Iríamos derechito a Azkaban, Dan. – Contestó James con una inocente sonrisa. - ¿Qué te parece un Nundu?
- Peor todavía. No quiero pasarme la siguiente semana en la enfermería, James. – Se quejó Joanne observando a sus mejores amigos con una mirada desaprobadora. – Un Streeler capaz sea un poco menos ofensivo…
- ¿Qué tal un troll? – Cuestionó Lilian mientras lanzaba algunos encantamientos ofensivos a los mortífagos que trataban de aniquilar a sus Doxys. Éstas estaban haciendo un estupendo trabajo: habían mordido a unos cuantos mortífagos, lo que les había permitido a los aurores arrestarlos y entregarlos a los agentes del Ministerio.
- Nah. No transfiguremos nada y dediquémonos a cazar mortífagos nosotros mismos… - Terminó decidiendo James tercamente. Un grito a unos cuantos metros de allí les puso los cabellos de punta y trataron de ver que pasaba, sin acercarse demasiado.
- UH. Uno de los mortífagos cayó herido gravemente. – Murmuró Daniel a sus amigos. – Qué tragedia… - Dijo en tono sarcástico.
Pero se calló inmediatamente después. El mismo mago oscuro se había levantado y señalaba a Harry con la varita de forma acusadora. Potter sonreía levemente, ya que la máscara del mortífago había sido destruida, demostrando así al público la verdadera identidad de éste. Joanne se aferró al brazo de James inesperadamente y contuvo un grito de espanto. Lilian y Daniel soltaron exclamaciones indignadas. James se mantenía serio, pero con el rostro repleto de recelo y furia hacia el mortífago.
Pero antes que cualquiera de los presentes pudiera llegar a decir o hacer algo, el mortífago conjuró un maleficio que de haber tocado a Harry, le hubiera resultado mortal. Pero el auror, con las cejas fruncidas en concentración, configuró una barrera protectora, extremadamente avanzada en magia blanca, a su alrededor. El encantamiento quedó reducido a nada en cuestión de segundos.
Mas no esperaba que el odio y la impotencia del mago tenebroso por no poder escapar de las redes del Ministerio de la Magia fueran tan grandes como para cometer un espantoso asesinato, que marcaría un antes y un después, precipitadamente destacado.
Fue en milésimas de segundos. Seguramente, ya lo tenía pensando desde hacia ya bastante tiempo en el combate. Pues, el poco tiempo restante entre la barra protectora y el encantamiento asesino fue casi nula, jamás hubiera llegado a planificar tan rápido los movimientos.
Un rayo de luz verdosa brillante, convocada desde la varita de Malcolm Baddock con el encanto "Avada Kedavra", iluminó el radio del centro de Londres. Todos, desde los aurores, los jóvenes, los mortífagos y los del Ministerio, quedaron paralizados, la mayoría aterrorizados. ¿A quién iba dirigido el maleficio imperdonable? La respuesta fue única y dolorosa.
Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.
***
La realidad, fría ante sus ojos, oscura y desierta, le provocaba terribles dolores. Capaz no tan intensos como una tortura física, pero una sofocación en su pecho, acumulación de pesares, agonías y sufrimiento, no le permitía mantener una respiración regular. Cerró los ojos, consumiéndose en la tristeza de los recuerdos. Tenía ganas de agarrar un giratiempo y utilizarlo para evitar que la vida gloriosa de Albus Dumbledore no hubiera terminado en aquel ataque, en aquel maldito y condenado momento de soberbia y ego alterado.
Su culpa, nuevamente la culpa, incontrolable, incompleta, ahogada y absoluta, otra vez allí, amenazando la continuidad de su felicidad, de su vida. Un hilo fino, delgado y débil, a punto de perderse en el abismo del precipicio.
Una sonrisa que en realidad resultaba ser una mueca de terquedad y serenidad, odio puro resplandeciente en sus ojos verdosos. ¿Por qué Albus nunca había querido el Elixir de la inmortalidad, aquel con el poder para que aquella angustia nunca existiera? Apretó los puños, conteniendo las lágrimas furiosas. Eran signo de debilidad, no debería mostrarlas tan abiertamente a las tinieblas...
Nuevamente, su orgullo Gryffindor matando sus sentimientos sinceros. En esos momentos, le hubiera gustado poseer la personalidad, el carácter y el corazón de un Slytherin. No estaría sufriendo. No estaría viviendo esa tenebrosa y escalofriante realidad.
Los recuerdos chocando contra su mente precipitadamente. Querían simplemente desorientarlo y hacerlo perder entre los confines del mundo, que todo peligro actual contra las Artes Oscuras se desvaneciera, que la Orden del Fénix no siguiera subsistiendo y jamás volviese a levantarse. ¿Eso buscaban los mortífagos? ¿El camino libre hacia el poder?
***
Hermione observó a James y a Lilian preocupada e inquieta. Besó la mejilla de James cariñosamente y le miró fijamente a los ojos verdosos tan brillantes. El mismo brillo que los ojos de su padre habían tenido a su edad… Aquella inocencia y desinterés. Aquella inusitada alegría juvenil y aquel interés por la aventura…
- Se cuidan. Y ni se les ocurra volver a aparecerse en Londres en períodos de clase o me encargaré directamente yo del castigo, y no Severus. – Advirtió Mione mientras se despedía de su hija con el mismo gesto que hizo con James.
Ellos asintieron, silenciosos. En realidad, ellos deseaban quedarse en Londres, aunque sea para tener de primera mano las novedades excitantes. Pero en cuanto cesó el ataque y se dirigieron a San Mungo, Severus se arrimó, en cuanto halló el tiempo para hacerlo, a Hermione y a Lilian, y concluyeron, los tres, mandar cuanto antes a los cuatro adolescentes al colegio, donde teóricamente deberían haber estado. No sin antes, asegurar que tendrían su merecido castigo allí.
- Avísanos en cuanto papá se recupere, mamá. – Pidió Elizabeth, en tono suplicante y pasivo.
Harry, posteriormente de la visita a San Mungo para curar las heridas físicas, había caído en una fuerte depresión insalubre. Habían pasado ya veinticuatro horas del ataque, y continuaba inmenso y pensativo. Hermione había intentado hablar muchas veces con él, pero terminó resolviendo que se repondría con el tiempo. O eso esperaba.
La comunidad mágica no recibió la noticia del fallecimiento muy felizmente. Una de las grandes personas que combatía vigorosamente contra la oscuridad próxima de la comunidad mágica había caído en batalla. Una de las grandes protecciones.
Lo que más le preocupaba a la Orden del Fénix (que había hecho una convocatoria pocas horas después del ataque) era que el ministro continuaba sin mostrarse, ni públicamente ni en el Ministerio, y parecía despreocupado ante las muertes y los heridos acontecidos en el ataque. No había tomado ninguna decisión en esas veinticuatro horas ni había hecho declaraciones a la prensa del estado de los Aurores (no podía negar que habían tenido bastantes e inconvenientes bajas.)
James y Elizabeth sabían perfectamente que no se enterarían de nada en Hogwarts, ya que las noticias que salían en el Profeta no gozaban de grandes informaciones ni descripciones detalladas, que estando en Londres podrían llegar a escuchar. Pero no quedaba otra opción: era eso o ser expulsados de Hogwarts, cosa que les provocaría la muerte segura, pues Hermione se encargaría de que se arrepintieran.
Así pues, se lanzaron detrás de director Severus Snape, camino hacia, nuevamente, las Tres Escobas. Y de allí, hacia el ya tan extrañado y añorado Hogwarts, donde les esperaban una serie de aventuras interesantes…
Reviews, por favor!!! T_T
