El fin de la Inocencia.

Galia e Iterbio eran dos hermanos cuyo pasatiempo habitual era leer. Resulta que una tarde como tantas otras Diego y Martina los fueron a visitar munidos de sahumerios y bebidas blancas.

La velada transcurrió como tantas otras, En que los cuatro jóvenes se aislaban en el altillo, y escuchaban música, intercambiaban libros, esas gansadas que uno hace cuando es joven y tiene tiempo al divino botón.

Martina sacó cinco libros de su mochila.

Les regalo mi colección Tolkien. No la puedo ver más.

¿Porqué?- preguntó Galia, sorprendida y alargando la e.

Porque el otro día empecé una redacción y… fue horrible, chicos.

Expláyate.-indicó Iterbio.

Bueno… Para empezar, el 80 de las oraciones empezaban con pues, pero, entonces. Además, toda la historia despedía patetismo. Fue… me di cuenta de que la influencia de Tolkien estaba resultando verdaderamente perniciosa. No digo que Tolkien escriba mal. Lo que pasa es que no es un escritor para lengua castellana. No… no concuerda con la lengua hispana un tipo que usa tantas proposiciones y se explaya tanto para exponer un concepto sencillo. Tira una idea y la niega en la oración siguiente, y el texto no fluye.

¿Y qué vas a hacer?- inquirió Diego, mirando los volúmenes con curiosidad.

Me compré las obras completas de Heminghway. Empecé a leer un par de obras de autores sudamericanos que me recomendaron… Y me anoté en Letras.

Ah.- Diego prendió un sahumerio. Iterbio miró durante un rato por la ventana y Galia dejó los libros en una mesita con gesto triste. Le daba casi un poco de pena admitir los defectos de las cosas que le gustaban. Pero, pensándolo seriamente, Galia se dio cuenta de que la apenaría mucho más saber que las cosas que le gustaban habían logrado modificar sus criterios estéticos, o su forma de pensar. Miró los libros con recelo y, mientras se servía una medida de wishkey, se preguntó cuántas personas estarían en la inmensa ciudad haciendo lo mismo que ella.

Por la noche, todos los personajes que la habían acompañado durante la infancia abandonaron las páginas de los libros y se escondieron para siempre en los rincones de su casa, su vida, su memoria. Se matizaron en los colores, las luces, las sombras y los olores de su ambiente. Y aunque ya no creyera en ellos con la devoción de cuando niña, ellos la siguieron, camuflados entre los detalles que llenaban su vida.

Así, cada vez que se sentía desolada, las voces amigas de sus personajes favoritos le llenaban los sueños de alegrías y la despertaban al día siguiente con esperanzas de un buen mañana.

FINITE