Nota de la autora: Soy torpe por naturaleza, así que si encontrais algún fallo en lo que escribo o que hago cosas raras, no lo hago aposta. Simplemente soy torpe. Muy torpe. No os lo podeis ni imaginar . Avisarme porfi.
SUEÑOS
Alex sintió como los primeros rayos del sol de la mañana besaban su piel y un tibio cosquilleo se apoderaba de ella cuando la brisa fresca del amanecer paso a través de las cortinas. Alex frunció el ceño y se giró en la cama, envolviéndose más aun en el cálido abrazo que las sábanas le ofrecían. Buscó aún con los ojos cerrados el calor del cuerpo que "debía" estar a su lado. Pero, aunque no estaba, el lugar que había ocupado aún conservaba su calor, así que Alex se movió hacia aquella posición sintiendo como la calidez la envolvía. Aún medio dormida, frotó suavemente su mejilla con las almohadas y aspiró el dulce aroma que desprendían. Suspiró contenta rodeada del maravilloso olor a jabón que recordaba desde su infancia, el que su madre siempre había usado, y el que ahora usaba ella. Aquello era casi perfecto.
De repente, notó como algo suave y fino jugaba con sus pies haciendo que Alex los moviese para huir las cosquillas que le producía. Al hacerlo retiró un poco las sábanas dejando a merced de aquel objeto más piel que acariciar. Una oportunidad que no tardó en ser aprovechada. Aquella juguetona caricia iba desde arriba hacia debajo de sus piernas mientras la sábana la apartaba más de ella. Emitiendo un gruñido se dio la vuelta boca abajo y entre la exasperación y la diversión notó como la sensación seguía desde sus piernas hacía sus espalda, pintando raros dibujos, y finalmente llegaban hasta su cara y sus orejas. Aquello era insoportable, ella sólo quería dormir!
Con un gemido de insatisfacción, abrió los ojos a la luz de la mañana, encontrándose de lleno con el mismísimo cielo. Alex notó como todo el aire de sus pulmones salía de ella y se quedaba sin respiración, perdida en el infinito de aquellos ojos, y las protesta que habían tomado forma en su mente desaparecieron como si nunca hubiesen estado allí. En el rostro de su torturador se dibujó una dulce sonrisa haciendo que aquellos ojos color cielo brillasen con una nueva intensidad, haciendo que Alex se acordara de respirar. Las risas inundaron la habitación.
"¿Se puede saber porque no me dejas dormir en paz?". Preguntó Alex haciendo se la ofendida.
"Porque me encanta hacerte rabiar". Respondió depositando un suave beso en sus labios.
"Excusa no admitida. Vuélvelo a intentar"
"Porque eres irresistible". Otro beso. "Porque te ves maravillosa cuando duermes". Aún otro.
"No me estas convenciendo"
"Simplemente no me pude contener". Otro beso más.
"¿Qué no pudiste?". Preguntó levantado una ceja.
"Esta bien, no quise". Otro beso.
"Sinceridad, vamos progresando". Mientras otro beso fue depositado en sus labios. "¿No pensarás que esto va hacerme olvidar que me has despertado, en mi día libre, a estas horas de la mañana, sin arrástrate suplicando perdón?". Otro beso más.
"Precisamente". Esta vez el beso fue más prolongado.
Riendo en el beso, Alex se dejó envolver por sus brazos, volviendo a la calidez del lecho y apoyando la cabeza en su hombro se relajó completamente.
"¿Y bien". Alex sabía que algo le rondaba por la cabeza.
"No podía dormir". Respondía mientras su mano acariciaba con suavidad la espalda. "Hay algo que tengo que decirte".
"Hmm, interesante. Vamos, escúpelo".
"Puede que sea doloroso". Para mí pensó, pero no lo dijo en voz alta. Alex lo observaba atentamente y eso hizo que se ruborizara. Se sentía como un niño.
"No puede ser tan malo". Ofreció ella.
"Cásate conmigo".
Alex se quedó muda, porque negarlo, no había esperado esa petición. La mano en su espalda se detuvo y al mirar hacía la cara de su amante Alex se perdió una vez más en aquellos ojos color cielo que tanto necesitaba, que tanto amaba, y que ahora le miraban con expectación. El hombre que estaba con ella tenía la misma mirada que un niño tiene antes de abrir sus regalos de cumpleaños, una mirada de sinceridad e inocencia inmensurable y que, una vez más, la conquistó.
"¿Y para eso tanto alboroto? Claro que me casaré contigo, tonto". Le respondió al final con una sonrisa.
La respuesta de su ahora prometido no se hizo esperar y entre risas y cosquillas se encontró rodando de un lado a otro de la cama, mientras intentaba liberarse de un hombre que no pensaba soltarla ni ahora, ni el resto de su vida. Él se levantó y mientras la arrastraba hacia el cuarto de baño entre carcajadas, Alex pudo ver que sobre las sábanas una larga pluma blanca que jugaba con la suave brisa de la mañana. Y cuando la pluma comenzó a volar por la habitación, Alex supo que aquello no era más que un recuerdo de una realidad muy lejana. Estaba soñando y no quería despertar, y fue por esto que mientras que sentía que la sacudían suavemente, lanzó un gemido de angustia sintiendo como lo mejor de su vida se le escapaba, una vez más, de sus manos.
Cuando abrió los ojos se encontró con una Arwen y un Ada que la miraban bastante preocupados. Alex intentó ofrecerles una sonrisa mientras se incorporaba, pero su cuerpo estaba demasiado exhausto como para responderle y se desplomó de nuevo sin ninguna elegancia.
"No hace falta que te levantes". De nuevo el extraño ser, que ella suponía que se llamaba Ada, estaba examinándola con la mirada preocupada. "Debes comer, estas demasiado delgada." Alex intentó responder pero Ada le interrumpió. "Y no me hagas tener que darte de comer como a un bebé, porque no dudes ni un por momento de que lo haré. Ya se ven las puertas de Minas Tirith y nos aguarda un suculento banquete".
"Es muy testarudo, ya te aviso". Intervino Arwen riendo suavemente. "No te dejará en paz hasta que estés recuperada del todo".
"Eso podría ser mucho tiempo". Respondió tristemente Alex.
"No te preocupes, tengo toda la eternidad".
La sonrisa que se trazó en la cara de Ada no casaba con la juventud que sus facciones insinuaban, pues ésta era vieja, tan vieja como la tierra misma, y desprendía una confianza absoluta y una letal sabiduría. Alex tenía preparada ya su respuesta pero un brusco movimiento le indicó que el carruaje en el que iban se había detenido. La puerta se abrió y otro de los seres asexuales les anunció que habían llegado a su destino. Alex miró a Arwen y deseó tener a mano unas gafas de sol porque estaba empezando a temer por sus retinas, aquellas sonrisa era tan peligrosa como la radioactividad.
Alex suspiró, algo que últimamente hacía mucho, sabiendo que tendría que levantarse. Intentó incorporarse una vez más y esta vez lo logró con la ayuda de Ada que prácticamente aguantaba todo su peso. Al bajar del coche hizo por coger a Alex en brazos pero esta se negó categóricamente. Entonces Arwen se puso a su otro lado y la cogió del brazo con una sonrisa de comprensión en su rostro, esta vez por lo menos no era radioactiva.
Minas Tirith se hallaba antes ellos y la belleza de una ciudad, aunque algo maltrecha, impresionó a Alex, quien se preguntó como sería en todo su esplandor.
