Li Pailong se levantó del ataúd donde descansaba.

Nuevamente, como casi todas las noches, se puso a observar a su shaman mientras dormía en su cama, justo al lado.

Jun Tao se veía muy hermosa encogida entre las delicadas sábanas de raso lila y respirando pausadamente…

Se incorporó del todo, salió del ataúd y volvió a sentarse en el bordillo de la cama, contemplándola más de cerca. Su enorme mano de luchador paseó por entre la cascada que formaban sus cabellos verdes desparramados sobre la almohada. Un ritual que repetía casi todas las noches, una y otra vez…

Qué hermosa era.

Y sin embargo, Li Pailong sabía que nunca podría tenerla.

Era un sueño imposible, una quimera… ¿Cómo iban a ser pareja un ser vivo y un muerto? Era una idea inaceptable, tanto en la sociedad, como en la comunidad de los shamanes. Un tabú.

… y además ¿qué podría darle a ella?

No podía abrazarla… mejor dicho, sí podía, podía cogerla, estrecharla contra su pecho, pero no podía sentirla entre sus brazos, no del modo en que lo haría una persona viva. Además, su cuerpo, en comparación con el de ella, era frío y áspero… jamás podría darle el calor que ella necesitaba…

Del mismo modo, tampoco podía besarla. Lo habían intentado un par de veces, pero la sensación era muy similar a cuando la abrazaba: los labios carnosos y llenos de pasión de Jun, chocaban con sus labios secos y acartonados, como las flores cuando se marchitan… Y sabía que a Jun no le gustaba esa sensación; lo sabía por la forma en que lo había mirado después, mezcla de decepción y pena, mientras le acariciaba la mejilla sonriendo a medias, con esa ternura que tanto le caracterizaba, sólo para consolarle…

Tampoco podría hacerle el amor. Nunca podría hacerse uno con aquella mujer de piel pálida pero tersa y generosa figura que le hacía vibrar por dentro cuando ella estaba cerca. Un cuerpo en el que no circulaba la sangre nunca respondería al deseo que surgía entre los dos, como una llama incandescente, cuando se quedaban solos. En consecuencia, tampoco podría darle hijos…

Lo mirase como lo mirase, una relación con ella no llegaría a nada.

Y sin embargo, no podía dejar de mirarla por las noches.

Porque él sentía que la amaba desde lo más profundo de su alma.

Se sobresaltó al ver que la joven shaman se revolvía en su cama con un gemido apagado y a continuación entreabría los ojos.

– ¿Li Pailong…? – preguntó extrañándose al ver a su espíritu acompañante sentado a su lado -.

– Tranquila, Jun. – le dijo él adivinando lo que pensaba – No pasa nada, descansa.

Ella sonrió, ya más relajada.

Y Pailong vio en aquellos ojos color añil que le miraban con aquel afecto tan intenso (como siempre que sus miradas se cruzaban) al tiempo que le cogía de la mano, lo que él ya sabía desde hacía tiempo.

Que ella también le amaba.

Y eso ya le hacía feliz.