Todo lo que ya hayan leído en los libros de JK Rowling, es exclusivamente suyo. Lo demás, es puro invento, inspirado en la canción de Coldplay, homónima a la historia. Sin fines de lucro.

Capitulo 7

Tell me you love me

Come back and haunt me

Abrió perezosamente los ojos. Volteó su vista y la encontró a su lado.

Ya se había acostumbrado a tenerla allí. Habían llegado a un punto en que ninguno de los dos podía imaginar la vida sin el otro. Sólo que se habían dado cuenta de eso muy tarde. Demasiado tarde. Ocho años tarde.

Se veía tan hermosa... Así, dormida... Sin preocupaciones, lejos de aquel inmenso enjambre. Lejos de toda confusión. Cerca de él.

Cómo deseaba que todo hubiera sido diferente. Cómo deseaba haber podido decir las cosas antes. Cómo deseaba que aquel fatídico 1ero de septiembre su boca hubiera quedado cerrada. Al menos no hubiera pasado ocho años de interminable tortura. Al menos no hubiera caído en el engaño que su propio dolor le había tendido. Al menos no hubiera arrastrado a Anne a aquella trampa inevitable.

Ahora, estaba en una encrucijada paradigmática: o dejaba pasar la tormenta y simulaba que ese maravilloso mes no había pasado; o decidía irse con el amor de su vida, con esa persona que había extrañado incansablemente por ocho años y dejar a quien lo había ayudado a salir del pozo, dejar a quien le había abierto su corazón y se lo había entregado, sin esperar nada a cambio.

°°°°°

No.- se separó de él e intentó recobrar el aire perdido en ese apasionado beso. Luego del inocente café, Donnato la había invitado a su casa por un trago.

¿Qué¿Qué pasa Anne?- preguntó, extrañado.

No puedo.- lo miró casi con lástima. –No puedo, Donnato. Estoy casada.- declaró, mostrando su anillo de platino y diamantes.

El hombre se quedó sin palabras. –¿Y porqué no me lo dijiste?- cuestionó, herido. -¿Porqué dejaste que llegáramos a esto¿Por qué me mentiste cuando te pregunté por ese anillo?-

No lo sé.- se llevó la mano a la cabeza y estrujó su cabello. Cerró los ojos, y los ocultó tras sus manos, tapando la vergüenza.

El joven guardó silencio por unos segundos. -Debes irte.- declaró. Anne no se movió de su sitio. –Anne- apeló.

La joven lo miró, con lagrimas en los ojos. –Debes irte.-

Tienes razón.- se levantó del sofá y tomó su bolso, del perchero. -Me voy. Adiós Donnato.-

Se le acercó y besó su mejilla. Un impulso incontrolable la obligó a cambiar el objetivo y sus labios fueron a parar a los de él, fundiéndose en un beso aún más apasionado del anterior.

°°°°°

¿Vienes, Gin?- preguntó Laura.

No lo sé. ¿Adónde van?

Vamos a la casa de mi primo. Si quieres puedes venir a conocerlo.- dijo sugestivamente.

Ginny no dio señales de aceptación a la invitación, por lo que su amiga decidió insistir.

Vamos, Gin. Te hará bien despejarte un poco. Últimamente estás muy decaída... Ya no sabemos que hacer para levantarte al ánimo.- agregó, sentándose a su lado en las escalinatas de la universidad.

Sí, lo se.- lo cierto era que las cartas de Harry le producían una melancolía imposible de sobrellevar. Ahora, más que nunca, lo único que quería era regresar a Inglaterra y estar con él. Después de lo que le había confesado el día que se fue, todo había cambiado y ella hubiera dado todo por quedarse, pero no podía volver todo atrás en tan sólo un momento. La decisión de irse ya había sido tomada y no podía cambiarla así como así, habiendo luchado tanto por esa beca y por su futuro como profesora. –Aún así hay muchas cosas que hacer para mañana. Y bien sabes que no puedo darme el lujo de bajar las calificaciones. Mi beca depende de que las mantenga.-

Tienes razón. Pero no vamos a pasarnos toda la tarde ahí. Vamos sólo un rato. Yo tengo que buscar unas cosas que dejé ahí la semana pasada. Sólo te estoy pidiendo que me acompañes, para que tomemos un recreo.- insistió, poniendo cara de niña a quien no le cumplen su capricho.

Ginny se rió ante su actitud. –Esta bien. Pero promete que será solo un rato.- aceptó, finalmente.

Sí!- festejó Laura. –Te lo prometo.- dijo, levantando su mano derecha, solemnemente.

Esta bien.- Se levantó y extendió la mano para ayudar a levantarse a su amiga. –Vamos entonces.-

°°°°°

Un hombre de unos cuarenta años, apareció directamente en el vestíbulo del ministerio de la magia argentino. Buscó con la mirada alguna mesa de informes donde registrarse. La identificó en el costado derecho del recinto.

Disculpe, señorita.- llamó la atención de la recepcionista, hablando en un castellano más que claro. La joven levantó la vista de los papeles y lo miró.

¿Si¿En que puedo ayudarle, señor?- preguntó amablemente.

Acabo de llegar de Inglaterra, y me allá me han dicho que, al llegar aquí, debía identificarme en el registro de migraciones.- explicó.

Debe ir hasta el segundo piso. Es la segunda puerta a la derecha.- indicó la recepcionista

Muchas gracias-

Se dirigió hacia los ascensores, a un lado de la mesa de informes y llamó uno. Llegó al segundo piso minutos más tarde y caminó hacia la segunda puerta a la derecha. Había una fila de más o menos diez personas que esperaban a identificarse. Se puso al final de la misma y sacó del pequeño maletín que llevaba consigo sus documentos.

Tras unos veinte minutos de espera, le llegó el turno. Entregó al hombre que estaba atendiendo los papeles y esperó. Notó cómo al leer su nombre el oficinista lo miró por un momento y se tragó las palabras que pugnaban por salir. Rió por dentro y se preguntó cuanto tiempo más debería pasar para que la gente lo tratara como a cualquier otra persona.

Cuando el hombre le devolvió los documentos, le indicó que ya tenía permiso libre para transitar por la Argentina por el término de un mes, y que, si quería extender su estadía, debería volver a la misma oficina para solicitar la prórroga de su estado como turista. Pronunció un leve gracias y preguntó donde podía cambiar su dinero por muggle. El hombre indicó que debería ir a la oficina que se encontraba enfrente para hacerlo. Agradeció nuevamente la ayuda del empleado y cruzó el pasillo para cambiar sus galleons. La mujer que lo atendió le entregó unos curiosos billetes de diferentes colores, con caras de hombres grabadas en ellos. Los miró extrañado y los guardo en el bolsillo del saco.

Salió del ministerio mágico y una vez en la calle, sacó del bolsillo de su pantalón otro papel, que tenía anotada una dirección: Roosvelt 2891.

La increíble cantidad de automóviles que transitaba por la calle lo sorprendió. Cientos de autobuses, parecidos a los ingleses pero de un solo piso, iban por la avenida. Notó que una mujer a un costado suyo levantaba la mano, haciéndole señas al conductor de uno de ellos para que parara. El autobús aparcó cerca de donde estaba la señora y abrió la puerta, como invitándola a subir. La mujer así lo hizo y luego, con un golpe brusco, la puerta volvió a cerrarse y el automóvil emprendió la marcha nuevamente.

Girando la cabeza hacia el otro lado, vio cómo un hombre de unos cuarenta años hacía lo mismo que había echo la señora momentos antes pero con un coche, pintado de negro y amarillo, con inscripciones en las puertas que declaraban TAXI.

Inseguro, imitó el procedimiento que ya había visto dos veces y rápidamente, como si fuera carnada para un pez, un taxi estaba parado delante suyo, son la puerta trasera abierta para que se subiera.

Él así lo hizo y le extendió el papel con la dirección al conductor. –¿Podría llevarme a esa dirección, por favor?- preguntó.

Sin decir nada, el taxista apretó un botón de un aparato que tenía pegado al techo del auto, que rápidamente indicó $1,14. Durante el viaje, el aparato cambió el número más o menos veinte veces, cada el escaso intervalo de treinta segundos. (1) Para cuando habían llegado, ya marcaba $10,56. Cuando el automóvil finalmente detuvo su marcha, el conductor oprimió nuevamente el botón con el que había accionado el contador, parándolo.

Son diez con cincuenta.- dijo de manera poco amable.

Sacó el montón de billetes que le habían dado en el ministerio y nos hojeó. Había unos que estaban coloreados de marrón y tenían un 10 impreso en la esquina superior izquierda. Separó uno del montón y se lo extendió al taxista.

Faltan cincuenta centavos.- dijo el conductor, impaciente.

Siguió buscando en el montón, pero ninguno decía centavos sino pesos. –Disculpe, pero todos estos dicen pesos.- explicó, mostrándole el montón de billetes al taxista. Éste abrió los ojos de manera exagerada al ver todo el dinero que su pasajero llevaba encima.

Busque uno que diga dos.- indicó, un poco más amable, comprendiendo que su cliente era extranjero y no entendía nada de la economía local.(2)

Se lo extendió y el conductor le devolvió dos monedas: una de ellas tenía una circunferencia dorada dentro de una plateada, más angosta; y la otra era toda dorada, y tenía un 50 impreso. –Y no ande con tanto dinero encima.- agregó, señalando el fajo de billetes en su bolsillo. –No se si allá de donde ud viene es seguro, pero aquí no.- explicó.

Muchas gracias, señor.- dijo, y bajó del automóvil. Apenas cerró la puerta del taxi, éste salió disparado, en busca de un nuevo pasajero.

Miró hacia la esquina y vio un poste, que tenía dos carteles cruzados: uno decía Cramer 500-600 y tenía una flecha hacia la derecha; el otro, decía Roosvelt 2800-2900 y tenía una flecha que marcaba la dirección hacia donde se había ido el taxi. Buscó con la mirada el número de las casas, y lo identificó rápidamente, al lado derecho de la entrada: 2891.

Una inseguridad que había olvidado que podía sentir lo invadió de repente. Desde sus años en el colegio que no se sentía de esa forma. Desde que la había encontrado hacía 15 años que no se sentía así.

No sabía de donde había llegado el impulso de viajar tan repentinamente. Se suponía que debería estar mal acongojado por su reciente divorcio (3), pero le pasaba todo lo contrario: sentía que hacía 2 meses había vuelto a nacer; sentía que había despertado de un sueño de 15 años, que lo había sumido en el conformismo y las obligaciones morales.

Cuando su hija le habló de un muchacho que había conocido en el colegio, no pudo evitar recordar todo lo que había pasado. Lily había contado que su enamorado secreto representaba un amor prohibido, ya que el susodicho tenía una relación, que llevaba más de dos años, con una compañera de curso. La similitud con su propia historia, en diferente tiempo, lo desconcertó completamente. El pedido de un consejo por parte de su hija lo dejó sin palabras. Habiendo vivido la misma experiencia, no sabía qué contestarle. No sabía qué contestarle, porque él mismo no había sabido qué hacer.

Recordando todo aquel episodio, que había sucedido tres meses atrás, juntó valor y caminó hasta la puerta del 2891.

Sabía perfectamente que estaba procediendo mal al llegar a su casa de improvisto, sabiendo que, probablemente, le ocasionaría serios problemas con su marido. Aún así, un impulso incontrolable lo llevó a tocar el timbre, que sonó hueco dentro de la casa.

Después de unos segundos una silueta apareció a través del cristal, agrandándose al paso de su dueña.

Sintió de repente que sus pies le pedían que se fuera, que corriera lejos y que no empeorara las cosas; pero su corazón los calló y lo obligó a quedarse.

Ella, ya había llegado a la puerta. Puso la llave en la cerradura, para abrirla, sin saber que abriría esa puerta que había decidido cerrar definitivamente hacía quince años. Sin saber que su vida cambiaría completamente otra vez.

Accionó la manija y tiró hacia adentro. Nada la hubiera preparado para ver a quien vio cuando lo hizo. Sintió que el aire le faltaba y un susurro incontenible se escapó de sus labios.

¿Harry?-

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1: Sí, los taxis en Buenos Aires son más que caros.

2: Un taxista real, le hubiera dicho que buscara un billete de 50 pesos, y no uno de dos. Son así de despiadados con los turistas.

3: Leí en varios fics que los matrimonios mágicos no pueden divorciarse. No me gusta esa idea, ya que soy partidaria del "nada es para siempre". Así que, aquí, nuestros amigos los magos sí pueden divorciarse.

Les agradezco mucho por sus reviews, que me alientan para seguir con esto.

Dejen comentarios, por favor!

Saludos!