Todo lo que ya hayan leído en los libros de JK Rowling, es exclusivamente suyo. Lo demás, es puro invento, inspirado en la canción de Coldplay, homónima a la historia. Sin fines de lucro.

Capitulo final – 2da parte

I can't feel Feel a thing
I can't shout I can't scream
Breathe it out Breathe it in
All this love From within()

Bolivar y Alsina. 22:30

Hacía 10 minutos, desde 22:20, una marea de jóvenes de 13 a 17 años había comenzado a salir del colegio, dirigiéndose hacia la esquina

Él esperaba por ella.

Al cabo de otros 5 minutos, 22:35, la vio. Caminaba apresurada por entre la marea de adolescentes.

Llegó a la esquina y lo miró. Una sonrisa, como robada, se dibujó en su rostro.

Hola.- saludó, dándole un discreto beso en la mejilla.

Hola.- contestó él, extrañado. Pensó que su recibimiento sería mucho más efusivo. Pero su duda no duró demasiado tiempo inconclusa.

Aquí no.- aclaró ella, dilucidándola. –Mis hijos están por salir y no quiero que me vean aquí. ¿Vamos?.- explicó, comenzando a caminar.

Harry la siguió rápidamente, poniéndose a su par.

Caminaron con cierta premura. Llegaron a la esquina y giraron a la derecha. Caminaron otra cuadra y entraron en el bar que había en la esquina. No cruzaron palabra durante el camino.

Al entrar en el recinto, Ginny lo guió hacia una escalera que bajaba, hacia el subsuelo.

Una vez allí, tomaron asiento.

Un mozo se les acercó y preguntó si querían ordenar algo.

Harry pidió un café doble, Ginny un capuchino.

Cuando el mesero se fue, cayeron en un silencio incómodo de nuevo.

Se veían después de 15 años. Las cosas habían cambiado radicalmente desde ese mes que habían compartido en Inglaterra. De ese mes que había cambiado sus vidas, aunque no se hubiera visto. De ese mes que los había condenado a la infelicidad. De ese mes que había revivido, confirmado y eternizado su amor.

El primero en hablar fue Harry. Lo hizo con voz vacilante, dudosa.

Me separé de Anne hace unos tres meses.- contó. –Luego de que mi hija me hizo ver que aún valía la pena perseguir mi sueño.- agregó lentamente. –Luego de que mi hija me hizo ver que aún tenemos una posibilidad, Gin.- terminó dulcemente, acercando tímidamente su mano a la de ella.

¿Tienes una hija?.- preguntó ella, intentando desviar el tema.

Sabía perfectamente a que había ido Harry. Sabía perfectamente que había llegado a buscar una segunda oportunidad. Que había llegado a buscar su redención, la compensación por veintitrés años de añoranza.

Y sabía perfectamente que a ella le hubiera encantado dársela. Que le hubiera encantado empezar de nuevo. Dejar todo por él. Pero no podía hacerlo.

No ahora que Pedro la necesitaba más que nunca. Por más que él la engañara, Ginny le debía mucho.

A pesar de haber tomado la decisión de terminar con el matrimonio que lo unía a él, pasara lo que pasara, todo había cambiado cuando se enteró de que su marido tenía cáncer.

Todo había cambiado. La culpa que ya no sentía al saberse engañada, volvió inmediatamente al saber la trágica noticia.

Si.- contestó él, resignado al cambio de tema. Metió su mano en uno de sus bolsillos, sacando la billetera. La abrió y extrajo de la misma una foto de su hija. –Lily.- presentó, extendiéndosela a Ginny.

Ella la tomó entre sus manos, impresionada con su parecido a la jovencita. –Tiene 13.- contó Harry. –Se parece mucho a mi madre. A ti.- comentó, como al pasar.

Ginny trató de obviar el comentario, buscando en su cartera su propia billetera. Hizo lo mismo que había echo Harry, buscando una foto de sus gemelos.

Francisco y Nicolás.- presentó también, extendiendo la fotografía hacia él. Harry la miró. Notó inmediatamente la herencia Weasley en sus caras. –Tienen 14 y unos meses.- comentó.

Harry sintió el alma caérsele a los pies. 14 años... unos meses... ¿Era posible?

No.- negó Ginny, entendiendo lo que él sospechaba. –Son hijos de Pedro, Harry.- aclaró.

Él le devolvió la fotografía.

En ese momento, el mesero regresó con su pedido, colocando los posillos frente a ellos, y se fue sin mediar palabra.

Ambos guardaron silencio por unos minutos. La presentación de sus hijos sólo había sido un motivo para ganar tiempo. Sólo una excusa para evitar lo inevitable.

¿A que viniste, Harry?- preguntó Ginny, angustiada, sintiendo el sabor amargo del capuchino bajar por su garganta.

Ya te lo he dicho.- respondió él, inclinándose sobre la mesa. –He venido por ti.-

Esto es una locura, Harry.- repuso ella, seria. Apartó la taza frente a ella, ya vacía, y se inclinó sobre la mesa, tal como Harry lo hacía. Sus rostros quedaron a pocos centímetros de distancia. -¿Qué hay de Pedro? ¿Qué hay de mis hijos? ¿Qué hay tu esposa, por favor? ¿De tu hija?.-

Me he divorciado de Anne, ya lo sabes. Y mi hija fue quien me incitó a venir aquí, a buscarte.- contestó. –Y tus hijos son grandes. Ellos entenderían, tal como lo hace Lily.- continuó. –Y bien sabes que no amas a tu marido. Que estás con él sólo por culpa.- acusó finalmente.

Te equivocas.- se defendió ella, reclinándose en la silla. Separándose de él.

No, no me equivoco y lo sabes.- refutó él, incapaz de contener la frustración que le producía todo aquello. Había viajado a la Argentina, a buscarla. A iniciar todo de nuevo. Pero no había tenido en cuanta que ella tal vez no quisiera empezar otra vez.

Hace dos meses, hubieras tenido razón.- empezó. –Pero hoy estás equivocado. Hoy estoy con Pedro porque...- no pudo continuar.

¿Por qué? Ni siquiera tú lo sabes. Estas con él sólo por culpa, Ginny. No intentes engañarte.-

No estoy con él por culpa.- refutó ella una vez más. –Estoy con él porque está muriendo.- declaró finalmente, en un susurro apenas audible.

¿Qué?- preguntó él, con la voz quebrada. Luego de la demostración del día anterior, estaba totalmente convencido de que ella seguía con su marido sólo por gratitud y por la culpa que le producía aquello que habían compartido 15 años antes. Pero se equivocaba, más de lo que podía llegar a apreciar.

Está muriendo.- repitió ella. –Tiene un cáncer terminal en el pulmón izquierdo.- contó, bajando la cabeza.

Él guardó silencio. Aquella no era una de las cosas que estaba preparado para escuchar.

El silencio reinó entre los dos por un tiempo indefinido, que ninguno pudo precisar.

Cuando supuso que ya había pasado el suficiente, Ginny lo rompió.

¿Podemos ir a caminar?.- pidió.

Si.- respondió él, aún descolocado.

Sacó de su billetera uno de los billetes que había cambiado la tarde anterior en el ministerio y lo dejó sobre la mesa. Se levantó de su asiento, mientras Ginny hacía lo mismo.

Ella rodeó la mesa y emprendió el camino hacia la escalera, para subir otra vez. Pero una cálida mano detuvo su paso, tomándola por el brazo.

Bajó su cabeza unos centímetros y vio la mano de Harry rodeando su brazo. Levantó la mirada y se encontró con la de él, observándola con un brillo extraño en sus ojos.

Él liberó su brazo y apresó su mano con la suya, entrelazando sus dedos y sonriéndole tiernamente.

Ella sólo respondió al gesto, subiendo los peldaños de la escalera, con su mano en contacto con la de él. Juntos.

Así, llegaron a la puerta del bar otra vez y salieron por la misma, a la oscuridad de la noche. Ya casi no había automóviles ni gente transitando por la calle.

Aún tomados de la mano, caminaron.

Ninguno de los dos supo cuanto tiempo lo hicieron, ni por dónde lo hicieron. Sólo sabían que estaban juntos. Que así podrían llegar a donde fuera, sin importar la hora. Sin importar el espacio. Sin importar los demás.

A pesar del simple contacto que mantenían, sólo mediante sus manos, sentían una unión mucho más fuerte. Una unión que los mimetizaba. Que los hacía uno. Una unión que les permitía dar todo por entendido, sin la necesidad de hablar. Una unión que habían tenido siempre. Una unión que existía desde hacía más de veinte años. Que existía desde siempre.

Después de un rato, Ginny miró su reloj. 23:45. Habían pasado cerca de una hora caminando sin rumbo. Miró a su alrededor y notó que no sabía donde estaba.

¿Harry?.- llamó la atención de él, deteniendo su paso.

El hombre pareció salir de un trance, girando su cabeza y mirándola, también deteniéndose.

Creo que ya es hora de que vuelva.- dijo, lentamente. Vio la mirada de él oscurecerse.

Despacio, vacilante, él se le acercó más. La rodeó con sus brazos, tomándola en un abrazo que era símbolo de todo. De todo lo que habían pasado juntos. De todo lo que se habían extrañado el uno al otro. Del poderoso deseo imposible que latía en sus corazones. Del poderoso deseo que ambos tenían de estar juntos, costara lo que costara. De aquel poderoso deseo que, según estaban las piezas en el tablero, jamás podría ser realizado.

Una angustia incontenible se acumuló rápida y dolorosamente en su pecho, sintiendo aún los brazos de él rodeándola. Leves sollozos se escaparon, evidenciándola.

Harry se separó de ella, tomando su rostro entre sus manos, cálidas y seguras en la noche.

Te amo.- susurró, mientras ella veía cómo sus ojos brillaban en la oscuridad, producto de las lágrimas aún retenidas. –Siempre lo haré, Gin. Nada cambiará eso.- aseguró ya en su oído, rodeándola una vez más con sus brazos.

Ella correspondió al abrazo colocando sus manos en la espalda el él.

Yo también, Harry. Te amo más que a nada en este mundo.- confesó, también susurrando en su oído.

Ambos sabían que se estaban despidiendo. Tal vez por muy poco tiempo. Tal vez por mucho más. Tal vez, para siempre.

Quien hubiera visto aquella escena en la mitad de la noche, hubiera pensado que aquellos dos adolescentes que se habían despedido veintitrés años antes en Londres, aún seguían juntos, bajo el más fuerte de todos los hechizos. Bajo el hechizo del amor.

Pero ese hipotético observador sólo hubiera acertado en una cosa: ambos seguían bajo el encantamiento que los había alcanzado hacía dos décadas. Bajo aquel encantamiento que había afectado sus vidas más de una vez, poniéndolas al derecho y al revés a su antojo. Bajo aquel encantamiento del que ninguno de los dos había podido librarse y tampoco podría nunca.

Los dos se amaban y nada importaba más que eso.

Pero su moralidad, inculcada desde la cuna, les impedía estar juntos.

Pasaron unos minutos más así, abrazados. Intentando recordar cada rincón del otro, para sobrevivir a una espera indefinida.

De pronto, escucharon la campana de una iglesia cercana resonar. 24:00.

Se separaron, casi involuntariamente.

Sabían que el momento del adiós se acercaba, pero ambos intentaban eludirlo hasta el momento en que fuera inevitable.

Con las campanadas resonando en sus oídos, se acercaron uno al otro, fundiendo sus bocas en un beso que había esperado por quince años. Fundiendo sus alientos. Fundiendo sus almas. Fundiéndose.

El sonido hueco y distante de la campana y aquella demostración mínima y pura de amor murieron al mismo tiempo.

Separándose, se miraron a los ojos por largos segundos.

Esperaré por ti.- prometió Harry. –El tiempo que sea necesario. La eternidad si es necesario.-

Y ella sólo pudo besarlo una vez más, agradeciéndole aquel amor incondicional que aún después de tanto tiempo seguía demostrándole.

Al separarse de él, ya no pudo contener aquel torrente de dolor, angustia y añoranza que amenazaba por estallar dentro suyo. Las lágrimas que contenía desde la tarde anterior vieron la oscuridad de la noche rápidamente, nublando su vista.

Harry, al verla tan débil, tan vulnerable, sólo la envolvió en un último abrazo, intentando tranquilizarla.

No te preocupes.- dijo. –Todo saldrá bien, ya lo verás.- agregó, sin creer sus propias palabras.

Resignada, Ginny rompió el abrazo. Lo miró a los ojos una última vez. Ambos, dieron un paso hacia atrás, en direcciones opuestas. Otro. Otro. Otro.

Se alejaban cada vez más, paulatinamente. Como queriendo que el tiempo se detuviera.

Los dos giraron sobre sus talones, dándose la espalda. Más pasos.

Así, aquel mágico lazo que los unía fue extendiéndose más y más, al tiempo que sus pies se movían hacia delante, fortaleciéndose. Eternizándose.

Quien hubiera visto aquella escena en la mitad de la noche, hubiera acertado en que aquellos dos adolescentes que se habían despedido veintitrés años antes en Londres, que ahora eran dos adultos, aún seguían bajo el más fuerte de todos los hechizos. Bajo el hechizo del amor.

Un amor incondicional. Un amor irrompible. Un amor que había sobrevivido más de dos décadas. Que había batallado en contra compromisos morales y lagunas sentimentales y había salido ileso.

Un amor que había superado todas las pruebas que se le habían infringido. Un amor que ya no tenía nada más que demostrar. Un amor que jamás podría ser roto. Un amor eterno.

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:"No puedo sentir. Sentir algo. No puedo gritar. No puedo vociferar. Expirar. Inhalar. Todo este amor. Desde adentro." The Rolling Stones, Out Of Tears, "Voodoo Lounge"

Ahora sí, el final-final de The Scientist.

Pronto, el epílogo.

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