Título: (Aún sin decidir)
Capítulo: Uno
Fandom: Harry Potter
Género: Romance, slash
Pareja y personajes: Remus/Sirius, James, Lily, Peter
Argumento: Tras terminar Hogwarts, Remus y Sirius van a vivir juntos.
Calificación por edades: Nada que no haya en una película Disney. Aunque un poco más descriptivo, eso sí. ;)
Notas: Este fic comenzó como un reto entre una amiga y yo. Elegimos "in concert" como inspiración de una larga lista de palabras, y yo, bueno, me enrollé como una persiana. xD
Disclaimer: Harry Potter pertenece a J. K. Rowling y yo no me lucro con esto.
- I -
No tardó en dar con él. A unos metros de la puerta, apoyado en la pared, mirando el vacío en cuclillas con una cerveza en la mano. Una pareja en pleno affaire moviéndose contra la pared a unos pasos, ajenos, también, a los comentarios lascivos de los críos borrachos que pasaban y a las sonrisitas estúpidas de las crías que iban con ellos.
Cuando llegó a su lado, se apoyó también en la pared y le observó. Remus parecía mayor de sus diecinueve años, y tan cansado. Llevaba unos tejanos más raídos de lo habitual, casi blancos en las zonas más gastadas. Se fijó en que algunas canas comenzaban a distinguirse entre los cabellos castaños, y en su rostro, una nueva cicatriz, producto de la última luna llena hacía dos semanas, dibujaba una línea roja desde la mandíbula izquierda hasta su ojo derecho, pasando sobre la nariz. La cicatriz debería haber sido mucho más desagradable que el resultado final, pero algunos hechizos aprendidos directamente de la señorita Pomfrey habían logrado reducirla.
Y sus ojos. Suaves, corteses, tranquilos. Inescrutables para cualquiera que no hubiera dedicado años a desentrañar sus pensamientos. Y aún así, difíciles de leer en ocasiones como aquella.
–¿Demasiado chillones, Moony? –preguntó con voz despreocupada, torciendo la cabeza hacia el frente y mirándole de reojo–. Y el estruendo que hacía el batería... Un buen guitarrista, por lo menos.
–Hubiera dicho que no les prestabas ninguna atención.
Sirius sintió como un remolino cálido recorría su estómago y le aceleraba la presión sanguínea. No había ninguna entonación especial en esa frase, pronunciada con la mirada aún perdida y la voz indiferente. La indiferencia que, obviamente, reservaba Remus para los rollos de una noche, o de dos, de Sirius. La indiferencia que todos sus amigos sentían hacia algo que ni siquiera para él significaba algo. Pero era difícil evitar las reacciones, lo había descubierto hacía meses. Era jodidamente difícil evitar las esperanzas.
Se aclaró la garganta, que de repente estaba seca. Se le ocurrió humedecerla con la cerveza de Remus, y entonces, inevitablemente, se le ocurrió humedecerla con Remus. De varias formas. Y separó las piernas un poco, incómodo, mientras dejaba caer los brazos sobre el regazo para ocultarlo.
–No me infravalores, Moon –comentó, con la voz ligeramente renqueante–. Sé escuchar y flirtear al mismo tiempo.
–Ya. No me llames Moon.
–Moon, Moon, Moon –murmuró automáticamente. Remus le miró sin rastro de humor en los ojos–. Moon. ¿Qué te pasa¿Quieres que volvamos a casa?
Y si quieres me acuesto contigo y te canto una nana o lo que sea. Lo que me dejes, Moon.
Vio como Remus tomaba aire y lo dejaba escapar en un suspiro.
–No. Es que el barullo me ha aturdido un poco. Vuelve dentro, yo voy ahora –se irguió y le extendió la cerveza–. Doy una vuelta y entro.
–Voy contigo.
Se levantó rápidamente, al tiempo que cogía la botella con una mano y posaba la otra en Remus. Pero éste dio un paso atrás como si hubiera sido una serpiente la que se posara en su hombro, y al segundo se acercó de nuevo para disimular su reacción, y le cogió la cerveza.
–Prefiero dar una vuelta solo –dijo observando el líquido de la botella. Echó un vistazo a Sirius y continuó–: Es que me apetece estar un rato solo. No me pasa nada. Entro ahora.
Sirius notaba su mano tan ardiente como sentía las mejillas. Varias emociones violentas le inundaron a la vez y, en algun rincón perdido de su mente, uno donde siempre había pensamientos ajenos al resto, supuso que se reflejarían todas en sus ojos. Rechazo, vergüenza, dolor, dolor, dolor. Dolor por cada detalle en que Remus parecía rechazarle desde que se fueran a vivir juntos al terminar Hogwarts. Desde que Sirius había empezado a enamorarse.
Lo sabe, pensó como siempre. Lo sabe y no lo dice, porque Remus nunca dice nada, pero no puede evitar el desagrado.
Acudió como pudo a la ira. Apretó la mano desdeñada en un puño y se colocó la mirada fría que reservaba para familiares y ex-amantes insistentes.
–Como quieras –dijo Sirius fríamente. Y no vuelvas si no quieres, añadió mentalmente.
No, mierda. Vuelve.
–Sirius.
Un tirón en su espalda, fuerte, lo suficiente para despegarle los labios de la clavícula de Lucy, o Lucille.
–¿Uhm?
–Ven un momento.
Sonrió a Lucía, o a Luciana. James le alejó unos pasos, sujetándole por el antebrazo y evitando de esa forma que se fuera hacia los lados. Sirius se apoyó en una de las columnas repartidas por el local y James vio por primera vez el cubata de Babycham con piña que llevaba en la mano del otro costado. Se lo quitó.
–Sirius, tío, la quinta. Y no llevamos cuatro horas en este antro. Comprendo que la música te incite a intentar abstraerte, pero Peter no liga, Remus es gay y yo estoy prometido. ¿Por qué no eliges una y nos vamos todos de aquí?
James tenía una arruga entre las cejas y el gesto serio. Lo que significaba, supuso Sirius, que estaba dando un espectáculo lamentable. Y ya era consciente de su actitud infantil, gracias.
Pero James tenía una arruga entre las cejas, y era tan inusual sentir su desaprobación, incluso viniendo del James maduro de los últimos tiempos, que solía funcionar más de lo que lo habían hecho las reprimendas de padres y profesores en cualquier otro momento.
Y qué guapo era James, Merlín. El tío más guapo y más legal del mundo. Le quería. Ojalá, ojalá se hubiera enamorado de él. Al menos no tendría posibilidades porque era hetero y estaba enamorado, no porque fuera gay y no tuviera ninguna relación pero le diera asco que le pusiera la mano en el hombro.
De repente tuvo ganas de llorar, y al darse cuenta de ello tuvo ganas de reír, y entonces sintió la urgente necesidad de transformarse en Padfoot y hacerse un ovillo en su cama. Pero como no podía hacerlo, se abrazó a James, o se apoyó en James, cerró los ojos y pensó en dejar de pensar en RemusRemusRemus incluso cuando tenía otra lengua en la boca.
Sobre todo cuando tiene otra lengua en la boca.
–Joder, es grave¿no¿Me lo quieres contar de una vez?
–No, no quiero –sonrió contra su cuello, le apretó fuerte durante un momento y le soltó, dando un paso atrás–. Gracias por lo que sea que estás haciendo ahora mismo conmigo. Voy a despedirme de ella y al baño. Esperadme fuera¿vale?
James arqueó una ceja.
–¿Te vas sin compañía?
–No me apetece esta compañía.
Tardó unos diez minutos en abrirse camino hasta el baño; uno practicando la paciencia, apartando a las parejas y los grupos con toques casi corteses en la espalda, escurriéndose entre los cuerpos que se balanceaban lentamente al ritmo de una melodía hipnótica. Nueve levantando a las chicas en volandas para apartarlas y empujando bruscamente a los chicos. Tanto le daba, con ese método iba demasiado rápido para que le alcanzaran entre la gente, y si le alcanzaban iba a disfrutarlo bastante más que todos los muggles que fueran. Lo que evitó que se quedara para dar el primer puñetazo a alguno de los tíos que se habían indignado, fue el ceño de James flotando entre nieblas en su mente. Y la apatía que en ese momento empezaba a sobrepasarle, como cada vez que sus emociones se subían al vaivén de deprimirse por su compañero de piso.
Tardó unos diez minutos en abrirse camino hasta el baño, borracho y furioso y atontado, y se tomó como una afrenta personal que Remus estuviera allí, entre manchas borrosas que iban y venían en las partes oscuras de un escenario que sólo le iluminaban a él. Frente a uno de los lavabos, con una mano apoyada en el vientre plano donde, Sirius recordaba con claridad, se había hecho otro arañazo que le llegaba hasta la cadera, y la otra acariciándose la cicatriz que le cruzaba el rostro, con la mirada perdida en la pared al lado del espejo, evitando su reflejo.
Una fina pátina de sudor cubría la piel de Remus, dando brillo a toda la piel visible (cuello, cara, antebrazos) y marcando los largos músculos de su espalda bajo la camisa blanca y húmeda. Una camisa que Sirius le había prestado y que no debería traicionarle colaborando, con un poco de sudor vulgar, a que Sirius volviera a sentir los ojos nublados de deseo, imaginando que reunía el valor necesario para acercarse a Remus y acariciar toda su espalda con las dos manos abiertas, tocando la mayor cantidad de piel posible, y al diablo las consecuencias. Aprovechando que le cogería desprevenido, también podría sujetarle por el cuello, sentir su pulso, y lamerle el sudor de la nuca.
Después Remus se volvería y le empujaría con repulsión en los ojos y su amistad terminaría por quebrarse, por supuesto, pero Sirius ya tendría en la lengua el sabor que otros tendrían la suerte de probar en la cama.
Le devolvió al presente el empellón de un niñato que intentaba salir del baño.
–¿Te crees un fantasma o qué? –le chuleó por encima del hombro.
Sirius hizo caso omiso de él. Remus le estaba mirando.
Sirius tragó saliva y se acercó a él.
–Pensaba que estabas fuera –murmuró procurando sonar casual.
–Vine a refrescarme antes.
–Ya, yo también –Remus volvió la mirada hacia el espejo. Había dejado caer las manos y ahora las apoyaba en el lavabo–. ¿Qué hacías?
–Refrescarme –repitió Remus.
–Ya. No. Me refiero a ahora.
Remus suspiró, sin contestar, mirándose la cicatriz del rostro. Y Sirius entendió.
–No te gusta tu nueva cicatriz –afirmó más que preguntó–. ¿Crees que te hace feo?
Remus bufó y abrió la boca para responder, pero el alcohol había robado a Sirius la frágil capacidad para callarse las cosas.
–Tú no eres nada feo, Remus Lupin Moony Moon –dijo con la voz pastosa–. Estás para lamerte entero.
–Muy gracioso.
–¿No me crees?
Remus se quedó en silencio. Sirius se acercó más, olvidado que estaba indignado y herido y que él tampoco quería tocarle, muchas gracias. Se acercó más y le volvió a posar la mano en el hombro, preguntando con los ojos "¿puedo ponerte la mano en el hombro, Remus?", otra vez con la boca seca y el remolino en el vientre.
Remus no se apartó. De hecho, Remus tenía una mirada extraña, la segunda de la noche que no sabía clasificar. Sirius se arrimó más sin darse cuenta. Y más. Hasta que veía doble la larga nariz de Remus y sentía, o hubiera sentido, si éste no contuviera la respiración, el aliento humeante que empañaba los espejos.
–Nada feo, Moony Moon –musitó mirándole los labios.
–No me llames así –oyó decir a Remus con la voz más grave de lo habitual.
Estaban tan cerca como la primera vez que, en tercero, habían echado whisky escocés al zumo de calabaza. Remus demostró tener un aguante nulo al alcohol comenzando una pelea de almohadas que tumbó a Peter y a James en tres minutos. Y a Sirius en cuatro, pero sólo porque Remus se había echado sobre él y, frente contra frente, le exigió que se rindiera.
Ahora estaban frente a frente y Sirius se moría porque Remus se rindiera.
Pero Remus estaba tomando aire y retirando el rostro y no, Sirius no podía permitirlo, porque se moría.
Movió las dos manos a un tiempo. Le cogió por la barbilla y por la nuca y le hizo acercarse e inclinar la cabeza en los pocos centímetros que les separaban. Antes de que Remus pudiera decir nada, Sirius le estaba besando.
El primer contacto envió un estremecimiento piel abajo por el cuerpo de Sirius. Jadeó dentro de su boca, respiró dentro de su boca, embebiéndose del tacto, gusto, olor de Remus, todo a un tiempo. Gimió cuando sintió que Remus abría los labios y le metió la lengua dentro con urgencia, temiendo que en cualquier momento todo se fuera a la mierda y se terminara el beso. Le apretó más contra sí, valiéndose de la mano que seguía sujetándole en la nuca. Movió la que estaba en la barbilla hacia la mejilla y se acercó medio paso más y, Merlín bendito, rozó el sudor de la camisa de Remus con el suyo propio y gimió, chupando la lengua de Remus dentro de su boca.
Al oír el gemido, Remus lloriqueó, se acercó más y entonces se apartó bruscamente de él. Sirius, obnubilado y jadeando fuertemente, fue hacia él para volver a besarle, pero Remus dio otro pasó atrás. También jadeaba por la boca entreabierta, y tenía las pupilas dilatadas.
–Estás borracho.
–¿Qué?
–Sirius, estás borracho.
–¿Qué…? Sí¿y¿Qué tiene que ver?
Remus tenía una mirada salvaje en los ojos, mezclada con dolor. Sirius estaba acostumbrado a ver dolor en Remus todos los meses, y eso le volvió, un poco, a sus cabales.
No. Oh, no, no.
–Lo siento. Estoy, estoy borracho.
Mierda, joder.
Sacó la varita y desapareció.
Críticas, comentarios, sugerencias y piruletas son siempre requetebienvenidos. ;)
