"La muerte apunta con brutal resentimiento,
Hacia los objetivos más imparciales..."
- Francis Quarles, Divinos poemas
Capitulo 5: Luchando por Leonardo.
MIGUELANGEL
El clásico error al disparar un arma, es dejar que el retroceso provocado por la primera bala disparada haga saltar el tambor. Esto dificulta que la segunda bala efectivamente de en el blanco.
Afortunadamente para Leo, el hombre en la azotea acababa de hacer eso, porque si hubiera disparado bien, desde esa distancia, mi hermano no estaría vivo.
Lo aterrador era que todavía no estaba seguro de poderlo mantener en esa forma.
Había estado en suficientes situaciones limite como para saber como permanecer tranquilo y concentrado. Pero nada me había preparado para el más absoluto pánico que sentí cuando el cuerpo de Leonardo cayó a tierra inmóvil.
Por un momento, todo el mundo pareció dar vueltas.
Vagamente sentí algo cálido en mi mejilla y me di cuenta que me había salpicado con la sangre de Leo...
Viejo, me sentí tan mareado...
Entonces, de repente, todo había vuelto a su foco, de un golpe. El arma había sido redireccionada hacia un nuevo blanco.
Mi cabeza.
No pensé, me moví. Con una fugaz sensación de terror, giré hacia la izquierda, enviándole una patada barredora hacia el brazo estirado del hombre.
Mi pie conectó con su muñeca, enviando el arma hacia el bordillo de cemento.
El tipo dejó escapar un quejido de dolor, cortado en seco por mi segunda patada que lo dejó inconsciente.
Su cuerpo colapsó en el piso con un desagradable golpe.
Una dolorosa punzada subió por mi perna e hice lo mejor que pude por ignorarla.
Maldito pie herido.
Lo arrastré y luego me volví hacia Leonardo.
Estaba vagamente conciente de que la pequeña niña estaba sollozando tras de mi, confundiéndose con Abril que jadeaba el nombre de Leo.
.- Oh, Dios, Leo, no...
Cayendo de rodillas, mis ojos estudiaron la forma inmóvil de Leo, tratando de procesar la suma de sus heridas. Suavemente lo giré sobre su espalda.
Al hacerlo, su cabeza giró, revelando un profundo corte en su sien, probablemente provocada por la caída, pensé.
Mi mirada fue entonces hasta su hombro, del cual salía sangre a chorros a través de la herida toda destrozada dejada por la bala.
El liquido caía en gruesas cascadas por su brazo.
Me senté inmóvil por unos cuantos segundos, paralizado, jadeando, deseando no estar viendo a mi hermano morir.
Mierda.
¡Piensa, Miguel!
Respirando... asegúrate que esté respirando...
Presioné mi oído contra su boca, aún sentía el calor de su respiración contra mi cara.
Ok, eso es bueno... ¿ahora qué?
.- Tienes que detener el sangrado.
La voz vino de detrás de mi, no de Abril, sino de la otra chica. La mayor.
Sus palabras sonaban ligeramente temblorosas, unidas con incertidumbre, lo que era evidente en su resistencia a venir más cerca.
Miró a Leonardo, su cara era una mezcla de sorpresa y puro asombro. Los segundos pasaron antes de que se volviera a mirarme a mi nuevamente.
Estaba en silencio, dejando que mis ojos le suplicaran ayuda.
Después de una larga pausa, cedió.
Deslizándose junto a mi, la observé mover sus dedos bajo el hombro de Leo, inclinando la cabeza hacia el lado al sentir algo.
Me di cuenta de su curiosidad. Su cara estaba casi cubierta por el cabello, que se le vino todo encima al inclinarse sobre Leo. Aunque sus brazos parecían delgados y frágiles en comparación con los musculosos de Leo, sus movimientos demostraban cierta fortaleza.
.- La bala... hizo todo el camino...- dijo, sacando sus manos. Mis ojos se abrieron de par en par.- No, eso es bueno.- agregó rápidamente percatándose de mi preocupación.- Significa que la bala no ha quedado atrapada ahí dentro. No tendremos que sacarla...
Asentí comprendiendo. Una repentina ráfaga de viento azotó con fuerza el techo, haciéndome entrecerrar los ojos.
Agaché mi cabeza, buscando el nudo de mi bandana para desatarlo. Sacándomela, presioné el material contra el hombro empapado de Leo.
Leonardo respiró con dificultad y gimió suavemente.
.- ¿Leo, hermano¿puedes oírme?
Vamos, Leo, tienes que despertar... no puedo hacer esto solo...
Su pecho comenzó a subir y bajar, dejé una mano manchada de sangre sobre éste, el cual vibraba erráticamente con el latir de su corazón.
.- ¡Mantén las dos manos sobre su hombro, Miguel!.- gritó Abril. Se había puesto tras el hombre inconsciente, tratando ansiosamente de sacar su camisa por sobre su cabeza.
Jesús, para el final de la noche, no les iba a quedar ropa puesta.
Lo logró al fin y corrió hacia nosotros, depositando la camisa en la otra herida, en el muslo de Leo.
.- Tenemos que detener el sangrado ahora, o va a caer en shock.- dijo preocupada.
En los siguientes minutos, la camisa que Abril estaba sosteniendo ya estaba empapada.
Gotas rojas comenzaron a formarse en la orilla del material, cayendo continuamente en el suelo bajo ellas.
Todavía podía sentir el pulso de la arteria bajo mis propios dedos e hice lo mejor que pude por permanecer en calma mientras la respiración de Leo se volvía más y más débil.
Oh, Dios...
DONATELLO
.- Raphael¿podrías sentarte, me estás volviendo loco.
Raphael me mandó una mirada maliciosa y siguió paseándose por el pequeño cuarto. Hizo girar un sai entre sus dedos, cambiándolo de mano cada tantos segundos. Uno de sus muchos hábitos maníacos.
Comenzaba a recordarme a un animal enjaulado.
Casey estaba frente a mi, con las piernas desparramadas en frente de él, con la cabeza apoyada de lado contra la pared. Dejó escapar un suspiro de frustración, luego apretó un botón en el celular. Lo llevó hasta su oído.
Estando tan cerca pude oír la grabación al otro lado del teléfono: "Todas las líneas están ocupadas, Por favor, intente llamar más tarde..."
.- ¿Algo?.- Preguntó Raphael, deteniéndose un momento a mirar a Casey.
Sin palabras, Casey apagó el celular y cerró los ojos.
Casey estaba preocupado, no podía culparlo: nuestra conexión con Abril y nuestros hermanos se había cortado repentinamente y no teníamos idea si era la compañía de teléfonos o si ella lo había cortado deliberadamente.
Sólo podía rezar porque fuera lo primero.
Cualquiera fuera el caso, no habíamos sido capaces de llamarlos de vuelta por una hora ya.
.- ¡Maldita sea!.- gruñó Raphael, tirando un sais contra una de las cajas acumuladas en la parte de atrás. Se incrustó en el cartón justo en medio de las palabras "adornos de navidad" garabateadas en ese lado.
.- ¡Córtala Raph, esas cosas se rompen.- murmuró Casey desde el piso.
.- ¿Crees que realmente importa, Case, Demonios, probablemente no vaya a haber navidad este año, de la forma que ha estado hablando Don, no va a quedar nadie para celebrar.
Casey abrió la boca y luego la cerró. Se dio la vuelta, decidiendo no responder.
.- Ellos la protegerán, Casey.- susurré. Hice lo mejor que pude por sonar tranquilizador. Él sintió solemnemente
Estaba seguro de que Casey amaba a Abril, sólo que no estaba listo aún para admitirlo. Por mucho tiempo, los dos no hicieron otra cosa que confundirme.
Constantemente jugaban un juego entre ellos, un día coqueteándose tímidamente y al otro eran fríos e indiferentes.
Después, cuando me familiaricé más con la forma como funciona este mundo, me di cuenta de que eso era completamente normal.
Normal en una muy retorcida forma.
Mis ojos vagaron por la bodega.
Ese lugar, normalmente uno muy mundano, era ahora una fuente de quieta ansiedad.
Tras diez minutos de habernos encerrado ahí, alguien o más posiblemente varios alguienes, habían hecho de tirarse contra la puerta un juego. Cómo sabían que estábamos ahí, no lo supe.
Afortunadamente, la barricada había resistido. Después de unos cuantos gruñidos guturales, interrumpidos por fuertes gritos, todo se había calmado otra vez. Al menos por el momento.
Habíamos apagado la radio hacía unos cuantos minutos. La estación que habíamos estado escuchando, esa con la entrevista hecha al gobierno, había salido del aire. Las otras dos estaciones que quedaban no tenían nueva información y transmitían mensajes contradictorios: una gritaba "¡Salgan de Nueva York mientras puedan!" y la otra rogaba a la gente que se quedara encerrada en sus casas.
Las dos me estaban dando dolor de cabeza.
Repentinamente sentí mi nariz contraerse, un fuerte hedor estaba abrumando mis sentidos.
.- Chicos ¿huelen eso?.- pregunté encogiéndome.
.- No fui yo...- bromeó Raphael, dándome una sonrisa sarcástica.
.- En serio.
Casey comenzó a sacudir su cabeza, luego se echo para atrás sorprendido.
.- Gah... ahora lo siento¿qué es eso?
Raphael cruzó la habitación, oliendo el aire con simulada exageración.
Al acercarse, vi sus ojos entrecerrase, un gruñido de desagrado escapó de sus labios.
.- Niños, si tengo que adivinar, diría que estamos compartiendo el sótano con un cadáver.
Genial. Fantástico. ¿acaso podría ponerse mejor? Si olía así de mal ahora, sólo podía imaginar cómo sería en un par de horas más...
Raphael volvió su atención hacía el refrigerador cerca de la puerta, como si lo viese por primera vez.
Tiró de la manija y husmeó dentro.
.- Oye, Casey...- dijo, revolviendo algo en el interior.- Tienes algo más acá adentro además de ...
Más revoltijo de cosas.
.- ... de helados de paleta?.- sostuvo en el aire una tira de hielo congelado, brillante y colorido.
La cara de Casey se iluminó por primera vez desde que habíamos bajado ahí.
.- Whoa, se me habían olvidado.- se levantó del piso, rápido, pero todo tieso.- Tírame uno naranja, estoy hambriento.
.- Viejo, hay más de quinientos en una caja ¡y tienes tres cajas aquí! - replicó Raphael, divertido.- ¿Por qué, en el nombre de Dios, necesitas tantos helados de paleta?
.- Hey, todo es más barato al por mayor.- respondió Casey, arrancándole la paleta naranja de las manos de Raphael.- Además, se acaban más rápido de lo que piensas, Donnie ¿quieres uno?
.- Seguro¿por qué no?.- Raphael comenzó a alargarme uno rojo, pero se lo rechacé con la mano.- Cualquiera menos rojo. Son asquerosos.- Raphael volteó los ojos, arrancando el siguiente de la tira, uno morado.
.- Aquí.- me dijo, lanzándomelo con algo de fuerza.- Este probablemente sea más de tu estilo.
.- Gracias.- le sonreí a medias, haciéndome gracia mi propia broma.
Nos sentamos en el suelo formando un circulo, la habitación estaba en silencio salvo por el fruncir del plástico de los envoltorios. Casey volvió a buscar un segundo, y luego un tercero, un cuarto, un quinto... quizás realmente necesitaba todos esos helados de paleta.
Las cosas que aprendes sobre otro cuando estás encerrado en la bodega de un sótano.
Los minutos pasaban lentamente y me daba cuenta que algo de la intranquilidad de Raphael se me comenzaba a pegar. Necesitaba de algo para ocupar mi cerebro, para mantener alejado los mórbidos pensamientos que seguían apareciendo en mi cabeza.
.- ¿Tienes algún juego aquí, Casey?.- pregunté, recorriendo con la vista los estantes detrás de mi.
Casey alzó sus ojos, mirándome por debajo de sus párpados, todavía pensando y concentrado en comer.
.- Dios, Donnie, es el fin del mundo allá afuera ¿y tu quieres sentarte a jugar scrabble¿qué tan retorcido puede ser eso?.- replicó rudamente Raphael.
De todas las personas con las que podía quedarme atascado en un pequeño lugar, tenía que ser alguien tan agradable como Raphael...
Sacudí mi cabeza, luego volví a echarme para atrás contra la pared. Iba a ser una larga noche.
99 botellas de cerveza en la pared, 99 botellas de cerveza...
LEONARDOConciencia.
Dolor. Duele. Algo está mal...
¡Me tengo que mover! Miguel... ¡Miguel!...
Está tan oscuro... tengo que despertar... abrir mis ojos.
Estoy cayendo.
Duele.
Me sofoco.
Dormir.
Sólo quiero volver a dormir...
ABRILNo había truenos ni relámpagos, sólo lluvia.
Una lluvia fría, dura, mezclada con nieve.
Miré a Miguelangel, tenía su cuerpo cubriendo el de su hermano, haciendo lo mejor posible para protegerlo de esa avalancha de agua.
Su rostro estaba congelado en una silenciosa determinación. No iba a dejar morir a Leonardo, no ahí, no esa noche.
Era difícil saber si Leo estaba mejorando.
Se movía intermitentemente y el sangrado casi se había detenido de la herida en su muslo.
Había despegado mi camiseta de la herida para inspeccionarla, encontrando aliviada que la bala no había impactado completamente la pierna, era más bien una herida provocada por el roce, rasgando la piel de parte de su muslo.
Pero su hombro todavía me preocupaba. Continuaba chorreando sangre y se veía horriblemente destrozado.
Era tanta sangre...
.- ¿Jake está bien?.- levanté la cabeza, encontrando los ojos de la chica frente a mi. Su voz era apenas audible por sobre el tamborileo de la lluvia. La más joven estaba sentada junto a ella, con las rodillas pegadas al pecho.
Viéndolas la una junto a la otra, supe que probablemente eran hermanas.
Repasando mis pensamientos, me di cuenta que estaban hablando del tipo que le había disparado a Leo.
.- Si...- dije, sacudiendo mi cabeza lentamente.- Sólo está inconsciente. Estará bien.
.- Escucha... si vale la pena... lo siento.- continuó, más para Miguel que para mi.- él... nosotros sólo estábamos aterrados. Y confundidos. Aún estamos realmente confundidos.- Su expresión era suave, con el pelo húmedo pegándosele a los lados de la cara.
Mis ojos se llenaron de lagrimas.
Esperen a que Leo se despierte, entonces podrán disculparse con él.
.- Soy Tara...—dijo extendiendo su mano hasta mi.- y esta es Abby.
.- Abril.- tomé su mano dudosa, viendo como la sangre de nuestras manos resbalaba por el pecho de Leo.
Quería llorar.
Sentados ahí, en la azotea, la lluvia caía por mi rostro...
Me sentía como si me ahogara.
Continuará.
