II: Presentaciones
Ante él se alzaban unas puertas dobles, profusamente decoradas con un gusto más que discutible. Sentado en un amplio sofá de cuero negro, que tenía para él solo en esa especie de sala de espera, repasó con la mirada cada centímetro de la estancia. Apestaba a vampiros.
Frunció el ceño mientras volvía a mirar las puertas. No le gustaba nada tener tratos con vampiros, no porque le cayeran especialmente mal, ya que no le incumbían sus asuntos, sino porque esa noche estaba perdiendo el tiempo ahí sentado en la antesala, aguardando como un gilipollas para ver al Príncipe Aristos.
Peeero… Matier se lo había ordenado. No le preocupaba enfadar a los chupasangre, pero mejor estar bien con ellos, ¿no? Asi que nada, a presentarse ante el sopla gaitas ese y luego a cazar…
Bostezó. Demonios, si que eran pesados…
Por fin las puertas se abrieron y un hombre, en apariencia mayor, alrededor de los cuarenta, se asomó. Llevaba un adornado báculo en la mano que contrastaba fuertemente con su elegante traje. El Senescal.
-Ya puede pasar.
Dante se incorporó, con expresión aburrida y pasó por su lado para entrar en la inmensa sala. A oscuras, iluminada con velas (qué gótico decadente…), una larga mesa con varias sillas de alto respaldo, y una especie de trono en medio de todo. De un rápido vistazo registró cuanta información pudo. Y sus ojos se detuvieron en la blanca figura que estaba sentada a la derecha del Príncipe.
En claro contraste con la oscuridad del salón, y en discordancia con todos los demás vampiros sentados a la mesa, ella destacaba como un faro. También era la única mujer. Ah, no, había otra… pero ni de lejos tan exquisita como la preciosa rubia vestida con camisa negra ajustada y americana blanca. Por debajo de la mesa asomaban sus largas piernas, vestidas también con un ajustado vaquero blanco, y zapatos negros de altísimos tacones de aguja. Estaba perfecta de arriba abajo, incluso con el puro encendido en la boca y las elegantes gafas de montura negra. Llevaba el rubio cabello recogido en un desenfadado peinado muy favorecedor, y en comparación con sus compañeros de mesa, estaba radiante.
Michelle estaba enfrascada en escribir algo con una elegante pluma negra, y cuando finalmente alzó la mirada, apenas enarcó levemente una ceja al reconocerle. Pero se le escapó una leve sonrisa que duró sólo lo suficiente para que él la viera. Dante asintió muy ligeramente con la cabeza, pero no sonrió.
El Príncipe le miraba fijamente, estudiándole, y Dante le devolvió la mirada. Por lo que sabía, Aristos era un Brujah realmente antiguo, pero exactamente no sabía exactamente cuanto. Era un hombre muy corpulento, vestido con un traje de chaqueta gris, muy elegante. Sus acerados ojos grises miraban fijamente, sin parpadear, a su interlocutor, con velada curiosidad mientras se pasaba una mano por el corto cabello plateado cortado a cepillo. Cuando finalmente habló, a Dante le sorprendió que un hombre tan fornido tuviera una voz tan suave.
-Así que vienes a presentarte ante mí para declarar tu intención de instalarte en la ciudad al menos temporalmente.
-Si.
-Bien. Tu Superiora se puso en contacto conmigo. – un leve asomo de sonrisa tensó los finos labios de Aristos. – Esa señora tiene bastante carácter. Bien, el trato es aceptado. No te molestaremos en tu trabajo si tú no nos molestas.
-Me parece bien. – Dante se cruzó de brazos, mirando fijamente a Aristos, aunque sus sentidos registraban cada detalle, cada murmullo entre los vampiros sentados a ambos lados del Príncipe.
-Además, tienes permiso para matar a todo aquél vástago o ghoul que te ataque con intención de matarte. Emitiremos un aviso a la población vampírica ordenando que se te deje en paz, pero por si acaso expido este permiso para que no tengas problema… y que no vengan reclamándome tu cabeza porque te cargaste a alguien.
-Estupendo. ¿Algo más?
-Una última cosa. Por si alguna vez necesitas información, o ponerte en contacto con nosotros, tu enlace será Frost.
Dante enarcó una ceja sin cambiar de expresión, pero fue plenamente consciente de los murmullos que subían y bajaban de tono, y que Michelle era la única que permanecía en silencio. Aristos la miró y ella asintió y se levantó, acercándose a él. El Príncipe volvió a alzar la voz.
-Te presento a Michelle Frost.
Ella esbozó una enorme sonrisa mientras le indicaba con la cabeza que le siguiera fuera de la habitación, sosteniendo el puro humeante entre los delicados dedos de su mano izquierda. Ni siquiera miró de nuevo a los demás vampiros mientras iba hacia las dobles puertas. Aristos habló una vez más.
-No te hemos preguntado tu nombre porque no nos interesa meternos en problemas con tu Orden… Pero si nos amenazas, iremos a por ti.
Dante sonrió fríamente y se encogió de hombros mientras seguía a Michelle.
-Seguro…
Tras ellos se cerraron las puertas dobles, pero Michelle no se detuvo, sino que tomó un pasillo lateral, distinto del que llevaba a la salida por la que Dante había entrado al Elíseo. Tras caminar un breve lapso de tiempo, Dante se dio cuenta de que estaba mirando el movimiento de las caderas de la rubia. Sensual, felina, se movía como si flotara por encima del suelo en vez de caminar por él.
Finalmente ella se detuvo en una puerta que daba a una calle lateral, y se volvió hacia él, dando una calada al puro.
-No sabía que fueras a presentarte a Aristos.
Dante sonrió de medio lado. La voz de ella sonaba curiosa, pero al mismo tiempo agradable.
-Tampoco yo sabía que la mano derecha del Príncipe se dedica a matar vampiros en su ciudad.
Ella se encogió de hombros. Repentinamente cambió de tema.
-Si te dijera que se de un vampiro infernalista que tiene tratos con demonios, y que creo positivamente que ha invocado al menos un demonio, ¿qué dirías?
Dante enarcó una ceja, mirándola fijamente. Ella le devolvió la mirada.
-¿Un vampiro satánico? Explícame qué coño es eso… - se cruzó de brazos, esperando.
-Tengo pruebas de que al menos una vez, hace cientos de años, invocó un demonio y lo dejó suelto por la tierra. Está loco. Y hace poco desaparecieron de la biblioteca de un Tremere que trabaja para Aristos algunos libros sobre invocaciones que guardaba como guardián. Ya te digo, está muy loco…
-O es más listo de lo que pensamos… Los demonios controlan a los vampiros en cuanto estos los invocan, nena. Pero si ese tipo es capaz de controlarlos… -Dante volvió a sonreir. - ¿Dónde está?
Ella sonrió también, suavemente, e hizo un vago gesto con la mano.
-Un barrio marginal al otro lado de la ciudad. Su casa está marcada, supongo que tú también podrás verlo.
Dante asintió.
-Juego. ¿Vamos ya?
Ella negó con la cabeza, echando otra calada al puro.
-Tengo que pasar por mi casa a buscar mi equipo, hubiera ido antes si no hubiera tenido que venir aquí a 'recibir al nuevo', ya sabes… peo que estés aquí cambia las cosas.
-¿En qué las cambia?
-En que yo no le puedo a un demonio ni de coña… pero tú si.
Se miraron a los ojos durante un par de minutos, en silencio, y después Dante asintió.
-Si, con tus armas no creo que puedas hacer mucho contra demonios…
-Admito que no es mi especialidad. Quedamos dentro de una hora en la calle St. John, en la esquina con Cornwall.
-De acuerdo. No tardes, que yo no espero a nadie.
Michelle soltó una carcajada mientras se dirigía de nuevo dentro del edificio.
-Soy asquerosamente puntual, cariño. Allí te espero.
La vampira desapareció por una puerta, y Dante negó con la cabeza antes de salir, mientras hablaba de nuevo con Mike por el micrófono oculto en la solapa de su gabardina, dándole instrucciones.
