Lo siento por la tardanza :S, pero entre unas cosas y otras, el capitulo se demoro bastante (no quedaba conforme con lo que escribia, lo borraba, lo volvia a escribir, lo borraba... y asi un millar de veces... hasta hoy :S)
Comprendere que mucha gente no se acuerde de la historia, ya que han pasado muchos, muchisimos meses, pero sepan que, aunque no actualizase, no iba a abandonar la historia, pues esta en mi mente desde hace mucho, sólo sufrí un (mega) bloqueo en este capitulo (sabia que escribir, pero no cómo) Hace un tiempo ya puse una version de este capitulo, pero lo borre no hace mucho, ya que no me acababa de convencer, pero este que pongo ahora es la version que mas se aproxima a lo que yo queria hacer (y aun asi, no ha quedado como yo pensaba)
Espero que ahora que ya he empezado (de nuevo) con la historia, pueda seguir hasta el final (eso deseo, pues tengo muchas ganas de escribir esta parte de la trilogia :D)
Y ahora, despues de toda esta (gran) introduccion y disculpas de mi parte, pueden empezar a leer el capitulo.
Muchas gracias por leer :D (si todavia siguen aqui)
Besos mil
Capitulo 4: "Mirando al futuro"
Estaba enfrente de su mujer, de su amor verdadero, de la persona de la cual había estado, estaba y estaría siempre enamorado. Ella era, sencillamente, la persona que más amaba en ese mundo, bueno, en realidad, una de las que mas amaba, pues eran una familia y tenían ambos una hija, una preciosa niña que se encontraba en casa ahora mientras ellos disfrutaban de una romántica cena y velada a la luz de las velas.
La luz de la sala era tenue, las mesas estaban llenas y el único sonido que se oía era el de un violín que amenizaba a los comensales… todos parejas de enamorados, todos comiendo en aquel lugar único y especial… todos en su mundo particular, todos perdiéndose en los ojos de su pareja, de la persona que se encontraba frente a ellos… como ellos dos.
Y, mientras, un violín sonaba en la sala.
Mirándola sabía que era realmente ella la persona con la que compartiría su vida, el futuro estaba a su lado, siempre a su lado.
Sus ojos, sus maravillosos ojos. En ellos se podía perder toda la noche, sin darse cuenta del transcurrir del tiempo, pero ahí estaba, ese inexorable amigo y enemigo.
La miraba y miraba y recordaba cuando tomo la decisión de unirse a ella, una decisión difícil pero que de la cual no se arrepentiría nunca.
Ella era, sencillamente, la mitad de su persona. No estaba completo sin ella.
Un suceso trágico les unió, algo que nunca, ninguno de los dos, habría esperado, pero que fue el inicio de su relación. Inseparable unión.
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- No puede ser, no puede ser – el muchacho de dieciocho años se lamentaba en su dormitorio, acababa de ver desaparecer a su mejor amigo, casi un hermano, las lagrimas caían y se estrellaban en el suelo, un lamento incesante surgía de su boca, viendo como una parte de sus proyectos futuros se desmoronaban a su alrededor, ya no jugarían juntos mas al quidditch, ni bromearían sobre los estudios, no apostarían quien se casaría antes, ni estudiarían la misma carrera… nada, todos sus sueños estaban rotos, deshechos al ver lo sucedido en esa noche de graduación.
Todos sus compañeros, en silencio, recogían las pertenencias de la habitación, aquella que durante siete largos e inolvidables años les había servido de refugio, de lugar de descanso. Las camas, ahora desnudas a la luz de las velas, anunciaban que ya sus dueños ni volverían, al año siguiente nuevos ocupantes se encargarían de dar de nuevo vida a la, ahora, casi vacía habitación… pero una cama seguía sin tocarse, un baúl seguía sin estar ordenado a sus pies, todas las pertenencias de su dueño seguían sin recogerse…pero él ya no volvería a pisar ese lugar… simplemente, ya no estaba entre ellos.
Un compañero del pelirrojo se acercó a él, Neville alargó la mano para apoyársela en el hombro, sus ojos todavía seguían humedecidos por lo llorado, para él, Harry había sido un gran compañero y amigo.
Este contacto, apenas imperceptible, pues cuando se dio cuenta Ron de lo sucedido el otro ya estaba abandonando la habitación, cargando sus pertenencias, hizo que levantase la vista del lugar, y que viese que estaba solo, todos ya se habían ido.
Sentado en su cama, viendo enfrente de él todo recogido, a excepción de dos lugares, volvió a derrumbarse en llanto, no, no, eso no podía estar sucediendo, y mas ahora, después de todo, cuando ya había acabado la maldita guerra.
¿Sigue arriba? – preguntó Hermione, también con lagrimas en los ojos, a Neville, que bajaba con sus pertenencias por las escaleras, anteriormente ya habían pasado Seamus y Dean, solo faltaba él, y ella sabia porque se demoraba en abandonar el lugar. El joven gryffindor, sin palabras, solo con un leve asentimiento, le contestó.
Mucho rato permaneció sentada ante el fuego de la torre, y poco a poco, los últimos componentes de la casa a la cual pertenecía iban desapareciendo por el retrato, dejándola a ella sola, a veces dedicándole una mirada de apoyo, otras solo la miraban al pasar lamentándose por lo sucedido, pero todos, todos ellos llevando consigo el dolor de haber visto desaparecer al que consideraban mas que un compañero.
Las lagrimas acompañaban a todos los leones al abandonar el lugar, igual que todos los que estaban en el castillo, nadie había previsto lo sucedido, nadie había esperado aquel acto, y aquel suceso, nadie, absolutamente nadie.
Y por ello, abandonaban el lugar, al terminar el curso, donde tantas muertes habían sucedido, donde tanto sufrimiento habían visto, donde tanto habían padecido, pero lo que mas, lo que mas les dolía a todos, casi mas que la muerte de su admirado y respetado director, era la desaparición de un compañero, no en la batalla, sino enfrente de ellos, cuando la paz había vuelto, él se había sacrificado al final, después de todo… por ello se iban con lagrimas en los ojos, con pena y dolor interior en el alma. El curso había acabado ya, las vacaciones daban comienzo, la paz había sido restablecida… pero ¡a qué precio!
Se iban, traspasaban el retrato los pertenecientes a esa casa, dando un ultimo vistazo, y viendo como una figura se quedaba ahí, sentada, esperando… la compadecían, pues, si ellos lamentaban lo sucedido enormemente¿Cómo estaba ella, siendo una de las mejores amigas del muchacho? No podían consolarla, no había palabras que pudieran resolver aquel momento, apaciguarlo, no había palabras que pudieran hacer que la pena se disipara, y por ello, salían silenciosamente de la sala común, dejando a la joven frente al fuego.
El último niño, uno de primer año, cruzó la sala y desapareció por el retrato, ya no había nadie más allí que ella supiera… nadie excepto él… y ella.
Ahora, en la silenciosa torre, podía oír como le llegaban los llantos de una persona, podía oír como este clamaba contra el cielo, lanzando maldiciones, diciendo palabras que nunca antes habían sido oídas nunca dentro de aquellas paredes, fuertes y salvajes se oían sus gritos, desde su posición podía percibir todo el enfado que albergaba a su amigo y que lo desahogaba de la manera que podía: chillando y calmando al cielo por la injusticia impuesta.
Y lloró.
Al igual que Ron, ella también necesitaba desahogar su dolor.
Y lloró mientras las palabras, fuertes palabras le llegaban a sus oídos.
Lloró todo lo que pudo y más.
Lloró por lo sucedido, por lo que había visto, pero más, porque sabía que había sido lo correcto, que no se podía haber hecho de otra forma, que era aquello con lo que se firmaba la paz absoluta durante todo el tiempo que le quedaba al mundo de vida.
Lloró por su amigo, por su corta vida, por los sucesos que se perdía, por todo aquello que le había sido privado, por todo lo que nunca haría…
Lloró hasta que ninguna lágrima le quedó en el cuerpo, hasta que sus oídos no percibieron ningún otro ruido en el lugar, sólo silencio… un silencio que le hizo comprender que la otra persona también había dejado de gritar, pues su voz se había quebrado de dolor.
Miró las escaleras, ahí, bajando como podía, apoyándose contra las paredes, con los ojos rojos de tanto llorar, como los de ella, con una garganta dolorida, se encontraba aquel a quien había estado esperando, pues, ella sabía que Ron quería desahogar su dolor solo, como ella lo había hecho.
Y ahora, sin palabras, ambos se abrazaron, se acompañaron en la última etapa del dolor por la perdida ocurrida.
Y ahí, en ese momento, una unión se formó entre los dos, sin palabras se podían decir las cosas, sin voz, sólo con las miradas, solo con la presencia del otro… nada les separaría nunca mas. Una unión más allá de la amistad, más allá del mutuo entendimiento, más fuerte que los lazos que se les habían unido hasta ese momento: un sentimiento distinto.
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Miraba relucir el anillo que ella tenia en la mano.
Un sencillo aro dorado pero que significa todo su amor.
Un simple objeto, pequeño, insignificante, pero realmente valioso.
Y que difícil habia sido tomar la decisión aunque estaba muy seguro de su amor por ella… Muy difícil, si.
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Estaba nervioso, paseaba por Hogsmeade sin rumbo Era una tarde agradable, y al llegar allí se vio rodeado por el bullicio de los niños que jugaban, las parejas que paseaban a sus perros, las madres que empujaban las sillitas de sus bebes. Ron caminó resueltamente, impaciente por quedarse solo, sintiéndose fuera de lugar con su traje de entrenamiento y su escoba, las miradas admiradoras de los niños las sentía cada vez que le veían, y sus murmullos de admiración también los oía. Mas adelante se respiraba mayor tranquilidad, y Ron se cruzaba sólo con algún que otro mago solitario. Empezó a tener calor y, sin detenerse, se echó la túnica de entrenamiento al hombro, se aflojó y se remangó la camiseta.
Siguió andando. Recorridos unos kilómetros, el camino se estrechó gradualmente, cada vez mas invadido por la maleza. Saltó cercas, atravesó prados con vacas paciendo, cruzó acequias. Al cabo de un rato, tenía los zapatos embarrados de pisar charcos y los bajos del pantalón mojados, con tallos de hierba pegoteados. Finalmente paró, resollando, mareado, y miró alrededor como si hubiese despertado súbitamente de un sueño. Estaba solo. En el cielo, a gran altura, una alondra gorjeaba con estridencia. Cerca de allí, un rebaño de ovejas pastaba en una fértil dehesa, ajeno a su repentina aparición. A lo lejos, un tractor iba y venia por un campo, abriendo surcos oscuros en la tierra clara con el arado.
Ron se sentó en la orilla del río y contempló las verdes aguas deslizarse mansamente bajo los árboles inclinados, la corriente hendida por algunas ramas colgantes. Lentos remolinos en la superficie anunciaban el ascenso de los peces en busca de alimento. De pronto pasó ante él un martín pescador, apenas un iridiscente destello azul. Lo siguió con la vista mientras sobrevolaba el río a unos centímetros de la cristalina superficie hasta desaparecer entre los juncos.
Plegó la túnica para apoyar la cabeza en ella y se tendió en la alta hierba. Durante un rato observó el azul infinito del cielo vespertino, escuchando los reclamos de un solitario molino de agua y el susurro de las hojas de los árboles. Pronto el agotamiento se extendió por sus miembros como plomo fundido e instantes después se le cerraron los ojos. Aspirando profundamente el denso aroma de la hierba caliente y las amapolas, se sumió agradecido en el vacío.
Cuando despertó, había oscurecido. Estaba aterido de frío. Tenía el cuello agarrotado y la camiseta húmeda por el rocío, Permaneció inmóvil por unos minutos y contempló parpadeante el cielo nocturno mientras ponía en orden sus pensamientos. Por fin se puso en pie e inicio el largo camino de regreso a casa.
En su mente ya había tomado la decisión: esa noche pediría a Hermione que se casase con él.
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Y, muchos años después, cuando los dos habían perdido las esperanzas de formar una familia, la culminación: el nacimiento de su hija mayor.
La noticia les sorprendió y alegro tanto que pasaron los siguientes nueve meses como un suspiro, y cuando se quisieron dar cuenta… ya estaba allí, con ellos, para alegrarles la vida.
Ron recordó, entonces, mientras miraba con sumo amor la cara de Hermione (su pareja, su amor, su media mitad) aquel primer momento en que le conoció…en que conoció a su hija…
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El hospital estaba en silencio. El recepcionista del turno de noche apartó la vista del periódico sólo un instante cuando el hombre cruzó el vestíbulo en silencio en dirección a los ascensores. Cuando se abrieron las puertas en la quinta planta, reinaba la calma y la iluminación era tenue. El puesto de enfermeras se hallaba vacío, pero Ron oyó voces en el cuarto de material situado detrás. Rápidamente pasó ante el mostrador, recorrió el pasillo y entró en la habitación a oscuras. En ese momento no se oía nada, y con sigilo, cerró la puerta.
Hermione estaba de espaldas, cara a la ventana, alumbrada parcialmente por la lamparilla de baja intensidad fijada a la pared sobre la cabecera de la cama. Ron se sentó junto a ella y le buscó la mano entre las sabanas. Se la cogió con delicadeza, e inclinándose sobre su cuello, le dio un tierno beso. Ya estaba allí, con ella. En ese instante lo vio, lo que ella sujetaba entre sus brazos, con protección… allí estaba la hija de ambos, un pequeño milagro…
Al sentir al recién llegado, a la persona que tanto había esperado, Hermione se dio lentamente la vuelta, hasta quedarse ambos mirándoles a los ojos, irradiaban amor, un amor puro. Ahora ya estaban juntos los tres…
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Hermione, por su parte, también recordaba con agrado los primeros años de pareja, recorriendo los mismos recuerdos que Ron, teniendo el mismo comienzo en su mente (el suceso del ultimo año).
Y también, con alegría, rememoró aquella primera visita al hospital, cuando por causas de la vida, Ron no pudo asistir al nacimiento de su hija, pero si, en cuanto pudo, la fue a ver.
No supo si fue que se culpaba por no estar allí, pero no mucho después, él dejó a un lado una de las cosa mas importantes de su vida… para verles a ambas.
Mirando su rostro, rostro que ya acumulaba experiencia de la vida, adultez patente, ese recuerdo vino a su mente…
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Al principio fue un caos, una pesadilla, habían comenzado los mundiales de quiddich justamente el mismo día en que regresaban a casa, y Ron, como capitán indiscutible de la selección de Inglaterra no podía faltar. Asegurándose que no iba a pasar nada, Hermione le convenció de que fuese sin temor, que ellas dos estarían bien.
Pero no sabía lo que le esperaba en los primeros días como primeriza: Helena, la pequeña y querida Helena rompía a llorar cada media hora, arrancando a su madre de la cama, despeinada y aturdida por falta de sueño. Adormilada, cogia el revuelto contenido de la cuna, lo bajaba por la escalera y la dejaba sobre la mesa de la cocina en un alborotado y proteston revoltijo. Allí se quedaba, chillando con rabia y pateando bajo la manta que la envolvía mientras ella, a trompicones, iniciaba los preparativos para darle de comer, sabia lo que tenia que hacer, puesto que ya le habían contado todos los pormenores de ese acto, y se suponía, tenia instinto maternal, pero una cosa era lo dicho y otra la acción. Luego maldecid los diminutos botones y broches cuando ambas – la pequeña enrojecida y furiosa; y la madre, con los ojos entornados y la respiración entrecortada – se enzarzaban en una batalla por el odiado e inenarrable horror del cambio de pañal.
Finalmente, cuando la tenia entre sus brazos arropada entre su pecho, todo volvía a la calma y ya no le quedaba un solo recuerdo del tormento antes sufrido. Chupaba con fuerza, tirando del pezón con un bombeo rítmico y voz, escrutándole la cara recelosamente con sus ojos azules mientras tragaba. Hacia el final de la toma empezaba a cansarse, a chupar más despacio y a cerrar los ojos hasta que el pezón escapaba de entre los labios con un ruido semejante al de una ventosa al despegarse. Hermione llevaba arriba su cuerpo frágil, La dejaba en la cuna y se desplomaba exhausta en la cama. Minutos más tarde, daba la impresión, todo comenzaba de nuevo.
Sin embargo tras un par de días se desarrollo la rutina, ya no parecía en nada que hubiera sido una madre primeriza. Hermione dejaba todos los utensilios de la muda preparados antes de acostarse. Introdujo cierto orden en el proceso, estableciendo un ciclo natural de tomas que se acomodaba bien a las necesidades de ambas. Sus relojes biológicos se sincronizaron: a menudo Hermione se despertaba un poco antes que ella y estaba a su lado antes de que las protestas subiesen de volumen. En cuanto la cogia, ella callaba, echándose satisfecha en su hombro sintiéndolo como algo propio, complacida de antemano.
Al llegar a la cocina, Hermione encendía unas velas y ponía en marcha una música ambiental. El cambio de pañal se convirtió en un proceso rápido y llevadero – Helena aprendió que cuanto antes terminase, antes tendría la comida en la boca – y mientras su madre le aplicaba las toallitas, cremas y polvos, ella la observaba seriamente., Y Hermione, por su parte, descubrió la importancia de graduarle la toma, ejercer cierto control sobre el ritmo de succión, colocarla en la posición adecuada y mantenerla despierta hasta las últimas y cruciales gotas.
Despajes pasaban diez minutos jugando, y Hermione, desafinando, le tarareaba una canción mientras ella le tiraba de un botón del pijama o le mordisqueaba un nudillo con las encinas desdentadas. Solas, juntas y contentas, esperando la finalización del mundial de quiddich para estar finalmente los tres unidos. Absortas en su intima reunión mientras en la casa silenciosa y mas all� en las calles oscuras, dormía un mundo ajeno a ellas.
Una noche, cuando estaban ya terminando de este ritual mágico de las dos, absortas como estaban en su compañía, no oyeron un ligero ruido en el salón de la casa, pero sintiendo la mayor un estremecimiento, un agradable estremecimiento, se dio la vuelta, para encontrarse cara a cara con la persona que esperaba, con su marido, con el padre de la criatura que tenia entre sus brazos…
Ron, alargando la mano hacia Hermione, le apartó el pelo de la cara, le acarició la mejilla, le secó una lágrima de alegría que caía por su rostro.
- Me he escapado de la final para verte – sus ojos se clavaron en el bulto que ella tenia en las manos – para veros – a la vez, con las yemas de los dedos, recorrido los contornos de su rostro: la tersa curva de la frente, la elevación de la nariz, la delicada hendidura del labio superior. Poco a poco, a medida que los ojos recorrían las fracciones de su amor, el espacio entre ellos disminuía hasta desaparecer en un calido beso.
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Si, Ron siempre estaba allí, junto a ambas, amándolas a cada una a su manera.
Sonrió, nunca habría creído que le llegaría a amar de esa manera, que llegarían a estar tan unidos, pero si, ahí estaba, una pareja unida ante la adversidad, unida a través de una perdida, y unida por siempre jamás.
Vio como Ron le miraba también, en sus ojos veía el profundo amor que él tenia, y el suyo reflejado en sus ojos. Un amor que no se había marchitado y que crecía día tras día.
Abandonaron el restaurante, había resultado una velada fantástica, pero aun quedaba lo mejor.
Hermione guió a Ron hacia la playa que había divisado desde una de las ventanas donde habían cenado, ese era el lugar idóneo… pues ese día, aniversario de su boda, ella tenia una noticia que darle, una noticia que les llenaría de alegría y felicidad… una vez más.
Se encontraba apoyada en los brazos que sabia la protegerían, siempre lo habían hecho y siempre lo harían, un fuerte sentimiento les unía a ambos. Ahí, sentados en la playa, encima de una toalla, miraban la noche tranquila, la calma que embargaba la tierra, se respiraba paz y tranquilidad: la luna relucía en las olas, el viento jugaba con el agua, creando pequeñas ondas de plata que morían dulcemente en las orillas, a los pies de los dos cómplices amantes. No había palabras posibles en el amplio abanico de la lengua para describir todo lo que en esos momentos sentían ambos, contemplando el paisaje que se ofrecía frente a sus ojos.
- Sabia que te gustaría – respondió su acompañante, susurrándole en el oído, haciéndole ligeras cosquillas en su cuello y apretando ligeramente su abrazo.
Como respuesta, ella se echó ligeramente hacia atrás, haciendo que su melena castaña se desbaratase aun más en el pecho de quien la sujetaba con tierno amor. Ambos contemplaban la playa, los dos siguiendo la trayectoria de la luna, que nacía del agua, los rayos plateados inundándolo todo, la redonda, blanca y brillante luna…
Era el broche perfecto para aquella noche, donde el amor había flotado en el aire, donde un nuevo futuro se forjaba, allí, donde las manos de él se encontraban… y ambos recordaban con nostalgia la razón por la que estaban juntos, sentimiento que habían intentado hasta ignorar en sus años de amistad, pero un suceso que nadie esperaba, les había hecho unirse y no separarse…
Eran felices juntos, eran las dos mitades de un mismo todo, amor como nunca se había visto antes: sólo con las miradas podían hablar con el otro… eran dos, pero sólo uno.
Y juntos, en aquella noche de alegres noticias, recordaban todo el camino recorrido hasta ese momento: desde la primera vez que se dieron cuenta de que nunca se separarían hasta esa noche, en que, de nuevo, aumentaría la familia: un nuevo miembro venia de camino…
De nuevo, muchas gracias por leer.
Nos vemos
Ah, y felices fiestas!
Un beso
