Nota: Los personajes son de Eolith y SNK.

MI ROSA ROJA

Parte I: "Deshojándose"

Caminaba despacio por aquel jardín que parecía no tener límites, sintiendo bajos sus pies descalzos aquel suave pasto joven y húmedo. Muchos arbustos se arremolinaban a su alrededor, haciéndose cada vez más cercanos, casi rozándolo, susurrándole al oído cosas que no podía entender. Trató de saber dónde estaba, pero no podía reconocer nada de aquel lugar. Sólo sabía que se sentía pequeño, perdido, solo. De pronto pudo ver entre el mar de verdor en que estaba inmerso, un destello que llamó su atención. No sabía por qué, pero aquel rosal plantado allí frente a él, le parecía una esperanza y un consuelo. Sus hermosas rosas rojas le estremecían el pecho con su llameante escarlata, tan vivo pero tan lejano a la vez.

"¡Son tan perfectas!" dijo en un suspiro, congelado de admiración frente al arbusto.

Se acercó con lentitud, como temiendo que desapareciera y alargando su mano acarició esos perfumados pétalos. Con los ojos cerrados y aspirando aquella fragancia, se quedó ahí, sustraído de todo. De pronto todo se transformó en angustia y dolor. Sintió como aquella rosa que hace tan sólo unos segundos el sujetaba en su mano, era arrancada con fuerza, llevándose toda aquella felicidad que parecía contener. Logró retenerla y abrió los ojos para admirar su tesoro, pero ya era una flor mustia, que luego se consumió en un fuego púrpura. Lloró como un niño pequeño, sin consuelo, enormemente triste. Las lágrimas corrían por sus mejillas sin poder detenerse. Todo lo que le quedaba de aquella flor era su tallo espinoso y rudo, pero se aferró a el como si creyera que entre sus suaves manos volvería a florecer, iluminando su vida de nuevo. Tan fuerte lo estrechó que aquellas espinas se hicieron parte de su carne, incrustándose en ella, hiriéndolo. Se agazapó contra el suelo frío y tembló de miedo. A pesar del dolor en sus manos, no lo soltaba, no se resignaría a la idea de dejar ir a su esperanza, a su amor para siempre. Como testigo de su porfía, la sangre escurría entre sus blancos dedos, empapando el verde pasto.

"Tengo miedo"susurró el joven castaño hecho un ovillo en medio de aquel jardín, que no tenía límites.

La frente del joven Kusanagi lucía perlada por el sudor y sus pupilas se contrajeron, cuando abrió los ojos de pronto en medio de la noche. Era ya la tercera vez que se desvelaba por aquel sueño tan extraño, tan intenso. Muchas veces revisó sus manos para comprobar si realmente no habían sido heridas por esas espinas. Terminaba siempre sentado a orillas de la cama tratando de saber qué demonios significaba y no encontraba la respuesta. Muchas veces se le cruzó por la mente que la presencia del fuego púrpura tenía relación con Yagami, pero no quiso admitirlo porque el estaba muy bien con su vida. Tenía buenos amigos y (tal vez para su pesar) a Yuki. Sí, era verdad, le fastidiaba bastante la muchacha estos últimos días, pero se había convencido a si mismo que después del matrimonio la llegaría a querer, tal vez algún día. Pero este sueño era una molestia o demasiado sincero, porque arruinaba aquella máscara de felicidad que se había fabricado, ignorando algo que bien el sabía, tenía alojado en lo más profundo del alma. Porque había decidido seguir y no detenerse por nada, no quería sufrir por nadie, no quería arriesgarse a ser dañado (muchas veces se preguntó si realmente conocía aquella palabra). Se cubrió con las mantas y trató de dormir, porque faltaba un día para su matrimonio y debía estar descansado para enfrentar una nueva vida.

"¡Vámos Kyo!" dijo alegremente Benimaru, empujándolo hacia la elegante tienda de ropa.

"¡Está bien Beni, pero no me empujes ¿ok?" Kyo cedió a la presión de su amigo y se decidió al fin a acompañarlo en sus compras. Claro que este era un pretexto de Beni para poder conducir al joven Kusanagi a una alocada fiesta que sería su inolvidable despedida de soltero. Y por supuesto el no perdería la oportunidad de arrancarle un beso al atractivo castaño. Claro que Kyo sabía de sobra lo que su rubio amigo planeaba, porque las ocho de la noche no eran horas de comprar ropa, pero se dejó arrastrar, le parecía divertido y tal vez podría olvidar lo que se le venía encima.

El clima era agradable y fresco, pero para él eso no era de importancia. Caminaba semi encorvado sobre sí mismo, doblado por el dolor, un dolor que había comenzado hace cuatro días y que el ya sabía, no era nada bueno. Trató de llegar a un banco cercano, por que aquel ardor congelado, aumentaba con cada paso que se forzaba a sí mismo a dar. Respiró pesadamente y sonrió con resignación, una resignación que aceptaba que se le escapara la vida en cada trabajosa inhalación. Necesitaba un cigarrillo y volvió a sonreír, por su trivialidad mientras se moría ahí en ese parque, por pensar en tener una cajetilla de Marlboro sólo para él. Sacó el último de la cigarrera que siempre portaba en el bolsillo trasero de su pantalón y lo encendió despacio, quería disfrutar de este tan cotidiano hecho, como si fuera el final de sus días de fumador. Aspiró el aroma del tabaco fuerte y se sintió mejor, estaba deseando un momento como este desde que había decidido acabar con Kusanagi, antes de lo que el estaba seguro era su muerte inminente. Entre el humo y sus pensamientos se colaban un montón de ideas. Debería estar feliz de su suerte, de al fin morir para descansar. Ya no tendría que llevar aquel peso de ser el puto heredero de su clan y se libraría al fin del que hasta ese día había sido el culpable de su asquerosa vida. Es más, no debería ni siquiera estar buscando al estúpido de Kusanagi. Pero por alguna razón, la primera persona que acudía a su mente en este momento era Kyo. No podía dejar de pensar en aquel imbécil arrogante, hijo de papá. Quería desesperadamente que supiera que se estaba muriendo, quería verle el rostro cuando se lo dijera y disfrutar de la sensación. Un suspiro se escapó de entre sus labios, como confirmación de que no estaba siendo sincero consigo mismo, de que no era por venganza que quería ver a Kusanagi, sino por miedo. Estaba aterrado y lo sabía, como cuando era pequeño y soñaba con aquel monstruo que salía de debajo de su cama. No quería morir, no ahora, nunca había querido morir. Y había llorado hasta agotársele las lágrimas la noche anterior, acurrucándose sobre sí mismo, tembloroso y frágil, convirtiéndose en un Iori que hasta ese momento, había mantenido encerrado bajo siete llaves. Se levantó con dificultad a pesar de que el dolor ya había pasado y se puso en marcha para encontrar a Kyo.

"Lo mataré, sí, eso haré" dijo el pelirrojo alejándose lentamente con la pálida Luna como guía.