Parte IV: "El Lirio salpicado de sangre"
Ya eran casi las 9:15 de la mañana y hoy, hoy era el gran día o el día fatal más bien. Estaba a una hora escasa de tener que abordar la limusina que lo llevaría hasta el lugar de la ceremonia. Sus manos temblaban tanto, que no podía lograr que el nudo de la complicada corbata de moño quedara alineado, y en parte era porque no miraba lo que estaba haciendo más que de reojo, y es que no quería ver su rostro reflejado en el espejo, que seguramente le haría saber con demasiada exactitud lo mal que se sentía.
"¡No quiero tu maldita lástima Kusanagi!"
Sus dedos resbalaron por enésima vez y el nudo se deshizo entre sus manos. Aquellas palabras no dejaban de retumbar en su cabeza, y la voz de Yagami era tan vívida, que le provocaba cerrar los ojos muy fuerte para espantarla. Ya lo había perdido todo, no podía retroceder y Yagami…el sólo quería su cabeza, ya se lo había dicho.
¡Maldita corbata! la arrojó con impotencia al piso, para luego quedarse mirándola, como si todo lo que pudiera haber sido maravilloso en su vida, se hubiese arruinado como el dichoso nudo que pretendía hacer hace unos minutos atrás. No supo cuánto tiempo se quedó parado frente al espejo, en realidad poco le importaba y sólo despertó cuando el agudo timbre de su móvil sonó repetidas veces hasta llegar al tono más alto.
¿Diga? su voz le sonó increíblemente monocorde, hueca, como si no le perteneciera Yuki Dijo mientras escuchaba un murmullo al otro lado del teléfono, que de alguna manera identificó como la voz de ella, y mientras más oía más se alejaba de la conciencia. Era como oír cualquier cosa, no tenía significado para el lo que la chica comentaba, eran solamente variaciones tonales, insípidas, molestas.
¡Te amo tanto Kyo y estoy tan ansiosa! ¿Kyo, ¿qué pasa Kyo?
¿Qué te pasa Kusanagi, díselo No tuvo más que levantar un poco la vista, para que su estómago se apretara y el temblor de sus manos le confirmó que no estaba alucinando.
¡Díselo, kyo! Iori arrastró las palabras hasta hacerlas desaparecer en un sonido ronco y profundo. Efectivamente estaba con él en la misma habitación y era una locura, pero Kyo debió aceptar que estaba pasando, realmente era cierto. Eran centímetros los que separaban el cuerpo de Yagami del suyo, un espacio casi nulo. Podía sentir como el aire se comprimía por su presencia, por aquel calor que emanaba su piel y que lo hacía erizarse por completo.
Te amo… la boca de Iori respiró las letras una a una sobre el oído de Kyo. El joven Kusanagi pudo imaginar los labios del pelirrojo moverse rozando su piel y sus dedos se aferraron al móvil con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos …Yuki, es fácil Kusanagi El nombre de su prometida en boca de Yagami sonó tan repugnante, demasiado irónico, demasiado hiriente. Fue tan brusca la treta de Iori como un golpe directo al rostro y se volteó entonces para encararlo, pero el ya esperaba los resultados de su jugada en el umbral de la puerta, con una de aquellas sonrisas que le sacaban los nervios de quicio.
¿Kyo, ¡vamos amor, ¿Qué te pasa? La voz de Yuki aún insistía en el teléfono y Kyo deseó que el endemoniado móvil se esfumara, que Yuki se esfumara.
Di-se-lo los labios de Iori se curvaban según modulaba las sílabas y Kyo levantó el teléfono hasta ponerlo sobre su oído.
Estoy aquí Yuki No la calmó, no valía la pena que lo hiciera y es que ya lo había decidido, diría lo que tenía que decir sin importar nada No me voy a casar contigo Yuki, ¿me escuchas, no habrá matrimonio Esperó alguna respuesta, los minutos se acumulaban y la voz de Kushinada no aparecía, ni siquiera como un reproche y Kyo necesitaba uno o al menos un sollozo, aunque fuese cruel necesitaba oírla llorar, para saber que todo había terminado.
Te arrepentirás Kyo, te vas a arrepentir La voz de Yuki apenas se escuchó a través del teléfono, era mucho menos que un susurro, demasiado débil para ser lo que era: una amenaza.
Es todo Yuki, voy a cortar la voz de Kyo también se deshacía, como si el arrepentimiento se apoderara de ella, como si tuviese miedo. Mientras, Iori no podía dejar de sonreír, tenía la sonrisa adherida al rostro y aun le costaba creer que su "pequeña" presión hubiese desencadenado esta reacción en Kusanagi. El sólo había buscado obtener su atención un par de horas para un último duelo, o por lo menos eso era lo que había querido creer.
Ninguno de lo dos colgaba y Kyo esperaba muy en el fondo que fuese ella la que lo hiciera, pero Yuki no lo liberaría de la carga tan fácilmente. Y en realidad Yagami fue el que lo obligó a finiquitar el asunto. La mano del pelirrojo se movió en el aire llamándolo, y bastó sólo con aquella pequeña seña, para que Kyo apretara casi inconscientemente el botón de "end".
Ya…
Va a ser tu último duelo Kusanagi, así es que disfrútalo Iori lo interrumpió con aquello que claramente era una orden, pura y simple. Yagami nunca se había caracterizado precisamente por la sutileza, aunque en este momento poco importaban esa clase de cosas. Y lo siguió en silencio sin saber donde terminaría todo, cosa que al parecer no iba acabar allí mismo, porque el reluciente Mercedes negro de Yagami esperaba aparcado en la vereda de enfrente al edificio.
¡Súbete! Yagami ni siquiera lo miró y él sólo obedecía mecánicamente a aquella voz demasiado imperiosa. Una vez que Iori puso en marcha el motor y le dirigió una rápida mirada a través del espejo retrovisor, recién en ese momento pudo preguntar algo.
¿Por qué no en el estacionamiento del edificio? Dijo despacio, sosteniendo la mirada del pelirrojo, quién sólo le contestó con una de esas sonrisas, y el pensó que no le diría nada.
Porque tu seguridad lo hubiese arruinado Kusanagi, además debe ser perfecto, un duelo perfecto para el final ¿no crees?
Sí, la seguridad, ¿cómo pudiste en…?
Digamos que tenemos un amigo en común
Benimaru se abrochó la chaqueta de su elegante traje y se dirigió hacia el interior del edificio. Ahora se sentía más tranquilo, porque Kyo estaba donde debía estar, junto a Yagami y después de eso todo marcharía mucho mejor, estaba seguro de ello. Sólo restaba esperar a que el caos se desatara dentro de las familias y luego tratar de ocultar el paradero de Kyo y calmar a Yuki, pero para eso aún había tiempo. Lo que Nikaido no sabía era que Yuki había decidido ser más que la pobre novia plantada, había decidido convertirse en una mancha difícil de sacar de la vida del joven Kusanagi.
¡¡Oh por Dios señorita Kushinada!
La sirvienta recorrió con la mirada nublada la escena que tenía justo frente a ella. La pulcra alfombra color marfil que cubría el piso de la habitación de Yuki, ahora estaba en gran parte salpicada de manchas rojizas, como si alguien hubiese desparramado vino sobre ella. Pero no podía ser eso, porque justo bajo la gran e iluminada ventana se encontraba Yuki, hecha un bulto, con su traje de novia aún primorosamente puesto y de entre la tela sedosa de sus guantes cortados, todavía se podía apreciar el húmedo avance de la sangre por el tejido.
