Parte VII y final: "Y la rosa fue liberada…con un beso"
"¡Vamos, Kyo¡Levántate!" La firme sacudida terminó por hacerlo abrir los ojos de par en par. No estaba dormido, sólo había estado pensando en Iori, en cómo iba a ser capaz de asesinarlo apenas el sol saliera. Ya no había lágrimas que contener, era una tristeza profunda la que lo abrumaba ahora, una que lo obligaba a apretar los párpados y a retorcer la orilla de la colcha entre los dedos de cuando en cuando.
"¿Beni¿Eres tu?" La pregunta en realidad sobraba, pero quería oír la suave voz de su amigo tranquilizarlo, diciéndole que todo estaba bien.
"Claro que soy yo. No te preocupes, todo estará bien" Un leve jalón lo impulsó entonces fuera de la cama "Vístete¡rápido, que hay poco tiempo!"
"¿Qué estamos haciendo Beni¡Beni!" Sujetó al rubio por la muñeca. Sin querer le hizo daño, arrancándole un quejido que se ahogó al instante. Benimaru lo miró fijamente a los ojos a pesar de la oscuridad. Kyo pudo verlos brillar "Quiero saber" Susurró al fin.
"Salvamos a Yagami"
"Pero…"
"Me costó demasiado y créeme que me dolió bastante también, pero esta vez tu padre no nos tiene puesto el ojo" Kyo alargó la mano hacia el rostro de Benimaru. Algo le hizo saber de ante mano, que ahí estaba el precio que su amigo había pagado por la clandestinidad.
"Tu rostro… está…eso dejará cicatriz, Beni" Palpó suavemente la gruesa cortada a lo largo de la mejilla derecha del rubio. El le cogió la mano y le sonrió.
"Vamos, que ya te dije que no hay mucho tiempo"
Lo único que podía saber era que estaba en un cuarto alfombrado de algún lugar de la mansión Kusanagi. Los tipos que lo habían estado vigilando hablaban mucho y por eso pudo enterarse de dónde se encontraba. De la alfombra dio cuenta el mismo, por que tenía el rostro apretado contra el piso, sin poder voltearse más que un poco. A pesar de su buena resistencia física, sentía el cuerpo adolorido en cada centímetro y el sólo respirar le provocaba un fuerte punzada en las costillas. Estaba seguro de que los malditos perros de Kusanagi le habían roto un par de ellas. Pero más que todo aquello, más que las sogas que le entumecían las piernas y los brazos, le dolía lo que Kyo había hecho. Le dolía aquel beso que le diera, porque… ¿qué necesidad había de engañarlo tan dulcemente? Si de todas formas iba a morir producto de esta enfermedad que cargaba, no le hubiese importado que Kusanagi hubiese enviado a un ejército de ninjas tras de él. Ni siquiera le hubiese importado que lo torturaran. Pero de aquella forma… con ese beso… ese beso que aún podía sentir mezclado con el sabor de su propia sangre… no era justo.
"¡Kyo, retira las piernas del guardia de la puerta!" El susurro de Nikaido rompió el hermético silencio de la habitación. Habían recorrido media mansión en busca de la puerta correcta y al fin habían encontrado donde tenían a Yagami. Por su parte, el pelirrojo se sobresaltó al oír esa voz que reconoció enseguida.
"¡Maldito hijo de puta, Kusanagi¡Maldito hijo de puta!" Siseó lo mejor que pudo a través de la mordaza, al darse cuenta de que alguien lo volteaba. El olor era inconfundible… era Kyo. Las manos del moreno tantearon su cuerpo entonces, como comprobando el daño sufrido. Muy pronto estuvo sin venda en los ojos y pudo darle su mejor mirada de odio al joven Kusanagi. Nikaido lo miró con una sonrisa en el rostro y los ojos celestes chispeando.
"Como kyo se ha quedado mudo, te diré lo que pasa Yagami-chan" Esto último lo dijo con intencionada malicia. El resultado fue que Iori se revolviera en el suelo y tratara de balbucear algún insulto, que de seguro incluía una amenaza de muerte "Te estamos salvando el pellejo, Yagami" Dijo el rubio agachándose a su altura, mientras le sacaba un par de mechones rebeldes de los ojos. El pelirrojo se quitó bruscamente "Así es que calladito¿ne?" Los ojos de Iori se empequeñecieron de ira y otro farfullo salió de su boca. Kyo mientras miraba al espacio vacío, repasando la mirada que Iori le diera hace un rato. Podía entender aquel odio que viera en los iris rojizos del joven Yagami, pero aún así, le provocaba que el estómago se le estrujara como un trapo.
"Kyo, debes moverte rápido ahora… yo inventaré alguna cosa para distraer a los guardias. Te dejé mi descapotable aparcado en la parte de atrás de la mansión. Tiene gasolina y algunas cosas que puedas necesitar. Lo demás…bueno, tu sabes dónde está mi apartamento de emergencia… ese que ocupo cuando estoy demasiado borracho" Terminó una de esas sonrisas que podían hacer olvidar todo a Kyo, una sonrisa perfecta. El muchacho castaño le tomó las manos y lo miró a los ojos, agradecido.
"Gracias Beni… no sé que haría sin ti" La voz le sonó ahogada producto del abrazo y de que había refugiado el rostro en el cuello de su amigo. Benimaru solamente pudo suspirar, como conteniendo las ganas de besar a Kyo. Estos eran los momentos en los que se sentía flaquear en serio, en los que quería mandar a Yagami al diablo "Cuídate ¿sí?" le susurró Kyo al oído quedamente. El nada más asintió.
La calle estaba algo oscura aún y solamente un poste de luz débil aportaba algo de claridad. El descapotable de Benimaru lucía escarchado y más platinado aún, producto de bruma fría que se esparcía en la atmósfera. Acomodó a Iori nuevamente sobre sus hombros. Hacía rato que el pelirrojo había dejado de berrear y lo agradecía porque el trayecto de salida de la mansión había sido más que difícil.
Lo dejó recostado en el asiento del copiloto y lo remeció suavemente para hacerlo abrir los ojos. De pronto, tanto silencio de parte del pelirrojo lo había preocupado. Iori apretó los ojos obstinado y se refugió contra el asiento, mientras que un ataque de lo que parecía ser tos, lo obligó a doblarse más sobre sí mismo. Kyo no esperó más para desatarle la mordaza.
"Yagami… ¿Qué tienes¡Yagami, háblame!" Le cogió el rostro con firmeza y lo obligó a mirarlo. Los cálidos ojos de Kyo sólo podían contener preocupación y eso enfureció todavía más a Iori.
"¡Muérete!" Le siseó rabioso el pelirrojo, para luego escupirle en la cara. Kyo solamente cerró los ojos y cuando se limpió el rostro pudo ver que Yagami no estaba bien. Su mano había quedado manchada de sangre y Kyo recordó lo que Yagami le había dicho:
"Voy a morir Kusanagi" Y sintió que aquella sensación de presión volvía para invadir su pecho. Tuvo miedo.
"¡Vamos, Yagami¡Yagami!" Necesitaba que Iori abriera los ojos y verlo mirar con esa ira que lo caracterizaba. Necesitaba que lo insultara otra vez para saber que el podría continuar con la huída. Pero nada sucedió y Yagami siguió con los ojos apretados y una mueca de dolor en el rostro. Kyo dio una mirada a la mansión y pudo ver con angustia cómo las luces se encendían una tras otra. Debían partir.
"Kusanagi…detén el automóvil" Kyo se sobresaltó por la voz del pelirrojo y frenó en seco. El ruido de las llantas llenó la calle desierta. El reloj en el tablero del descapotable marcaba las tres de la mañana con cuarenta y tres.
"Yagami… tú no estás bien, debo llevarte al hospital. Quiero salvarte la vida, no que mueras en el intento" Kyo tenía los brazos apoyados en el volante y el rostro oculto entre ellos. Se sentía cansado y no soportaba más que el cuerpo le temblara.
"Voy a morir de todas formas, baka… eres un estúpido Kusanagi… un estúpido iluso si piensas que me tragué el cuento del rescate…" La tos volvió a ahogar las palabras del pelirrojo. Kyo lo miró con tristeza "¿Qué pretendes ahora!" Los ojos cerrados de Iori se abrieron, dejando ver de pronto su superficie humedecida y temblorosa, tan frágil, a pesar del rictus severo de sus labios y del entrecejo fruncido por el enojo.
"Nunca quise hacerte daño Iori… nunca. Ni siquiera cuando luchaba contigo" Trató de acercarse al esquivo pelirrojo, de limpiarle con suavidad un resto de sangre de la comisura de la boca.
"No te creo… Eres un maldito mentiroso, Kusanagi" Yagami se abrazó a sí mismo, acurrucándose en el asiento con el rostro apoyado en la cabecera, mientras miraba fijamente a Kyo. Su voz era cada vez más débil. Luego de un breve silencio agregó "¡Déjame solo de una buena vez o mátame¡Mátame y vete al infierno!" Dijo tratando de gritar, pero no salió de su boca más que unas palabras enronquecidas por el cansancio.
Después de ahí todo empeoró y Kyo no pudo pensar en nada más que en el pelirrojo que ahora acunaba en sus brazos. La resistencia de Iori había disminuido considerablemente, junto con sus fuerzas y ya no podía resistirse a su cercanía. Lo mecía allí, en medio de la noche, en esa calle curiosamente desierta y silenciosa, como si estuviese reservada sólo para ellos dos y este momento. Porque Kyo ahora recién comprendía que nada podía salvar a Iori de la muerte, que ya la tenía posada sobre los hombros. El dolor fijado en su rostro era imposible de disipar y él no podía hacer más que abrazarlo despacio y tararearle la única canción que conocía de memoria. Era una de aquellas que su madre le cantaba de pequeño, que siempre lo hacían pensar en cosas felices.
Un quejido interrumpió la melodía que se deslizaba entre el y Yagami. Era un quejido del pelirrojo, que ahora lo veía con los ojos a medio abrir.
"¡Mátame, Kyo… por favor mátame…!" Kyo negó con la cabeza, con los ojos profundamente dolidos "¡Por favor…!" Iori le tomó el rostro con ambas manos, apenas sostenido por la debilidad, con los dedos crispados sobre las mejillas frías del joven Kusanagi. Lo miraba tan fijo que Kyo no pudo resistirlo y desvió la mirada. Una lágrima rodó por su mejilla para humedecer los dedos de Iori "¡No llores y hazlo Kyo!"
"No puedo… no puedo…"
"¡Kyo…!" El susurro imperioso de Iori terminó por desesperarlo.
"¿Acaso no entiendes que fue por eso que te saqué de la casa de mi padre¡Maldición Yagami¡Maldición!" Lo remeció con fuerza por los hombros como si quisiera que la muerte se le saliera del cuerpo. Entonces un segundo, un minuto y Kyo seguía con los ojos vidriosos fijos en los de Iori, opacos y sin casi nada de vida "¿Acaso no lo entiendes?" Le susurró respirándole con los labios apenas sobre lo suyos, con el aliento agitado por la pena, con la garganta apretada. Quedamente fue acariciándole la boca entre abierta con la suya, frotando su nariz contra la de él en una suave caricia y un beso no se hizo esperar. Uno sobre el otro con los pechos bajando y subiendo al mismo tiempo, abandonándose a sus soledades, aferrándose el uno contra el otro…
…De pronto Kyo quedó sólo al fin… Iori ya no respiraba, pero sus labios aún conservaban la tibieza de hacía unos momentos. Kyo se abrazó aún más a él y cerró los ojos para comenzar a tararear esa canción que se sabía de memoria, esa canción que le enseñara su madre.
"El último pétalo había caído y yo… yo miré el color esfumarse en un lento escurrir hacia el suelo. Regados los pétalos de mi hermosa rosa, roja como ninguna, cubrían mis pies como en un último consuelo. Pero… ¿sabía mi rosa que ya era tarde para eso¿Que esta pena que siento ahora, no podrá borrarla con ninguna lluvia de color? Porque su frágil estremecer y su hermosa soledad es lo que hace me falta ahora… una soledad que se abrazaba a la mía"
De la Rosa Roja, por Friedricia Hubert
Esta es la última entrega de un fic que por razones de tiempo y de ánimos se me ha hecho muy difícil terminar. Pero al fin pude darle uno como yo quería que fuese: triste. Yo sé que hay a veces bastantes tristezas como para agregarle otras… pero es una necesidad que tenía pendiente. Para eso necesitaba que Iori muriese, que dejara a Kyo solo, pero sabiendo que algo los conectó en algún momento… que no eran tan diferentes después de todo. Como siempre, este fanfic esta dedicado a una fiel lectora que sí creyó en este pequeño proyecto… Gracias Lena.
Ylla
