Disclaimer

Esta historia está basada en

Harry Potter, de J.K. Rowling.

Toda ella está escrita sin ánimo

de lucro para divertir a los

lectores y por supuesto, a

mí misma. Cirinde Stevenson,

Arean Knox y otros personajes

son de mi propiedad.

Capítulo dos: Palabras intocables

''Por qué si todo es en color

al final me sale gris

Por qué aunque piense en los demás

al final me duele a mí

Quise, quise expresar todo eso y fallé

Pero empecé a poseer

los sonidos invisibles

las palabras intocables.''

Taures Zurdos

Cirinde entreabrió los ojos, sorprendida por el timbrazo de un despertador muggle. Distinguió tras las cortinas del dosel la figura menuda de Bailene, caminando descalza hasta el cuarto de baño y restregándose los ojos con soñolencia. Un suspiro lastimero brotó de su garganta espontáneamente. Apenas había dormido unas horas, pero su cuerpo ya estaba acostumbrado al insomnio que imponía cada noche. Entre bostezos, se desasió de las sábanas que se entrelazaban en su cuerpo y se vistió con la túnica reglamentaria de Hogwarts. Bailene salió del baño perfectamente vestida y arreglada, con su cepillo de púas de jabalí en la mano.

-¡Cire! Que pelos llevas. Deja, te peinaré- declaró, sumergiendo el cepillo entre el alborotado cabello negro de Cirinde- Me encanta tu pelo. Es una lástima que lo descuides tanto.

La ravenclaw se encogió de hombros, con una sonrisa en los labios. Siempre le alegraba la visión alegre que Bailene tenía del mundo, en contraste con su fuertemente arraigado pesimismo. Tenía razón, nunca había prestado demasiada atención a su aspecto por el simple hecho de que la aterraban los espejos. Sentía verdadero pánico de su reflejo, que tanto se asemejaba al del que no debe ser nombrado, o por lo menos así lo veía ella.

Bailene colocó el cepillo en su mesa de noche, dando por concluida la breve sesión de peluquería.

-Ya está. ¿Vamos a desayunar?

La chica se detuvo en el umbral de la puerta, sonriendo con inocencia.

El Gran Comedor estaba casi vacío, algo completamente normal siendo el primer día de clases. La mayor parte de los estudiantes aún debían estar bostezando con las sábanas pegadas a los párpados ojerosos. Pero no Bane. Bane estaba sentado en una esquina de la mesa ravenclaw, discutiendo enfervorizado con Dylan Mcgregor mientras engullía ocasionalmente un pedazo de pan untado en mantequilla. ¿La razón? No es que Bane fuese un madrugador innato, sino que era la estrella del equipo de quiditch de su casa y, como él mismo decía, debía dar una buena impresión.

Cirinde se sentó a su lado, mordisqueando distraídamente un pedazo de pastel. Bailene, mucho más efusiva, atravesó el corredor con presteza y agarró a su hermano por detrás, dándole un cariñoso abrazo.

-¡Eh¡Suéltame, enana!- exclamó, respondiéndole con un beso en la mejilla.

-¿Qué hacéis?- preguntó la melliza, cogiendo un trozo descomunal de pudín y sirviéndoselo en el plato vacío.

-Planeamos la estrategia para el campeonato de este año- respondió Dylan.

Bailene emitió un '¡Ah!' de falso interés y luego le dio un codazo de complicidad a Cirinde, haciéndole entender que no tenía la más remota idea de lo que decían pero tampoco le importaba. Cirinde sonrió, levantándose de su asiento para coger los horarios colocados ordenadamente en el centro de la mesa.

-¿Qué tenemos a primera, Cire?- preguntó Bane, levantando la mirada del pergamino lleno de cruces y tachones que Dylan sostenía en una mano.

-Defensa Contra las Artes Oscuras- respondió la joven, guardando el horario en su maleta entre ''El monstruoso libro de los monstruos'' y ''Disipar las nieblas del futuro''- Será interesante.

-¡Sí, con aquel profesor tan atractivo!

-No es atractivo- replicó Bane entornando los ojos. Su voz sonó como un sermón.

-Por supuesto, a ti no debe parecértelo hermanito, pero hasta donde yo sé tu inclinación sexual no va hacia lo masculino¿o me equivoco?

Bane la fulminó con la mirada.

-No seas niñata, Bailene.

-No lo soy- respondió, abriendo una caja de gominotas y echándose varias en la boca.

-Será mejor que vayamos ya, no conviene llegar tarde el primer día- declaró Cirinde, poniendo fin a la disputa.

Los mellizos asintieron. Bane se apresuró a recoger sus cosas desperdigadas por la mesa del comedor, aceptando a regañadientes la ayuda de su joven hermana. Ella sonrió, con una cómica expresión de falsa inocencia.

La puerta del aula estaba cerrada y los alumnos se agolpaban en el estrecho pasillo, mirando con impaciencia sus relojes de mano. Cirinde se paró en seco a unos metros de sus compañeros: la sola visión de una multitud envuelta en un ambiente tan cargado la agobiaba, le hacía sentir que le faltaba el aire.

-¿Pasa algo, linda?- Bane la miraba fijamente, con una sonrisa lánguida.

-Nada ¿qué va a pasar?- Se acercó al joven y le dio un cariñoso beso en la mejilla.

Bane hizo aspavientos, fingiéndose sonrojado como un niño tímido. La ravenclaw dejó escapar una risilla.

El profesor apareció en el pasillo, sobresaltando a los estudiantes. Abaris Weis mantuvo el semblante serio y adusto, aunque sus ojos chispeaban jovialidad. Con un movimiento de varita, la puerta se abrió haciendo chirriar los oxidados goznes.

-Buenos días- exclamó Weis, colocando su pesado maletín de cuero sobre la mesa del profesor- En primer lugar, he de disculparme por mi retraso, pero aún no he podido familiarizarme con este castillo inmenso y sus múltiples recovecos.

Sonrió con aire ausente, como si su sonrisa no se hubiese producido por sus palabras sino por un recuerdo agridulce.

-Como sabéis, mi nombre es Abaris Weis. Vuestro antiguo profesor, el señor Kraus, me ha comentado que estáis muy avanzados en teoría, pero apenas habéis practicado. Añadió la razón, pero eso no es relevante. Así pues, tendremos que solventar esa carencia. Como es el primer día, no os exigiré grandes hazañas, empezaremos con un hechizo bastante simple: el Desmaius.- Weis levantó la vista de los papeles que habían acaparado su atención desde que comenzó a hablar- ¿A qué esperáis?

Asombrados, los ravenclaws se levantaron y arrastraron sus viejos pupitres de madera hasta el fondo de la clase. Weis, con otro movimiento de varita, hizo aparecer una larga hilera de cojines de variados colores.

-Uno por persona. En grupos de dos.

Cirinde alzó una ceja. Las instrucciones del profesor eran escuetas pero directas, creando una situación de libertad que no era más que un espejismo. ''Muy agudo'', pensó, cada vez le caía mejor ese Abaris que tanto parecido guardaba con el siniestro profesor de pociones.

Pero, sin embargo, sentía que si la magia surgía de ella se llevaría consigo los últimos destellos de su consciencia. Le sorprendió sentirse mareada, casi enfermizamente.

-¡Cirinde¿Te pones conmigo?- preguntó Bane con ojos suplicantes.

-Claro… tú primero¿sí?

-Como desees.

Dubitativa, Cirinde colocó el cojín color miel en el suelo, a sus espaldas. Luego, giró sobre sus talones y extendió los brazos, preparada para recibir el impacto del conjuro.

-Cuando quieras- murmuró, cerrando los ojos con fuerza.

-¡Desmaius!

Cirinde cayó hacia atrás pero no se desmayó, apenas sufrió un mareo algo acusado. La joven se puso en pie, aferrándose las sienes con pesimismo. La cabeza le daba vueltas, aunque dudaba de que ello se debiera al efecto del hechizo.

-Bueno, ahora tú- murmuró Bane, descontento con su débil Desmaius.

-…Sí, claro. Mmm… avísame.

-Ya-dijo el muchacho, colocándose de un salto ante el cojín.

- ¡Desmaius!

El débil rayo rojo apenas rozó el cuerpo de Bane, provocándole un leve tambaleo. Cirinde sonrió con nerviosismo.

-¿Tu turno?

Abaris se levantó y fue hasta ellos con la vista clavada en la ravenclaw.

-¿Cómo te llamas?

-Cirinde Stevenson.

-Bien, señorita Stevenson¿me podría explicar por qué su conjuro es tan patéticamente inofensivo?

Cirinde alzó una ceja, sarcástica.

-Quién sabe, a lo mejor no soy muy buena en esto.

-Mmm… yo diría que no se trata de aptitudes, Stevenson. Parecía más bien que tenía miedo de lanzar el hechizo.

-¿Por qué iba a temerlo?- Cirinde respondió con un tono burlón, como si lo que el profesor le planteaba fuese lo más absurdo que hubiera escuchado nunca.

Weis sonrió.

-Dígamelo usted.

Cirinde abrió los ojos desmesuradamente. ¿Hablaba en serio?

-¿Y bien?

-No se de que me habla, por supuesto que no tengo miedo.

-Entonces¿a qué espera?- dijo, colocando un cojín a sus espaldas- Mándeme su mejor conjuro.

Cirinde aferró la varita entre sus dedos y dirigió su extremo puntiagudo hacia el profesor. Cerró los ojos con decisión y tomó aire, pero cuando los volvió a abrir la clase se había convertido en una espesa niebla donde apenas se distinguían las siluetas, difuminadas e informes. Parpadeó varias veces hasta recobrar la visión y se dispuso a acabar con aquella parodia insultante.

Abrió la boca, pero las palabras se ahogaron en su garganta.

-...No me encuentro bien profesor Weis, si no le importa, iré a la enfermería.

Weis frunció el ceño. Los azules órganos de su visión, normalmente apacibles la miraban, fríos y penetrantes, como lanzas de hielo atravesando su frágil figura. La muchacha respiró con dificultad el aire denso del aula. Sintió que sus piernas temblaban bajo el largo de la túnica negra y las punzadas se agudizaron, taladrándole las sienes.

Repentinamente, la campana que ponía fin a la primera hora de clase rompió el hiriente silencio. Los ravenclaws recogieron sus cosas con rapidez, apresurándose a abandonar la sala. Cirinde agarró su maleta y, sin preocuparse por los pergaminos llenos de apuntes del año anterior, apretó los libros contra su regazo y caminó con paso vacilante hasta la puerta.

-¡Stevenson!

La chica paró en seco, a unos metros del umbral.

-Perdone profesor, pero la clase ha terminado.

-La clase acabará cuando yo lo diga, señorita.

Cirinde no pudo reprimir una mirada iracunda. ¿Pretendía atormentarla eternamente? Si era así, mucho se temía que Abaris Weis había topado con la horma de su zapato.

El profesor se acercó hasta su mesa repleta de folios desordenados y rebuscó entre el caos hasta encontrar unos especialmente amarillentos y arrugados.

-Mmm... -murmuró, mientras se frotaba la barbilla inconscientemente- He estado leyendo un informe de un antiguo profesor de defensa que impartió clases hace dos años. De acuerdo con el señor Cardigan, usted experimenta extraños síntomas cada vez que encara un hechizo superior al tercer grado de dificultad, síntomas como mareos e incluso pérdida de la consciencia, que le impiden ejecutar los hechizos con todo su potencial. Porque, según él, su capacidad mágica es sorprendentemente alta, algo que fue capaz de apreciar en varias ocasiones en las que usted... -Abaris levantó sus ojos marinos del papel y los clavó en la joven inquisitivamente - ''perdió el control''.

Cirinde alzó las cejas y sostuvo su mirada, preguntándose que esperaba sacar Weis con todo aquello.

-Es cierto. ¿Desea saber algo más, profesor?- la muchacha supo, desde el mismo momento en que las pronunció, que sus palabras habían adoptado un tono lacerante y altivo, pero no estaba en condiciones de sentir arrepentimiento. Sus piernas inestables amenazaban con ceder a su peso y casi podía oír el retumbar de sus latidos en la cabeza, como si una maza se descargase sobre ella para aturdirle los sentidos.

-La verdad, señorita Stevenson - Abaris hablaba con una parsimonia que a la joven le pareció insultante - me preocupa la situación. ¿Tiene usted alguna sospecha sobre la causa de este extraño comportamiento?

-No, no la tengo. Ahora, si me disculpa...

Weis alargó el brazo y la obligó a volverse.

-¿Qué hace¡Suélteme ahora mismo!

-Quiero que entienda que sólo pretendo ayudarla, Stenvenson.

Las pupilas de Cirinde se dilataron anormalmente. Sentía como si el contacto del profesor la quemara, esparciendo ascuas por su debilitado cuerpo de sirena. Cerró los ojos, confusa, y trató en vano romper el agarre de aquellas manos amenazantes. Abaris Weis siguió hablando pero ella escuchaba su voz como un siseo, sin distinguir las palabras, cuando de pronto todo se tornó silencio y la joven se sintió presa de un pánico desmesurado e irracional.

- ¡SUÉLTEME!

¡BUM!

Weis salió despedido contra la pared. Sus huesos crujieron al impactar en la piedra y un aullido de dolor escapó de sus labios. Con una expresión entre victoriosa y aterrorizada, trató de ponerse en pie. El asunto se le había ido de las manos, había llegado demasiado lejos en su provocación.

Su mirada se cruzó con la de su alumna y su rostro palideció de horror. Los dulces ojos verde azulados de Cirinde estaban inyectados en sangre y su boca se torcía en una sonrisa macabra. La voz que emergió de su garganta no era suave y apacible, sino fría, cruel, tenebrosa…

-¡Cruccio!

Abaris se retorció en el suelo, gritando de dolor mientras sus extremidades se encogían y giraban hasta adoptar ángulos imposibles. Intentando parar el ardor que recorría sus huesos, apretó los dientes, reprimiendo una oleada de aullidos lastimeros.

Cirinde avanzó hasta él, poniéndose en cuclillas.

-¿Lo mejor que sé hacer? Nunca vi alguien que reclamase voluntariamente la muerte.

Entre risotadas aterradoras, la ravenclaw se puso en pie y apuntó directamente al rostro compungido del profesor. Sus ojos chispeaban con placer.

-¡Avad…!

-¡Expelliarmus!

El rayo brillante hizo saltar la varita de la mano de Cirinde, impulsándola hacia atrás contra la pared. La joven arqueó la espalda, exhalando un gemido y abriendo desmesuradamente los ojos, que habían vuelto a su habitual tono verde azul, justo antes de perder el conocimiento.

La mujer que había desarmado a Cirinde corrió hasta el profesor, que aún se retorcía entre gritos.

-¡Abaris¿Estás bien?

-Me duele cada hueso…- afirmó Weis, frotándose el tórax como si le costase respirar.

-Un cruciatus muy poderoso para una alumna de sexto… claro que supongo que serás consciente de lo que en verdad ha sucedido.

El profesor le dirigió una mirada cargada de reproche, iracunda, una mirada que no logró el efecto deseado en la mujer.

-No sé si lo recuerdas, Senara, pero yo no soy un maldito vidente como tú.

Senara sonrió ante el tono rencoroso de su compañero. Sin abandonar la sonrisa complacida, se levantó y fue hasta el cuerpo inerte de Cirinde. Comprobó su respiración regular y pronunció un hechizo que la hizo levitar verticalmente a unos centímetros del suelo. Weis se incorporó, alisando las arrugas de su larga túnica oscura.

-Deberías llevarla a la enfermería. Yo me encargaré de avisar a Dumbledore, aunque tal vez él ya sea consciente de lo sucedido.

-Sí, es posible- dijo Senara, dirigiéndole una breve mirada inquisitiva- Pero está bien. Yo la llevaré.

Chascó los dedos y la figura levitante cruzó el umbral de la puerta hacia el despacho de madame Pomfrey. Senara la siguió con paso firme, haciendo ondear su extremamente largo cabello.

Weis las vio desaparecer por el pasillo. Asió con fuerza su brazo dolorido, avanzando lentamente a causa de su nueva cojera en el pie derecho. Reprimiendo los gemidos de dolor que le ardían en la garganta, Abaris Weis se alejó entre maldiciones.