Disclaimer

Esta historia está basada en

Harry Potter, de J.K. Rowling.

Toda ella está escrita sin ánimo

de lucro para divertir a los

lectores y por supuesto, a

mí misma. Cirinde Stevenson,

Arean Knox y otros personajes

son de mi propiedad.

Capítulo cuatro: Historias paralelas

''De aquí soy, de allí también

no sé si asustarme de nuevo

reírme o llorarte

vestirte de luto

acaso rasgarte

tumbarme a tu lado

y beberte la sed

Sombra mía

que caminas

dime algo o vete esta vez

sombra fría

que me espías

pega un salto y suéltame el pie

sombra antigua

de la vida

a tus ramas condena mi fe''

Javier Álvarez

Los primeros rayos de un sol naciente traspasaron la oscuridad, creando finos halos de luz sobre la cabeza de Calandra.

-¡No!- exclamó, tapándose los ojos con las manos.

Un hombre alto y esquelético se levantó de un sillón de respaldo alto, viejo y raído, que aún conservaba unas briznas de su antigua solemnidad, y corrió la cortina. Calandra se apartó, arrastrando su largo vestido de encaje azul por el suelo cubierto de polvo. Tom la atravesó con la mirada, mientras intentaba mantenerse lo más lejos posible de las humaredas de tierra que flotaban en el aire cargado del pequeño salón. Como una autómata, se dejó caer en la alfombra, rozando uno de los miles de agujeros que las ratas habían creado en la tela a fuerza de roer.

-Empieza de una vez- dijo la voz fría y etérea del señor tenebroso.

-La paciencia es una virtud- respondió Calandra, sin siquiera mirarle.

Voldemort dio un ligero toque de varita y ante ella apareció un cuenco de piedra lleno de agua a rebosar y una botellita de cristal con un extraño líquido negruzco. Calandra tomó entre sus manos la botella y la destapó cuidadosamente, vertiéndose el líquido burbujeante en la boca. La poción ardió en su garganta y las lágrimas escaparon de sus ojos involuntariamente, nublándole la vista. No importaba, si todo salía bien, no tendría necesidad de ver lo que estaba ante sus ojos. Un calambre le fustigó la espalda como un látigo, obligándola a arquearse hasta que sus vértebras crujieron. Sus pupilas quedaron fijas en el techo como si pudiese observar lo que había tras él, atravesarlo con la mirada.

Lord Voldemort caminó hasta ella, sonriendo con un macabro placer. Agarró con firmeza el encanecido cabello oscuro de su nuca y tiró hacia delante, obligándola a contemplar el agua cristalina del cuenco. En sus ojos desorbitados, las pupilas se dilataron hasta casi ocupar todo el globo ocular. Unos temblores esporádicos azotaban su cuerpo dolorido.

-Dime qué ves- ordenó Voldemort.

Calandra ahogó un grito. Los temblores se intensificaron y su voz sonó entrecortada.

-Veo… Le veo… ¡Está aquí! Ira, venganza, odio… Lo siento, siento la rabia corriendo por sus venas, le controla, le posee… Él también está, pero no puede… va a matarle, le matará… Hay alguien más- La voz de Calandra se había vuelto fría y grave, inerte como un cadáver- Erisheida… ¡Eris! Una niña… ¿Cómo se llama? Aomhy…

De pronto, la mano de Calandra se cerró en torno al brazo de Voldemort, clavando sus afiladas uñas en la carne, haciendo correr la sangre caliente palpitante de vida. Pero los ojos de la vidente no se apartaron del cuenco.

-Es ella, Erisheida… Lo destruirá. ¡Lo destruirá! Te tiene, y el vivo ruge…

Calandra echó la cabeza hacia atrás, rompiendo el trance que la mantenía unida al líquido vital. Un grito de horror brotó de lo más hondo de su ser y cayó en los brazos del Lord, con la mirada perdida fuera del mundo. Tom la agarró por los hombros y la apartó de sí, sacudiéndola con fuerza.

-No más… por favor, no puedo soportarlo. Otra visión provocada, tan fuerte como esta… acabaría conmigo… basta.

El señor tenebroso rió con ganas, burlándose de la joven que suplicaba su clemencia. Como si Calandra no supiera que no había ni un asomo de compasión en su cuerpo maldito.

-Habrá visiones hasta que yo lo diga- susurró, con un tono tan contundente e imperioso que la vidente se estremeció.

-Todo ha sido tan rápido… las imágenes pasaban vertiginosamente, los sentimientos se amontonaban bajo mi piel… un poco más y no lo habría soportado.

Voldemort chascó la lengua.

-Sabías perfectamente a los que te exponías cuando viniste a mí. Y siento decirte, Calandra- sus labios adoptaron una mueca que acentuó el aspecto calavérico de su rostro- Cuando se entra en el círculo, no se sale. Ahora dime.

Calandra contuvo el aliento, sintiendo aún los restos de las emociones robadas en su cuerpo. Qué ironía, se había vuelto ladrona de aquello a lo que ella misma se había inmunizado.

-¡Calandra¡Maldita estúpida!

La vidente salió de su ensimismamiento, obligándose a mirar a los ojos de aquel muerto en vida.

-Respóndeme. ¿Quién es Erisheida?

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Arean caminaba lentamente, sin prisas. Lo había calculado todo, hasta el más mínimo detalle, y sabía de cuánto tiempo disponía y cómo emplearlo. Mcgonagall estaría ocupada varias horas. Peeves había resultado ser un sujeto increíblemente fácil de convencer, y algo le decía que era igualmente eficaz. En la penumbra nocturna, el muchacho sabía que nadie podría advertir su presencia: Arean tenía dotes de espía, y era bueno, silencioso como su sombra. Y eso era, pensó con una mueca sarcástica, sólo una sombra.

Casi inesperadamente, se topó con la puerta del despacho de la subdirectora. Gracias a un pequeño invento de la tienda Weasley (una especie de orejas extensibles), había podido averiguar sin ninguna dificultad la palabra que mantenía sellado el habitáculo. Sorprendentemente, Minerva Mcgonagall no había reparado en la presencia del objeto mágico, tal vez estaba demasiado acostumbrada a que todos mantuvieran las distancias con una sola mirada suya. Knox esbozó una sonrisa burlona.

-Orión- pronunció en un susurro, molesto por haber tenido que romper el silencio sepulcral que le era tan agradable. Arean se preguntó qué significado concreto tendría la constelación para aquella mujer fría y altiva. Entró en la estancia, cerrando lentamente la puerta tras él. La sala quedó a oscuras.

-¡Lumos!

El muchacho mantuvo la varita en alto, escrutando la oscuridad con sus ojos grises. Tratando de no tropezar con los muebles de madera maciza, caminó hasta una cajonera alta y estrecha que parecía de metal. Frustrado, comprobó que cada cajón estaba fuertemente cerrado bajo llave. No, no podía ser que hubiese llegado hasta allí para nada, se negaba a creerlo, aunque… tal vez si Minerva se sentía tan segura de que nadie se atrevería jamás a violar la intimidad de su despacho, puede que no se hubiese molestado en proteger mágicamente el mueble.

-¡Alohomora!

Los cajones saltaron y se abrieron con estruendo, dejando a la vista una enorme cantidad de archivos, colocados por orden alfabético. Muy útil, sí, el problema era que Arean no sabía qué nombre en concreto debía buscar. Ante él tenía las fichas de todos y cada uno de los alumnos de Hogwarts y, sin embargo, el exceso de información no hacía sino abrumarle. El muchacho chascó la lengua, resignándose, y tomó entre sus brazos una pila de carpetas, dispuesto a revisarlas una a una.

Los minutos pasaron y los nombres se sucedían en su mente sin control, mientras sus ojos revisaban cada palabra con toda la velocidad de la que eran capaces. Cansado de su infructuosa búsqueda, arrojó los archivos lo más lejos que pudo, temblando de rabia. Arean sonrió con sarcasmo. Rabia… posiblemente la única emoción que aún brillaba en todo su apogeo en su cuerpo inmunizado. Pero, al fin y al cabo, una emoción igual de inútil que el resto. De súbito, la imagen de una muchacha de largo cabello negro y pupilas verdeazuladas cruzó su mente. ¿Cómo se llamaba? Cirinde, Cirinde… Stevenson.

Se puso en pie de un salto, buscando la carpeta perteneciente a la letra 'S'. Abrió con brusquedad las tapas negras y extrajo la ficha de la ravenclaw.

-Veamos si escondes algo tras esa cara inocente- murmuró, pasando el dedo por los datos de la ficha, escritos con la caligrafía recta y firme de Minerva.

Nombre: Stevenson, Cirinde

Madre adoptiva: Stevenson, Claire

Madre biológica: Matthews, Belinda

fallecida

Padre biológico: Ryddle, Tom

En el rostro sombrío de Arean Knox se dibujó una sonrisa complacida, exultante.

-Ya te tengo, pequeña.

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Cornelius Fudge miró con impaciencia el reloj de su despacho. Las once y media. Aún debería permanecer una hora más en aquel espacio reducido al que llamaba despacho, encerrado como un ratón en su agujero. La montaña de papeles se erigía sobre su mesa de fresno, como si se burlase del cansancio que cerraba sus párpados. Resignado, dio una última calada a su puro y comenzó a ojearlos sin demasiado interés.

-Se te ve exhausto, Fudge- dijo una voz desde el umbral de la puerta.

-¡Vaya, Pierre¿Cuántas veces te he dicho que no aparezcas tan de repente? Un día de estos me matarás del susto- replicó, con un fingido tono de reproche. Pierre sonrió- ¿Has venido a aliviar mi pesada carga¿No era hoy tu día de descanso?

-Sí, lo era, pero sentía remordimientos al dejarte solo con eso- dijo, señalando despectivamente la hilera de documentos.

El ministro sonrió, frotándose la despampanante barriga que empezaba a aumentar de volumen alarmantemente. Pierre cogió unos papeles y se sentó en una silla, justo enfrente de Cornelius. Éste le miró con soñolencia y bostezó sin ningún recato.

-En verdad… me gustaría pedirte un favor, Sullivam.

Pierre levantó la vista.

-Usted dirá.

-Bueno… si no te es mucha molestia- Por el tiempo que Fudge se estaba tomando en formular la petición, Pierre Sullivam adivinó que tendría que llevarla a cabo tanto si le molestaba como si no- ¿Podrías encargarte tú de estos documentos? Nada importante, ya sabes. Sólo echarles un vistazo y decidir los más urgentes a tratar, confío en tu criterio.

Pierre sonrió, pero sus ojos azules no acompañaron el gesto.

-Nada me complacería más.

Cornelius se levantó con dificultad, obligando a su entumecido cuerpo a erguirse.

-Bien entonces- dijo, encaminándose a la enorme chimenea y apresando entre sus dedos arrugados un puñado de polvos verdes- recuérdame que modifique ligeramente tu sueldo, a mejor…

Y desapareció entre llamas refulgentes, con aquella estúpida sonrisa en los labios.

Pierre se acomodó en el sillón de orejas, curtido en cuero. Era consciente de que, por supuesto, aquel aumento de sueldo no llegaría jamás.

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-Bien. ¿Estamos todos?

La voz de Senara Thewlis resonó en la sala vacía, creando un amplio abanico de ecos.

-Aún falta una alumna, una gryffinfor de quinto curso.

La profesora de adivinación alzó las cejas con impaciencia. Snape se limitó a mirarla inexpresivamente desde su posición en la esquina opuesta, sentado sobre la mesa que constituía el único mueble del aula.

Cirinde echó una mirada de soslayo a su compañero. El archiconocido Harry Potter estaba apoyado en una pared con la vista perdida en algún lugar entre el suelo y la puerta con las gafas en peligroso equilibrio sobre el puente de la nariz. Por alguna extraña razón, aquel muchacho que tantos idolatraban le inspiraba una profunda comprensión: seguramente nadie pudiese entender lo que ella sentía en referencia a Tom Sorvolo Ryddle, pero de algún modo sabía que los sentimientos de Harry eran muy similares.

La puerta se abrió tan repentina y bruscamente que Cirinde creyó que se saldría de sus goznes y se estamparía en el suelo. Una chica de apenas quince años apareció, jadeando y con el cabello castaño alborotado sobre la cara.

-¡Perdón por la tardanza!- exclamó con una voz dulce que hacía pensar que su dueña era increíblemente madura, en contra de lo que cabría esperar de una chica de su edad.

Snape endureció la mirada, reprimiendo las duras palabras que le hubiese gustado dirigirle.

-Ahora si podemos empezar. Tal vez os preguntéis qué estáis haciendo aquí… -Harry abrió la boca para replicar que él sí que lo sabía, pero Snape hizo un gesto imperioso y el Gryffindor se calló, lanzándole miradas cargadas de odio- Vosotros no sois como el resto de los alumnos, supongo que os habéis dado cuenta. Poseéis unas… características fuera de lo normal.

-Dones- rectificó Senara, sonriendo.

-Yo no lo llamaría así, profesora Thewlis.

Senara la dirigió una mirada furiosa, como si el profesor de pociones le hubiese lanzado una seria ofensa. Snape continuó.

-La cuestión es que dichos ''dones'' necesitan un tratamiento especial, unas clases enfocadas a evitar que se conviertan en serios problemas. Las cosas están dispuestas así: debido a que no se dispone del suficiente personal cualificado ni aulas, las clases se impartirán es esta sala. La profesora Thewlis se encargará de la señorita Aomhy Snyder y yo enseñaré oclumancia al señor Potter y a Cirinde Stevenson.

Los tres asintieron con la cabeza, unos más convencidos que otros. Senara tomó de la mano a Aomhy y se la llevó a una esquina donde ambas se sentaron en el suelo junto a un cubo de agua. Snape no se molestó en pedir a sus alumnos que le siguieran, caminó con paso firme hasta la pared donde se encontraba la mesa y cogió su varita. Harry hizo lo mismo y se cruzó de brazos, con una indecisa Cirinde a sus espaldas.

-Profesor Snape…- murmuró Cirinde, titubeante- ¿Qué es exactamente lo que vamos a hacer?

-Oclumancia. Sabe lo que es¿no?

-Sí- respondió firmemente.

La sonrisa de Severus se heló en su rostro: no esperaba que la joven tuviese ese conocimiento y ya se estaba preparando para echar un buen discurso.

-Entonces no hay más que decir. Efectuaré el hechizo Legeremens y ustedes deberán ponerle freno, si pueden.

El puño cerrado de Harry tembló ligeramente.

-¿Empiezo yo?-preguntó el Gryffindor.

-Como desee, Potter.

Snape alzó la varita y pronunció el conjuro con voz grave.

-¡Legeremens!

Harry empezó a convulsionarse, disputando una lucha interna que parecía agotadora, pero enseguida logro ganar terreno. El efecto del hechizo se desvaneció.

-Bien- Snape se abstuvo de felicitarle, a pesar de que el chico había realizado unos progresos notables- Ahora usted, señorita Stevenson.

-¿Qué… qué debo hacer?

Harry le sonrió, posiblemente veía en sus ojos la misma frustración que él mismo había sentido en sus primeras clases de oclumancia.

-Verás, tienes que…

-¡El profesor soy yo, Potter!- bramó Snape. Un tic nervioso apareció en su mejilla izquierda.

Cirinde se sentía incómoda en aquella atmósfera de tensión. Harry y Severus aprovechaban la más mínima ocasión para lanzarse dardos mortales, y parecía que ella estaba en medio recibiendo todos los impactos como una diana. Snape hizo un esfuerzo por controlarse y volvió el rostro hacia la ravenclaw.

-Lo que debes hacer es evitar que penetre en tu mente, repeler mi presencia en tus recuerdos. ¿Me entiendes?

Cirinde intuyó que esa era la explicación más exacta que Snape estaba dispuesto a darle, por lo que asintió, sin mucha convicción.

-Prepárate- ordenó el profesor, alzando la varita- ¡Legeremens!

La pequeña sala dio vueltas ante sus ojos, desapareciendo para hacer sitio a un sinfín de imágenes que pasaban a toda velocidad por su mente.

Cirinde estaba sentada junto a Claire, su madre adoptiva, y ella le sonreía con dulzura… Se revolvía en sueños, sudando y gritando con desesperación… Claire fruncía el entrecejo y se mordía el labio, mientras le revelaba la verdad… Estaba en una habitación envuelta en sombras, y un hombre de pelo largo y negro la miraba con ojos fríos a través de una máscara blanca, inclinándose y susurrándole: ''Mi señor…''

Cirinde se tambaleó y cayó de bruces al suelo. Harry le tendió una mano para ayudarla a incorporarse, mientras miraba por el rabillo del ojo al profesor de pociones. Snape estaba blanco como la tiza, con los ojos desorbitados.

-¿Profesor?

Severus la agarró por el brazo y la arrastró fuera del aula, cerrando de un portazo. Cirinde se desasió y le miró con expresión de desconcierto, aunque en su mente empezaba a brillar una idea que justificaría su extraña forma de comportarse…

-¿Cómo…- el profesor parecía alarmado, crispado- ¿Cómo es posible que guardes esos recuerdos?

-¿Los del mortífago quiere decir?

Snape frunció el ceño. ¿Era posible que ella…¿Tanto había cambiado?

-Usted… ¿usted no reconoció a la persona que se ocultaba tras la máscara?

Cirinde ensombreció el rostro, con expresión de profunda tristeza en sus suaves rasgos.

-Oh, profesor… ¡Hay tantas caras que aparecen en mis sueños¡Tantas personas impasibles que reconozco por la calle, en los periódicos! Sí, claro que le reconocí.

Snape palideció hasta el punto de que su piel parecía capaz de transparentarse.

-Pero… ¡pero usted dijo que no podía acceder a la mente de… él!

Cirinde temió que el profesor se abalanzase sobre ella en un arranque de rabia contenida. Parecía totalmente fuera de sí.

-Se equivoca, profesor. Usted me preguntó que si era capaz de controlarle, no si podía acceder a sus recuerdos.

Snape inspiró profundamente y cuando volvió a hablar, su voz sonó más calmada.

-No todo es como aparece en sus sueños, señorita Stevenson. Yo no soy exactamente lo que usted cree. Su padre...

Un escalofrío recorrió el cuerpo de la ravenclaw.

-No le llame así. Él no es mi padre.

El profesor la miró como si evaluase su respuesta, frotándose involuntariamente el antebrazo.

-A veces es mejor aceptar de donde se procede. Si lo niega y lo evita, se pasará la vida luchando contra algo que no puede cambiar, pero si lo acepta, tal vez descubra que compartir la misma sangre no implica ser iguales.

Cirinde abrió los ojos, sorprendida. El profesor dio media vuelta y posó sus rígidos dedos en el pomo.

-La clase ha terminado por hoy. Nos veremos la próxima semana.

La ravenclaw giró sobre sus talones y se perdió entre las sombras del pasillo, donde nadie podría advertir las lágrimas silenciosas que corrían por sus mejillas.