A golpe de recuerdo.

Te amaré, te amaré, cómo no está permitido,

te amaré, te amaré, cómo nunca se ha sabido.

Porque así lo he decidido,

te amaré.

Decidido.

Remus culpaba al hecho de que la luna llena iba a ser en tres días la increíble estupidez de haber llevado a sus compañeros al cine. Quizá la idea no había sido peligrosa, sino la elección general de la película. De haber visto Desayuno en Tiffany's, estaba seguro que habría sido algo tranquilo… pero había sido la primera vez que lo habían visitado en su casa, por lo que en un (horrible, estúpido e idiota) momento se le había ocurrido sugerir que entraran a ver Un Rebelde Sin Causa.

Nunca en toda su vida, y aquí incluía el haberse enfrentado antes de los seis años a un hombre lobo adulto, había estado tan asustado.

Los tres brujos con su crianza cien por ciento mágica se habían quedado maravillados con el hecho de haber visto como si fotografías de ellos se movieran creando toda una historia. James quería iniciar un affair con las sodas, malteadas, hot dogs y sobre todo las palomitas. Peter había gritado y brincado, tratando de advertirle a James Dean lo que pasaba en la historia, y Remus se recordó que debería mantenerlo alejado de las películas de Disney, a riesgo de trauma.

Sin embargo, el peligroso era Sirius.

- ¡Quiero una chamarra de cuero así¡Y una motocliceta exactamente igual a esa!

- Motocicleta, Sirius. – lo corrigió. - ¿Y cómo podrías comprarla?

Quizá era también el que estuvieran ahí en Navidad, acompañándolo. Incluso Sirius: había dicho que la pasaría con Peter para estudiar para los OWL, y lo habían sorprendido, tres días antes de Navidad. En realidad iba a pasarla con los Potter, siendo que la madre del Pettigrew no solía

- Le pido al tío Algie que me ayude. ¡Estoy seguro que cuando sepa sobre las motocicletas también querrá una! – exclamó el Black con ojos brillantes.

- ¿No que a tu familia no le gustan las cosas muggle?

- ¡Razón de más para tenerlas! Además, mi tío no vive directamente con ellos, sólo viene a las fiestas obligatorias. Y no debe haber nada más maravilloso en todo el mundo que una motocicleta, con la posible excepción de uno de esos autocicles.

- Automóviles.

- ¡Esos¡Uno de esos sin techo rojo, una motocicleta negra, chamarra de cuero, pantalones de mezclilla y lentes de sol¡Woo! Eso es todo lo que quiero en la vida.

- Acabas de describir a Elvis, Sirius. – sonrió Remus.

- ¿A quién?

- … olvídalo. Será mejor que regresemos a mi casa.

- Sí, tienes razón.

El 'regresemos a mi casa' ocurrió luego de visitar varias dulcerías de las que James declaró ser sirviente incondicional (y las sirvió agotando buena parte de su dinero), una veterinaria de la que no se podía sacar a Peter porque siempre terminaba viendo a un nuevo animal, y el más difícil de todos fue cuando se encontraron con una tienda Harley Davidson en la que Sirius aclamó haber encontrado al amor de su vida, abrazándosele a una imponente motocicleta negra que fácilmente podría subirlos a todos ellos, abrazándosele a la llanta y frotando el rostro contra el metal.

La única manera de convencer a Sirius de que no, los dependientes no aceptaban almas a cambio de motocicletas, fue con una revista dedicada al motociclismo, llevándolo hasta la vieja casa donde Remus vivía con sus padres con esa carnada.

Su casa estaba irónicamente por las afueras del pueblo, lo suficientemente alejado para que, una vez al mes, no fuera escuchado por los vecinos, si bien su padre había insonorizado el sótano desde que era un niño, pero mientras caminaban los cuatro, empezando a anochecer, Remus se sintió verdaderamente feliz en ese momento.

Durante todo lo que llevaba el semestre sus amigos habían desaparecido más de lo frecuente, o más bien, lo habían hecho sin él. Aunque usualmente hacían eso para que él no tuviera que mentir o faltar al hecho de que era prefecto (algo que le había traído interminables días de burla por parte de Sirius y James, y hasta de Peter), pero la diferencia era que ahora parecía… no, sabía que le estaban ocultando algo. Eso dolía de más formas de lo que hubiese podido aceptar, pero en esos momentos todo se sentía cómo antes.

Entrada la noche, observando las estrellas en el jardín con tazas de chocolate caliente provistas por la madre del prefecto cuando Peter (con bigote de espuma) le sonrió a James y Sirius.

- ¿Qué dicen si le damos a Remus su regalo de Navidad ahora?

Sirius apuró lo que quedaba en su taza, y James asintió, levantándose.

- Me parece Peter que tuviste una estupenda idea. ¿Quién le muestra?

- ¡Yo, yo, por favor, yo! – pidió Sirius, brincando con la mano bien en alto. - ¡Yo, yo, James, por favor, por favor, escógeme!

- ¿Peter?

- Qué vaya él, o no le podremos quitar el puchero en toda la noche. – dijo Peter, que se veía casi tan emocionado como Sirius, aunque él al menos no estaba deteniéndose para empezar a dar brincos.

- Chicos, no es necesario. – aseguró Remus. – Pueden dejarme su regalo para luego, no hay problema.

- Este es el tipo de regalo que se tiene que ver. – dijo James, pasándole el brazo por los hombros.

Peter le sonrió.

- Ojalá te guste.

Sirius, frente a él, hizo una reverencia.

- Remus, de mi para ti con todo mi yo. Y el de Peter y James.

Los dos chicos entornaron los ojos, y Remus hubiese reído si no hubiese estado muy ocupado tratando de volver a acomodar su quijada en su lugar.

Frente a sus ojos, con la luz de la luna creciente, el cuerpo de Sirius cambió frente a sus ojos, desarrollando cuatro patas, un cuerpo como de un oso joven, mucho y revuelto pelo negro y un gesto que en persona habría sido considerado una sonrisa.

- Es…

Remus fue tacleado por el Sirius-perro, que ya en el suelo le puso las enormes patas en los hombros, lamiéndole toda la cara, meneando la cola con entusiasmo, para luego separarse y verlo a la cara, su forma silenciosa de preguntar "¡Tegustótegustótegustó,verdadquetegustó?"

- ¿Cómo… qué… porqué…?

- Antes que digas todos los adverbios, Remus, te explico. – dijo James con una sonrisa autosuficiente, Sirius aún encima de él, la enorme lengua babeante fuera de su hocico ensuciándole la ropa, meneó la cola con más fuerza. - Desde que nos enteramos en segundo de que eras licántropo, hemos buscado formas de poder estar contigo, para que no pases solo las transformaciones. Se sabe que los licántropos no atacan a otros animales a menos que tengan hambre, y encontramos un ensayo del doctor Hyde que dice que es probable que los animales calmen la furia del licántropo.

- Mientras seguíamos pensando en eso – continuó Peter, rascando la cabeza de Sirius, quién soltó un ladrido. – fue cuando vimos con McGonagall sobre los animagos, y a Sirius se le ocurrió que si nos transformábamos en animago, podríamos acompañarte. - Se tardaron tanto por mi, Remus. Ellos lo descubrieron por finales de septiembre, pero yo sólo pude la semana pasada. – dijo Peter, sonrojándose levemente. – Lo lamento mucho, en verdad…

- ¿Ustedes… también…?

- ¡Claro que sí! – afirmó Peter. – No íbamos a dejarlos a ustedes dos solos tener toda la diversión.

- En lo particular opino que Sirius debería hacer el cambio a perro permanente. Más lindo, agradable, inteligente, y sus pies no apestan. – afirmó James. Sirius-perro le gruñó.

- ¿Y en qué se…?

- ¿Transformamos¡Pues en…!

- ¡Espera, Peter! – James le guiñó un ojo. – Mejor mostrémosle.

El Sirius-perro se retiró lo suficiente para que se pudiera sentar, dejándolo inmóvil de cualquier manera al subir la mitad de su enorme y peludo cuerpo en sus piernas.

Por segunda vez en la noche, Remus sintió que sufriría un infarto en cualquier momento. Los cuerpos de James y Peter también mutaron, y observó sorprendido como era que James desarrollaba cuernos, cuatro patas delgadas y crecía su cuerpo hasta ser un ciervo, mientras que el Pettigrew se hacía pequeño y le crecía una larga cola y dientes alargados, hasta parecer una rata común y corriente.

- ¿James¿Peter? – susurró con voz maravillada. Sirius soltó otro fuerte ladrido, enderezándose un poco para lamerle la cara nuevamente. James, al estar frente a él, inclinó la cresta formalmente para luego acomodarse detrás de él. El diminuto Peter subió por su hombro, frotó su nariz ratonil contra su mejilla, sacudió los bigotes, y luego brincó a la cabeza de James, acomodándose entre sus cuernos.

Quería molestarse. Debería de hacerlo: la transformación de animago era una de las habilidades más complicadas que podían existir y podían ser hasta letales si se hacían mal. El prefecto en él quería recriminarles que se hubiesen puesto en peligro por algo tan absurdo como estar con un licántropo durante sus transformaciones, recordarles todo lo que les pudo haber pasado…

… pero era su regalo de Navidad. La idea de no tener que pasar las noches de luna llena a solas casi le hacían esperarlas. Todo lo que debían de haberse esforzado para poder transformarse, lo que debían de haber estudiado, todo por él.

Negó con la cabeza, más conmovido de lo que jamás admitiría, dándole palmadas a la cabeza de Sirius, que se había vuelto a acomodar en sus piernas.

- ¿Sabes que estás loco, Sirius? Esto pudo haber salido horriblemente mal. Y ustedes también están locos, James, Peter. Pudieron haberse hecho daño.

El enorme perro no dijo nada, acomodado como estaba, felizmente babeándole las piernas. Remus le rascó detrás de las orejas sin poder evitar una sonrisa pequeña, mientras el perro movía la cola. Se apoyó contra James-ciervo, girando un poco para ver a Peter-rata, que tranquilamente se había enroscado entre los cuernos.

- Aunque creo que ya no les quedan sus nombres. Al menos no en esta forma. Tendremos que pensar en otra forma de llamarlos.

Ninguno de sus amigos hizo algún gesto que indicara que lo habían escuchado. No le importó, mientras alzaba la cabeza para, en compañía de sus amigos, volver a contemplar las estrellas.