A golpe de recuerdo.

Con tu mala ortografía y tú no saber perder.

Con defectos y manías te amaré.

No saber perder.

Alguna vez alguien dijo que los malos momentos se extendían interminables en el flujo del tiempo, mientras que los buenos momentos parecían terminar tras un parpadeo.

Si ese alguien fuera a preguntarle a Remus que pensaba, habría estado de acuerdo porque así fue como su séptimo año en la escuela de Hogwarts de Magia y Hechicería. En palabras de Dickens, fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos.

Él y Sirius aprendieron a respirar y a moverse juntos de una manera que no hubiese creído que pudiese existir. Siempre pensó que al enamorarse, sería igual a como lo decían los libros, pero era distinto cada día. Cuando se dio cuenta de que él también estaba enamorado de Sirius, no hubo un estallido de luz: los colores siguieron iguales, Sirius seguía siendo un adorable bruto que seguía peleando con Snape cuando pudiera, que peleaba con sus primas y hermano menor y esto le dolía. El estar enamorado de Sirius no se sentía diferente a antes, y eso era maravilloso.

James les había dicho, entre risas, que sabía que los dos tenían que ser gay porque no había forma de que Sirius se preocupara tanto por su ropa sin que lo fuera, y que sus modales sólo indicaban lo mismo. Aún así les había deseado suerte, simplemente pidiéndoles que tiraran muchos Silencio! cuando quisieran hacer algo más que besarse, y que no fueran a intentar algo con él (esto por supuesto llevó tacleada de Padfoot, que se dedicó a lamer la cara de James). Desde que Lily había empezado a salir con él, James se comportaba más maduro en muchas cosas, si bien en otras, como en las peleas del Puddlemore United contra el Pride of Portree de Sirius seguían siendo absolutamente infantiles, y eso era maravilloso.

Peter empezó a alejarse de ellos. Fue tan gradual que cuando se dieron cuenta, ya no sabían como y cuando había pasado. Seguía siendo su amigo, y seguía cuidándolo luego de las Transformaciones, pero se sentía extraño. Sirius dijo que seguramente eran los NEWT y los posibles problemas de trabajo, y Remus trató de convencerse de lo mismo, y no que tenía algo que ver con ellos. Una vez, al preguntarle, Peter admitió que se sentía extraño, pero que no era nada que temer. Dijo que esperaba terminar las clases de una buena vez para no tener que tomar nunca más en su vida un libro de transfiguración.

Su sonrisa seguía siendo igual de dulce que siempre y le había ofrecido una rana de chocolate, igual que siempre. No dedicó más tiempo de su paranoia, en lugar de eso disfrutando del último año de niñez oficial que les quedaba. Decía oficial simplemente porque sabía que no iba a importar que un día James y Sirius tuvieran ciento cincuenta años y estuvieran en un ancianato con silla de ruedas y bastón, los dos seguirían comportándose como niños.

No quería graduarse y que todo eso cambiara. Sirius le dijo que no tenía que preocuparse, que lo importante nunca iba a cambiar, y lo había besado.

Trató de concentrarse en eso en esos momentos, y de saber que le estaba tomando la mano por debajo de la mesa, con tanta fuerza que Remus sabía iba a dejarle morados, pero no le importaba en ese momento, quizá porque él estaba devolviendo el apretón con la misma fuerza. No se atrevía a verlo, porque sabía que de hacerlo quizá lloraría, y no quería llorar.

Casi ni quería parpadear, para no perderse esos vitales segundos de la infancia que terminaba. Al terminar, oficialmente serían adultos. Se aferraba a esos últimos momentos a sabiendas que eran granos de arena escurriéndose por sus dedos.

Al menos los dedos de Sirius eran firmes. Eso era suficiente.

Finalmente, cuando todos terminaron de sentarse, el profesor Dumbledore se levantó. Remus observó a los profesores, todos con diversas caras de orgullo. Remus estuvo seguro que parte del brillo en los ojos de la profesora McGonagall eran lágrimas.

- La graduación. Demos gracias a Merlín, la graduación al fin. – decía Dumbledore con los ojos azules brillantes, su túnica revoloteando estrellas, causando unas leves risas. – Aún puedo recordar cuando todos ustedes entraron por primera vez a este Gran Salón para ser sorteados, las caritas asustadas y sorprendidas… grandes cosas se esperaban de ustedes en ese momento. Y esas cosas se han cumplido, y con creces. – la sonrisa del profesor disminuyó un momento, entonces, bajando la mirada. – La oscuridad en la que nos vemos, sin embargo, ha apagado algunas flamas. No están aquí todos los que deberían. En recuerdo a ellos, sus jefes de Casa recordaran los nombres de aquellos que empezaron en este viaje con ustedes, pero no pudieron terminarlo. – dijo el director, apartándose para que el profesor Keetleburn, con todas sus cicatrices y dulces ojos tristes, dijera aquellos alumnos que por muerte o decisión propia, no se estaban graduando con ellos.

Remus bajo la mirada entonces, sintiéndose mal de hacerlo, pero no pudo evitarlo. Porque recordó que cada vez que escuchaba uno de esos nombres una parte de él se alegraba de que no hubiese sido alguno de sus amigos, para entonces odiarse porque se había alegrado de que alguien más lo hiciera.

A muchos no los recordaba, pero cuando la voz de la profesora McGonagall empezó a decir nombres, no pudo no recordar sus ojos, su voz, la risa.

Quiso voltear a ver a Lily, porque durante siete años ellos no perdieron a ninguno de sus compañeros de habitación, pero durante siete años las compañeras de la novia de James murieron una a una.

Elizabeth Thorne, media sangre. James y ella habían compartido su primer (y extremadamente raro) primer beso a los trece años en la parte de atrás de Zonko y luego decidieron que preferían la cerveza de mantequilla y si por favor podían no volverse a besar, y no lo volvieron a hacer para enterarse al regresar de esas vacaciones de Navidad que ella y su familia habían muerto.

Marylin Vance, sangre pura. Su padre era auror, y ella había tenido una risa alegre y candida, y le había tenido pavor a los animales. Peter siempre le había ayudado en esa clase, orgulloso de que la joven le sonriera y le pidiera ayuda. Remus recordó con la sensación de bilis en la garganta que justo antes de vacaciones de Pascua en quinto año su amigo había invitado a salir a Marylin, y la chica le había dicho que sí… pero lo que recordó al alzar la vista para ver a Peter derramando silenciosas lágrimas fue al padre de Marylin, destrozado por la muerte de su hija mayor mientras la enterraban, su hermana menor, Emmeline, quieta con la mirada perdida.

Remus peleó por no apoyarse en Sirius como vio a Lily hacerlo en James, así que simplemente cerró los ojos, tratando de controlarse, agradecido por el hecho de que Sirius esté tomando su mano.

Finalmente, cuando incluso el profesor Nott, jefe de la Casa de Slytherin reportó un alumno faltante (Ethan Tyler. Remus hubiese deseado poder recordarlo) y se sentó, el profesor Dumbledore se puso de pie.

No escuchó sus palabras de aliento y esperanza sobre el futuro, porque en ese preciso momento Sirius limpió su mejilla, como si hubiese tenido una lágrima. Lo volteó a ver, y él le sonrió.

- Todo estará bien.

Remus suspiró, asintiendo, finalmente relajando su mano para voltear a ver al profesor Dumbledore, que había empezado a decir los nombres de los graduados.