A golpe de recuerdo.
Te amaré, te amaré, porque fuiste algo importante.
Te amaré, te amaré cuando ya no estés presente…
Seguirás siendo costumbre
Y te amaré.
Cuando ya no estés presente.
Nunca había creído en las costumbres muggles de su madre de deshojar margaritas. El "me-quiere-no-me-quiere" se había visto un poco ridículo, incluso si sus padres solían decir que así había sido como se habían conocido.
¿Qué podía decir una flor respecto al corazón de alguien más? Eran falsas esperanzas echadas al viento, que más tarde servirían como abono.
Podía llamarse irónico el hecho de que estaba ahí sentado frente a la tumba de sus tres mejores amigos en el cruel día soleado que le quemaba la espalda y el cuello, lentamente deshojando flores pétalo a pétalo, dejando que cayeran a su alrededor en la monótona devastación del blanco, pensando "me-quiere-no-me-quiere" simplemente para no tener que darse cuenta que ya sabía la respuesta.
Peter Pettigrew. Amado hijo y amigo.
James y Lily Potter. Amados hijos, padres y esposos.
Remus no recordaba casi nada del servicio. Había tratado de escuchar las palabras del sacerdote, pero el monótono ritmo de su voz había hecho que perdiera la concentración, casi como si hubiese estado en clase de Historia con el profesor Binns, sólo que no era así, porque él no había perdido la atención en esa clase nunca.
O casi nunca. James, Peter y… ellos siempre habían considerado que era la mejor hora para pasar notas, y a veces dejaba de ser el controlado prefecto y se libraba un poco del control para ser un adolescente normal.
Margarita blanca de muerte, de me-quiere-no-me-quiere, y que era mentira, porque el último pétalo que quedó en su mano había dicho sí. Cuando terminó con la flor empezó a cortar el tallo, viendo las letras talladas que explicaban que lo había perdido todo.
Con un gesto de misericordia, el cielo empezó a nublarse, y pronto la lluvia fue su compañera mientras terminaba de cortar el último tallo que tenía, viendo como todos los pétalos a su alrededor eran destruidos y arrastrados por la lluvia, sus pantalones empapados a pesar de que sus ojos estaban sorpresivamente limpios.
Por primera vez desde que recordaba, no sabía que hacer con sus manos. Para no dejarlas libres se abrazó, apretando como con frío la tela de su gastada túnica negra. Hubiera usado otra, pero todas las demás que tenía olían demasiado a… a alguien más.
Alguien más que los había traicionado y los había matado a todos, y quien en esos momentos estaba siendo sentenciado sin juicio previo. Remus casi no quería cerrar los ojos para no imaginarse la sala – no que la hubiese visto antes más que en grabados, pero daba igual- y sobre todo no pensar en sus ojos y en su voz y en cómo se habían sentido sus manos, porque desde que había pasado todo (¿Cuánto era¿Cuánto era desde que de repente se había quedado tan sólo? No podía ser mucho… pero se sentía una eternidad) no lo había hecho ni una sola vez, y no iba a empezar en ese momento; no iba a desviar sus pensamientos de Lily, James y Peter.
No por él. No cuando luego de todo lo que había pasado lo único que él había hecho había sido reír al haber acabado con todo. No cuando no lo había hecho con él.
Remus finalmente rompió a llorar, sentado en un charco y con la ropa empapada, cuando se dio cuenta de que iba a tener toda su vida para convencerse de no pensar en él, porque era o llorar… o reír.
