Notas iniciales: Queda la advertencia, lo que se viene va a ser impactante, pero antes... a contestar sus lindos mensajes! (Espero seguir teniéndolos luego de este capítulo)
YaShi: ¡Me vas a partir el alma! Con eso tan lindo que me dices... Bueno, no me queda más que recomendarte pañuelos faciales, porque esto se va a poner peor. (La verdad he hecho un contrato con una fábrica de pañuelos, y me aseguraron empleo de por vida si hago llorar a medio mundo XP) Ejem... Yo soy de la teoría de que uno tiene que pasarlas duras y feas para que aprenda a valorar lo que tiene. ¿Terminarán bien? Pues... lee, simplemente lee.
Number6: Je! Son actores improvisados, según mi alocada perspectiva (Me encantó esto por el capítulo Amor de verano y recuerda cómo terminó ese capítulo) El fict de aventuras vendrá inmediatamente termine este de aquí, que constará de unos seis o siete capítulos. No pienso alargarme mucho, luego esto se vuelve tedioso.
Bonny: Oh, eres una belleza con esas lindas palabras, me halagas. Sí, trataré de no demorar mucho, más aún cuando tengo mis hormonas de drama/romance alteradas.
Sarahi: Bueno, Helga provocativa je... recordaba el capítulo en que ella intentó darle celos a Arnold con Stinky pero no le funcionó, ahora hice que sí. Y sí, era Stinky el que no sabía qué mismo pasaba. (¡Me encantaron tus expresiones finales!)
SpriteSux–MountainDewReignsSupreme: n.n Thank you!
Recuerden que los quiero mucho, que hay un gran abrazo a quienes leen el fict y doble a quienes dejan review n_n
Capítulo 03: Herida mortal
Arnold se acomodó mejor la gran mochila en su hombro. Helga por su lado terminaba de guardar el abrigo rosado de ella y la chamarra azul marino de él en un pequeño bolso. La verdad jamás los usaron, y el motivo por el cual estaban fuera del bolso era cuando buscaban un jabón perfumado.
– ¿Lista? – preguntó Arnold mientras Helga se colocaba el bolso alrededor de su pecho.
– Claro – le respondió con una amplia sonrisa.
El semblante de Helga había cambiado respecto a la noche anterior. Era demasiado obvio. Se la notaba más alegre, menos perturbada y molesta. Arnold no sabía exactamente si eso se debía a que ella se dio un espacio sin su familia o por haber profundizado su relación amorosa.
Helga se apoyó en su brazo para subir la loma. Las pisadas sobre el césped eran delicadas y firmes al mismo tiempo. La brisa cálida que recorría y movía todo a su paso era fresca y con olor a pino.
Pronto llegaron al automóvil de Arnold, el que había logrado comprarse apenas consiguió su permiso de conducir. No era un auto de lujo, el rubio quería lo preciso para movilizarse desde la oficina hasta su casa. Luego, cuando comenzó su relación con Helga, también lo usaba para pasar por la compañía de localizadores de su padre.
Hace algunos meses que Bob quiso que sus hijas trabajaran con él, para cuidar el patrimonio familiar. Y Helga ahora no sólo soportaba en casa a la hija perfecta, sino que también tenía que tragarse a la empleada del mes, la vendedora de mayor éxito, la mano derecha de papá, la hija predilecta del dueño.
La relación familiar empeoró bastante, y si no fuera porque el trabajo le daba tiempo y dinero para conseguir su título en Licenciatura en Redacción, hace mucho que Helga hubiera dejado la compañía.
Arnold se sentó frente al volante mientras Helga abría un pequeño estuche que estaba frente al lugar del copiloto. Del mismo la rubia obtuvo un lápiz labial rojo intenso, con el cual comenzó a pintarse los labios. Arnold la contempló por unos instantes, mientras ella terminaba de maquillarse.
– ¿Algún problema? – indagó ella sintiéndose observada.
– Demasiado rojo – comentó Arnold.
Helga soltó una exclamación de 'Está bien' cuando buscaba en su cartera un pañuelo facial con el cual bajar la tonalidad del labial. Pero Arnold le toma las manos, la hala hacia él y le brinda un cálido e intenso beso. Luego él se pasa el dorso de la mano por sus propios labios, para quitarse los rastros del labial de Helga.
– Mucho mejor – le dijo Arnold antes de besarle la mejilla.
– A veces eres tan impulsivo – dijo Helga dándole un beso en la punta de la nariz, y luego acariciándosela con el índice de su mano.
– ¿Y eso te molesta?
Helga dejó escapar un profundo suspiro antes de contestarle.
– Me deja paralizada – Ella sonrió cuando Arnold la atrae hacia él y la obliga a recostarse en su hombro. Por supuesto que la rubia estaba en total acuerdo con la idea, por eso no renegó – Y no sé cómo actuar.
Arnold atinó a deslizar sus dedos entre la rubia melena de su novia, con el afán de acariciarle la cabeza. La otra mano la tenía ocupada sobre el volante del automóvil mientras lo ponía en marcha.
En pocos minutos ya estaban en la ciudad. El ruido de los chicos jugando, el tráfico liviano, algunas tiendas abriendo su atención al público... Posiblemente estaban alrededor de las ocho y media o nueve de la mañana.
– ¿Tenemos que regresar de inmediato a mi casa? – indagó Helga dejando que las caricias de Arnold en su cabeza siguieran grabándose en lo profundo de su alma, junto al amor que ella le tenía.
– Sería lo normal. Seguramente están preocupados por ti – contestó Arnold tratando de sonar lo más reconfortante posible – Debimos decirles que ibas a dormir fuera –
Él dejó su cabello cuando se estacionaron frente a la casa de Helga, pero la mano la colocó sobre el hombro de la rubia.
– Buenos días, Arnold... ¡Oh! ¡Hermanita! Aquí has estado, pensé que aún dormías en tu habitación y no quise ir a buscarte para despertarte – dijo la mayor Pataki apenas se asomó a la ventana del vehículo – He comprado harina para preparar un pastel de chocolate, también tengo todo lo necesario para realizar un delicioso flan de vainilla y así, comiendo en la terraza de la casa, hacer las paces contigo.
Arnold quiso retirar sus palabras sobre que su familia debía estar preocupada por ella. Helga bajó la mirada mientras se mordía el labio inferior entre el coraje que le daba el que ellos no se hayan percatado de su ausencia y lo estúpidamente melosa e ingenua que puede comportarse Olga.
Olga puso su mejor expresión de tristeza mientras le hablaba a Arnold.
– Helga y yo tuvimos algunas diferencias ayer en la tarde, pero ahora platicaremos con mayor calma y en nuestra casa gobernará la hermandad que siempre ha existido.
Helga respiró fuerte y profundamente, mientras mentalmente contaba hasta 10, como Arnold le había recomendado en anteriores ocasiones.
– Sí... Sí... Por supuesto – le respondió Arnold tratando de sonar lo más amigable posible – Pero... espero que me permitas robarme a tu hermana un par de horas... mis abuelos están con todas las ganas de volver a verla.
– ¡Oh, Sí! ¡Por supuesto! – Olga se llevó las manos a una mejilla, en un gesto claramente idéntico a como reaccionaba Lila. Tan dulce, tan delicada... que a veces parecía irreal – Yo les diré a nuestros padres. Cuida mucho a mi pequeña hermanita.
Y extendió la mano para sacudirle la cabeza, como si la menor Pataki fuera un tierno e indefenso cachorrito.
– Arnold nos están esperando... – dijo Helga apretando los dientes – ¡Ya arranca el auto!
– Nos vemos, Olga – dijo Arnold e hizo un ademán de despedida con la mano izquierda, la que tenía en el volante, puesto que en su brazo derecho aún reposaba el cuerpo de Helga.
– ¡Cuida mucho a mi hermanita! – A Olga se le escuchaba el grito hasta dos cuadras a la redonda – ¡Es muy frágil y tierna! ¡Y sobre todo te ama! ¡Duerme con una foto tuya pegada al pecho!
Helga sintió que toda la sangre se acumulaba en su rostro mientras clavaba su mirada en el cierre de su bolso que estaba al otro lado de ella, justo en el cual estaba guardado celosamente su medallón con la foto actualizada de Arnold.
A Arnold el comentario le pareció gracioso, e incluso estuvo por decirle que no debería abochornarse por ello (si acaso fuera cierto, Arnold no sabía nada del medallón), puesto que él tiene una foto de ella pegada en la esquina del monitor de su computadora.
Pero la sonrisa se borró del rostro de Arnold cuando vio una patrulla estacionada frente a la casa de huéspedes.
– Oh, no – exclamó desanimado el joven mientras se estacionaba detrás del auto de los policías – Espero que pronto consigamos más huéspedes. Mi abuela está demasiado inquieta desde que cada uno de los inquilinos buscó su propio espacio.
El matrimonio de los Kokoshka no podía seguir en la casa de los huéspedes Sunset Arms, no cuando los trillizos de Oskar y Suzie perturbaban la tranquilidad. Y aunque fue sorpresivo el cambio en la vida de esta pareja, al menos fue para bien. Oskar se preocupó porque sus retoños sean felices y crezcan con una buena educación. Por ello consiguió trabajo. Y por sus hijos es capaz de ponerse así sea de portero de una escuela o albañil en un edificio en construcción. Ya tiene un impresionante récord de cuatro años sin estar desempleado y la verdad, ninguno de sus conocidos quiere tentarlo a cambiar de vida.
El señor Hyunh finalmente se cambió a la casa de su hija Mai, luego de que esta le anunciara que ya era abuelo. El hombre quiso recuperar con su nieta la niñez que había perdido con su hija.
Nadie sabe qué pasó exactamente con el señor Smith. Tan misterioso como siempre, se marchó un día sin dejar rastro alguno. Afortunadamente no se comportó como un canalla y dejó cancelada todas las deudas que tenía con la casa de huéspedes.
Y finalmente el señor Potts se casó con su alta y esbelta modelo. Debido a los viajes constantes que ella tenía por sus contratos, Ernie se vio obligado a seguirla. Según la última postal que recibió Arnold, él dedicó a la arquitectura y en ratos libres a esculpir en yeso la imagen de su hermosa esposa.
Con el trabajo de Arnold en la empresa del padre de Gerald ya no era necesario que siguieran alquilando habitaciones en la casa de huéspedes, pero el lento alejamiento de cada uno de los que habitaron hicieron sentir tan vacía la casa, que el anuncio de Se alquilan habitaciones era puesto cada día por su abuelo.
Y ahora esto. ¿Qué nueva locura se le habrá ocurrido a su abuela?
Arnold admitía en su interior que su abuelo simplemente debe amarla, después de las mil y un aventuras que le ha hecho pasar.
El rubio de inmediato fue hacia el otro lado de su automóvil, con la clara intención de abrirle la puerta a su novia, Helga salió de inmediato del auto y se hubiera abrazado a Arnold, de no ser que Gerald estaba reunido con los policías.
¿Tan grave era la situación que el mejor amigo de su novio estaba presente?
Quizá sea porque Arnold no se encontraba ahí.
– Él es el nieto de Phil y Pookie – dijo Gerald desviando la mirada brevemente hacia su amigo, y luego volviéndose hacia Phoebe, quien estaba con el rostro oculto entre sus manos. Helga brincó. Esto simplemente era alarmante.
Más allá, un policía estaba cerca del señor Green, quien se limpiaba el rostro con su mandil verde. El carnicero tenía los ojos rojos y bañados en lágrimas.
– Marty Green – repetía levemente mientras veía cómo el policía anotaba en un mini–bloc. El hombre vestido de azul asintió y fue directo hacia los otros que rodeaban a Gerald, quienes esperaban a que Arnold terminara de acercarse a ellos.
El que parecía superior entre todos los uniformados extendió la mano, el hombre que anotaba le dio el bloc.
– Veamos... – dijo dando unas vueltas hacia atrás – ¿Es usted Arnold... – el hombre frunció el entrecejo notablemente molesto– ¡Johnson, tienes una pésima caligrafía! ¿Qué rayos dice aquí?
– Soy Arnold – le replicó el rubio de inmediato, queriendo que esa horrible sensación de su pecho se diluyera de inmediato.
– Según el informe tenemos que el señor Green se acercó a la puerta de 4040 Vineland, a las seis horas antes del meridiano, con el fin de entregar tres libras de carne fileteada y dos costillas, por encargo de Phil, el administrador de Sunset Arms – Arnold asentía con rapidez ante cada palabra, quería ya de una vez que soltara lo que tenía que decir. – Según el señor Green, estuvo tocando el timbre principal por casi quince minutos, sin esperar respuesta alguna, por lo que procedió a llamar a la policía, puesto que se le hacía sospechosa la situación.
– ¿Qué pasó con mis abuelos? – preguntó Arnold sintiendo que el corazón quería escapar de su boca.
– ¡Oh! Arnold – se escuchó a lo lejos la voz de Lila quien corría aceleradamente hacia el grupo – ¡He venido apenas me he enterado! ¡Lo lamento tanto!
«¿¡Enterarse de qué!?» pensó fastidiada Helga apretando los dientes, conteniendo enormemente de alejar las manos de Señorita Perfección de los hombros de su novio. Si no fuera porque el cretino policía le estaba dando vueltas al asunto.
–... debimos forzar la puerta de la entrada principal, entonces hallamos a sus abuelos aparentemente dormidos frente al televisor que estaba encendido en un canal sin señal.
Arnold parpadeó algunas veces soltando una extraña risita nerviosa.
– ¿Dormidos frente al televisor? ¿Y eso qué tiene?
En el fondo algo se lo había dicho, pero quería escucharlo directamente de la boca del tipo. Los ojos comenzaron a picarle terriblemente.
– Sus abuelos fueron hallados sin vida.
Las palabras retumbaron en la mente de Arnold. Hicieron eco en lo más profundo de su ser... Y se perdieron en el vacío.
El rubio atinó a mirar a Gerald, percatándose por primera vez del llanto inconsolable de Phoebe. Luego sintió que Lila se echaba sobre su hombro, para también llorar.
– ¿Está bromeando? – atinó a soltar Arnold fastidiado – ¿Y qué demonios ocurrió?
– El informe preliminar declara muerte natural.
Arnold se llevó las manos a la boca, conteniendo las ganas de gritarle al policía, o quizá aguantando las ganas de quitarse a Lila de encima.
¡No! ¡Eso no podía estar pasando!
¡Eso no debía estar pasando!
Helga se llevó una mano al cabello, como llenándose de valor, y le quitó toscamente a Lila de encima, quien no se sintió ofendida por la actitud de la rubia, y atinó a apoyarse en un policía cercano.
Arnold miró a Helga. Quiso emitir un gracias por ahorrarle el trabajo.
Pero la palabra no se formaba en su mente.
Lo único que tenía bien claro era el grandioso nieto que resultó ser. Justo en el preciso instante en que sus abuelos lo necesitaban él no estaba para ellos. Seguro que estuvieron agonizando toda la madrugada, posiblemente si Arnold no se hubiera ido, se hubiera percatado de que algo andaba mal con ellos, los habría llevado a una clínica y ahora estarían riéndose del susto del momento.
La ira lo invadió, la impotencia le inundó cada célula de su ser.
– Oye, viejo – de pronto Arnold sintió la dudosa mano de su amigo en el hombro. Arnold le miró con intenso odio, como si él fuese el culpable de todo lo sucedido.
– ¿Y ahora qué? – rugió Arnold irritado.
Gerald quitó la mano de encima del hombro de Arnold. Helga dio dos pasos hacia atrás y pareció interesada en la estructura del piso.
– Sólo queríamos... sólo... – Helga sentía que sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas, la voz le tembló terriblemente y no lograba expresarse como era debido.
– Termina ya de una vez de decir lo que tengas que decir – le recriminó Arnold duramente – No tengo toda la maldita vida para esperarte.
– Nada – gimió Helga evitando la mirada de Arnold.
Helga se chocó con Phoebe al seguir retrocediendo. La joven de lisa melena azabache había dejado de llorar al escuchar a Arnold con aquel tono tan frío y distante.
Arnold sintió claramente que le había hecho daño a la rubia. Pero en su mente no se mostraba alguna palabra de disculpa, mucho menos quería salir a flote algún signo de arrepentimiento. Lo único que sentía era desolación e ira.
Y quería transmitir dolor y rabia.
Arnold volvió su mirada hacia el oficial, quien parecía estar acostumbrado a ese tipo de reacciones.
– Si no tiene nada más que informar entonces me largo.
Arnold no esperó respuesta alguna, dio media vuelta e ingresó por la derrumbada puerta de Sunset Arms, sintiendo como nunca antes el vacío de esa casa de huéspedes.
Los policías comenzaron a subir a la patrulla, dejándole una nota a Gerald en la cual indicaban en dónde estaban los ancianos, y de paso ofreciéndose a llevar a Lila a su hogar, porque parecía que la castaña no podía dar ni un paso más.
– Quizá... tal vez es mejor dejarlo solo – dijo Phoebe al notar el líquido que recorrían el rostro de su amiga, quien cerraba los ojos con fuerza, como si así lograría detener sus lágrimas.
– Falsedad – replicó Helga con la voz entrecortada, intentando respirar con normalidad, pero sentía como si le estuviesen aplastando el cuello.
– No, Helga... No te sientas mal... Arnold ahora necesita tu apoyo, esto debe ser muy difícil...
– Arnold–no–quiere–MI–apoyo – soltó Helga deslizando sus manos por su rostro, dolida por la noticia, fastidiada por sus lágrimas, y herida por la actitud de su novio – ¡Todo esto que tuve con Arnold fue una estúpida falsedad! ¡La prueba acabas de verla! ¡Al él le importa un cuerno si nos aplasta un camión en este instante!
– Helga... sólo es cuestión de... – intentó interrumpirla Gerald.
– De nada – le cortó ella al instante – Arnold no quiere saber nada... Y yo no tengo las fuerzas suficientes para enfrentarlo.
La rubia de inmediato comenzó a recorrer la ruta que la llevaría a su casa, sintiendo que las lágrimas empapaban más su rostro.
Gerald miró brevemente a Helga, luego a Phoebe.
– ¿Crees que Arnold en verdad sea inaccesible? – le preguntó preocupado. Phoebe hubiese querido tener la respuesta a aquella pregunta.
Aunque la respuesta real jamás hubiera querido imaginarla.
Dentro de Sunset Arms se encontraba Arnold, encerrado en su habitación, reprochando al destino su suerte, lamentando el no haber podido hacer nada por sus abuelos, cuando se la pasaba preocupado y salvando por media humanidad.
Si tan sólo... si tan sólo se hubiera preocupado más por ellos... Si tan sólo le hubiese importado un bledo lo demás. Que al resto del mundo le hubiese partido un rayo, con tal de vivir más con sus abuelos.
Arnold estaba sintiendo pesadez en sus ojos. Las lágrimas no podían salir por más que su alma lo pidiera a gritos.
– Arnold... Arnold...
Al escuchar su nombre el joven se sentó abruptamente en su cama. La voz era masculina y con un suave eco.
– ¿Estás seguro de lo que deseas, Arnold? ¿Quisieras no haberle prestado atención a los demás con tal de estar más pendientes de lo que te queda de familia?
Arnold se restregó los ojos. Luego, con una firmeza total respondió:
– ¡Claro que sí! ¡Desearía haber estado más con mis abuelos, y no haberme metido nunca en los problemas de los demás!
– Oh, Arnold... tal vez eso no hubiera sido bueno.
Y una imagen comenzó a formarse delante del joven. Una delgada imagen de un hombre calvo, con una sonrisa triste enmarcada en su arrugado rostro.
Continuará...
