Notas iniciales: (Hikari está simplemente asombrada) ¡Jo! Veo que nos encanta el drama y la tortura, ¿No? Me emociona ver que les esté gustando esta historia, a pesar de todo lo que ha pasado. Hoy 25 de diciembre, en señal nacional, vi nuevamente el capítulo navideño de Hey, Arnold (uno de mis predilectos, pero nadie le gana a Matrimonio) ¡Y ando muy emocionada! Pero tuve que dejar ese semblante de romanticismo para la sección de Harry Potter.

Natty: (Esto es del segundo capítulo) De los pocos ficts que he leído de Arnold es la pobre de Helga la que pasa por la declaración, así que (de una forma algo diferente) quise dar un cambio. Espero que la historia te siga pareciendo... Ummmm... Bueno, linda no puedo decir, sino más bien interesante.

Celen Marinaiden: ¡Muchas gracias! ¡Estoy contenta de tenerte por aquí! ¡Espero que no te pierdas!

Number6: ¡Sí! El fict se puso bueno! Y no eres el único maloso aquí n.n He aquí la idea del fict ¿Qué hubiese sido del mundo si Arnold no se preocupara por nadie? Para ello tuve que aventurar a que él pensara en esa posibilidad. ¡Jo! Tienes razón, Olga no le da ni una. Y sobre los huéspedes... Bueno, a Oskar es lo mejor que le puede pasar (En lo personal me cae muy mal) y era necesario que no estuvieran en la casa de huéspedes para hacer más fuerte el impacto. Y sobre Babewatch (Nenas de la Bahía) Pues a mí me pareció que eso era una mini–parodia de la serie Guardianes de la Bahía, además Arnold necesitaba respiración boca a boca... y nuestra linda socorrista sacó a la barbie de medio (Me encantó cuando el director decía Corte... corte)

YaShi–mgj: ¡Sí, sí y sí! ¡Tengo contrato de por vida! Ejem... Tienes toda la razón. Arnold está cegado por el dolor y Helga, lastimada y terca. Y así es, su abuelo viene de visita. Ahora, de ahí a que Arnold cambie de opinión... sólo lee (PD: Sí, Lila a mí me cae taaaaaan bien y esto fue sarcasmo, por si acaso xD)

Bonny: Oh, lo lamento tanto, no quise llegar demasiado con esta historia. Esto es sólo fict, locura de mi divagadora mente, espero que el desarrollo de esta historia te sea agradable, estaré ansiosa de leer tu comentario. La actualización no creo que demore tanto, la idea la tengo bien metida en la cabeza (y debo aprovechar cuanto antes mi loca inspiración) y con comentarios tan lindos como el tuyo entonces me pongo a escribir. ¡Besos y abrazos!

Sarahi: Hello! Me alegra que le veas todo lo bueno a las cosas, pero... ¡Arg! Ni me recuerdes esa parte que tuve que escribir, aunque los detalles son detalles. Y hay que comprender a Arnold, el impacto fue fuerte y no logró pensar bien. Y me encantó que resaltaras que Helga le ama y está viva, y tienes mucha más razón al asegurar que las cosas suceden por algo. Y sobre el final... pues no te queda otra que leer.

Shinji Langley: Según mi fict Arnold trabaja en la empresa del padre de Gerald. ¿Haciendo qué? Ni idea, puede ser su asistente personal, o de oficinista. O quizá sea el psicólogo del edificio XP Y Helga (según el fict) está estudiando Redacción, para obtener una Licenciatura y... comenzar su vida de escritora (Igual que el otro fict, lo sé, pero no la veo en otras que no sea en escribir con esa pasión que sólo ella sabe) De cuando en cuando estos dos rubios han caído en escenas de obras de teatro, alguna producción local en la que justamente necesitaban a dos actores para una intensa escena de beso (Claro, el elegido era Arnold y Helga se encargaba de sacar a las demás de su paso XP) Cualquier otro detalle que pueda contestar lo haré con mucho gusto. ¡Cuídate!

Celen Marinaiden: (Again XP) Insisto, adoramos el drama, ¿No? ¡Je! ¿El sigue así se refería a que siga separando a Arnold y Helga? (Hikari acá escucha la queja y capta el mensaje) ¡No te pierdas!

Natty: (Again, too) ¿Se te acabaron las lágrimas? ¡No! ¡Ahora nadie más comprará pañuelos!... Ejem... Me estás haciendo dar remordimiento de conciencia con el pobre rubio, traté de dar una perspectiva creíble de una situación que tarde o temprano debía enfrentar, además... tengo unas locas ganas de hacer sufrir al cabeza de balón (Hikari adquiere un semblante de chica maliciosa que ni ella misma conocía) ¡Te envío muchos abrazos! ¡Y no te pierdas la actualización!

Recuerden que los quiero a montón, que espero que hayan pasado una preciosa navidad, que se preparen para un impactante y emocionante año nuevo... que les doy doble abrazo a quienes aún tienen ganas de leer el fict y triple para quienes dejan review n.n


Capítulo 04: ¿Te gustaría?


El hombre le miró con una mezcla de tristeza y nostalgia al mismo tiempo. Aún portaba su pijama, a pesar de que no lo va a necesitar nunca más.

– Abuelo – dijo Arnold parpadeando algunas veces para cerciorarse de que no estaba alucinando... o quizá ya se había vuelto loco – Abuelo... esto es... Tú estás...

Arnold colocó su cabeza entre sus manos y se agarró la cabeza. Las ideas se golpeaban con fuerza, el dolor no se iba, pero parecía menguar lentamente.

– ¿Qué hay de malo en la muerte? – le dijo Phil sentándose junto a él. Si tan sólo hubiera tenido algo de cuerpo físico y no fuera tan transparente, entonces la cama hubiera cedido ante su peso.

– ¿Qué hay de malo? – preguntó Arnold dolido – ¡Abuelo! ¡La abuela y tú son todo lo que tengo!

Phil se rascó la cabeza, en señal de meditación.

– Me pareció que has estado saliendo con una muchacha... Si mal no recuerdo, la de una ceja – El anciano se hizo una línea imaginaria en su frente – ¿Recuerdas? La que está perdidamente enamorada de ti desde que eran unos muchachitos.

– Helga jamás ocupará el sitio que ustedes tienen – replicó Arnold desviando la mirada hacia el piso. No se sentía bien mirando a su abuelo, no cuando ahora él es un fantasma.

– Yo no te discuto eso, Shortman– le dijo Phil inclinándose ligeramente para verle el rostro – Después de todo... Pookie y yo somos tus abuelos, y ella es tu nov...

– Ya no, abuelo – le cortó Arnold arrimándose más en sus brazos – La alejé de mi vida para siempre.

– ¿Y estás feliz con eso? ¿El tratar mal a tu novia hará que volvamos a la vida?

Arnold volvió su mirada hacia su abuelo. Cuando estaban vivos jamás le escuchó hablar con tanta seriedad. Siempre salía con sus tonteras como 'No comas frambuesas en el desayuno' Pero ahora... le estaba hablando con total razonamiento.

– Abuelo... ¿Eres tú? – preguntó Arnold extrañado – ¿Por qué justo ahora puedo escucharte hablar de esa manera?

Phil le miró y apenas pudo sonreírle.

– Porque siempre mostraste más cordura que yo – le dijo el anciano – Siempre que hablamos tú sabías lo que tenías que hacer, así yo te indicara lo contrario. Te dije que eres una persona milagrosa, que estabas para apoyar a los demás... Pero ahora... estás pidiendo algo que quizá no debas.

– ¿El qué? ¿El pedir haber estado con ustedes anoche? – preguntó Arnold perturbado – ¡Yo pude haberles salvado la vida!

– Arnold... creo que no hay forma de que comprendas hasta que no lo...

– ¡Soy el espíritu de la Navidad Alternaaaaa! – se escuchó una roncosa, fuerte y fémina voz.

Arnold sobresaltó al escucharla. No por miedo, sino de emoción infinita. Nunca antes creyó que adoraría escuchar un nuevo arrebato de ella. El palpitar de su corazón se incrementó más aún cuando distinguió a una anciana, pero nada indefensa, mujer flotando sin cesar por toda la habitación.

– Pookie, ¡Ya cálmate! – le dijo Phil frunciendo el entrecejo aparentemente enojado – Estoy hablando con nuestro nieto.

– Oh... Arnold... ¡Mira!¡Mira! – le dijo la mujer deslizándose por toda la habitación – ¡Estoy volando y surfeando al mismo tiempo!

– Por favor – le insistió Phil – ¿No ves que nuestro pequeño está muy mal?

Estas palabras parecieron hacer reaccionar a la anciana, quien se acercó hacia el rubio, flotando en el aire como si caminara.

– ¿Te sientes mal? – le preguntó con los ojos entristecidos, pero su semblante cambió al instante por uno mucho más animado, como es característico de ella – Llamaré entonces a Helena de Troya, ella siempre tan pendiente de ti, mi Lord.

– Déjala – le pidió Arnold al ver a su abuelo levantarse hacia ella, seguro con toda la intención de tranquilizarla.

– Bien, volvamos a nuestro asunto, Arnold – Phil se volvió hacia su nieto y suspiró con pesadez – Antes que nada quiero que sepas que podré hablar contigo y sólo contigo. Claro, tu abuela también podrá hablarte. De ahí nadie más nos escuchará, peor aún nos verá.

– ¿De qué estás hablando? – preguntó extrañado el rubio incorporándose de su asiento – ¿Acaso...?

– Tu deseo será cumplido, pequeño saltamontes – dijo su abuela, adoptando la pose de un genio de una lámpara maravillosa.

Arnold parpadeó un par de veces. Esto definitivamente era otra locura de su abuela... aunque su abuelo parecía seguirle perfectamente en la idea.

– Sólo espero que aprendas mucho de esto – le dijo Phil mientras todo se volvía blanco.

Arnold ni siquiera tuvo tiempo de preguntar o decir algo. Lo único que pudo hacer fue sacudir la cabeza un par de veces antes de acostumbrarse al ambiente.

Estaba en un salón blanco. Las paredes, el piso, el techo... ¡Estaba en la sala de espera de una clínica!

Pero no se encontraba solo. Un montón de personas lo acompañaban, la mayoría con los ojos llorosos, pero guardando absoluto silencio.

Arnold reparó de inmediato en que su abuelo, aún como lo había visto cuando estaba en su habitación, estaba junto a él.

– ¿Qué está pasando? – le murmuró Arnold a su abuelo fantasmal mientras miraba a la familia Berman arrinconada y abrazada envuelta en un mar de lágrimas – ¿No se supone que todo debía ser diferente?

Lección Número Uno: El que tú hayas decidido no prestarle atención a los demás, no implica que tu abuela y yo sigamos con vida en este preciso día.

Arnold miró furioso hacia su abuelo.

– Entonces... ¿Qué hago aquí? – preguntó confundido – ¿De qué me sirve todo esto si ustedes siguen muertos?

– Eso tendrás que descubrirlo por ti mismo – le dijo el anciano, y luego le mostró a todos sus amigos, quienes estaban dispersos en sub–grupos, llorando y lamentándose. – Todos ellos está aquí por tu abuela, quien hizo algunas de las cosas que tú debiste haber hecho, como salvar nuestro vecindario.

Arnold sacudió la cabeza en señal de confusión. Y su abuelo se dio cuenta de ello.

– Para todos los demás eres simplemente el nieto de Pookie, la heroína del barrio. Es por ello que todos están aquí, lamentando su muerte – justo que Phil decía estas palabras y su esposa se deslizaba alegremente entre todas las personas, saludándolas alegremente aunque éstas no le respondieran – Pero no todo es igual. Nota algunos cambios en tus amigos.

Y Arnold se percató que todos los grupos de personas parecían rodear a Rhonda, quien hacía muecas de fastidio ante la enfermera que le arreglaba una uña.

– Tenga mucho cuidado – le dijo con desdén mientras le quitaba la mano, luego se la volvía a entregar – Y apúrese, tengo que estar en mi clase de música clásica en piano dentro de veinte minutos.

Fue entonces cuando Sid, notablemente furioso e irritado, dio dos pasos al frente.

– Escucha bien, pedazo de ricachona – le dijo mientras deslizaba la manga de la camisa por sus ojos rojos e hinchados de llanto – Estamos reunidos por la pérdida de una gran mujer, y todos aquí somos sosos, geek... como demonios quieras llamarnos, y será mejor que te largues de aquí, porque ahora sí no nos vas a sacar ni con tus guardias privados.

Rhonda hizo como si no le hubiera escuchado, pero el rojo de la ira que invadían sus mejillas decía todo lo contrario.

– Siéntete halagado que alguien elegante y cool como yo me dirija a una cosa como tú – dijo mordazmente, y con toda la intención de hacerlo sentir mal – Estoy aquí porque mi manicurista tuvo que irse a Gran Bretaña, a aprender nuevas técnicas para el correcto tratamiento de mis manos, así que tuve que venir a esta clínica porque es la más cercana a mi mansión. Mi uña se quebró y requiere de un cuidado inmediato.

– Maldita bestia ridícula – masculló Sid mirándola con un profundo odio.

– No hace falta que te me presentes – replicó Rhonda altivamente – Eso se nota a leguas.

Sid abrió la boca, seguramente para gritarle, como delataban sus puños cerrados y las venas latientes de su sien, pero Arnold se interpuso entre ambos, movido por su espíritu de 'no problemas'

– ¡Ya compórtense! – el rubio les habló a ambos con firmeza – Estamos en una clínica... Y si eso no es suficiente para ustedes entonces tengan respeto por mis abuelos.

Arnold sonrió levemente al ver cómo Sid se volvía a reunir con su padre. Pero la sonrisa se le desvaneció al percatarse que Rhonda le miraba como si fuese un extraterrestre repugnante y baboso.

– No sé quién rayos te creas, muchachito. O seguro que no me conoces – dijo mientras deslizaba su mano libre por su cabello negro y liso, para después volver su mirada a la enfermera que le limaba la uña – Soy Rhonda Wellington Lloyd y nadie en esta ciudad, ni en este país se dirige a mí con tanta imprudencia como lo hiciste tú.

– ¡Esto es absurdo! – exclamó Arnold negando con la cabeza ante tanta soberbia de parte de la joven. Nunca antes él hubiera imaginado tanto desdén y desprecio.

– No te esfuerces... – le dijo Sid frunciendo el entrecejo, siendo demasiado obvio que él buscaba recordar el nombre del rubio – ... ella siempre ha sido así, seguro que faltó a clases de humildad y valores humanos.

– Árbol que nace torcido, nunca su tronco endereza – comentó Harold recostado en el regazo de su madre, quien le daba unas palmadas consoladoras en el hombro – Por cierto... ¿Cuál es tu nombre?

El rubio sintió una punzada desagradable en la boca del estómago.

– Arnold – le dijo con desánimo.

– Ah... Trataré de que no se me olvide – respondió Harold mientras pasaba una manga de su camisa por el rostro – Tu abuela era una grandiosa mujer.

Arnold miró levemente a Harold, y fue cuando reparó que Jerry, su padre, le acomodaba un diminuto sombrero sobre la cabeza.

– Ella ayudó a Harold a reencontrar su camino – continuó Marilyn mirando orgullosa a su hijo.

Físicamente Harold no había cambiado, en comparación con el Harold que Arnold conocía. Lo único que diferenciaba a este joven Berman del normal joven Berman para Arnold era que a Harold se le veía tan dolido por estar en el sitio, como si la esposa de su abuelo Phil hubiera sido la tía de Harold.

Arnold se sentía más confundido en el sitio. Estaba rodeado de tantas personas que él conocía demasiado bien, pero al mismo tiempo, y en estas circunstancias, cada una era un mundo nuevo lleno de historias que él no protagonizó.

– Esto es estúpido, abuelo – murmuró Arnold caminando lentamente hacia un rincón – El mundo no pudo haber cambiado por el simple hecho de que yo no quiera estar en sus vidas.

Segunda lección: Una persona sí puede cambiar la situación del mundo con sus acciones – respondió Phil, quien no se molestaba en bajar la voz como su nieto, porque simplemente nadie más que él le escuchaba. El anciano le colocó una mano en el hombro al rubio, pero el joven no sintió nada – ¿Acaso no te has dado cuenta de que te faltan algunas personas?

Arnold miró nuevamente a su alrededor.

Prácticamente todo el barrio estaba en la habitación. El señor Green con su mandil de carnicero, el señor Harvey mirando de cuando en cuando la hora en un reloj de forma triangular, (seguro que pidió permiso en el Correo para estar ahí) la señora Vitello armando un inmenso arreglo floral, el señor Potts, quien tenía estampado en una camisa la imagen de cierta modelo de la farándula y que Arnold se percató al instante que Ernie ni siquiera la conocía. Y en cada extremo de la habitación estaban los Kokoshka (¿Se habrán divorciado?) Oskar se lo veía desaliñado y despreocupado. Suzie estaba muy delgada, ojerosa y con un semblante de coraje contenido.

Entonces Arnold se dio cuenta.

No estaban ni Gerald, ni Phoebe, mucho menos Helga.

Arnold estuvo por preguntarle a su abuelo sobre el paradero de las 3 personas más cercanas a él, sin embargo esto no fue necesario, porque su abuela se adelantó con sus gritos.

– ¡Helena de Troya! ¡Helena de Troya! – la mujer brincaba sin cesar, como si en esos precisos instantes estuviera llena de vida, joven, radiante, y acabara de ver a Dino Spumoni.

Arnold se volvió hacia la rubia que estaba en la entrada. Inconscientemente le llegó la idea de que Helga entraría en la habitación, se abalanzaría contra él e intentaría reconfortarlo con algunas de sus frases llenas de vida y aliento.

Pero la rubia volvió sus pasos hacia afuera de la sala.

Y la abuela de Arnold no perdió ni un sólo segundo en ir detrás de ella mientras le gritaba algunos nombres de mujeres famosas en la historia. Arnold fue detrás de su abuela quien le servía de guía hasta encontrarse con la rubia, puesto que la menor Pataki caminaba aceleradamente.

– ¡Helga! – finalmente la llamó Arnold logrando detener el acelerado caminar de la rubia.

Ella portaba una larga bata blanca, de mangas cortas. Alrededor de sus brazos tenía unas vendas sujetas firmemente con unos imperdibles pequeños y dorados. El cabello lo llevaba suelto y apenas le rozaba los hombros.

La joven se volvió hacia Arnold, quien notó al instante la misma mirada que vio cuando le gritó hace unos instantes atrás, cuando estaban al frente de Sunset Arms. Tenía unas ojeras claramente enmarcada en el rostro, estaba pálida y delgada.

– ¿Quién eres? – le dijo indiferente. No denotó alegría en su tono, menos tristeza.

La pregunta, aunque él ya se la esperaba, sonó tan fría y vacía. Los sentimientos que Arnold tenía hacia ella brincaron en su interior, y estuvo muy tentado a acortar la distancia entre los dos para pedirle disculpas por haberle tratado tan mal cuando era obvio que ella sólo intentaba reconfortarlo.

Pero ella no era Helga. No la Helga que él conocía.

Arnold abrió la boca, mientras pensaba qué decirle a Helga. Sólo logró soltar unos monosílabos sin enlace alguno, y su voz fue apagada ante la intervención de otra persona.

– ¡Señorita Pataki! ¿Otra vez? ¿Hasta cuándo? – reclamaba una mujer vestida totalmente de blanco, su uniforme delataba que era una enfermera de la clínica. La enfermera estuvo por tomar a Helga de un brazo, pero la misma rubia no se lo permitió. El tono de la enfermera cambió a uno más dócil y suave, como buscando entablar algún contacto con la rubia – Por favor, no me complique más las cosas... Su familia me dijo que...

Helga miró duramente a la mujer, quien se calló al instante. Luego los ojos de la rubia se posaron en el joven que seguía frente a ella.

– ¿Arnold? – exclamó una masculina voz a sus espaldas que el rubio al instante identificó como la de Gerald. El moreno sonrió ampliamente cuando el mencionado se volvió hacia él – Sí, ese es tu nombre. Lo siento, pero Timberly no tiene una buena letra y apenas le entendía lo que había escrito.

Arnold se sintió algo decepcionado, y Gerald asumió que todo se debía al acontecimiento de sus abuelos. El joven Johanssen se percató que el rubio no iba a hablar, por lo que aprovechó para seguir hablando él.

– Mi padre me pidió que te informara que tienes un par de semanas libres. Ya sabes... para que arregles tus cosas y todo eso. – la forma de hablar de Gerald era directa y le hacía falta la calidez de la amistad que por tantos años los unió – Debo marcharme ya. Tengo muchas ventas que hacer... Oye por cierto... ¿No crees que te hace falta un reloj?

¿Acaso Gerald no había logrado liberarse de aquella cruel trampa de Wakko? ¿Ha pasado el resto de su existencia vendiendo relojes?

– No – respondió Arnold más desanimado. La perspectiva de este mundo no le estaba gustando. Su amigo parecía un completo extraño y Helga le desconocía. Arnold volvió su mirada hacia la rubia pero ni ella ni la enfermera se encontraban en el pasillo.

– ¡Anda! ¡Te doy dos por el precio de uno! – Gerald sonó francamente desesperado.

– Ya te dije que no – Arnold trató de no prestarle importancia buscando con la mirada a Helga, o a sus abuelos deseando que estén cerca de ella. Pero los ancianos estaban juntos y abrazados, mirándolo con notable tristeza.

Gerald le analizó con la mirada, ese semblante de intriga y curiosidad sin duda siempre lo tendría, sean o no amigos.

– ¿Estás buscando a Pataki? – le preguntó finalmente el moreno.

– ¡Sí! A Helga... ¿Sabes dónde está? – preguntó el rubio volviéndose hacia Gerald. Segundos después hubiese deseado nunca verle esa cara de pánico al moreno.

– ¿Estás completamente loco? ¿Quién, con una pizca de cerebro, quisiera ir en busca de Pataki?

Arnold se alarmó ante esas palabras. ¿De qué demonios le estaba hablando Gerald?

– ¿Qué tiene Helga?

– Que ella ni te escuche llamarla por su nombre, o no vives para contarla – Gerald se le acercó y le puso una mano en el hombro – Ya sé que eres introvertido y callado, siempre que se acababan las clases corrías a tu casa sin detenerte a hablar con nadie, y por ello no conoces a los demás, así que de daré un par de útiles consejos, uno: Nunca te metas en el camino de Pataki... Y dos: Compra un buen reloj.

Continuará...