Frío
Capítulo 3: Pasó

Pasa un rato, y Ron se va. Han hablado un poco más, de Hermione, de los últimos días, de cómo ven el futuro los dos. De cuándo se acabará todo aquello. De si Harry está bien, de si lo va sobrellevando, de si la presión no es demasiada. No han dicho nada importante: ni han mencionado las preocupaciones reales de ninguno de los dos (la muerte, perderse los unos a los otros, que el ataque esté más cerca de lo que cree nadie) ni han dejado que la conversación sobre Ginny volviera a asomarse ni siquiera por alguna esquina. Sencillamente, la han evitado. Como si no estuviera. Como si no hubieran hablado de ella justo antes, como si no hubiera nada que discutir sobre lo ocurrido. Como si no pensaran en ella, alguno de los dos, a la mínima que se establecía el silencio.
Pero bueno, Ron se va, y Harry se encuentra solo en la habitación, en pijama, aún sentado en la cama, sin pizca de sueño. Necesita salir a dar una vuelta; tiene la cabeza aturdida, de tantas horas en la cama. Le irá bien algo de fresco. Un poco de distracción. Se levanta, coge la bata que antes fue de Ron, se la pone y cierra el cinturón con un nudo en su cintura. Las zapatillas acuden a sus pies en cuanto hace ademán de ponerlos en el suelo. La habitación se le queda atrás en dos pasos, abre la puerta, sale al pasillo. Ron se ha ido a casa, con Hermione, y los señores Weasley probablemente estén abajo, en el comedor o en la cocina, o se hayan ido ya a dormir. Y por lo demás, sólo está ella.
Recorre el trecho hasta las escaleras medio encogido, entre el frío y la intención de no hacer ningún ruido, arrastrando ligeramente los pies, y, tras una breve pausa de contemplación, sigue adelante. Efectivamente, los oye abajo, la voz grave y preocupada del señor Weasley, los murmullos apresurados de Molly en respuesta. Sacude suavemente la cabeza, con una expresión casi hosca. No, no le apetece preocuparlos más, ahora mismo. Ni escuchar sus preguntas, ni verlos deshacerse en atenciones. Sigue adelante y tuerce a la derecha a mitad de pasillo. Sube, a tientas, las escaleras que llevan a la buhardilla, mirando sin ver la puerta del ático tras la que se esconde el demonio necrófago de la familia. Sólo quiere tomar un poco el aire. Además, bueno, sabe perfectamente a lo que se enfrenta. A medio subir la escalera, gira la cabeza para ver la ventana de la pared contraria. Como él esperaba, está encajada. Como él esperaba, la cortina que la cubre está cogida a un lado. Acaba de subir las escaleras con el ceño fruncido, de dos en dos, gira en el rellano y rodea la barandilla para llegar hasta esa ventana. Mira un segundo al exterior antes de alargar la mano hacia la maneta; ha anochecido y la única luz que puede ver es de las estrellas que titilan sobre la casa. Bajo el antepecho, alcanza a ver alguna teja, gracias a la luz de la casa, pero más allá sólo hay negrura. Con cuidado de no hacer ruido, gira la manivela, que chirría sólo levemente, abre la ventana de par en par y saca el cuerpo por ella para mirar a lado y lado. A la derecha, la inclinación del tejado más elevado le bloquea la visión. A la izquierda, en cambio, hay unos cuantos metros de pendiente suave, que ve recortados contra las estrellas. Busca su forma, entrecerrando los ojos mientras no se le acostumbran a la oscuridad, pero no la consigue adivinar. Suspira suavemente, se coge las faldas de la bata para no quedarse enganchado, pasa un pie al exterior con sumo cuidado, y luego el otro. Con el mismo cuidado que al abrirla, vuelve a encajar la ventana, sin cerrarla, para poder abrirla desde fuera cuando necesiten volver.
Ya en el exterior, se sacude el polvo que sabe que ha ido a parar a sus ropas, aunque no lo vea, e inclina el peso hacia el interior de la casa, para contrarrestar la forma del tejado. Despacio, con una mano en la pared, camina hacia la esquina izquierda de la casa, mirando de no tropezar con ninguna de las pocas tejas sueltas que pudieren quedar aún.
En cuanto tuerce la esquina, la ve. Ha escogido la pared que mejor alumbra la Luna llena, y está sentada con la espalda en la pared del ático, la mirada perdida en las estrellas, las piernas dobladas, los brazos cayendo perezosamente. Da unos pasos más hacia ella, y sabe que lo ha oído, aunque no dé muestras de haberlo hecho. Llega hasta la mitad del trecho, luego dos tercios, luego está junto a ella. Y la observa, con la vista en el cielo, y se gira para ver qué mira, exactamente. El punto luminoso que es Venus está casi descolorido ante ellos. Aparte de eso, no hay nada especial. Sus muchos años de estudiante de Astronomía se remueven en su interior, y empieza a buscar las constelaciones básicas casi por instinto, pero no pasa mucho antes de que se canse. Suspira, sacude la cabeza y, con cuidado, se sienta junto a ella, medio de costado para mirarla. Tras unos segundos observándola tan evidentemente, ella baja la vista del cielo, se aparta un mechón de pelo de la cara y lo mira con una media sonrisa de circunstancias.
- No deberías de estar aquí – lo riñe, en un susurro. – Te vas a resfriar, y si mamá te busca, se preocupará.
Harry bufa suavemente, casi divertido, y sacude la cabeza. Aparta los ojos de ella para observar el paisaje frente a ellos antes de responder.
- Se lo imaginará – supone, desganado. – Sabrá que estoy contigo.
Ella asiente lentamente y se muerde los labios, mientras él aprovecha la pausa para sacudirse las perneras del pijama, que ve arrugadas a la luz de la Luna.
- Deberías habérselo dicho tú – acaba por decirle, en un murmullo seco. – No es exactamente culpa mía que se haya enterado.
Harry frunce el ceño, la mira de soslayo un segundo y luego vuelve a sus pantalones.
- Es igual – le asegura. – No pretendía escondérselo.
- No creí que fuera un secreto – suple ella.
- No lo era – ratifica él. – Se lo hubiera dicho, si no hubiera tenido que irme.
- Lo sé – le responde, y suspira suavemente. – Dime, ¿ha sido muy horrible?
Él se lo piensa un instante antes de responder.
- No – acaba por confesar. – La verdad es que no. Un poco... inesperado – concede, – porque no lo había previsto. ¿Por qué se lo dijiste? Creía que no le decías nada de eso.
Ella lo mira como si quisiera pedirle la definición de lo que sustituye eufemísticamente ese 'eso', pero, en cambio, alza un hombro.
- Oh, no fui yo. No creí que fuera un secreto – repite, para justificarse – y lo comenté delante de él. Mamá... bueno, no le pasamos desapercibidos.
Harry asiente y alza un brazo para rascarse la clavícula, con gestos incómodos.
- Lo siento. No tuve mucho cuidado.
- No pasa nada – lo tranquiliza ella. – Ya lo sabía, igualmente. Se nos notaba mucho. El caso es que lo estábamos hablando y Ron estaba delante. Estaba tan convencida de que ya se había enterado, porque todos mis hermanos lo sabían, que, bueno... Lo siento, de verdad. ¿Tercer grado?
Él niega con la cabeza.
- Le hubiera gustado que se lo dijera yo – admite. – Se lo iba a decir, si hubiera tenido tiempo. Pero no está enfadado. Lo entiende, creo. Hermione se lo acabará de hacer ver.
- Sí, al menos eso sí ha mejorado en él – aprovecha ella, con una sonrisa traviesa. – Menos mal.
Harry sonríe suavemente, por respeto a su broma, y se echa hacia atrás, recostándose en la fachada, con los ojos cerrados y sin ganas de nada.
- Está sólo triste – musita. – No está enfadado. Ya... no es así. Pero dice que creía que acabaríamos por intentarlo.
Ella alza las cejas y le dirige una mirada incrédula.
- ¿Tú y yo? ¿Por qué? ¿Sólo porque a él le parecía una buena idea...?
Él ríe entre dientes, abre los ojos y la mira.
- Oh, hubiera estado pavoneándose durante años si hubiéramos acabado juntos gracias a él – le dice, con una sonrisa afectuosa. - ¿Te imaginas? ¡Fui yo, fui yo, fui yo!
Ella ríe también y, casi a la vez, él alarga un brazo para rodearla y ella se inclina más cerca de él. Enseguida está apoyada en su hombro, con él abrazándola.
- Ha sido mucho tiempo – la oye susurrar, y nota como le acaricia el pecho, con la palma abierta de la mano. – Pobrecito. ¿Estás bien?
- Sí – le asegura, rozándole el cuello al peinarla hacia atrás. – Como siempre, Gin. ¿Y tú?
Sin separarse, ella alza la cabeza y le dirige una sonrisa sincera.
- Muy bien. Aburrida, mientras tú no estabas.
- ¿Por eso estáis aquí? ¿Porque estabas tan aburrida que has acabado de limpiar el Cuchitril?
Pone los ojos en blanco, con una mueca divertida, y mueve la cabeza para hacerle unas diminutas cosquillas en el hombro con la nariz.
- Sí, créetelo. ¡El Cuchitril no se acaba nunca!
Harry cierra los ojos para concederle toda la razón.
- ¿Entonces? – insiste. – ¿Otra reunión ultra secreta?
- No – responde ella, más seria. – Sencillamente, han pensado que iba tocando otro cambio temporal de sede, mientras refuerzan algunas barreras.
- Ajá – suspira él. – La verdad es que el paisaje es mucho más bonito aquí.
Ginny sonríe brillantemente y asiente con convicción.
- La verdad es que estaba harta del Cuchitril – le confiesa, a media voz. – La Madriguera se echa de menos, ¿verdad?
- Mucho – responde Harry, con semblante grave. – Muchísimo, Gin. Poder ver las estrellas...
- Y el sol – añade ella. – Y si llueve, o hace viento, o, simplemente, las nubes. Aquello me estaba poniendo enferma.
- No es agradable – coincide él. – Pero sí es más práctico, en medio de Londres, y un poco más seguro que esto.
- Han reforzado los hechizos – explica ella. – Siempre lo hacen, antes de que tú llegues.
Sonríe levemente de nuevo y vuelve a cerrar los ojos.
- ¿Sabes? A veces los Aurores consiguen que me sienta como un miembro de la realeza, con tanta preparación sólo porque yo hago una visita...
- Sí – ríe ella. – Y supongo que cuando más regio te sientes es cuando Moody te tiene días sin comer ni dormir, ¿no? ¿Cómo lo consideras, como parte del protocolo?
- Moody está por encima de esas cosas – bromea él. – Pero sería un protocolo curioso, ¿eh? Me gustaría ver cuántos de mis súbditos lo seguirían.
Ginny se encoge de hombros.
- ¿Qué habéis hecho esta vez? ¿Seguís con la defensa...?
- Sí. Seguimos practicando los duelos – le cuenta, a la vez que se coge las sienes con la mano libre y se da un masaje. – Básicamente, defensa, sí...
Ella asiente para darle a entender que lo ha escuchado, pero su otra única respuesta es moverse más cerca de él, para apoyar mejor la cabeza y abrazarlo por la cintura.
- Estás bien – murmura, muy flojito, al cabo de una buena pausa, - ¿verdad?
- Muy bien – responde él, abrazándola también con el brazo que tenía libre. – ¿Y tú?
- Muy bien – le asegura, con un apretón fugaz. – Temía que te... arrepintieras.
- No me arrepiento de nada – dice, intentando sonar sincero. – Nunca lo haría – promete, sonríe dulcemente y le revuelve el cabello. – Fue precioso. Y lo hablamos, Gin. Pasó y... lo hablamos. Nos entendimos. Y estamos bien. Todo va bien. ¿Verdad?
Ella asiente nuevamente y se relaja contra él.
- Perfectamente – ratifica. – Te he echado mucho de menos.
- Y yo a ti, preciosa – susurra él en respuesta, sosegándose también. – Muchas gracias por comprenderlo.
Ginny chasquea la lengua, quitándole importancia al tema, y gira levemente la cabeza para seguir contemplando las estrellas.
- Tonto – le dice, tan plácidamente que le quita todo el sentido a la pulla.
- Lo que tú digas – añade Harry al cabo de un silencio, divertido. – Pero es muy importante para mí. No soportaría que estuviéramos raros, o que te sintieras violenta, por culpa de aquello.
La ve cerrar los ojos mientras niega con la cabeza.
- Los dos sabemos lo que significó – musita, y el corazón de Harry se acelera débilmente al imaginar un matiz agrio en su voz. – Claro que lo entiendo, Harry. Estaba cerca. Me necesitabas. A alguien – se corrige. – Pasamos el día juntos, y eres casi mi mejor amigo. Era... previsible.
- Sí – responde él, en el mismo tono. – Fue precioso compartir algo así juntos, Ginny.
Ella sonríe, mostrándose de acuerdo, y se acurruca más cerca, buscando una posición cómoda. Inmediatamente, Harry se inclina más, se hace más accesible, la acerca con el brazo para que se estire.
- Deberíamos ir a dentro – la avisa, con una mueca. – ¿Tienes sueño?
- Algo – admite. – Pero no te preocupes, que no me duermo todavía. ¿Quieres que volvamos?
Parece dudar un segundo antes de responderle.
- Quedémonos un rato – decide, por fin. – Hace una noche preciosa.
- Sí, preciosa – repite ella, con voz soñadora. – Las echo de menos.
- Ya se acaba – la anima él, con el ceño fruncido. – Pronto acabaremos con todo esto, y no habrá más Cuchitril...
- Queda poco – suspira ella. – Cada día menos, ¿te das cuenta?
Harry asiente imperceptiblemente, alza la vista al cielo, aprieta el abrazo.
- Cada día menos – corea, como pensando en voz alta. – Cada día menos.
No vuelve a pronunciar palabra hasta una eternidad después. Ella, tampoco. Pero ninguno de los dos siente ningún sueño, a pesar del silencio.

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¡Gracias por vuestros comentarios, otra vez! Lo reconozco: me he reído mucho con el primer comentario de este capítulo. Chochona. :DDDDDDD ¡Muchas gracias, tabatas! ¡Te lo digo en serio, me ha hecho una gracia...! XD

Me temo que sí, molestará, por desgracia - aunque no necesariamente con su presencia real, que se puede molestar a distancia la mar de bien.

E, Ireth, ^_^ ¡gracias por seguirlo! Como ves, sí, voy actualizando. ¡Y rápido, por ahora...! :) Espero que no me vuelva a pasar nada y pueda seguir bien la historia, sin más lapsus.

¡Besos, besos, besos, y muchas gracias!