Frío
Capítulo 4: Escapado
Se despierta solo, en la habitación, a la mañana siguiente. No es aún de día
y, aunque no reúne voluntad para salir de la cama, tampoco consigue pegar ojo,
harto de sueño del día anterior. En cambio, se queda hecho un ovillo bajo las
sábanas, mirando la mancha marrón que es la habitación, delante suyo. No le
apetece ni ponerse las gafas. Se queda estático, inmóvil, observando la nada,
durante lo que le parecen horas, sólo acostado, sólo inactivo, como si así se
escondiera mejor de las preocupaciones.
Es en vano: ni siquiera un segundo tiene la mente en blanco. Se fuerza a recordar
los últimos días, a pensar en los duelos con Moody y los demás, a recordar sus
errores, a visualizar los que pudiera cometer el enemigo. Pronto se aburre,
y pierde concentración, su mente se desboca, vaga a su libre albedrío. Visita
preocupaciones infundadas, paranoias adquiridas, temas tabú y se tortura un
poco, dedicando a cada cosa su debido tiempo. Todo es igual de horrible, y todo
le hace sentir la misma agonía, la conocidísima opresión en el pecho, las mismas
ganas de taparse la cabeza con las mantas y no salir nunca de su escondite,
pase lo que pase. Gruñe débilmente, se queja para sí mismo, cierra los ojos
y aprieta los puños. Le horroriza tener que ser valiente. Tener que seguir adelante.
Tiene pánico de lo que vendrá, de lo que será, de lo que puede llegar a suceder
a su alrededor. Desearía haber acabado con todo ya, desearía haber muerto, llevándose
a Voldemort consigo, y poder descansar por fin. Tiene miedo tan sólo por estar
dentro de su piel. Por relacionarse con los demás. Porque detecten sus debilidades
y alguien las aproveche. Las niega. Las aleja. Las aparta. Pero no dejan de
estar ahí. No dejan de ser reales, reales como el sol. Su talón de Aquiles.
Si lo supieran, si alguna vez lo adivinaran, ¿qué no le harían? ¿Qué no llegarían
a intentar por hundirlo? ¿Qué le esperaría?
Un desagradable escalofrío lo recorre, y se arrebuja más en la cama, buscando
la calidez que, lo sabe por experiencia, nunca conforta. Dios, tiene debilidades.
Las tiene. Existen puntos que, con sólo rozarlos, lo convertirían en una marioneta.
Lo harían rendirse. Les daría la mano vencedora, lo hundirían, harían de él
un despojo, antes de matarlo. E, incluso después de muerto, sus miedos seguirían.
No sería un fantasma, porque duda mucho que se convierta en uno, dada su vida.
No se quedaría como un espectro, no tendría conciencia de la vida, quizás incluso
olvidaría. Pero sólo de imaginar su muerte, ahora, con premonición, sufre por
lo que pasaría después. Por cómo quedaría el mundo. No en general, porque nunca
le ha importado más allá de lo razonable lo que pudiera pasarle a la gente que
no conoce, a los que no tienen identidad, a la masa que tiene a su lado, en
la balanza del bien y del mal. Pero sí a lo que pasaría justo después de su
rendición. A si cumplirían la parte del trato, llegada la capitulación. A si
podría confiar en ellos, o cumplirían las amenazas que les hubieran dado la
victoria, aun cuando ya estuviera en sus manos. Y sabe que no se puede fiar,
que no cumplirían, que torturarían y matarían igual, y que su muerte sería en
vano. Por eso sufre. Por eso la teme. Aunque no la huiría, aunque no podría
evitarla, no soporta que fuera en vano. Que les dejara con el poder. Que dejara
atrás presas fáciles. Que no acabara su muerte con el dolor que puede llevar
a los que tiene más cerca.
Se encoge aún más, y cierra fuerte los ojos. Ahuyenta esos pensamientos. No
son nada prácticos, si tiene que enfrentarse a un nuevo día. No se los puede
permitir. Lo suficientemente duro es ya, sin depresiones añadidas. Y cada día
le cuesta un poquito más.
Él sólo pide arrastrarlo todo consigo, cuando muera. Acabar con todo antes de
que pase lo inevitable. ¿Morir? Morir no le importa. No le importa el sacrificio.
Le da igual. Total, no es como si tuviera mucho por qué sobrevivir, ¿no? Ha
montado su vida de manera que poco importe mucho. Preparado para la caída. Deseando
la caída. Ha montado su vida tan segura como ha sabido, ocultando siempre las
grietas de su coraza, negándose la normalidad que un Halloween le arrebató.
Morir. No, no le importa. ¿Por qué debería? Vive tiempo prestado desde bebé.
Tiempo que su madre le cambió. Morir. No, no, es un precio a pagar. Es asumible.
Le encantará hacerlo. Sólo quiere verlo muerto, ver su cadáver ante él, saber
que ha triunfado, saber que todos están seguros, y dejar de sufrir de una vez.
Sólo quiere llevarlo consigo. Sólo eso. Lo demás... da igual.
Suena la puerta, abriéndose lentamente, y abre los ojos, medio refugiado en
el edredón, para ver de quién se trata. Las manchas que se mueven hacia él,
a pesar de borrosas y difusas, se unen en su mente enseguida para reconocerla
y acelerarle el corazón. Ginny. La ve mirarlo interrogativamente, se acerca,
tímida, y acaba por saludarlo con una sonrisa.
- Estás despierto - comenta, en un susurro. - Buenos días.
- Buenos días - le responde, y le sale una voz grave y desacostumbrada.
Ginny da un par de pasos más hacia él, duda, se acaba por arrodillar en el suelo,
junto a la almohada.
- ¿No tienes más sueño? - le pregunta, mirándolo a los ojos con un afecto que
hace que enrojezca.
- No - musita.
Su lengua se ha vuelto de trapo, de repente, y trabajo le cuesta no tartamudear
en esa sola sílaba. Ahora, de cerca, ya la ve perfectamente, incluso sin gafas.
Se inclina hacia él, hasta que pone el codo en el colchón, sonríe, lo observa.
Si se cubriera más con la manta, ¿se lo tomaría a mal, ella? ¿Sería demasiado
evidente su incomodidad?
- Tienes el desayuno abajo - le informa, y alza la mano y le aparta un mechón
de pelo de la frente.
- Ahora bajo - responde él.
- No hay prisa, no se enfría.
Y vuelve a jugar con su pelo, rozándole la frente con la yema de los dedos.
- Remus pasará luego por aquí - comenta, pensativa. - Debe de tener ganas de
verte.
- Sí - suspira Harry. - Yo también tengo ganas de verle a él. ¿Cómo está?
- Como siempre. Tienen reunión, luego - explica. - ¿Quieres que te avise, cuando
lleguen?
- No, no. Ya bajo.
- Bueno - concede ella.
Pero ninguno de los dos se mueve.
- ¿No estás cansada? - acaba por preguntar él. - Es pronto, ¿no?
Se encoge de hombros y sacude la cabeza.
- Estaba harta de estar en la cama - se queja. - Estoy acostumbrada a madrugar.
- Pero ayer nos acostamos tarde - protesta él. - ¿No tienes más sueño...?
Ella hace que no, y un bostezo la traiciona.
- Ya dormiré más esta noche - le promete, con una mueca indiferente. - Estoy
bien.
Contagiado, Harry bosteza también.
- Bueno - acepta, estirándose. - Esta noche, a dormir pronto.
- Estoy bien - repite Ginny, y apoya la cabeza en la mano que tiene sobre la
cama, a un palmo y medio de la cara de Harry. - ¿Quieres que vayamos a pasear,
luego?
Él frunce el ceño.
- ¿Fuera?
- Sí, por el jardín - le explica. - Está perfectamente protegido.
- No sé, Ginny - responde, con una mueca de disgusto que no consigue disimular.
- Aunque esté protegido, no me parece adecuado.
- Ni siquiera nos pueden ver, Harry - razona ella. - Han preparado la Madriguera
para que sea casi tan segura como el Cuchitril.
- Pero... - comienza a objetar.
- Además - lo interrumpe ella - nadie sabe que estás aquí. ¿Por qué deberían
de tener esto ni vigilado? ¡Todos te hacen, como mucho, en Londres!
- La Madriguera es uno de los primeros sitios donde me buscarían, Gin - protesta
él, - y lo sabes. Aunque esté protegido...
- Tengo ganas de salir - intenta ella, aligerando el tono. - Hace un día espléndido,
y me apetece pasear. Tomar el sol. ¡Tumbarme en la hierba!
Harry suspira, y la mira con una media sonrisa.
- El Cuchitril te mata, ¿verdad?
Ella alza las cejas para mirarlo, sorprendida, antes de reír suavemente.
- ¡No! - exclama. - ¡Qué exagerado eres!
- Ya me entiendes - insiste. - No te gusta nada aquello, ¿no?
- ¡Oh! - se indigna, - me vas a decir que a ti sí, ¿no?
Él se muerde el labio antes de seguir.
- Pero no tienes por qué...
- Vale, vale - lo corta ella. - Ya. - El por qué de su estancia en el Cuchitril,
ayudando a la Orden, no es una conversación nueva para ellos. - Sólo quería
que paseáramos, Harry. ¡El mundo es bonito! ¡Brilla el sol! ¡Dan ganas de salir!
Él la observa, aún con el ceño fruncido, pero con expresión algo más cansada.
El mundo es bonito. Cierra los ojos, suspira, acaricia, sin pensar, la mejilla
de la chica.
- Pero Gin, cariño, es un riesgo innecesario...
- No es innecesario, y tampoco es un riesgo - insiste ella. - Te irá bien que
te dé el sol. ¡Y te prometo que es seguro!
- Nada es completamente seguro - cita Harry, fingiendo la voz ronca de su mentor.
- ¿No tienes faena...?
La indignación de ella se vuelve patente.
- Me echas - le reprocha, con tono indiferente y una mirada juguetona.
- ¡No! - ríe él. - Pero no creo que debas salir, la verdad.
- ¿A pasear? ¡Venga ya! Eres un aburrido. ¡Moody te está volviendo un muermo!
- ¡Oh! - ahora es él quién se ofende. - ¡Me gustaría verte a ti, viviendo con
él durante semanas! ¡A ver si no se te pegarían cosas!
Ginny asiente suavemente, con una mueca resignada que esgrime en su disculpa,
e inclina la cabeza un poco más, alzando la barbilla.
- Va, venga - concilia. - ¿Quieres salir conmigo, entonces, o no?
Él se lo piensa un poco antes de responder.
- ¿Ahora? - pide, por fin.
- No, no. Después. A la tarde, después de comer.
Se encoge de hombros.
- ¿Y si nos quedamos en casa? Estoy cansado.
- No me lo creo - le advierte ella. - Pero, bueno, si quieres, podemos quedarnos
en casa y ordenar la habitación de los gemelos; llevo tiempo queriéndolo hacer.
Harry ríe entre dientes y se rinde.
- Qué mala eres - le dice. - ¡Es mentira! Seguro que la habitación de los gemelos
está como los chorros del oro.
- ¿La habitación de los gemelos? - pregunta ella, con una mueca atónita. - No
sabes de lo que hablas, ¿verdad, Harry?
Él la mira con los ojos entornados.
- ¡Pero si ni siquiera viven aquí...! - protesta.
- ¡Pero la usan de trastero! - explica Ginny. - Entonces, ¿qué, te apuntas?
- Ni loco - admite Harry.
- Pues saldremos a pasear - concluye ella. - Si quiere, que se venga Remus,
también. La verdad es que a él tampoco le irá mal tomar un poco el sol.
Harry se gira en la cama y cruza los brazos.
- ¿Es eso una indirecta, señorita? - le pregunta, con una mueca. - ¿Me está
diciendo que no tengo buen aspecto?
Ginny cierra los ojos expresivamente y sacude la cabeza.
- Estás muy bien - admite, con sorna, - sobre todo comparado con Moody.
- ¡Gin! - exclama él. - ¡¡Pero bueno!!
Su risa es fresca y a Harry se le contagia enseguida, con unas ganas de actividad
que no esperaba. Se sienta en la cama, se inclina sobre ella, alegre y divertido,
y lanza las manos a su cintura. Son unas cosquillas suaves, sin experiencia,
no muy efectivas, pero ella se yergue y se retuerce, intentando alejarse de
él, intentando salir de su alcance, jugando con él. Es como una gatita, y la
imagen es tan vívida que Harry la vocaliza, como apelativo.
- Ven aquí, gatita - murmulla entrecortadamente, con voz grave y fingidamente
amenazadora.
- ¡No! - protesta ella. - ¡Paliducho!
- ¡Pero bueno! - replica él, impulsándose un poco más hacia adelante. - ¡Me
ofendes!
Es una pelea tonta. Superficial. Jugueteo casi adolescente, a sus años, a sus
edades, por las barbas de Merlín, pero lo cierto es que, en ese momento, para
Harry merece una vida. Como el rayo de sol que ella se esforzaba en obligarle
a visitar esta tarde. Una vida. Como la última vez que se vieron, antes de irse,
como esos días de antes, como lo que compartieron. Estira las puntas de los
dedos, y está a punto de cogerla por la cintura, antes de que se aparte suavemente,
mirándolo desconfiada, temiendo, imagina, nuevas cosquillas.
Algo, sin aviso, rompe el hielo que cubría su conciencia. Desarmado, abandona
el intento, deja caer los brazos a los lados, la mira inexpresivamente un segundo,
perdido. Es dulce y está dolorosamente viva, contenta de estarlo. Como lo nota
disolverse, acaba el juego, se pone seria también, le devuelve la mirada. Serena.
Con el ceño fruncido, incomprensión o enfado, pero serena.
- Gin – farfulla, descolocado. – Gin, no...
Pero ella reacciona mucho antes que él, baja la vista, se cuadra y se levanta.
- Vamos, Harry – lo anima, alargándole la mano. – Bajemos a desayunar.
Dolorosamente llena de vida. Harry mira la mano que le ofrece. Algo se le escapa,
de la escena, lo sabe. Él estaba triste, y llega ella, y es dulce, y está feliz,
y quiere que salgan fuera a pasear. Y bromea, y lo hace reír, hasta que acaba
olvidándolo todo, hasta que acaba animándose, jugando, dando por superado todo
lo que lleva días repitiéndose una y otra vez. La toca, cuando ha jurado no
ir a hacerlo nunca más. Le dice gatita, y cariño, y Gin, Gin, Gin, Gin.
Algo se le escapa, sí. Se le ha escapado. Mucho, muchísimo rato. La mira a los
ojos, con la compostura casi recuperada, e intenta ver. Escruta. Sondea. ¿Lo
ha visto? ¿Lo ha notado? Su mente se satura de angustia sólo de pensar que pueda
haber sido así. Merlín. Merlín. No, no, por favor. Que sea que no. Que sea que
no. Parece tranquila. Bien. Ni contenta ni especialmente triste. ¿Se le ha pasado
desapercibido? Es una chica brillante. ¿De verdad no se ha dado cuenta? Le toma
la mano, sonríe débilmente. ¿No ha visto sus debilidades? Ella, que tan bien
lo conoce, ¿no se ha dado cuenta? Se odia por haber bajado las defensas. ¡No
se lo puede permitir! ¿Y si alguien...?
Pero ella, con quien es más débil, con quien más puede que se le desmoronen,
parece no haber notado nada. Está bien. Bien. Bien. Como si nada. Deja que la
esperanza se haga un nidito en su interior. ¿No lo ha notado...? Aunque comete
errores, ¿va mejorando?
Nunca hubiera dicho que sería tan complicado. Que sería aún más complicado.
Nunca hubiera dicho que pudiera ser más complicado. Merlín, ¡él ya lo creía
insoportable antes! ¡Si cedió porque no podía más...!
Esta vez, al menos, no se ha tirado sobre ella. No la ha llenado de besos. No
la ha abrazado y achuchado y mimado como un adolescente enamorado. Se ha controlado.
Ha sabido. Se pone en pie, se arregla el pelo con la mano, gesto completamente
inconsciente, y luego la sigue, tomados de la mano, fuera de la habitación,
pasillo allá, escalas abajo, hasta la cocina, sin hacer un solo comentario.
Suspira aliviado. No lo debe haber notado. No debe haberse dado cuenta de nada.
Pero nunca más, nunca más, nunca más.
*************************************
¡Muchas gracias por los comentarios! ¡Me alegro un montón de que os vaya gustando, de verdad! ¡Elora Loe, Ireth, tabatas, un placer, guapas!
El fic se va aclarando. ¿Sabéis por dónde estoy yendo? Lo reconozco, el planteamiento es diferente de algunos otros. Quería que así fuera - es una historia que quería contar justo así. A ver qué tal me sale.
¡Muchos besos!
