Frío
Capítulo 5: Rendido

El cuarto de los gemelos, no, pero, en su afán por no ser una carga, pasa gran parte de la mañana ayudando a la señora Weasley a hacer la comida. La reunión de la Orden, entiende, es importante y está planeada para antes de la comida. Tanto la señora Weasley como Ginny prevén, por experiencia, que la gran parte de los interesados acabarán por quedarse. Como perfectas anfitrionas que son, en casa y fuera de ella, arreglan el comedor, preparan los platos, lo disponen todo para que esté a punto. Y Harry, no involucrado, por una vez, en los asuntos secretos de la Orden, las ayuda, sugiere, colabora. Es un papel, el de ama de casa, que entiende para la señora Weasley, porque así la ha conocido de siempre, pero que no acaba de ver para Ginny. No hace ningún comentario, porque ya lo han hablado muchas veces, pero pasa casi toda la mañana de mal humor. En parte es por su propia culpa, por débil, por haber dejado que se llegara a entrever nada. Y, en parte, es porque desearía no verlas allí. Porque podrían no estar implicadas, ninguna de las dos. Ni nadie de la familia. A ellos no los necesitaban, no tenían por qué meterse. Podrían haber vivido felices. Sin peligro añadido.
Mientras la señora Weasley y él preparan el estofado, Ginny se encarga de la ropa sucia. La oye trabajar en el piso de arriba, la oye entrar y salir, se cruza con ella cada poco, cada vez que ella cruza la cocina para ir a buscar trapos o ingredientes. No intercambian más que sonrisas y miradas de saludo, cuando ella entra. Y a él, ocupado con los guisos de la señora Weasley, se le pasa el tiempo volando, y se encuentra descansando ante una cerveza de mantequilla y un Remus con aspecto no mucho mejor que de costumbre antes de haber tenido tiempo de preguntarse la hora.
Remus ha llegado un buen rato antes de la cita para la reunión, con ganas de ver a Harry. Entra, saluda, se sienta junto a la mesa. Y la señora Weasley, atenta y afectuosa, dice, inmediatamente, que deje los cacharros, que ya los limpiará ella, y que vaya a relajarse. Es Remus quien coge la bebida, por sugerencia de ella, y a Harry no le queda más remedio que hacerles caso.
- ¿Qué, Harry? – empieza Remus casi enseguida. - ¿Todo bien?
- Sí – responde, encogiéndose de hombros. - ¿Y tú?
- Bien, bien – susurra, pensativamente. – Alastor dice que vas progresando.
Él vuelve a encogerse de hombros, y mira la espalda de la señora Weasley. Remueve la enorme olla, echa una pizca de sal y se gira y les sonríe mientras se seca las manos en el delantal.
- ¿Cómo estás, Remus? – pregunta, interesada. - ¿Y ese resfriado?
La sonrisa de la señora Weasley es enorme y cálida, y Harry se siente como si fuera capaz de ampararlos a todo bajo su protección, sólo por el cariño con que los mira.
- Estoy muy bien, Molly – responde él, también sonriente. – La poción que me diste es maravillosa.
- ¡Y tanto que sí! – acepta ella, asintiendo enérgicamente. - ¡Deberías de haber visto a Percy antes de que la descubriéramos! ¡Se nos moría cada invierno!
Remus asiente suavemente, comprensivo, y hace una pausa para dar un trago a su cerveza.
- Funcionó enseguida – sigue explicando él. – A Tonks le salvaste la vida.
Harry bebe también, y mira a su antiguo profesor con un interés muy vago.
- ¿También estaba resfriada? – pregunta, tan sólo por intervenir en la conversación.
- Oh, sí – se queja Remus. – No podía dejar de estornudar, pobre. Pero, claro, ella se mojó más.
- ¿Una misión?
Es una pregunta innecesaria.
- Sí – suspira el otro. – Teníamos que vigilar a un par de individuos.
Harry asiente, y desconecta mientras la señora Weasley y Remus siguen comentando las últimas noticias de la Orden. Se gira a un lado, bebe distraído, canturrea en completo silencio y mueve los pies adelante y atrás, balanceándolos. Ginny sigue arriba, y, aparte de ella, no hay nadie más en la casa. No sabe si le apetece quedarse en la cocina. Hablan de la Orden, y no le interesa. Aunque no es por eso. La señora Weasley no le molesta. De verdad que se siente cómodo y protegido en cuanto ella se interesa por él, como si el peso que carga se aligerara unos instantes, compartido con ella o ahuecado con las ganas de verlos a todos contentos que transmite. No, no es ella la que le molesta. Y Remus tampoco, porque lo quiere, porque es casi como su padre, el único responsable que le queda, una cierta referencia en la que desahogarse. La verdad es que tenía ganas de verlo. Ver que estaba bien. Que la Luna no había sido muy dura con él. Que se reponía y que la Orden no se lo estaba cobrando a él también, igual que a Sirius, igual que a sus padres.
Pero verlo, sólo. Verlo, y punto. Verlo, saber que está bien, saludarlo, sonreírle un par de veces, y ya.
Ginny está arriba. Se pregunta qué debe de estar haciendo, que tarda tanto. La ropa la debería de haber acabado de lavar, o lo que fuere, hace mucho rato. Hace eones que no pasa por la cocina. Que no es que tenga que pasar. Él tampoco quiere que pase, ¿eh? Sólo se pregunta qué hace. Que es mejor que esté arriba, eso es indudable. Mucho mejor, porque así él puede pensar en las cosas, ordenar su mente, tomar decisiones que tiene casi concluidas. Decisiones que son las mejores. Sí, no puede negarlo, son las decisiones que debía haber tomado desde el primer momento, meses atrás. Las correctas. Las necesarias.
Pero ¿dónde está? Podría sufrir por ella, podría pensar en un posible ataque, en una posible grieta en la seguridad. No le costaría mucho convencerse de la posibilidad, y casi siente la preocupación empezar a cerrarse sobre su estómago. No se deja seguir por ese camino, por eso. No puede permitírselo. No le apetece. En el fondo, confía tan ciegamente en los miembros de la Orden que sabe, seguro, que nada les pasará mientras se mantengan en la guarida correspondiente, sea la Madriguera, sea el Cuchitril.
Es sólo que no quiere hablar con Remus. Lo necesita, para comunicarle la decisión que, ya sí, es definitiva, pero desearía no tener que hacerlo. No quedarse a solas con él. Que no lo mire fijamente y empiece a preguntarle todo lo que él no desea mencionar por nada del mundo.
Un cambio en la entonación de la señora Weasley le hace prestar atención, de repente.
- ¿Mundungus va a venir a comer? – pregunta a Remus, con deje de reprobación que hace que los dos se encojan, avergonzados, aunque sea por un tercero.
- No lo sé – responde éste tímidamente, y dirige a Harry una mueca incómoda, con el ceño fruncido. – Supongo que sí...
El bufido de la señora Weasley, a pesar de que, imagina Harry, intenta hacerlo disimulado, es tan patente que los dos intercambian una mirada cómplice que compadece a Dung.
- Mejor – sigue ella, gruñendo. – Tengo que hablar con él sobre los viales de importación que les vendió a los gemelos...
Harry frunce el ceño y mira a Remus interrogativamente, pero éste tan sólo pone los ojos expresivamente en blanco y murmura algo que suena a Polvo de Nunda, por lo bajo, cuidando que la señora Weasley no lo oiga. Nunda. ¿En unos viales? Harry vuelve a mirar interrogativamente al hombre, y éste le sonríe, sacudiendo la cabeza. Es igual. La señora Weasley sigue protestando en imprecaciones murmuradas, y Harry se gira para ofrecerle mudamente su, cuanto menos, compasión. Su gesto pasa inadvertido, entre el malhumor de la anfitriona y su vuelta a los quehaceres: se vuelve a dar la vuelta y mueve la varita para ordenar a los cuchillos que corten más ensalada.
- Valiente impresentable – entiende que se queja, entre el ruido sordo de los cuchillos contra las tablas de picar. – Viejísimos y llenos de polvo, ¡y una fortuna...! Pero ya me oirá hoy, ya. ¡En cuanto entre, se va a enterar!
- Dime, Harry – interrumpe Remus, para llamarle la atención. - ¿Te ha dicho Alastor cuándo volveréis a iros?
Harry frunce el ceño y mira extrañado a su interlocutor. ¿Alastor? ¿Que no ha hablado Remus con Moody más de lo que ha podido hacerlo el mismo Harry, ocupado en recuperar el sueño perdido...?
En cuanto sus ojos se encuentran con los de Remus, por desgracia, entiende que la pregunta no era más que una treta para cambiar de tema. Y en la mirada de Remus brilla justo la inquietud y la determinación que él sabía que iba a aborrecer encontrar. Quiere hablar. Quiere saber. Aconsejará.
Protesta con una mueca. ¡Está la señora Weasley! ¡No puede pedirle que hable de ciertas cosas ante ella! Además, Ginny puede bajar en cualquier momento. ¡¿Cómo quiere que se arriesgue a ser oído...?!
Y, como si el mundo se aliara en su contra, la señora Weasley se pone, inconscientemente, de parte de Remus.
- Bueno, esto ya está, por ahora – musita, como para sí misma, pero, quizás porque son las palabras que Harry temía, le llegan claramente. – Voy a ver qué hace Ginny, ¿eh? – añade, más alto. – Si necesitáis algo...
- No te preocupes, Molly – la tranquiliza Remus. – Sabemos dónde está todo, gracias. Y Harry y yo saldremos fuera un rato; hace un día espléndido como para desaprovecharlo aquí...
Harry rechina los dientes enseguida. Qué oportuna, señora Weasley. ¿No se le podía estar quemando la comida, o estar muy aburrida y tener ganas de escuchar los últimos cotilleos que pueda saber Remus? ¿No podía tener faena en la cocina?
¡¿Y qué mosca le ha picado a todo el mundo con salir al exterior?! ¡Empieza a pensar que lo toman por un agorafóbico al que tratar y curar! ¡Que lo ven pálido como un fantasma! ¡¿Pero es que se han puesto de acuerdo, o qué?!
Es él quién gruñe esta vez, nada disimuladamente, en cuanto se queda solo con Remus.
- No quiero ir fuera – protesta, tozudo. – Fuera es peligroso.
- Llevaremos nuestras varitas – le recuerda Remus, en tono de mofa. – Además, ¿no estás convencido de morirte? ¿Por qué esperar?
Harry encaja la mandíbula y mira su botella de cerveza de mantequilla con ensimismamiento. No se va a mover de la silla. No piensa salir fuera. Dentro no pueden hablar, porque puede entrar cualquiera. Puede bajar Ginny. Y eso sería una catástrofe, ¿verdad? No pueden hablar. No puede darle vueltas a los temas, insistir, cambiarlo todo de contexto hasta que Harry no sabe ni lo que está haciendo, mucho menos si lo hace bien o mal. Él no se va a mover. Que intente salir a fuera a mantener una conversación sin que él colabore. Que intente salir, a ver si le sirve de algo, si no lo acompaña. No va a hablar, y no. Y si tiene que buscarse un motel, para los poquísimos días al mes que Moody le da cuartelillo, y descansar en él, pues bueno. Tampoco necesita tanto a Remus. Era la alternativa natural a la sede de la Orden, pero no es ningún drama si tiene que acabar, mira tú, hasta viviendo con Moody mismo también los días de descanso. Desagradable, sí, y poco favorecedor para su salud, sobre todo para la mental, pero ningún drama.
No va a salir, y se acabó.
Pero Remus, claro, tenía que decir la suya.
- Vamos, Harry – intenta, al principio. – Tú eres el primero que no quiere quedarse aquí dentro.
- El exterior no es seguro – insiste él, infantil hasta para sus propios oídos.
- Sí lo es – suspira Remus. – Mucho más que aquí. Harry. Tenemos que hablar.
Harry bufa, cansado.
- Te sorprenderá, Remus – comienza, fríamente, - pero yo no tengo nada de qué hablar.
- Ya – exclama él, sarcástico. – Estás jodiendo la vida de los que te rodean, pero no tienes de qué hablar.
Harry alza los ojos, medianamente sorprendido por un lenguaje que en Ron sería habitual pero que no esperaba oír del que fue profesor suyo.
Remus entorna los ojos a modo de disculpa, pero Harry tiene que admitir que ha conseguido lo que quería: que él le prestar atención. Y admitir que lo está haciendo le da tanta rabia que finge volverse a encerrar en sí mismo, pendiente sólo de su botella.
- No dudes de mi falta de escrúpulos – amenaza Remus, en voz baja y con tono completamente natural, como si no estuviera instigándolo. - ¿Crees que tengo algún problema en decirlo a los cuatro vientos? ¿Que me cortaré...? – Hace una pausa, se levanta, se acerca a la ventana. – No creo que quieras que hablemos aquí, donde oídos inocentes pueden escucharnos por error. Eso no entra en tus planes, ¿verdad? – Otra pausa, en la que lo mira fijamente, mientras él sigue empecinado en memorizar el cuello de la botella. – Pero sí entra en los míos. Me vendría muy bien. Tan decidido como estás cuando hablas conmigo, me gustaría ver si con ella...
- No tengo nada de qué hablar – lo interrumpe, enfadado. – No quiero hablar de ello, y ya está, ¿no lo puedes entender?
- Puedo – susurra Remus, después de un instante considerándolo. – Puedo entenderlo, sí. Pero no me pidas que lo comparta. No me pidas que te deje hacer mientras te equivocas tantísimo. No puedo hacerlo, Harry. Te arrepentirás toda tu vida de esto.
- ¡No! - se rebela, entre dientes. - ¡No lo entenderás nunca!
- ¿Que planifiques para el fracaso? – replica Remus, indignado, alzando levemente el tono. - ¿¿Que tires todo lo que te importa por la borda sólo por miedo a morir?? ¡No, no puedo entenderlo! ¡¡La...!!
Con una premonición oportunísima, Harry prevé justo por dónde va a ir esa frase, y se alza de la silla antes de que le dé tiempo a acabarla. Con una mueca de rabia, va hacia Remus, lo coge por la manga y, cortándolo a medio razonamiento, lo estira hacia el jardín, por la puerta más cercana, tan rápido como puede, y luego lo hace alejarse de la casa hasta que está completamente seguro de que no van a ser oídos de ninguna manera.
- No. Tengo. Nada. De qué. Hablar – le repite, tenso, en cuanto paran de andar. - ¡No voy a hablar de ello! ¡Y punto!
El hombre alza las cejas, sonríe lobunamente y empieza a caminar hacia el sendero que rodea el jardín.
Sus ademanes son, sin duda, una expresión de satisfacción y autocomplacencia. Y Harry mira a su alrededor, y se ve en el exterior, y mira un poquito más allá, y sabe a Ginny y a su madre dentro de la casa, lo suficientemente lejos. Y se ve, con Remus, en medio de la mayor privacidad que podrían conseguir, y piensa en el peso que carga, en él, la única persona con quién lo puede hablar, y...
- Está bien – se rinde, súbitamente agotado. – Está bien. Pero a cambio – añade, al cabo de una pausa – iré a descansar contigo la próxima vez. Y la otra. Y la otra.
- Bueno – accede Remus, alzando un hombro despreocupadamente. – Las que tú quieras. ¿Paseas conmigo?
Asiente, y sigue el camino que él lleva recorrido hasta ponerse a su nivel.
Sencillamente odia cuando Remus se sale así con la suya.

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¡Tà! ^_^