Frío
Capítulo 8: Duele

Da una vuelta en la cama, y otra, y otra, y por fin se rinde. Es el segundo día y el agotamiento total, la más pura necesidad de descanso, han dejado paso, después de más de doce horas de reposo ininterrumpido, al insomnio de siempre. La noche anterior cayó rendido incluso antes de que su cabeza rozara la almohada. Sin hambre, sin ganas de charlar, sin más que el más puro cansancio, embotándolo, sobrepasándolo. Hoy, en cambio, lleva horas contemplando el techo, las irregularidades de las paredes, el edredón arrugado, salido, desordenado, y sólo siente frío. Frío. Es invierno, acaba de comenzar un nuevo año, aunque a él, entre Moody y compañía, le haya pasado desapercibido, y la casa de Remus es un refugio mediano cuando el viento arrecia y las temperaturas bajan. Intenta subir las mantas hasta su barbilla, mientras las mantiene controladas por abajo, apretándolas entre los pies. Intenta hacerse un ovillo y cerrar los ojos, dejar la mente en blanco, hacer como que no lo nota. Hace un frío que se cala hasta los huesos, que se mete con él en la cama, que se hace un nidito en alguna parte de él mismo. El silbido suave, sostenido, del viento en la ventana, queda amortiguado cuando se gira, hunde una oreja en un cojín y se tapa el otro con el brazo, y con él desaparece cualquier distracción, cualquier estímulo externo. Frío, sobre todo en los pies, pero un frío que acabará por remitir cuando las sábanas se calienten. Oscuridad, de la habitación, y la de detrás de sus ojos cerrados. Y, en el casi silencio, sólo se puede escuchar a sí mismo.
El insomnio, como el frío, se ha ido estableciendo, poco a poco, en su rutina. Duerme poco y mal siempre, mientras está de servicio, mientras se prepara para lo que quiera que haya de pasar. Alerta constante, que dice Moody, y alerta constante es, sin sueño, sin comodidad, sin más que extenuantes exageraciones en forma de pruebas de resistencia y concentración. Ha aprendido mucho, pero una de las cosas con las que carga es con la falta de noción de cansancio. O no. Cansado, está. Agotado. Completamente vacío de toda voluntad de seguir, con ganas de acabar de una santa vez. Pero no tiene conciencia de tener sueño. De necesitar la cama. No tiene el hábito de meterse en ella y descansar de verdad.
¿Y qué hace, en su lugar...?
Tiene atascado, en algún sitio recóndito, pero recurridísimo, de su cabecita, la versión amable del mundo, que es lo que hubiera sido su vida de no haberse estropeado un cierto Halloween. Casi oye a sus padres, tan nítidos como si no los hubiera perdido jamás. No es famoso, Voldemort no lo persigue. Cho nunca se ha fijado en él, y se ha ahorrado los años perdidos en intentar comprenderla. Cedric sigue vivo, y Sirius, y nunca ha visto Azkaban más que en pesadillas. Es un padrino atento, con el que siempre puede hablar, con el que bromea y lo comparte todo, casi igual que como con su padre. Y Remus es el de siempre, pero con menos preocupaciones, con menos peso sobre sus hombros. Distante, por lo que arrastra desde siempre, pero no marcado por la culpabilidad, por haber dejado perder, por todo lo que desaparecido. Remus está bien, ríe, de vez en cuando, bromea con su padre, y con Sirius. Celebran las Navidades juntos, se hacen todos regalos, discuten, no se ponen de acuerdo, y luego hacen las paces y ríen, ríen, ríen. Porque hace demasiado que, fuera de su cabecita y sus ensoñaciones estúpidas, no escucha ni una sola risa sincera o alegre.
Todo es diferente, y fue a Hogwarts, y Ginny no estaba loca por él. No se enamoró de él, porque no era ninguna celebridad. Acabó en Gryffindor, y Ron se hizo su mejor amigo, o Neville, o Dean, o Séamus. Depende del día, cambia la versión. Depende de lo que se quiera a sí mismo, de las ganas que tenga de castigarse, es Ron o es otro. Depende. No puede ser siempre el mismo, no puede ser siempre Ron, porque no sería justo, porque no sería seguro que, en el mundo diferente, todo fuera a ir bien, todo lo bueno fuera a ir como en aquél, y todo lo malo justo al revés. Y como no lo puede saber, porque no fue, como no lo puede saber, pues se conforma con cambiar de versión según el día.
A Cho sí que no. No la hace con él. Ella, ni buena, ni mala, en su vida, sino tan sólo un diminuto fiasco que a veces aún le duele, porque duelen las cosas que frustran, y duelen las cosas que no salen, sobre todo si queda la duda de si uno podría haber hecho más por intentarlas, no la hace loca por él. Después de todo, hubo un Cedric, en su vida. Cedric. Y en el mundo diferente, no murió. Voldemort no lo tomó como molestia prescindible, porque no tuvo ocasión, y él vive, y Cho y él lo intentaron, y salió, o no, pero Cho no acabó con él, no, no, no, no. Le cansa sólo imaginarlo. Y no quiere revivir aquello, porque, en el fondo, duele, y la quería.
A veces es amigo de Ron, el mejor amigo de Ron, pero sin obligarlo a pasar por todas las pruebas, sin Scabbers, sin ajedrez, sin arañas gigantescas ni locuras con ramas y raíces. A veces Ron es tan amigo suyo, y los dos de Hermione, como siempre. Y Ron ha acabado con Hermione, porque él no se lo imagina de otra manera, y Ron tiene un montón de hermanos, justo los mismo que tiene en el mundo real, y todos conocen a Harry, quién más, quién menos, pero como el amigo sin importancia de Ron, y no por los libros de historia contemporánea.
Y, entre ellos, está Ginny, Ginny, la guardiana del nidito frío del alma de Harry, pero en versiones completamente diferentes. Según el humor. Según cuánto se odie, que pocas veces es poco. Según si se soporta, si ve su último gesto, abandonarla, como un acto necesario, o si se sabe un cobarde, un cochino cobarde, un gallina que sale corriendo ante la más mínima posibilidad de tener que sufrir por alguien más. Según el día, Ginny es sólo una hermana de Ron más. De la que Harry, el Harry del mundo diferente, puede fingir no haberse enamorado nunca. O haberse enamorado, pero no habérselo confesado jamás. Llevarlo como puramente platónico, mientras ella se enrolla con algún jugador de Quidditch, chicarrón y buen mozo, jugador en alguna posición como dios manda, chicarrón fuerte, cuadrado, horriblemente atractivo, y no un simple buscador, delgaducho, ligero, poquita cosa y, encima, feo y despeinado. Eso sí, sin cicatriz, por una vez, dado que está en el mundo diferente. Sin cicatriz. Pero el mismo de siempre.
Cuando más rabia se tiene, en cambio, Ginny está completamente contra él, en su cabecita. Él está loco por ella, tan loco como ahora, tan loco como de verdad, y se conocen, y ella sabe cómo es él, y lo que siente. Y lo desprecia por ello, no lo corresponde, es abiertamente negativa. Lo manda a paseo. Lo ve como una molestia, alguien que siempre está en medio, las exigencias del cual no soporta, y pasea ante él sus novios, como un deber, para recordarle qué hay entre ellos, y para ver si al niño se le pasa de una vez la tontería.
Es lo justo. Imaginar un mundo mejor, un mundo donde las cosas malas no han pasado, e imaginar que las cosas malas tampoco le han pasado a Ginny. Que no se ha fijado nunca en él. Que nunca se ha enamorado, para recibir sus negativas fácticas. Que nunca ha pasado con él días enteros, conviviendo, cuidándole, animándole, después de que Moody lo dejara, hecho polvo, en la puerta del Cuchitril, que nunca lo ha abrazado, le ha dado toda su esperanza, ha dejado que la besara, que se fundiera en ella, que se quedara con su calidez, para luego mandarla a paseo sólo semanas más tarde, para luego mentirle diciéndole que había vuelto con Cho, para luego herirla faltando a su recuerdo con la simple mención de la otra, para luego huir de ella cuando, sencillamente, no podía aguantar más la presión.
Nunca imagina, en cambio, la versión fácil. La bonita. La que debería de ser, en un cuento de hadas, la que haría de él un hombre feliz y sin retorcer. Nunca. Total, las hadas son tontas. Esas cosas nunca pasan. A él, no. Nunca. Nunca. Al menos, no puede creer otra cosa. Nunca. Y sería cruel imaginar que sí, ni siquiera en ese mundo diferente, mejorado, editado a gusto del consumidor.
La vida es una broma de mal gusto. La vida duele. Duele tanto que aturde. La vida se hiende, una vez y otra, cada vez más punzante, desgarra cada vez más profundamente, las entrañas, y ni así se puede abandonar. El mundo que le ha tocado vivir es horrible. La vida que ha llevado hasta ahora, la odia. Con todo su ser. Ni un sólo momento ha tenido sentido. Ni uno sólo ha salido como debía. O sí. Alguno sí. Pero no en contexto, no como debía, no como a él le hubiera gustado.
Ginny es su refugio. Se da cuenta de que ha exteriorizado todos los sentimientos agradables, todas las cosas bonitas, las ha sacado de sí y las ha puesto en ella. Es todo lo que necesita. Es la calma, cálida, cálida, el contacto, la casita donde esconderse de todo lo malo. El descanso y la paz. El negativo de lo que le sobra a su sórdido mundo real.
Lo único que merece la pena en su vida. Lo único. Y en ella se incluye a Ron, y Hermione, y la señora Weasley, y los demás. Ella engloba todo el sentimiento de familia. De amigos. De los que están a tu lado, pase lo que pase, y entienden, y esperan, y saben.
Pero ni todos ellos dan sentido a su existencia. Ni todos ellos, ni la misma Ginny, aunque nada importe más en el mundo, puede contrarrestar el peso de todo lo demás. Le duele. Le duele. Quiere a sus padres. Y a Sirius. Y quiere que todo se acabe, y que lo dejen en paz, porque él puede ser temerario, puede no tener cabales, puede ser un desastre y no pensar antes de actuar, pero él no tiene culpa de nada. Merlín, él no ha hecho nada. Él no escogió perder a sus padres para conseguir la Primera Calma, esa decena y pico de años sin muertes. No fue él quien se marcó a sí mismo. De haber sabido el precio, jamás lo hubiera hecho. Ni siquiera fue él el causante de la Profecía. Y, ya puestos, ¿por qué él, por qué él? ¿Por qué no Neville, si podrían haber sido cualquiera de los dos? ¿Por qué no Neville, y que a él le hubieran dejado en paz...?
Sus padres se metieron en la Orden. Sabe que es ridículo reprochárselo, y sabe que es lo único que se podía hacer, en ese momento, lo único que estaba bien. Había que luchar. Era necesario. No podían ignorar lo que pasaba. En eso, los entiende. ¿Se puede vivir sabiendo que podrías haber ayudado a evitar muertes, pero sin haber movido un dedo? ¿Se puede pasar de todo...? Él es inconsciente. Todo el mundo dice que no tiene que hacerlo todo él. Que puede confiar en los demás, que puede delegar, dicen un montón de cosas. Pero ¿se puede vivir en la inactividad? No con su carácter. Él no sabría. No siendo como es él, no. Ni, en vista de la implicación de los Weasley, por ejemplo, tampoco siendo una persona consciente. Una persona informada, y con criterio. Una buena persona.
Quizás están todos locos.
Pero, aunque no justifiquen su vida, aunque un puñado de momentos preciosos no sea suficiente para darle sentido a todo, ¿qué le queda por hacer? Aunque no quisiera seguir viviendo, aunque no soportara más el peso, y quisiera rendirse y mandarlo todo bien lejos, ¿qué podría hacer? El suicidio nunca le ha parecido una opción pero, ante el cansancio, si superara el borde que ya roza, y no aguantara nada más, ¿podría? ¿Podría? Todas las esperanzas están puestas en él. Todos dicen que delegue pero, a la vez, todos sospechan que él es la oportunidad. No la única, quizás, porque si falla habrán de seguirlo intentando, y tarde o temprano lo lograrán, porque no les queda más remedio que probar una y otra vez, hasta que lo hagan, o hasta que se queden sin fuerzas, pero es la oportunidad. El que lo puede matar. El que puede hacer algo, marcar una diferencia. Y él también lo cree: ahora mismo, de él depende la salvación. No. Aunque superara el umbral, aunque no pudiera más, aunque aceptara el suicidio... no podría. No se lo podría permitir. Todo depende de que se comporte. De que aguante. Y no quiere ni imaginar lo que podría pasar si no lo hace. Si se rinde. Las consecuencias, en Ginny, por ejemplo. En Ron. En Remus. Perseguidos. Cazados. Muertos... torturados.
Si hay algo que sabe, es que, por mucho que lacere la vida, no puede sucumbir a ella.
Genial.
Sucumbir a la vida, o a la muerte. Su vida parece una cuestión de matices. Voldemort murió al enfrentarse a él; sí, pero... Él sobrevivió a su maldición; sí, pero... Ama a Ginny; sí, pero... Desea morir, sí, pero no puede dejarse. Desea vivir, sí, pero tampoco se deja. Ni suicido, ni amor, y Moody dice que tiene que tener ganas, que tiene que poner voluntad, que la motivación es importante. ¡¿Pero ganas, de qué?! ¿De matarlo? ¿Y para qué...? ¡Si la pesadilla no acabará jamás, jamás, jamás...!
Moody... Moody dice muchas cosas. Moody es, quizás, el causante de los matices. A Moody, a veces, achaca la culpa de todo. ¿Inmerecidamente? Bueno, quizás no fuera culpa suya lo del Halloween del ochenta y uno. Quizás no. Aunque quizás hubiera podido hacer algo. Quizás no fuera culpa suya lo de la profecía de Trelawney. Que, en el fondo, es la culpable de todo. Y quizás Moody no tuviera nada que ver en el dichoso cambio de un chico huérfano a un Lord despiadado. Quizás no.
Pero pasa con él muchas horas del día. Vive con él. Se odia, con él. Se obliga a cosas difícilmente humanas, con él. Por él. Él, encima, fastidiando con comentarios apreciativos que rara vez son positivos. ¿No tiene que culpar a Moody? Culparía a Voldemort, pero es que Ojo Loco le pilla más cerca.
Tampoco es cierto que crea que la pesadilla no acabará jamás. Sí. Acabará. Cuando se enfrente a Voldemort, y lo venza, y caigan los dos, porque, no puede creer otra cosa, él no sobrevivirá a su enemigo de todos los tiempos, a ver si iba a tener sentido que Harry Potter viviera sin tener a Lord Voldemort persiguiéndole los talones, si es que no puede creer que pueda tener tanta suerte, cuando caigan los dos todo habrá acabado, todo estará, todo será, por fin, historia. Morirá, cerrará los ojos, y pensará, justo antes de desvanecerse, en ella. Y, como último pensamiento, se quedará flotando en él para siempre, para toda la eternidad, por siempre jamás. Y todo se habrá acabado, y todos podrán seguir adelante, sin peligro, sin miedo, y encima él no estará allí para sufrir por ellos.
Porque, de todo, lo que le da más miedo, del mundo, es tener que sufrir por ellos. Pensar en si estarán bien, en cada momento del día. Imaginar mil escenas dramáticas, y tener que convencerse de que no. Saber que están expuestos, y tener que pensar en la efectividad de las medidas de seguridad, y en como de precavidos son, por necesidad.
En el fondo, es un cobarde. Porque sufre por ellos, sufre mucho por ellos, desde la distancia. Pero, si ha dejado a Ginny, si ha salido corriendo, es por no ver cómo la pone en peligro.
Y si quiere morir...
Es un cobarde.


Em... Sí, he estado silenciosa mucho tiempo. Y lo siento. Lo siento de veras. He pasado por una mala época. Pocos ánimos, y esas cosas. Sin motivo definido. Y, sencillamente, no podía ponerme a escribir.

Lo siento mucho. Y muchísimas gracias por los comentarios. :$ Sois... una pasada. En serio. .