Frío
Capítulo 9: Morir
No lo despierta, pero sí lo saca de la inconsciente apatía. No lo despierta, porque no dormía, pero sí hace que se interese, que note, que busque información fuera de su propio cuerpo. Cuerpo que, además, es muy aburrido: bruma nebulosa por todas partes, el cerebro más embotado de lo que creía posible y, cuando no, sólo dolor, pinchazos, la sensación de presión y calor que acompaña a la segura hinchazón.
Es una mano. Sólo una mano. Tocándole la frente. Los labios. El cuello. Una mano helada, helada, aunque imagina que probablemente lo nota más por lo caliente que está él que por lo fría de la mano en sí. Una mano que lo tapa con cuidado, le aparta el pelo de la frente, y...
La imagina. La imagina a su lado. Le duele todo lo que nota y, si consiguiera razonar coherentemente, le asustaría todo lo que lo que no nota. Recuerda la caída, las maldiciones que le han llegado, a Moody, el suelo, las rocas, y se imagina en casa, en la cama, con alguien cuidándole. Con ella cuidándole. Que sabe que no. Que puede ser cualquiera. Que no, que no, que no. No tiene por qué ser ella. No tiene por qué, no es probable, quizás no sea ni posible. Pero...
La imagina. Esa mano, esa mano que ahora no nota, esa mano que aún podría llamar, en su memoria, al posarse en la mejilla, la imagina suya. Y siente ganas de llorar, de dolor, de necesidad, de saber que no es ella, a pesar de que él la quiere, la desea, la imagina allí. No será ella, no será ella, y no quiere saberlo. No quiere abrir los ojos, no quiere demostrar estar despierto, no hará ningún movimiento, ninguno, ninguno, porque no quiere que quienquiera que sea se dé cuenta de que está despierto y hable, lo llame, y rompa, con una sola voz disonante, diferente, la burbuja en la que puede olvidar quién es y qué ha pasado.
Y quiere llorar, porque la quiere, y se fue para no quererla tanto, y se fue porque no podía soportar portarse bien estando cerca, se fue por no ponerla en peligro y por diez mil razones más, pero, débil, indefenso, dentro de un cuerpo dolorido, lo que siente por ella, ahora, después de la distancia, es casi insoportable. No será ella. Esa mano no será ella. Pero la necesidad de que sí que lo sea, las ganas de abrir los ojos y volverla a ver, las ganas de volver a oler, ver, tocar, son demasiado fuertes. Peores. Mucho peores.
O sea, que no puede ser ella. No puede serlo. No puede serlo. No... lo aguantaría. Otra vez... otra vez, no. Ahora que sabe cómo es estar lejos...
En parte, las lágrimas que se reúnen tras sus párpados cerrados, las lágrimas que no llegará a verter pero que se convocan a ellas mismas, las ganas de llorar, son, no se engaña, por el dolor. El hombro le hierve. La cadera contraria parece molida, por las sensaciones que le llegan. El estómago... no quiere pensar en cómo le duele, porque le falta la respiración, y sólo le falta complicar aún más las cosas con inventarios que pueden afectar más a su no poco impresionable persona. Aprensivo, y él sin saberlo. Hace un amago de poner los ojos en blanco, aun tras los párpados cerrados, pero se detiene nada más empezar, con la cabeza dándole vueltas, las náuseas en la garganta. Casi a la vez, un leve ruido de ropa que se mueve junto a él. La mano no reaparece, pero, al parecer, tampoco está lejos. Vale. Calma. Paciencia. Tiene que... relajarse. Tomárselo con calma. El corazón late entre sus ojos, fuerte, punzante. El mareo hace que le cueste pensar cada vez más, hasta que su mundo se vuelve, simplemente, negro, no sabría decir durante cuánto tiempo.
Vuelve a salir del atontamiento sin llegar a abrir los ojos. Otra vez el ruido de ropa. Pasos, muy suaves. Rodea la cama, de su derecha a su izquierda, mueve algo, regresa a la derecha. Se sienta, imagina. Y la mano contra la suya, cogiéndosela. Alzándola. Y algo suave roza el dorso, lo acaricia, se queda.
Merlín. Tiene que ser ella. Tiene que ser ella. Tiene tantas esperanzas que imaginar¡sólo imaginar, que sea alguien diferente, hace que el estómago se le contraiga. Y cómo duele. Ginny, Ginny, Ginny.
-Ssh –oye que susurra, quienquiera que sea.- Estoy aquí, estoy aquí.
-Ginny... –repite, esta vez más consciente. Tiene la garganta seca, los labios le molestan, tirantes, y le sale sólo como un murmullo sin voz, pero es reconocible. Ginny. Ginny. Está... Está ahí.
-Ssh –le repite, y, aun a través del embrollo mental, del dolor, del cansancio, se le borran las dudas, es su voz, su voz.- Sssh. Duerme, Harry. Descansa.
No. No. Se tensa. Tiene sueño, está cansado, le duele todo. Pero ni en broma se va a poner a dormir si ella...
Abre los ojos, sólo una rendija. La penumbra de la habitación es suficiente como para molestarlo, desacostumbrado como está, ahora mismo, a la luz, y tiene que parpadear un par de veces con dificultad.
-Ginny –vuelve a decir, mientras los abre de nuevo e intenta enfocarla. La mancha rojiza a su derecha es, indudablemente ella, la mancha rojiza y rosa pálido, ese color suave de su piel, y sus pequitas... Sonríe, inspira con cuidado y la mira, fijamente, sediento, no sin miedo de que desaparezca a la que él cierre los ojos.- Hola.
-Hola –responde ella, con una risa suave, divertida, imagina, por el saludo.- ¿Cómo estás, guapo?
Harry parpadea un par de veces, aún intentando enfocarla, antes de encogerse de hombros. Necesita sus gafas. Tiene que verla. ¿Es que no se da cuenta de las ganas que tenía de verla¡Quiere verla bien...! Quiere ver esa sonrisa, esos ojazos... no como manchones borrosos, no como contornos indefinidos. Quiere verla. Quiere...
La mano se le cae a medio camino, cae, muerta, en el aire. La ha intentado alargar hacia ella, ha intentado acercarse y tocarla, porque, oh, Merlín, tocarla¡tocarla, pero el hombro ha protestado estrepitosamente por el movimiento. Gime de dolor mientras la mano queda colgando, gime mientras Ginny la toma entre las suyas, mientras la coloca junto al cuerpo, sobre las sábanas, y se encoge sobre sí mismo, casi sólo mentalmente, puesto que se arriesga a moverse muy poco, mientras le acaricia la muñeca con los dedos, muy despacio, flojito, concentrado y absorbiendo todo lo que puede de ella, cara, pelo, hombros, y ese contacto inocente, suave, cosquilleante. La quiere. Por el amor de todo lo que le hace seguir luchando, cómo la quiere. Y él se había ido, y él no está preparado, ha bajado las defensas y ahora, de golpe, otra vez...
Se le cierran los ojos, de sueño, de agotamiento, y ni se da cuenta. Esa mano es absorbente, la calidez de las manos de Gin alrededor de la suya lo sobrepasa, y lo demás, vigilia, sueño, muerte, vida, Voldemort o quién sea, qué más da. Mientras no lo suelte...
Mucho, mucho después, aun con dolor, aun embotado, lo despierta un susurro suave. Lejano. Para ser sincero, no se da cuenta enseguida de que Ginny ya no está a su lado, ni siquiera cuando abre los ojos. Todo está demasiado confuso, y le cuesta situarse, y mucho menos aún recuerda el contacto. Tampoco nota rara la mano, no ha habido cambio reciente de temperatura, así que la ausencia no es demasiado nueva. Pero no lo registra al principio, no se da cuenta de quién estaba a su lado y, en cambio, busca a Moody, esa cara fea, vieja, arrugada...
Hasta que ve la casa. Hasta que ve el sillón.
El golpe es tan fuerte que se queda sin respiración. El dolor ha remitido en mucho, y su conciencia, quizás desafortunadamente, se ha despertado, con mucho más control, con mucha más energía. Le sigue doliendo, sí, pero todo es controlado, todo es más nítido, y se sorprende de verse allí. Plenamente consciente. Y, al recordar los instantes inmediatamente, en su recuerdo, anteriores, el contraste, con su estado entonces, cuando ha visto a Ginny, cuando le estrechaba la mano, es enorme.
Ginny estaba allí. Genial. Se ha hecho daño –no recuerda cómo, pero sabe que sólo es cuestión de tiempo hasta que le venga la secuencia exacta de errores que han hecho que el entrenamiento saliera mal- y lo han llevado allí. Error, pero, claro, ellos están empañados en todo lo que representa su vida anterior, la casa, la chica. Error. Se ha despertado, diciendo su nombre. Otro error, del cual sólo él es el culpable. Inconsciente, se le escapaba llamarla. Bueno. No es como si tuviera remedio. Se incorpora en la cama, dejando escapar alguna queja, pero sintiéndose al mando de su vida. Al contrario que diez, veinte, los que hayan sido, minutos antes.
Porque estaba allí, y ya no, y porque sigue oyendo murmullos, se gira, para ver qué hace Gin. Sabe que está allí. En la puerta. Es su voz, no hay dudas, y lo asalta un momento el recuerdo de esos murmullos, entrecortados, tan flojitos que casi ni él los oía, y sus susurros dulces. Sacude la cabeza. Se frota los ojos con una mano dormida. Los recuerdos son malos, malos, y atacan a traición. Ginny está en la puerta, hablando en voz baja con alguien. No es para tanto. No tiene por qué recordar nada más.
Todo está oscuro, incluso él. Al final del pasillo, más allá de la puerta en la que la intuye, hay una ventana, que lo ilumina todo, pero el marco de la puerta, y el dintel, sumen a Gin, y a quien sea, en una densa oscuridad. Al trasluz, su falda, su pelo, y las piernas de él, pero nada más, ni caras, ni la complexión de él, nada que le suene, nada que ayude. Lo más probable es que sea Remus. Lo más lógico es que sea Remus, o Arthur –demasiado bajo-, o Alastor –demasiado recto y, por todos los cielos, por favor, no- o Bill, o Charlie, o uno de los gemelos...
Se recuesta, hacia atrás, cuando su cuerpo no aguanta más la postura. Con la cabeza girada, la sigue mirando, pero la visión es mucho más parcial y, de no haberlos visto desde la otra perspectiva, probablemente ahora no entendería que hay dos personas en la entrada. Ginny. Maldita sea, maldita sea, cómo lo han llevado allí.
El dolor es como un sopor denso, seco, y, cuando se adueña de él, haría las más enormes tonterías. El dolor, y el sueño, lo desarman, y qué asco se da a sí mismo después, por la falta de voluntad, por la falta de carácter que demuestra, cuando lo afectan. Besar a Ginny. Decirle que la quiere. Llamarla, tomarla de la mano. Todo lo que ha hecho mal, desde el día que tomó la decisión de no volver a demostrar nada por ella, es culpa de uno, o de otro. Sueño y dolor. Las armas de Moody para fortalecerlo. Sus fiascos, una y otra vez, una y otra vez. Se siente débil, y la llama. Se siente perdido, y la necesita. Una y otra vez. Y todo el tiempo que pasa por medio, plenamente consciente, decidiendo una y otra vez separarse, no verla más, no saber nada más de ella, todo ese tiempo, para nada. Para nada. No cuenta, no le da valor, se lo carga con una sola noche tonta, con un solo gesto de debilidad. Tanto como le cuesta, cuando, como ahora, está consciente...
La mira, y aparta todo lo demás. El dolor queda a un lado. Él mismo queda a un lado. Necesita razonar. Lógica. Comprensión. Nunca hubiera dicho que mantenerse lejos de alguien a quien quieres, precisamente porque lo quieres, y porque le harás daño, fuera tan increíblemente difícil. Se lo confiesa, en un pensamiento muy, muy chiquitín: lo que le pasa es que no quiere dejarla. No quiere perderla. No quiere mantenerla lejos. Y dentro de él lo sabe, que puede sobrevivir, y le aterra no hacerlo, y por eso se pone tan obtuso, pero, si sobrevive, no tiene ninguna duda, de que es ella a la que quiere a su lado. Y pasar el resto de su vida pagando sus errores, y pasar el resto de su vida haciéndolo mejor, para borrar todo lo malo que ha hecho hasta ahora.
Ginny se gira, da un par de pasos, lo mira. No la ve hacerlo, pero cree que lo intuye, por cómo cambian las sombras, por cómo de inminente se nota su vuelta. Y los ojos le pesan, en el medio, y siente una picazón familiar, y sabe que el sueño lo ataca de nuevo. Mejor dormir que caer en la tentación, se dice. Mejor dormir que verla otra vez. Pero Ginny, efectivamente, se acerca, y no hay sueño, ni conciencia de tentación, ni nada de nada: Ginny se acerca y a él se le abren los ojos de par en par, y se pone en guardia. No por nada. No porque ella la ataque. Sólo, bueno, quiere ser consciente de sus actos.
-Estás despierto –le dice, con una sonrisa chiquitina, muy flojito.
-Sí –asiente él, y ella se acerca más, y tiene que inclinar la cabeza hacia arriba para mirarla.- ¿Va todo bien?
-Oh, sí –le responde, y avanza la mano, probablemente no con ninguna finalidad en mente, no para nada, sino sólo por el contacto. Le arregla las sábanas junto al cuello. Le toma la temperatura. Piensa, con sentimientos encontrados, en que podría estársela tomando con un beso en la frente, y baja la vista, incómodo.
-¿Quién es? –dice, por no quedarse callado, y señala hacia la puerta. La vuelve a mirar, aun algo avergonzado. Algo del aspecto de Ginny no hace más que llamarle la atención, por cierto. Está rara, pero no sabe qué. El pelo... Lo deja pasar.
-¿Quién?
Se hace, evidentemente, por su expresión, por su mirada, la inocente. El interés de Harry se despierta sin remedio.
-Ahí, en la puerta –insiste.- ¿Con quién hablabas?
-¿Ahí? Con Fred.
Harry alza las cejas. Algo trama, y si Fred estaba implicado... Mira hacia la puerta. Él sigue allí, ausente, sin escuchar. De perfil. En el pasillo, la luz le da...
-¿Cómo estás...?
Ginny se sienta, en la cama, y lo mira, preocupada. Él se encoge de hombros, con mucha cautela, y la mira, con una media sonrisa.
-Bien –asegura.- Mándame a Moody cuando quieras, que seguimos.
Lo dice para hacerla reír, pero no arranca más que una sonrisa, y es de compromiso. Dios, cómo odia preocuparlos a todos. Bueno, cómo odia preocuparla a ella; lo cierto es que los demás, un poco, le dan igual.
-Dicen que estarás listo en un par de días –le dice, lejana, sin entonación.- Que te lo tomes con calma, ahora¿eh?
Él asiente, y le toma la mano.
-Vete, Ginny. Estoy bien. Siento mucho haberos asustado así.
-No quiero irme –le responde, flojito, y ahora sí lo mira, y le sonríe.
-Ve –insiste él.- ¿Fred quería algo contigo?
Ella sacude la cabeza.
-Habíamos quedado.
Él asiente, y le sonríe.
-Ve con tu hermano, anda. Que te mime un rato.
Ella asiente, se levanta, se gira, remolona, más un cambio de postura que que se vaya a ir.
-Me has estado llamando –le dice, seria, y acaba mirándolo fijamente. Claramente un reproche.- ¿Ahora ya te molesto?
Él alza las cejas, sorprendido, porque Ginny pocas veces le contesta. Pocas veces se enfada. Es más de hacer las paces que de enfadarse y liarla. Conciliadora. Poco radical. Pero lo mira, con las cejas alzadas, y la nariz estirada, y los labios fruncidos. Y no le sorprende estar sobrepasando su paciencia, la verdad.
-No estaba consciente –se justifica.- Siento si te he llamado.
Ginny se sienta junto a él, otra vez en la cama, pero mucho más abajo, más lejos, y lo mira, serena, en silencio, hasta que él, que nunca ha aguantado el silencio, vuelve a abrir la boca.
-Ve, Ginny –dice, empezando a enfadarse.- Te está esperando¡ve! Yo no te necesito, estoy bien¿ves?
Siente un 'no te necesitaría aunque no estuviera bien' flotando en el aire, pero no lo dice. No es cierto. Pero no calla por eso. No quiere hacer daño innecesariamente. No quiere herir, y decir cosas desagradables, si con decirle que se vaya ya es suficiente.
Ella sacude la cabeza, y se cruza de brazos. De alguna manera, se da cuenta, como si la luz lo remarcara, que lo que le notaba raro es, un poco, todo en ella. Está rara. Hace mucho que no la ve. Y lleva el pelo diferente. Qué más da.
-Ve –repite.- Ve, Ginny. Tengo sueño, y voy a dormir.
Ella asiente, se gira, está un momento sin mirarlo, y luego se quita los zapatos, que caen con un ruido seco. La mira, sin entender qué hace. Ella balancea los pies, moviendo toda la cama, y acaba por saltar al suelo, un instante, pera volver a subir a la cama, pero girada.
-Déjame sitio –le susurra, con una sonrisa pequeña, medio enfadada. Y se tumba a su lado, en la cama, aunque él no se mueve para dejarle sitio, porque no puede.
Él protesta, y protesta, pero no hay manera. Protesta alegando que le hace daño, que no puede estar ahí, que tiene sueño, no le deja dormir, Moody se va a enfadar. ¡Que no la quiere allí, caray! Que no sea pesada, y se vaya a su cama, y descanse mejor, y que ya se verán por la mañana, y que por favor, por favor, que allí no hace nada.
Pero no hay manera. Se tumba a su lado, aplastándose parte del peinado, que era más estudiado de a lo que él estaba acostumbrado, y no lo toca, casi, más que darle la mano, pero se queda allí, hablándole, haciéndole compañía. Una molestia, para la sincera opinión de Harry, que no puede moverse a gusto, que no puede ponerse cómodo, pero una molestia agradable y que se agradece, y Ginny parece darse cuenta de que no le molesta por completo.
El hecho de que se quede, conciliador en sí, tan ella, tan como siempre, hace que Harry tenga que plantearse cómo se tratan. Se queda, y no hay sexo, ni insinuación, ni nada que huela remotamente a nada más que amigos, pero, estar allí, con ella, consciente, medio enfadado, hace que surjan nuevas situaciones a qué darle vueltas. ¿Qué piensa ella¿Por qué se queda¿Por qué quiere estar a bien, cuando él es tan incoherente, tan insoportable, voluble y caprichoso? No hay lugar para la ternura, por parte de él. No se deja. No anima las muestras de Ginny, que tampoco, todo sea dicho, son demasiadas, quizás porque sabe que no las quiere. No hay besos, ni caricias, ni casi se tocan, para nada, excepto el primer contacto, Ginny tomándole de la mano, que ella misma rompe enseguida. Tampoco tienen mucho de qué hablar. Y se quedan allí, en silencio, mirándose, sin mirarse, volviéndose a mirar a ratos, y él espera que ella salte, que lo encuentre horriblemente incómodo. Que se aburra y se vaya. En cambio, pone buena cara, y sonríe, y le hace alguna broma, a veces, todo suave, para no hacerle daño, y acaba por empezar a hablar, pero no por rellenar el silencio, acaba por explicarle algunas cosas nuevas, pero no porque a él le interesen especialmente, ni porque ella tenga necesidad de contárselas. Cómodo. Todo cómodo. Tan cómodo que... ¿qué son¿Amigos? Se niega. Imposible. Jamás. Amigos no, no. ¿Amigos? Un amigo no le esconde a otro todo lo que él oculta. Un amigo no miente. Un amigo no se mete en la cama del otro, por el amor del cielo. Y, no, no se refiere a meterse en la cama en el sentido en que ella lo está haciendo ahora, para hacer compañía, sino tal y como él lo hizo, tantos meses atrás.
Amigos no. Él no puede ser amigo de Ginny en esas circunstancias. No, en vista de todo lo que no han hablado. No, sin solucionar todo eso.
Y se le pasa por la cabeza empezar una conversación con 'Ginny, tenemos que hablar', y piensa que podrían charlarlo todo, y arreglarlo, y volver a ser amigos, pero se da cuenta, mucho antes de planteárselo en serio, que no puede explicarle todo lo que ha hecho. No puede explicarle todo lo que le ha hecho. No puede deshacer las mentiras. Y, así, no puede ser su amigo.
Así que¿qué hacen en la cama, juntos, haciéndose compañía, si no son amigos¿Qué es ella para él¿Qué es él para ella¿Cómo se ha metido en esta situación?
Qué es ella para él. Una amiga. Él ha mentido, él lo ha hecho mal, pero Ginny, la verdad, no ha fallado nunca. Lo ha aguantado cuando llegaba y pedía mimos, y lo respeta cuando no le apetecen. Lo cuida, cuando lo necesita, y lo deja solo, cuando él se lo pide, a veces, si le apetece. Cuando lo necesita, supone. Cuando ella cree que él no necesita, y no cuando se lo pide sólo por no enfrentarse a ella.
Ella se ha portado muy bien. ¿Tan perfecta que da asco? Siempre ha pensado que quién debería dar asco no es el perfecto, sino el que se compara, que es el que tiene todos los fallos. Pero no, no la ve perfecta, ni mucho menos. Es su Gin, y le gusta como es, pero su comportamiento sólo ha sido razonable. Que es mucho decir, viéndolo a él y cómo de irrazonable ha sido el suyo, pero, en su egoísta defensa, para no sentirse tan mal, para perdonarse un poco, tiene que admitir que ella ha tenido mucho más fácil tomar las decisiones correctas que él. Mucho. Muchísimo. Ella no estaba en su situación. Sobre ella no pende una sentencia de muerte y, por el amor del cielo, que no penda nunca. Lo tenía más fácil. Actuar bien, en su caso... bueno, es que era la buena.
La figura del pasillo desaparece, se va, no entra a verlos. No es importante. Aunque Gin diga que es Fred, y no lo sea. Tampoco lo decía con convencimiento. No dices exactamente una mentira, si la dices de manera que estás casi seguro de que el otro no se la cree. No engañas, si sabes que no se le pasa. Y a él se le pasa, al principio, porque le da igual, porque no tiene importancia, pero no le cuesta sospechar que no es Fred, y tampoco le supone una gran impresión cuando se le ocurre quién puede ser, por mucho que lo odiara cuando aún pretendía cortejar a Gin. Pucey. Un Slytherin. En pleno cuartel de la Orden. Y habiendo quedado con su chica. Pero, insiste, no es importante. No es traición, si él la estaba apartando. Y, además, conoce a Ginny. No es traición, si ella no pretendía más que pasar un rato con él. Salir. Que le dé el aire. No, no es una gran impresión. Además, podría equivocarse. ¿Cuánto hace que no ve a Pucey, tres años¿Cinco? Muchos, muchísimos. Y, bueno, tampoco estaba tan mal. A ver, le caía mal, porque por aquel entonces todo lo que vistiera de verde y plata le caía como una patada en el trasero, pero, en el fondo, Pucey no estaba mal. No era como Flint. Hasta Oliver respetaba a la familia Pucey, con lo poquito que aguantaba a cualquier jugador de un equipo contrario...
Acaba por preguntárselo, sólo porque no le da importancia. Era Pucey¿verdad? Ella puntualiza, innecesariamente, o quizás lo corrige: Adrian. Y él dice sorprenderse de que esté con alguien tan mayor, pero no demuestra irracionalidades estúpidas como celos. No tiene derecho a demostrar miedo a perderla, cuando su meta es precisamente perderla. No tiene ningún derecho, aunque por dentro lo sienta, no como una oleada de rabia, no como una tenaza de celos, sino como una profunda, enorme tristeza, agridulce. Él estará muerto, y ella estará bien. Que no, se apresura a corregir ella, que no siente nada por él, que sólo se encontraron en Diagon, y, bueno, le invitó a tomar algo, y se han visto un par de veces. Pero bueno, él estará muerto, y ella tendrá amigos, saldrá, no se le acabará el mundo. Mucho mejor que despedirse de los niños, como ha bromeado, entre reproches, ya varias veces él con Remus.
No siente nada por él. Bueno, poco a poco. Eso tampoco tiene importancia. Y él morirá y ella está bien, cosa que es bonita, cosa que debería de hacerlo sentir feliz, y lo hace, porque es a lo que ha dedicado muchos de sus esfuerzos en los últimos meses, pero, un poco, también es haberla ya perdido. Y si no muere, y si pasa lo peor, y no muere... Pucey no puede ser vencido. No. No, se niega a pensar eso. Pucey, en el fondo, no es contrincante para él, que, para Gin, es un poco como su hermano, y un poco como el amor de su vida. O ya no. Hace tanto, de todo eso... Y no son ni amigos, ahora mismo. Él se ha comportado de manera tan horrible que no merece mucho. ¿Pucey? No. Pero alguien como... Wood, alguien como... George, por muy hermano suyo que sea, alguien que la quiera, y la haga sentir bien, alguien así merece Ginny. Pucey es demasiado... sexual. Se rumorea demasiado de sus gustos como para quererlo para su Ginny. Pero alguien así, sí. Como Wood. Oliver, el chico centrado, responsable, capitán de equipo, no hubiera estado mal. En cualquier caso, no él. Nunca él. Él es un perdedor, él es un perdedor, y le hace daño, y no se aclara, y en sus debilidades es de una manera, y cuando está consciente es de otra, y da asco, asco, asco. Y pena. Y rabia. Entiende perfectamente a Remus, cuando le pega bronca, y le dice que quiere morir, y que así no sobrevivirá, y que tiene que dejarse vivir, y que es tonto echando a Gin de su mundo. Entiende perfectamente a Remus, y comparte lo que le dice, y cuánta razón tiene. Pero, a la vez, él es un zoquete que sigue pensando que tiene que hacer lo que está haciendo, y que no piensa cambiar de opinión. ¿Querer vivir? No. ¿Quedarse con Ginny? Jamás. Porque puede que muera, o puede que viva, pero no puede ser, no puede ser. La más mínima posibilidad, y en su caso es mucho más que eso, de que pueda morir, y Ginny se quedaría sola, destrozada, muerta, con él. Por no hablar de la debilidad que supondría tener públicamente novia, mujer, familia. Oh, no. Nunca. Con él, nunca.
Pero es que, ni aunque viviera -¡no son ni amigos! La ha estado engañando, la ha estado utilizando y retorciendo para no estar juntos, para que no se encariñara, para que no hiciera el tonto y se fuera a enamorar de él. Le ha estado haciendo daño a sabiendas, diciéndole lo de Cho, separándose de ella sin que ella lo entendiera. No, ni aunque viviera, no tendrían posibilidades. No tendría derecho. Con qué cara podría esperar nada de ella que no fuera una negativa rotunda, dolorosa, inamovible...
Ni aunque viviera. Y, si viviera, la verdad, tendría mucho de qué arrepentirse, y mucho por qué sufrir.
Hecho el inventario, podrá estar de acuerdo con Remus en que su planteamiento de la vida no es el correcto, que lo hace mal, que debería de querer vivir.
Pero, aun en la cama con Ginny, aun escuchándola susurrar sobre su vida, y preguntarle por la suya, aun cómodo y seguro a su lado, lo tiene muy, muy claro.
Morirá.
Tiene que hacerlo.
